31.12.08

Recapitulando (I): Lo más mejor del 2008

Como cada año, en fechas similares, es norma el listado de lo mejor y lo peor de la temporada en materia cinematográfica. Al igual que en otras ocasiones, les dejo aquellos que para mí han sido los 10 mejores títulos del 2008. Como siempre, ha sido una elección difícil. Por ello, productos como Expediente Anwar, Casual Day o Rebobine, Por Favor, entre otros, han quedado fuera del inventario final.

Mañana, recién iniciado el 2009 y siguiendo con la tradición, les dejaré con lo peor del año.

Ordenados de menor a mayor grado, aquí tienen lo más mejor de los últimos doce meses:

10.- Wall-E, o la exquisita madurez de la casa Pixar. Un emotivo y divertido canto ecológico, totalmente equilibrado, en el que cabe destacar el descubrimiento de un androide reconvertido en basurero que, con similares facciones a las del Número 5, se dedica a almacenar y separar toda la mierda que ha quedado esparcida sobre un deshabitado planeta Tierra, tras sufrir un desastre ecológico. El calentamiento global ya ha hecho de las suyas. Más adulta que otros títulos de la productora, posee una primera parte digna de antología, casi sin diálogos y apoyándose en la brillante partitura escrita por Thomas Newman. Una perita en dulce.
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9.- Tropic Thunder, o el arte de la incorrección política. El espíritu gamberro y destructivo marca la comedia más sorpresiva (por inesperada) del año. Un modo distinto de enfrentarse a la guerra del Vietnam y, al mismo tiempo, toda una bomba de relojería para el engranaje del Hollywood actual. Ben Stiller, sin ningún tipo de tapujos, dispara balas mortales a diestro y siniestro y, además, sale ganador. Mientras, un fugaz Tom Cruise, de lo más hortera y repulsivo, nos deja a todos con la boca abierta. Ver para creer.
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8.- Los Falsificadores, o cómo hablar sobre el Holocausto judío y resultar diferente. Basado en hechos verídicos sucedidos al amparo del III Reich (la llamada Operación Bernhard), este supuso el merecido Oscar al mejor Film de Habla No Inglesa. Una vibrante lección sobre el modo en que los alemanes pretendieron desestabilizar la economía inglesa y norteamericana durante la Segunda Guerra mundial. Un campo de concentración y un grupo de prisioneros agraciados con un trato de favor, son los principales focos de atención del trabajo del vienés Stefan Ruzowitzky. Por detrás, sentimientos contrapuestos: rabia y supervivencia; orgullo y miedo. Una genialidad que pondrá la carne de gallina a más de uno.
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7.- No Es País Para Viejos, o el morbo por las elipsis narrativas. Traficantes y ganaderos. El Viejo Oeste tocado psicológicamente por las secuelas de la ya extinta Guerra del Vietnam. Un sheriff arrugado, un tipo sin oficio ni beneficio y un desalmado asesino tocado por una melenita a lo Príncipe Valiente: tres personajes metidos de pleno en un huracán de violencia. La Ley de Murphy en todo su esplendor. Y es que el azar no siempre significa fortuna; a veces, todo lo contrario. Los Coen se olvidan de sus planos rocambolescos para darle más importancia al contenido que al continente. No es un western ni es un thriller pero, al mismo tiempo, es un western y es un thriller. Cosas de los dos hermanitos.
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6.- La Niebla, o la pasión por la sci-fi de serie B de los 50 y 60. Una manera distinta de acercarse al fantástico, aunque (y más tratándose de Frank Darabont) siéndole aún fiel al universo literario de Stephen King. Un hipermercado y, en el exterior, una espesa niebla habitada por terroríficas presencias de otras dimensiones. Salir afuera es sinónimo de muerte segura. En el interior del centro comercial, el hombre demostrará que su principal enemigo es el mismo hombre. Un montón de sutiles guiños cinéfilos y un final compacto e inesperado, terminan por definir uno de los trabajos más atípicos y brillantes de la temporada.
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5.- 4 meses, 3 semanas, 2 días, o la necesaria reivindicación de mostrar al espectador pesadillas reales. El escalofriante retrato sobre un aborto clandestino, durante los últimos años de la dictadura comunista en Rumanía, significa el principal foco de atención de un melodrama con pasajes ciertamente terroríficos. Y es que el terror, cuanto más real, más miedo da. Convertir en una especie de asesino a sueldo al médico que ha de practicar la faena, es toda una delicatessen a degustar. De la pantalla directamente a los sentidos. Una joya.
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4.- Sweeney Todd, o cómo ser gótico y festejarlo con Stephen Sondheim. Un musical como la copa de un pino. Fiel a la obra original y, al mismo tiempo, fiel a la estética oscura y enfermiza del cine de Tim Burton, cada uno de sus fotogramas denota la pasión volcada en él por su realizador. Es tan perfecta toda su mecánica que incluso Johnny Deep está que se sale. Almas perdidas, venganzas sangrientas y una fuerte dosis de buena música. Magia en estado puro.
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3.- Escondidos en Brujas, o como homenajear sutilmente a Stan Laurel y Oliver Hardy desde Europa. Un thriller extraño, distinto. Una comedia ácida, perversa. Una unión de géneros que se salda con una buena dosis de violencia y un delicioso toque de humor negro. La atípica ciudad de Brujas convertida en el escenario ideal para desarrollar una historia sobre amistades y dependencias. Cine negro, negrísimo, del que encoge el alma y pone los pelos de punta. El gran guiñol está servido.
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2.- Camino, o cómo alejarse de la puta mierda de las sectas religiosas. El Opus Dei situado en la picota a través de un caso cargado de retazos tan reales como la vida misma. Fanáticos religiosos y perversos adoradores de la enfermedad y la muerte. El olor a santidad habitualmente va acompañado de gente de mala calidad. Una cinta hecha desde las tripas y con las tripas, realizada desde esa rabia que desata la impotencia y el engaño. Un trabajo duro, sin concesiones; duro, pero sin embargo necesario.
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1.- Antes Que el Diablo Sepa Que Has Muerto, o la familia unida no permanece tan unida como parece. Sydney Lumet, a sus 82 tacos, ha orquestado el mejor producto del 2008. Claro, conciso y meticulosamente fabricado. Pieza a pieza, ensartando cada una de ellas en su lugar preciso y sin dejar un solo cabo suelto. Así es como se monta un puzzle de la envergadura de éste. Un thriller virulento y compacto en el que se asiste, en directo, a la autopsia de una familia que a simple vista no parecía tan disfuncional. Todo se inicia con el desgraciado atraco a una joyería. A partir de ahí, el ser humano puede descomponerse a marchas forzadas. Y mucho más si el destino está jugando en su contra. Una obra maestra.
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29.12.08

Navidades a la romana

Desde el día de Navidad que no he podido hacer nada. Tengo que preparar la lista de lo mejor y lo peor del año y aún no me he puesto en ello. Y es que, en realidad, he sido secuestrado e inmovilizado por dos extraños personajes que atienden por Lucius Vorenus y Titus Pullo, un par de amigos brutotes que, según cuentan malas lenguas, habían servido en las filas del ejército de Julio César, concretamente en la XIII Legión.

Había oído hablar de ellos, pero hasta el pasado día 26 no les conocí en persona. Las referencias que tenía sobre ellos eran buenas, muy buenas. Y, a pesar de haberme paralizado durante la friolera de tres largas jornadas, les puedo asegurar que tales referencias son muy ciertas.

La culpa de este rapto se la atribuyo a mi cuñado absence y a mi hermana quienes, siguiendo los atinados consejos de don Luis Aguilé, aparecieron con sus dos churumbeles por mi casa esta Navidad. Tal y como manda la tradición, me portaron un presente envenenado: un pack con las dos únicas temporadas completas de la serie Roma. Doña Fili y un servidor, al día siguiente, como posesos, decidimos introducir el primero de los deuvedés en el reproductor. Y, desde entonces hasta ahora, no hemos parado de devorar las aventuras y desventuras de Vorenus y Pullo. Es más, justo ayer, finiquitábamos el último episodio de la primera temporada e iniciábamos, casi sin descanso, el saboreo de la segunda.

La Roma de Julio César y Pompeyo al desnudo, a lo bestia. Conspiraciones, contiendas y mala leche; sobretodo lo último, mucha mala milk. Sed de poder y un fuerte tufillo a Los Soprano en el seno de las familias de la Atia de la casa Julio y de la Servilia de la casa Junio, un par de malas pécoras de armas tomar: la una es sobrina directa del César; la otra es su ex amante, una mujer repudiada y vengativa. Tanto cinismo y politiqueo sólo lleva a que rueden demasiadas cabezas. La orgía del gore está servida y los esclavos deberán presentarla en bandeja de plata. ¡Pero qué bien decapitan estos romanos!

Y los guionistas, que son muy cachondos, se propusieron respetar los hechos históricos aunque tergiversando el origen de la mayoría de ellos pues, amparándose en el llamado efecto mariposa, éstos son provocados (en mayor o menor medida) por los movimientos de Vorenus y Pullo, los dos personajes ficticios protagonistas que, con sus acciones, van delimitando sus propias vidas y el rumbo del Imperio Romano.

Miseria y lujo. Bacanales y hambre. Suciedad, lujuria, polvo y polvos. Los últimos, tanto en el interior de los burdeles de mala muerte como en las ampulosas estancias de la gente bien. De vez en cuando, algún que otro escarceo al aire libre, que siempre está bien que los bajos se refresquen... Ahora con una pastorcilla, ahora con la opiómana de la Cleo, ahora con la pendona de la Atia... Pollas y coños; tetas y vaginas. El dios Lesbos también tiene su rinconcillo. Y, entre tanto manjar exótico, se huele la presencia de un hombre de (gran) cine como John Milius.

Julio César ya ha sido apuñalado en el senado. Brutus y sus acólitos se han salido con la suya. El jovencito Octavio sorprende a propios y a extraños. Al chuloputas de Marco Antonio le toca iniciar la nueva partida. Empieza la segunda temporada... ¡y yo con estos pelos!

Pues eso, que aún sigo abducido por estos locos romanos.

24.12.08

Crisis?, what crisis?

Por cierto: ¡Feliz Navidad!

23.12.08

El hombre que mató a un ruiseñor

Nació en 1925 y, al igual que otros muchos de su generación, se formó como realizador en el mundo de la televisión, dando su salto al cine a medidos de los 50, época en la que siguió alternando los dos medios hasta que, a principios de los 60, se dedicará en exclusiva a la pantalla grande. Su nombre era Robert Mulligan y, entre otras maravillas, nos obsequió con un clásico imperecedero: Matar Un Ruiseñor, film que convirtió al Atticus Finch de la escritora Harper Lee en todo un símbolo cinematográfico. El pasado viernes, a los 83 años de edad, fallecía víctima de una enfermedad cardiaca.

Inmerecidamente, nunca se le consideró uno de los grandes y, a pesar de ello y a través de una corrección extrema, se acercó a la mayoría de géneros a la hora de abordar sus distintos trabajos: desde el western (La Noche de los Gigantes) al melodrama iniciático (Verano del 42), pasando por la adaptación de comedias de procedencia teatral (El Próximo Año a la Misma Hora) e incluso por un magistral devaneo con el cine fantástico (El Otro). Y siempre, siempre, aparte del academicismo con el que mimó a sus productos, cuidando al máximo la dirección de actores.

En 1991 dirigió su última película, Verano en Louisiana.

Descanse en paz.

22.12.08

Keanu Barada Nikto

En 1951, Robert Wise estrenó Ultimátum a la Tierra, uno de los pilares del fantástico actual y padre putativo del E.T. de Spielberg. Klaatu era el nombre del alienígena que, recién llegado a nuestro planeta y con su sola presencia, se convertía en la principal preocupación de las fuerzas vivas terrícolas. Por Gort atendía el robot que viajaba a su lado, un autómata programado para defender al sistema espacial de posibles atentados nucleares. El primero tenía el rostro de Michael Rennie, mientras que un tal Lock Martin se introdujo en el interior de un inocente disfraz de robot "metálico" para dar vida al segundo.

Su mensaje pacifista era claro y contundente. Los humanos estaban como una cabra, y alguien con dos dedos de frente debía frenar sus impulsos de destrucción masiva. Sólo una joven pizpireta y un científico galardonado creyeron en el toque de atención del forastero. Como la historia no pintaba muy bien para éste, le dejó un mensaje de alarma a la muchacha para recitarlo ante Gort en caso de peligro extremo: “Klaatu Barada Nikto”; tres palabras que, casi al instante, ingresaron en el iconográfico del Séptimo Arte.

Un “Klaatu Barada Nikto” que ha desaparecido, como por arte de birlibirloque, del innecesario remake que con idéntico título ha orquestado Scott Derrickson, el mismo individuo que hace tres temporadas y con El Exorcismo de Emily Rose ya nos hizo comulgar con ruedas de molino. Ahora, como quién no quiere la cosa, pretende demostrar que, con sólo cuatro efectos especiales y muchos colorines, se puede mejorar un clasicazo como el de Wise. En realidad, aparte de borrar del guión la frase mítica, lo único que consigue es matar de un plumazo la sencillez y la inocencia que aún desgrana la cinta original. Y es que hay gente que se atreve con todo.

Reconvertir al entrañable Gort en un autómata gigantón y tridimensional (ante todo, ¡qué no faltan los efectos digitales!) o centrarse más en aspectos ecológicos que en el terror nuclear imperante durante los años de guerra fría (los tiempos tampoco han cambiado tanto, ¿no?), son algunos de los aspectos que el tal Derrickson ha variado para distanciarse del título de 1951. Y aún así, a pesar de la espectacularidad añadida, se queda en nada: en un producto vacío, ñoño y empalagoso (tal y como se demuestra a través de la relación establecida entre una esforzada Jennifer Connelly y su hijastro de color).

Una pequeñísima colaboración (un verdadero visto y no visto) de un envejecido John Cleese o la visión de una Kathy Bates perdida totalmente en la piel de la Secretaria de Defensa norteamericana, destacan sobremanera (¡qué ya es decir!) por encima de la inexpresividad de un Keanu Reeves cada día más bizco y amarcianado. Él, ¡cómo no!, es ese Klaatu que viene a calmarnos, pues los terrícolas, al igual que en los 50, seguimos locos de atar; un Klaatu que, por sus formas y maneras, se acerca más a una mezcla entre su Neo de Matrix y el agente Smith que al calibrado rol que interpretara en su época Michael Rennie.

Con un par de (casi obligadas) referencias simplonas (y forzadas) a la guerra de Irak y cierto aire (en su inicio) a lo Encuentros en la Tercera Fase, el Derrickson ya tiene más que suficiente para cerrar el expediente y fusilar definitivamente el guión original de Edmund H. North. El resto es pura imagen, sin contenido ni continente. Meras ganas de dejar al personal boquiabierto y poca cosa más.

Pretender actualizar un clásico como el de Robert Wise es una tremenda gilipollez ¡Con lo majote que era ese robotijo gomaespumoso!

19.12.08

El sleeper


Odio a Abba. Nunca he sintonizado con las eurovisivas melodías del grupo. Una razón de peso ésta para que, hasta hace unos días, no me acercase a Mamma Mia!, el claro sleeper de la temporada. Un sleeper que, al paso que lleva, aguantará en cartelera hasta el año que viene.

Escrito por la misma autora del libreto original, Catherine Johnson, y realizado por la también responsable de su puesta en escena teatral, Phyllida Lloyd, Mamma Mia! significa la adaptación cinematográfica de un musical que, por su inesperado éxito, sorprendió a propios y extraños. De todos modos, y a pesar de las buenas intenciones depositadas, se nota demasiado la nula experiencia de esta última tras la cámara, saldándose con una cinta narrativamente plana y cargada de números musicales sin garra.

De hecho, la película, al igual que la obra teatral, se ampara en el (no muy explicable) revival de la música de Abba, lo cual va en detrimento de su (mínimo) intríngulis argumental, pues éste gira siempre en torno (o, mejor dicho, en función) de las canciones más populares del grupo. Tal dependencia, inevitablemente, implica que cuantas situaciones se suceden hayan de ajustarse a la letra de los temas de la desaparecida formación sueca, dando con ello un aspecto de nula correlación lineal y plagado de excesivos (y forzados) giros de guión para que todo cuadre.

Lo mejor de Mamma Mia! radica en una Meryl Streep desinhibida y ciertamente graciosa. La mujer, para representar a Donna, una madre soltera con un pasado como hippie y vocalista de un trío musical femenino, se desmadra a sus anchas. Canta, baila, ríe y (¡cómo no!) llora. ¿Qué sería de una película en donde la Streep no soltase ni una sola lágrima? La protagonista de La Decisión de Sophie se viste con un peto y se deja llevar por la placentera locura de convertirse en el centro de atención de una comedia musical, género éste al que en pocas ocasiones se había acercado. Y la mujer, con nota alta, hasta logra darle cierta vitalidad a un producto insulso y que, a pesar de sus pretensiones progresistas, está a punto de caer varias veces en la más relamida de las cursilerías.

Una boda, la de Sophie, la hija de Donna (la muy sosa Amanda Seyfried), es el detonante del film de Phyllida Lloyd. El evento se ha de celebrar en una idílica isla griega, lugar en el que esa madre soltera, a la que le da por canturrear y danzar, es propietaria de un viejo hotel. Al lugar, invitados por la novia, llegarán tres personajes inesperados que mucho podrían tener que ver con la posible paternidad de la jovencita. Y es allí justo cuando aparecen en escena Pierce Brosnan, Colin Firth y Stellan Skarsgard. El primero, el ex James Bond, incómodo y acartonado en los momentos musicales que le han tocado en suerte; el segundo, como es habitual en él, haciendo gala de sus pocos recursos interpretativos, y el último, el suizo y más digno del terceto, acarreando su rol con la mayor dignidad posible.

La astracanada está servida. Y la corrección política, también. Mucho progresismo de boquilla para, en el fondo, finalizar con un elogioso canto en pos de la unidad familiar y las buenas maneras. El hippismo y el libertinaje ya están demodés. Ahora toca follar habiendo pasado antes por vicaría. Suerte de doña Meryl quien, con su desparpajo, deja bien claro aquello de que “a la vejez, viruelas”.

15.12.08

Ustedes lo han querido: GRUPO SALVAJE

A la escueta voz de “¡Vamos!”, lanzada por Pike a sus hombres, se inicia uno de los finales más épicos de la historia del western. Un canto al compañerismo y al compromiso, sumados a un largo paseo hacia la muerte, fue más que suficiente para que Sam Peckinpah definiera a la perfección la mítica escondida en los últimos minutos de Grupo Salvaje, su obra maestra indiscutible.


Tres años llevaba el hombre sin filmar cuando se lió la manta a la cabeza y se entregó por completo a la planificación de Grupo Salvaje. Los problemas que tuvo con la productora, durante la post-producción de Mayor Dundee, ya habían quedado en el olvido... pero no el resentimiento de un creador al que habían mutilado su trabajo. Y, a través de su nuevo film, estaba dispuesto a dejar huella en cineastas futuros. De hecho, revisando el otro día las andanzas de la panda de forajidos comandada por Pike Bishop, la película aún se conserva igual de fresca que en el día de su estreno. Es más, incluso me atrevería a afirmar que es de esas que mejoran con el paso de los años.

El modo de tratar la violencia (seca y contundente) y el enternecedor dibujo que hace de sus (en teoría) desalmados protagonistas, ha influido claramente en el modo de hacer cine en la actualidad. No es de extrañar que, viéndola de nuevo, descubramos un montón de paralelismos entre ese paseo final y la presentación de los miembros de la banda de Reservoir Dogs; un icono, este último, que en definitiva es hijo de otro icono que sigue engendrando nuevos iconos.


Un atraco a una agencia de correos; una carnicería plagada de víctimas inocentes en un pequeño pueblo; el asalto a un tren del ejército; la voladura de un puente sobre un río o la masacre final, forman ya parte de la antología del Séptimo Arte. Pero no sólo es un film de acción y violencia. En Grupo Salvaje hay más, mucho más; empezando por una historia de amistad truncada y de la fidelidad que sus protagonistas aún se profesan, a pesar de la distancia y de sus forzados (y distintos) puntos de vista. Uno, Deke Thornton, está al lado de la ley (aunque sea por narices); el otro, Pike Bishop, sigue fuera de ella. Y, a pesar de ello, aún respetan las opciones que cada uno de ellos ha elegido. Robert Ryan y William Holden, dos actorazos como la copa de un pino al servicio de dos personajes únicos e irrepetibles.

Una cinta visceral, en donde las emociones surgen espontáneamente de las acciones más inesperadas. Y es que Peckinpah, por mucha sangre y violencia ralentizada que usara en la construcción de su film, le otorgó un toque de humanidad a sus desarraigados personajes que queda totalmente patente en el fugaz “encuentro” final de esos dos colegas que vieron rota su relación o, simplemente, en la despedida que, de la banda, hacen los habitantes de una aldea mejicana que acaba de salir de un percance sangriento con las huestes exterminadoras del enloquecido general Mapache (brillante Emilio Fernández).

Desde su trono de provocador innato, el desaparecido director californiano acentuó la honorabilidad y honradez de su grupo de bandidos frente a las malas artes usadas por aquellos que representan a la ley y el orden quienes, en el fondo, aún son más pervertidos y salvajes que los hombres del buscado Pike Bishop. Tras los "buenos" de la peli se esconden unos tipejos capaces de torturar a su enemigo al igual que esos niños que, al abrirse la cinta, martirizan a un escorpión con la ayuda de una legión de hormigas hambrientas. Pero los "malos" de Bishop no llegan a tales extremos; jamás maltratarían a un escorpión indefenso. Ellos pueden meterse en el rol de mercenarios a la hora de favorecer los intereses de un mejicano a la contra de Villa pero, a la mínima de cambio, hasta le pueden plantar cara al mismísimo diablo que les contrató. Y es que, con gente como el gran Ernest Borgnine, Warren Oates o Ben Johnson no se juega pues, por muy duros que sean, también tienen su corazoncito.

Acción por un tubo, milimetrada y perfectamente filmada, a lo bestia, tal cual; contando únicamente con dobles de acción y efectos especiales de los de antes, de los de verdad, sin mariconadas virtuales ni tonterías por el estilo. Diálogos contundentes, bien escritos, de los que ya no se estilan y que, por su fuerza, siguen haciendo mella en el espectador. Y, ante todo, una envidiable pasión por el sentido de la aventura que el cine de género actual parece haber olvidado. ¿Qué más se puede pedir?

Grupo Salvaje: una genialidad que hay que recuperar, al menos, una vez por año. Un buen truco, éste, para reencontrarse y reconciliarse con el gran cine. A Peckinpah sí que le tendrían que canonizar. San Peckinpah.

13.12.08

Radiografía de un vampiro

Il Divo, título que da nombre a la película del napolitano Paolo Sorrentini, es uno de los numerosos motes con el que se conoce a Giulio Andreotti, uno de los máximos exponentes de la Democracia Cristiana en Italia y, al mismo tiempo, presidente del Consejo de Ministros en tres ocasiones. De un modo u otro y durante la friolera de 40 años (pues incluso, antes de ejercer como presidente, fue ministro en varias ocasiones), su figura y sus actos marcaron una política en la que los abusos de poder y la corrupción a todos los niveles se significaron como el pan nuestro de cada día.

Sorrentini, más que un análisis en profundidad de los tejemanejes urdidos por Andreotti durante sus años al frente del Gobierno (entre los que se cuentan varios asesinatos y claros contactos con la Mafia), ha entrado a fondo en el milimétrico dibujo del personaje. La política y sus “fechorías” también constan, aunque de un modo más superficial y no muy bien plasmado. Al realizador, lo que de verdad le interesa es el dibujo de ese Andreotti más íntimo y pletórico a la hora de soltar frases lapidarias. Es por ello que, dejando a un lado los intríngulis políticos, entra a saco en ese perfil vampírico (y con claros rasgos a lo Nosferatu) que definieron su enfermiza, misteriosa y carismática personalidad.

Un tipo solitario, inalterable, extremadamente cínico y de pocas palabras. Siempre al margen de los demás, regodeándose de las desgracias de quienes le rodeaban y creciéndose con las muertes inesperadas de aquellos que, teóricamente, gozaban de una salud mejor que la suya. Un tipo que pasaba las noches en vela, dando largos y acelerados paseos por los angostos pasillos de su domicilio y que incluso, en un alarde de lo más mortuorio, fue capaz de declararse a su esposa por vez primera justo en medio de un cementerio. Un vampiro en toda regla.

Y es que Il Divo no sería nada sin Toni Servillo, el actor que le da vida y por cuya interpretación se ha alzado como el ganador del galardón al mejor actor en la última edición de los Premios del Cine Europeo. Un Servillo magnífico, moviéndose a través de su silenciosa (y, a veces, terrorífica) presencia y de ese devaneo arriesgado entre la sobreactuación y el surrealismo físico.

Detrás de la construcción y la radiografía de Andreotti, Sorrentini echa algo más de leña al fuego y, con un sentido del humor ciertamente sutil, se atreve con algún que otro guiño (cinéfilo y no cinéfilo) sin devanarse el coco en aclaraciones políticas, tal y como sucede con la brillante comparación que hace de los hombres más directos del mandatario italiano con el icono tarantiniano que supuso el grupo de atracadores protagonista de Reservoir Dogs. A veces, como en este caso, hay sutilizas que ponen la carne de gallina.

Un film interesante y diferente. Huye del thriller político para, amparándose en la figura de un conflictivo político, orquestar un brillante retrato sobre un ser repugnante y vanidoso. Lástima que, en su envoltorio visual, haya optado en demasía por la búsqueda del plano rocambolesco, moderniqui y plagado de simetrías en su fotografía lo cual, en definitiva y teniendo en cuenta su arriesgada aproximación al vídeo-clip, rompe un tanto su fuerza dramática.

10.12.08

9.12.08

La otra Mary Poppins


El nada atractivo cartel publicitario para la exhibición española de Un Gran Día para Ellas (alucinante traducción del original Miss Pettigraw Lives For A Day) no le hace ninguna justicia a la película; una cinta cocinada con todos los ingredientes de la comedia clásica de los años 40 y 50 y, de pasada, con unas poquitas gotas de ese fino humor inglés que destilaban los productos de la casa Ealing. No en vano, su director, el hindú Bharat Nalluri, rodó buena parte de ella en los estudios londinenses de la mítica productora.

Basada en la novela de la escritora Winifred Watson y ambientada en un Londres a punto de verse sacudido por los envites de la Segunda Guerra Mundial, la cámara nos acerca a un día muy concreto de la vida de Miss Pettigrew. La buena mujer, debido a su temperamental carácter, acaba de perder su último empleo como institutriz. Sola, en plena calle, sin un techo bajo el que cobijarse y de manera un tanto truculenta, conseguirá trabajo como secretaria personal de la joven Delysia, una muchacha desvergonzada y dispuesta a todo con tal de alcanzar la fama en los escenarios del West End. A pesar de sus distintos caracteres, entre las dos convertirán lo que parecía una jornada desastrosa en un día inolvidable.

Iniciándose a modo de vodevil (excelente el primer encuentro entre las dos mujeres en el apartamento de Delysia), con puertas abriéndose y cerrándose a todo ritmo, el film define a la perfección a sus dos personajes femeninos principales. Cuatro frases bien medidas son más que suficientes para que el espectador sepa de qué pie cojea cada una de ellas. Una está educada bajo un estricto catolicismo; la otra es una frívola y una trepa de mucho cuidado... aunque ambas, mediante estrategias diferentes, luchan por sobrevivir en un mundo que les es hostil. Y aquí, justo en esta relación a dos bandas, surge esa química indispensable para que una buena comedia como ésta funcione a la perfección. Y es que las dos actrices que les dan vida están insuperables. Siempre al límite de la sobreactuación, pero jamás cayendo de pleno en ella. Al límite, rozándola, como mandan los cánones del género.

Una imponente Frances McDorman (¡hacía tiempo que esta gran señora pedía un buen papel!) es la encargada de dar cuerpo a esa Pettigrew que, sin salir de su asombro y en pocas horas, pasa de la miseria más absoluta al lujo más rimbombante, mientras que una divertida y acelerada Amy Adams -esa rubita que saltó a la fama gracias a ese divertimento de la Disney llamado Encantada- corre con el rol más desmadrado, el de la libertina y poco escrupulosa Delysia.

Del bodevil (con claros guiños al mundo del teatro), abre sus miras, introduce nuevos personajes (todos perfectamente trazados en su presentación) y entra de lleno en la típica comedia de enredos con un suave y tierno toquecito emotivo (aquí no negaré que, en la última escena, hasta solté una lagrimilla). En un producto de esta índole, queda claro que los problemas del corazón no podían faltar. Se va de pasarelas y de guateques exclusivos para la jet set, atreviéndose incluso con un esmerado (aunque pequeñito) guiño al cine musical. Y nunca, nunca, cae en la astracanada. Su sentido del humor es de una sutileza envidiable, sobre todo en los diálogos que atañen a la Miss Pettigraw del título original, una anti Mary Poppins de mucho cuidado.

Los tópicos no faltan, pero están metidos en la trama a la perfección. La mujer pérfida y de ideas retorcidas (brillante Shirley Enderson en plan bruja malvada) o el hombre de buen corazón (Ciarán Hinds, majestuoso en su porte a pesar de su cara de pocos amigos), entre otros muchos caracteres, siguen fieles a su cita dentro del género y, con su presencia, dan aún más empaque a un guión y a una realización que sabe ir al grano en todo momento. Lástima que, de vez en cuando, al director se le va un poco la bola y se extralimita con innecesarios (y petulantes) movimientos de cámara. Un "pero", este último, totalmente perdonable vistos los resultados finales.

Una comedia fresca, vibrante, llena de nervio y con diálogos y situaciones inteligentes; como las de antes, sin más. Y, al mismo tiempo, un ejemplo indiscutible para aquellos que siguen diciendo que, en la actualidad, no se escriben papeles interesantes para mujeres.

7.12.08

De chupasangres y de chupadineros...

El pasado jueves, Canal + estrenó la primera temporada de True Blood, una serie que, una vez visto su episodio inicial, parece prometer mucho gracias a su puntito de originalidad. La historia tiene su coña. Va de vampiros y humanos, pero en total convivencia y ambientada en un pueblecito de la América profunda, en plena frondosidad de los húmedos bosques de Luisiana. Y es que los chupasangres ya no son lo que eran pues, desde que los rusos pusieron sangre sintética a la venta en el mercado mundial, no tienen que recurrir a las arterias de sus vecinos para alimentarse... aunque muchos de ellos siguen pensando que es más apetitoso un buen chupetón que darle al plasma embotellado.

Tampoco es de extrañar que algún que otro vampiro ande loco por hincarle el diente a esas carnes que me luce una tentadora Anna Paquin, la protagonista principal de la serie; una mortal pirrada por tener un revolcón con el primer draculilla que aparece por el bar en el que trabaja de noche como camarera. Y es que, en ese mundo de aparente armonía entre humanos y no muertos, aconsejan que “nadie debería morirse sin tener, al menos una vez, sexo con un vampiro”. Según cuentan, en la cama, los amos de la noche son una bestia furibunda y placentera.

Hasta aquí, todo bien. El problema radica en Digital + y el nulo respeto que muestran por sus abonados quienes, entre pitos y flautas, se han de someter a la cuota más elevada de las televisiones de pago en España. Pasando totalmente de sus clientes (que, en el fondo, son quienes les dan de comer), se atreven a jugar con sus emisiones igual que si fueran una televisión gratuita. El espectador (o sea, el que suelta sus eurillos para disfrutar de una tele "teóricamente" limpia de impurezas) ha de soportar estoicamente que los señores de Canal + destrocen la última escena del primer episodio de True Blood, justo antes de los créditos finales, para anunciar el siguiente espacio en la parrilla de programación. Y para ello, rompiendo la tensión que conlleva la citada escena, no se les ocurre nada mejor que empequeñecer la imagen y, en primer plano y bajo un fondo blanco inmaculado y cegador, insertar su autopublicidad. ¡Mandan cojones! Para muestra sobre tal falta de respeto (hacia la obra y hacia quienes les mantienen), aquí tienen el siguiente YouTube.

Con ejemplos como éste, queda bien claro que siempre es más desagradable un chupadineros que un chupasangres. De seguir así, no se sorprendan los de la plataforma digital cuando muchos de sus abonados sigan dándose de baja.

5.12.08

La familia

Salvando las distancias (que son muchas e inmensas), a Ventura Pons le ocurre como a Woody Allen. El tipo está empeñado en filmar una película tras otra y claro, con tanto estrés, luego pasa lo que pasa y termina estrenando productos tan indigestos como Forasteros, un film que quiere decir mucho y se queda en nada.

Inmigración, separatismo, intolerancia, relaciones matrimoniales y familiares, violencia de género, homosexualidad no asumida... todo ello (y más) acumulado en menos de dos horas de metraje. Las neuras del Ventura Pons de toda la vida concentradas en una especie de culebrón televisivo (que no cinematográfico), excesivamente teatral y con un montón de sobreactuaciones a cuál más delirante. Todo vale en el universo del realizador catalán para hacerse notar y que hablen de él. La pretenciosidad por resultar polémico es tan mayúscula que, en lugar de sorprender y/o escandalizar, acaba apuntando hacia la ridiculez.

Dos generaciones de una misma familia del barcelonés Poble Nou y las relaciones entre sus miembros conforman la base principal sobre la que se aposenta Forasteros. Los años 60 y la época actual. Dos siglos distintos y una misma casa. En el siglo XX, sus "nuevos" vecinos, los del piso de arriba, fueron inmigrantes andaluces. En el XXI, los paquistaníes han tomado el relevo de éstos. Los recelos, en ambos casos, serán los mismos.

La maximización de cuantos problemas se exponen y la exagerada interpretación de una inaguantable y duplicada Anna Lizaran (dando vida a madre e hija en épocas distintas), convierten al film de Pons en una tragicomedia totalmente sacada de contexto y llena de detalles metidos en calzador con la única intención de epatar, tal y como ocurre con esa innecesaria escena nocturna y bajo la lluvia en la entrada de un cementerio. Y es que, al director catalán, le va lo de la magnitud de la tragedia. Cuanto más abultado sea el planteamiento, más parece disfrutar. En realidad, lo único que consigue con tal exhibición de desproporciones, es que la platea se distancie por completo de una propuesta que se desmorona por su propio peso; una propuesta que, por otra parte, tampoco ha sabido distanciarse en absoluto de su clara procedencia teatral.

Su excelente escenografía (cargada de magníficos detalles decorativos muy de los sesenta), la cuidada y esforzada labor del departamento de maquillaje (a la hora de envejecer o enfermar a ciertos personajes), o el tener la ocasión de descubrir el potencial melodramático del cómico y doblador Joan Pera, son lo mejor de un título filmado bajo mínimos y con la única y malsana intención de cubrir el expediente de una película al año.

A finales de los 80, Ettore Scola sorprendió a propios y a extraños con La Familia, un film tremendamente estilizado y emotivo que, al igual que el de Ventura Pons, transcurría en su integridad en el interior de un piso. En ella también se analizaban las relaciones entre los miembros de una unidad familiar a lo largo de un siglo. Pero, por mucho que se esfuerce, Ventura Pons no tiene ni el oficio ni la clásica elegancia de Scola. Y no se puede vivir sólo de referentes.