Tropic Thunder es la Biblia cinematográfica de la incorrección política. Un film gamberro e inteligente, cínico como el que más y que, a golpe de maquiavélicos y bien ideados gags, con sus certeros envites, no deja títere con cabeza, empezando por el mismísimo engranaje de Hollywood. Pero no sólo dispara hacia afuera, sino que también se muestra sorprendentemente honesto cuando toca la auto parodia. Y es que en este aspecto, en el arte del saber cachondearse de uno mismo, es justo en donde empieza el verdadero (y mas sano, ¡sanísimo!) sentido del humor.
No hay barreras de ningún tipo en los geniales y rotundos chistes que inundan la película. ¡Cortapisas fuera!, debieron sugerir cuando el propio Stiller, en compañía de Etan Cohen y Justin Theroux, se dispusieron a iniciar la escritura de uno de los guiones más sangrantes (que no provocativos) del cine norteamericano actual. Una buena muestra de ello se localiza en una de las múltiples y ocurrentes conversaciones que mantienen, cara a cara, Ben Stiller y Robert Downey Jr., y en la que se repasan, sin demasiados miramientos, las técnicas interpretativas utilizadas por ciertos actores para dar vida a un subnormal profundo. Sencillamente de antología.
El rodaje, en la jungla, de una película sobre un episodio ocurrido durante la guerra del Vietnam, es el punto de partida para que, uno tras otro, vayan cayendo corrosivos (y, al mismo tiempo, cariñosos) homenajes a la extensa filmografía existente sobre el tema en cuestión y, por extensión, del cine bélico en general. Inevitablemente, Apocalypse Now, Platoon y Salvar Al Soldado Ryan se convierten en las más citadas… y los Rambos, de rebote y del primero al último, los más recurridos. Hostia va y hostia viene, sin descanso.
Amparándose en el divertido juego de mezclar la magia y el engaño del cine con el dolor (y también el embuste) de la realidad, Tropic Thunder va creciendo, minuto a minuto, a pasos agigantados. Los actores del Método –aquellos capaces de engordar 50 quilos o de pigmentarse la piel para meterse a fondo en su papel-, se van directamente a la mierda, por arrogantes e insoportables; los del no método, también, por frustrados y ridículos. Y ellos, los propios actores, asumen con la frente muy alta el rol habitual con el que han acarreado en sus distintas carreras. O sea, Stiller hace de Stiller; Downey hace de Downey y Jack Black, ¡cómo no!, hace de Jack Black y, aunque me cueste reconocerlo, en esta ocasión, el hombre está sublime.
La inesperada y sorpresiva colaboración de un Tom Cruise desconocido, chaparro y hortera hasta la médula, se merece una mención más que especial. Y es que el tipo, totalmente desvergonzado, con su corto pero efectivísimo personaje, admite claramente que lo suyo es lo del Método y que, por un buen papel como éste, es capaz de meterse unos cuantos quilos de más en el cuerpo (aunque la mayoría de ellos sean postizos); una transformación, la suya, digna de ser descubierta directamente por el espectador en el cine, razón por la cual no les cuelgo ninguna fotografía del (repulsivo) aspecto que destila. Él, en el film, es el despreciable productor cinematográfico Less Grosman, uno de los peces gordos de ese Hollywood de mentirijillas que, por si fuera poco, se marca uno de los bailes más extravagantes (y patéticos) que jamás se hayan visto en una pantalla. También de antología, créanme.
Apúrense en verla y a desenmascarar, entre sus intérpretes, cuantos cameos (y referencias a los que no salen) les sean posibles. En Barcelona, y de manera inmerecida, está pasando por la cartelera sin pena ni gloria. Y no saben lo que se pierden. Aparte de una jocosa inyección de moral, es una de las mejores comedias del año... casi me atrevería a afirmar que de la década.
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