25.11.06

Amici miei

Otro de los grandes nos ha dejado esta semana: Philippe Noiret, un ilustre del cine francés; un actor todoterreno; una bestia de la interpretación; un rostro afable que, con los años, acabó convirtiéndose en uno más de mi familia cinéfila. Ir a ver una película y descubrir a Noiret asomando su inmenso corpachón en ella, se convertía en una alegría inusual para quien esto escribe. Era una sensación maravillosa, similar a la de reencontrarse con un pariente cercano o un ser amado al que hacía tiempo le hubiese perdido el rastro. Y siempre, abrigado por la oscuridad del cine y envuelto por el olor a ambientador barato y a palomitas, me contaba, entre susurros y en dolby estéreo, todas aquellas aventuras y diversas profesiones por las que anduvo metido durante tanto tiempo fuera de casa.

Sé que uno de sus mejores empleos fue el de proyeccionista en un viejo cine de pueblo; más tarde, tras pasar por una época excesivamente misógena al lado de Jean Rochefort, intentó probar fortuna como poeta, época en la que inició una gran amistad con un cartero de buena pasta. Aunque de todas sus experiencias, la que recordó siempre con mejor agrado es la de una bacanal orgiástica (y letal) que compartió, mano a mano, con Mastroianni, Piccoli y Tognazzi. Y es que, en el fondo, el bueno de Noiret, ¡por suerte!, siempre se dejaba llevar por las malas influencias.

Desde que en 1975 le descubriera dando vida al gamberro personaje de Giorgio Perozzi en Habitación Para Cuatro (el insólito título español de Amici miei), supe que jamás podría desembarazarme de una presencia como la de Noiret. Al igual que él en ese film, me hubiera encantado realizar algunas de sus hazañas junto a mis amigos de corrererías. Siempre he soñado con emular las gansadas que realizaba al lado de gente como Tognazzi o Adolfo Celi.

Ayer me dijo adios. Yo le contesté con un simple au revouir. Esta misma tarde, para recordarle mejor que nunca, voy a cumplir una de las mayores fantasías de mi vida. Llamaré a mis colegas y, con ellos, nos plantaremos en el andén de la barcelonesa estación de Francia y, desde allí, al igual que hizo Noiret en su día, despediremos a los viajeros del tren.

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