El Festival abrió el miércoles por la noche con Gomorra, una brillante y durísima cinta italiana que ya pueden disfrutar en las pantallas españolas tras su estreno el pasado viernes. Dirigida por Matteo Garrone, la película se acerca a los entresijos de la Camorra a través de cinco historias paralelas, a cual más cruda y violenta. Una Camorra a la que se aproxima desde un punto de vista suburbial y de base, alejada de altos jerifaltes y centrada en las miradas de los “ejecutivos” (o ejecutores) de calle y las de sus víctimas. Un trabajo imprescindible y sin desperdicio alguno que, por su radicalidad y franqueza, removerá tripas y conciencias entre los espectadores.
En la sección oficial de cine negro volví a sufrir con la visión del cantarín peluquín que luce un nefasto Willem Dafoe en Anamorph y que ya logró dejarme boquiabierto en el último festival de Sitges: un serial killer de apariencia televisiva y nula inspiración. Suerte que, hablando de asesinos en serie, desde Arropiero, el Vagabundo de la Muerte, el catalán Carles Balagué, amparándose en el formato del documental, hace un brillante repaso al oscuro mundo de Manuel Delgado Villegas, un vagabundo sobre el que pesan más de 48 crímenes repartidos por toda España: un título que, a pesar de su dureza expositiva, posee su toque surrealista y humorístico, sobretodo en aquellas cuestiones que hacen referencia a la relación del desaparecido criminal con los dos inspectores de policía que le acompañaron en varias de las reproducciones de sus asesinatos. Contundente y, al mismo tiempo, capaz de cuestionar la validez y la falta de seriedad del sistema judicial actual.
Arropiero obtuvo el merecido premio Plácido ex aequo con Flammen & Citronen, una visible coproducción entre Dinamarca y Alemania que refleja algunos de los aspectos que marcaron un episodio verídico de la resistencia danesa durante la ocupación nazi. A pesar de su claro interés cinematográfico e histórico, su adormecedor tono narrativo la sitúa a años luz, por ejemplo, de la brillante El Libro Negro, título de coordenadas similares aunque de planteamiento y tratamiento totalmente distinto.
Frozen River -un rutinario thriller norteamericano de corte independiente ambientado en la frontera entre el Estado de Nueva York y Québec-, Lady Jane -el celebrado salto del francés Robert Guédiguian del cine de autor sobre el proletariado a una interesante historia sobre una banda de ladrones de joyas en Marsella- y Traitor –una nueva vuelta de tuerca sobre la CIA y el terrorismo islámico con muy pocas sorpresas a bordo-, destacan sobre la aburrida y pretenciosa mecánica de la hongkonesa The Equation Of Love And Death y la precariedad narrativa, argumental e interpretativa de la nueva comedia negra de Gerardo Herrero, Que Parezca un Accidente, un título a mayor gloria de unos insoportables Federico Luppi y Carmen Maura.
Dentro de la sección dedicada al cine fantástico hay que destacar la frescura visual de City of Ember (una fábula infantil sobre el posible futuro de un mundo enterrado bajo tierra) y el éxito de público obtenido por Blindness, la adaptación de una obra de José Saramago realizada por Fernando Meirelles, el director de Ciudad de Dios y El Jardinero Fiel y, ante todo, el pase de la sueca Let The Right One In, el Premio Méliès del pasado Sitges y uno de los puntales clave en cuanto al género vampírico actual se refiere. De hecho, Déjame Entrar (título previsto para su estreno español) brilla, ante todo, por su originalidad: una historia de amor entre un niño y su joven vecina, una niña vampiro que se resiste a iniciar cualquier tipo de relación sentimental con él. Tierna, emotiva, gore y dotada de un peculiar sentido del humor, la película de Tomas Alfredson se mantiene fiel, al mismo tiempo, a las constantes narrativas y escénicas del cine sueco de toda la vida, pero sin caer en la pedantería que abrigan la mayoría de producciones de esa nacionalidad. Sin lugar a dudas, a mi parecer este ha sido el mejor film del Festival. Dreyer o Bergman jamás habrían llegado tan lejos: sólo por la expresividad de los ojos de la muchacha protagonista (una tal Lina Leandersson) vale la pena darle un vistazo.
Un comentario aparte merece el decepcionante Appaloosa, western que, incluido en la sección Pantalla de Actualidad, supone el segundo trabajo como director de Ed Harris tras su compacta Pollock. Y es una lástima, pues su violento y contundente inicio no cuadra en absoluto con su apática continuación. La aparición en escena de una nefasta Renée Zellweger (¿por qué no jubilan de una vez a esta chica?) da al traste con la propuesta y, con su presencia, la historia cae en picado; una historia en la que se mezclan tríos y cuartetos amorosos (incluso quintetos) con el violento enfrentamiento que mantienen un par de servidores de la ley (excelentes Ed Harris y Viggo Mortensen) con un ranchero hijoputa y con ansias de poder (un Jeremy Irons desconocido e insólito). Su nula consistencia en la descripción de personajes y su cansino ritmo narrativo, hacen de este un producto tan innecesario como aburrido.
La curiosidad de conocer la Barcelona gris de 1963 que reflejaba A Tiro Limpio o la posibilidad de descubrir que el Asunto Interno de Carles Balagué (filmado en 1996) jamás se llegó a estrenar en salas comerciales por ser inenarrablemente espantosa a todos los niveles, fueron los dos alicientes más contundentes de la retrospectiva que Manresa ofreció sobre el cine negro catalán; una recapitulación que se cerró con la inexplicablemente reivindicada My Way de Salgot y la petulante y laberíntica Las Vidas de Celia de Antonio Chavarrías.
Las excentricidades de Giuilio Andreotti a cargo de un sobreactuado Toni Servillo en Il Divo (película que cerró el certamen) o la divertida y sangrienta crítica a los spams telefónicos vertida desde el corto ganador No Se Retire, fueron el remate final de un Festival cuya innnegable calidad pide a gritos más ayuda por parte de un Ayuntamiento que parece querer darle la espalda en próximas ediciones.
Un certamen en el que ha habido de todo un poco, pero sobre todo (y a pesar del clima gélido de la región) un mucho de calor humano. Y ese calor es el que, en definitiva, hace grande al Fecinema y dignifica al off festival. Sentirse como en casa, fuera de casa, es una maravilla… y la buenas gentes que hacen posible este encuentro cinéfilo siempre logran tal efecto.
Con manresanos tan sanotes como los que conozco, aún no entiendo el porqué Plácido Alonso tuvo tantos problemas a la hora de pagar la última letra de su motocarro la noche de Navidad de 1961.
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