
No pude acercarme a las maravillas que cuentan de la película ganadora (el Surveillance de Jennifer Chambers Lynch), aunque ya les avancé que la coreana The Chaser es una pequeña joya policíaca que hará las delicias a los amantes del thriller de este país: morbo a tope, martillazos a cada esquina, cachetes en la cabezota y un excelente dominio de la imagen, la tensión y el suspense, la definen en toda su extensión. Ambas películas formaban parte de la sección oficial fantástico a concurso,




Ubicada en el mismo saco que las dos anteriores se encontraba Mongol, una pesarosa e interminable biografía sobre los años mozos de Genghis Khan que, realizada por el ruso Sergei Bodrov, poco aporta al fantástico... a pesar de que cuatro lumbreras considerasen que la épica de las batallitas insertadas en su dilatado metraje la acercaban, de algún modo u otro, al género en cuestión.
Por mi parte (y dejando de nuevo a un lado a la diarreica Santos), el premio al no va más en aburrimiento y pedantería del certamen se lo ganó, a pulso, el prestigioso guionista Charlie Kaufman con Synecdoche, New York, su debut tras la cámara; la historia de un escritor y director teatral que cae en una depresión provocada por la locura de extrapolar su vida mucho más allá del escenario. Kaufman abusa y reabusa de sus tics y, con tan recalcitrante comida de coco en forma de pez que se muerde la cola, lo único que consigue es crispar los ánimos de una platea dispuesta a perdonarle el más mínimo defecto por mera simpatía. Pero tan abusiva resulta en su cargante propuesta, que pocos le pasarán por alto haber contado con gente como Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener o Emily Watson y no sacarles provecho alguno. Una vergüenza de lo más pretencioso.
Pero no sólo se le fue la bola al amigo Kaufman, ya que, dentro de la sección oficial Meliès a competición, Marc Caro le fue a la zaga con Dante 01. Alejado de la dirección desde que, junto a Jean-Pierre Jeunet, realizara la fallida La Ciudad de los Niños Perdidos, el parisino vuelve a la carga con una de ciencia-ficción que tiene un poco de Alien 3 (nunca del 4, excepto por alguno de sus actores) y un mucho de colgada mística y religiosa. Una tomadura de pelo, llena de planos cortos y asfixiantes, disfrazada de gran proeza filosófica y poseedora de los 3 minutos finales más distorsionados (sonora y visualmente hablando) dentro de los anales del género. Kubrikadas psicodélicas sólo las podía hacer Kubrik, amigo Caro.
Para compensar tanto desatino, el Meliès ofreció Il Nascondiglio (The Hideout), la segunda de las joyitas del festival que, planteada como un gran homenaje al giallo y al cine italiano de terror los 70, demuestra que Pupi Avati, con sus casi 70 años de edad a cuestas (¡qué no es moco de pavo!), se merecería ya la dignidad de clásico entre los clásicos. Sin renunciar a una manera de filmar que a los más vanguardistas les parecerá (sin razón alguna) desfasada, Pupi orquesta un thriller fantasmagórico que, pasando totalmente de efectos especiales y de tecnicismos actuales, opta por lo más simple y efectivo: un buen guión, capaz de abrigar un argumento compacto y sin ocultar referentes. No inventa nada nuevo; sin ir más lejos, la magnífica Al Final de la Escalera, por ejemplo, lleva más dos décadas y medio vigente, pero el hombre lo hace bien, con gusto y artesanía. Un MAESTRO, así, tal cual, con mayúsculas.
La siempre estimulante Famke Janssen también tuvo su rinconcillo en el Festival, aunque a modo de muestra y a través de una tontería de película que atiende por el título de 100 Feet. En ella, una mujer bajo arresto domiciliario y acusada de haber asesinado a su marido, tendrá que enfrentarse al fantasma de éste. Lo de siempre pero, al contrario que en el caso de Avati, Eric Red, su director, lo hace sin gracia y sin gusto. Y lo peor es que la Famke, cuando decide despelotarse, sólo lo hace a medias. Mal, mal... muy mal.
Total, que la nota del festival la puso Abel Ferrara quien, tras ser premiado con una Maria honorífica, cedió su galardón a un camarero del Hotel Melià-Sitges. Éste, orgulloso ante el gesto de su nuevo e inesperado amigo, colocó el obsequio tras la barra, a la vista de todos los clientes. Saquen ustedes sus propias conclusiones... ¿El próximo año aun seguirá Maria Ferrara entre las botellas del local?
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