29.11.11

Adiós al maestro del delirio

El gran transgresor del cine británico, Ken Russell, se ha ido para siempre. Ayer, a los 84 años de edad, desde La Guarida del Gusano Blanco y mientras dormía, El Novio de la perturbación emprendió el viaje de no retorno. El suyo era un Cerebro de un Millón de Dólares tocado por la extravagancia y siempre dispuesto a iniciar un Viaje Alucinante al Fondo de la Mente. Los más osados aseguraban de él que sufría una extraña enfermedad denominada Lisztomania que le obligaba a mezclar, en sus alucinaciones y a ritmo de Ópera Rock, lo Gótico con La Pasión de Vivir.

Admirador de Valentino y enganchando a las máquinas de millón por culpa de la afición desmesurada de su amigo Tommy a las mismas, en sus últimos años se alejó de los pinbals y recogió una Sombra En El Pasado que le atormentaba: empezó trabajando en televisión y terminó sus días realizando de nuevo telemovies.

El que muchos consideraban El Mesías Salvaje del Séptimo Arte, retrató de forma delirante la vida de una Puta en La Pasión de China Blue, una de tantas Mujeres Enamoradas que inspiraron su cine.

Hoy, Los Demonios querrían velar por él.

Descanse en paz. Echaremos en falta un poco de su locura en el cine actual.

28.11.11

Cazadores de nazis

John Madden, el realizador de Shakespeare In Love y La Verdad Oculta, ha regresado este año a las pantallas de todo el mundo con un thriller dramático, La Deuda, un remake de la homónima israelí de 2007 no estrenada en España. En ella se narra la historia de tres agentes del Mossard que, a mediados de los 60, viajaron hasta Berlín del Este para detener y entregar a las autoridades de su país a un nazi que había experimentado con los cuerpos de varios judíos en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.

La película transcurre en dos tiempos: por un lado muestra los hechos acaecidos en los 60 y, por el otro, se acerca a los protagonistas, convertidos en héroes nacionales, en un presente inmediato ambientado en 1997, justo cuando los sucesos del pasado vuelven a salir a flote debido a la publicación de un libro que, sobre éstos, ha escrito la hija de la única agente femenina que tomó parte en la búsqueda del llamado Cirujano de Birkenau.

En comparación con el material original de Assaf Bernstein, la cinta de Madden se muestra más sólida y mucho mejor construida. El emblemático dibujo del perfil de los tres oficiales del Mossad le da mayor profundidad a la historia, potenciando al mismo tiempo un inesperado giro de guión bien avanzado su metraje, cosa que la película de Bernstein planteaba ya de buenas a primeras, rompiendo así parte de su intriga; intriga que el realizador británico sabe potenciar y dosificar en todo momento, sobre todo en aquellas escenas que hacen referencia a la estructura del plan para atrapar al nazi, en la ejecución del mismo y en su recta final, en donde una soberbia Helen Mirren destaca con luz propia.

La Deuda se mueve como pez en el agua a través de los dos tiempos de su narración, conjuga a la perfección los caracteres de los actores más jóvenes (Jessica Chastain, Marton Csokas y Sam Worthington) con sus equivalentes de más edad (Helen Mirren, Ciarán Hinds y Tom Wilkinson) y le otorga una entidad muy especial a la sorpresa que amaga su historia; un golpe turbador de guión que colocará al espectador en una perspectiva distinta a la hora de juzgar a sus personajes principales.

Un trabajo consistente, brillante en sus escenas de suspense y modélico por el interesante retrato que hace del trío cazador de nazis. Un remake estupendo que, gracias a su lúcido e inteligente guión, llega a superar en interés al ya de por sí correcto título original.

24.11.11

Cuando Dexter encontró a Emma

One Day era una de esas películas que a priori no me tentaban en absoluto. La estaba dejando escapar de cartelera y, por suerte, la he podido recuperar. Digo por suerte ya que, esta adaptación cinematográfica del best seller de David Nicholls Siempre el Mismo Día, se trata de un trabajo distinto, perfectamente acabado y con dos actuaciones soberbias, la de un Jim Sturgess más maduro que en otras ocasiones y la de una Anne Hathaway en alza quien, a pesar de forzar en exceso su acento para ponerse en la piel de una chica muy british, logra sacar adelante con nota alta su papel; un complejo rol que complemente a la perfección a la de su sorpresiva y modélica interpretación de una joven aquejada de Parkinson en la admirable Amor y Otras Drogas.

Vendida de forma engañosa como si se tratara de una comedia sentimental al uso, One Day es, en realidad, un melodrama amargo y triste escrito para el cine por el propio David Nicholls. Estructurado de manera poco convencional y demostrando un dominio total de la elipsis narrativa por parte de su directora, la danesa Lore Scherfig (la misma de la también interesante An Education), la cinta muestra la historia de amor que nace entre dos amigos a lo largo de dos décadas. Él es Dexter, un muchacho algo alocado, poco juicioso y con pretensiones de triunfador; ella es Emma, una chica idealista, de clase trabajadora y que sueña con mejorar el mundo.

La cinta se inicia un 15 de julio de 1988, justo la noche de graduación universitaria de ambos y durante la cual entablaron contacto por vez primera. Y, a partir de este punto, la película tirará de la elipsis para repasar, año tras año y siempre en la misma fecha (ese 15 de julio iniciático), la vida de los dos personajes durante veinte años. Encuentros, desencuentros, frustraciones y emociones, siempre en busca de la felicidad y de la posibilidad de encauzar su amor para siempre. Una mirada agridulce -en ocasiones fría y distante, y en otras cálida y conmovedora- a la existencia de dos seres humanos a través de sus contradicciones y debilidades más evidentes.

One Day empieza de forma un tanto dicharachera, como si se tratara de una nueva revisión de Cuando Harry Encontró a Sally, aunque pronto, casi al año siguiente, abandona su tono de comedia para entrar de lleno en el terreno del melodrama; un melodrama de tintes trágicos amparado en la originalidad y ternura de su tratamiento. Una sensibilidad que, por cierto, los detractores del film tildarán de cursilería. Y ello, como todo, es cuestión del color del cristal con que se mire.

23.11.11

Bienvenidos a Tontoland

Sí en Bienvenidos a Zombieland, su primera película, Ruben Fleischer se cachondeaba de las películas de zombis funcionándole el invento tan sólo a medio gas, en su segundo título, la recién estrenada 30 Minutos o Menos, apuesta por una sátira sobre las buddy movies que arrasaron los cines en los años 80. Y, al igual que hiciera con su ópera prima, lo hace a modo de comedia; una comedia que, a pesar de su pinta de tratarse de una gamberrada con tintes cinéfilos, no le funciona casi en ningún aspecto.

30 Minutos o Menos busca rizar el rizo sin conseguirlo en cada una de sus escenas y con cada uno de sus personajes quienes, en homenaje al género ochentero antes citado, actúan siempre en pareja. Por un lado, las víctimas teóricas de la historia: un repartidor de pizzas harto de su mal pagado empleo (Jesse Eisenberg) y su mejor amigo, un irritable aunque temeroso maestro de escuela (Aziz Ansari); por el otro, los malvados de la peli, un par de tipos descerebrados, discípulos directos de Beavis y Butt-Head: el perverso hijo de un militar retirado agraciado con la lotería (Danny McBride) y su fiel y leal escudero (Nick Swardson), un mentecato de muchísimo cuidado. Éstos, en su afán de contratar a un asesino a sueldo para que acabe con la vida del militar y así disfrutar de una tentadora herencia, deciden secuestrar al pizzero, arropar su cuerpo con una bomba de relojería y obligarle a atracar el banco local, con cuyo botín pagarían la elevada factura del sicario.

La ficción planteada y, ante todo su desarrollo, no es más que un desatino continuo. Sus numerosos chistes, aparte de forzados, resultan totalmente zafios, mientras que el par de delincuentes idiotizados, además de estar caricaturizados hasta extremos insoportables, se me antojan de lo más insufrible, tanto por la sobreactuación de sus dos intérpretes (ante todo un verborreico Danny McBride) como por el cliché con el que han sido construidos ambos personajes. Y ello por no hablar de la aparición de un tercero en discordia, un Michael Peña repitiendo en su sempiterno papel de matón latino y dejándose llevar por el mayor de los histrionismos.

Si algo resulta mínimamente salvable entre tanto desmelene apayasado es el correcto trabajo del siempre eficaz Jesse Eisenberg quien, repitiendo a las órdenes de Ruben Fleischer, lleva a buen puerto y de la mejor manera posible su imposible (y valga la redundancia) personaje, el del pizzero intimidado, convertido en hombre bomba y sobre el que recae el mejor y más sutil guiño cinéfilo de la cinta; un guiño que tiene mucho que ver con Facebook y, por extensión, con la espléndida La Red Social, cinta en la que el actor dio vida a su creador.

Simple y llanamente una gansada más, fruto de este imparable afán actual por confeccionar comedias disparatadas muy al estilo Apatow: es decir, sin sustancia y con muchas gilipolladas insertadas a saco. El cine políticamente incorrecto mola, eso está claro. Pero, en este caso, aparte de presentar a un sinfín de personajes y situaciones disfuncionales, no hay nada más. El vacío total. Suerte que la tontería no sobrepasa los 80 minutos.

22.11.11

La jubilación puede esperar

Asesinos de Élite significa la ópera prima de Gary McKendry, un film de acción al servicio de Jason Statham que, siguiendo las coordenadas enérgicas del cine de John Frankenheimer, acerca al espectador a lo que asegura ser “una historia real”. Lo de historia real, como casi siempre suele suceder, me suena a apostilla falsa para colar una crónica no demasiado creíble. Sea como sea, en EE.UU. no tragaron y se convirtió en un sonado fracaso de taquilla.

De veracidad y coherencia, la verdad es que hay muy poca. Eso sí, de desgaste de adrenalina y de viajes a lo largo y ancho de este mundo (en plan James Bond) hay un montón. No nos hemos de engañar: Asesinos de Élite es puro entretenimiento y, al argumento que nos propone, no hay que buscarle peras al olmo. Tan sólo se trata de dejarse llevar por el nervio imprimido al relato e intentar disfrutar con sus bien filmadas y numerosas escenas de acción. Peleas cuerpo a cuerpo, tiroteos, persecuciones automovilísticas y otras a pie por los tejados de la ciudad de Londres. Un poco de todo, sin apenas descanso y buscando un estilo más clásico que, por suerte, la aleja de esos montajes acelerados y sincopados en los cuales resulta casi imposible saber que narices sucede en pantalla cuando los protagonistas empiezan a atizarse.

Su personaje principal es Danny (o sea, el amigo Statham), un mercenario entrenado en el arte de matar que, justo cuando decide retirarse del oficio, ha de realizar una misión especial para un jeque árabe quien, como coacción para obligarle a aceptar el trabajo, tiene secuestrado a Hunter (un fugaz Robert De Niro), su buen amigo y mentor. El encargo consiste en eliminar, como si se tratara de un accidente, a los tres agentes del SAS (Servicio Aéreo Especial británico) que asesinaron a tres de los hijos del jeque, grabando su confesión antes de matarlos.

La película se deja ver. Y punto. Aparte de un giro argumental bastante previsible, no hay mucho misterio en la propuesta, aunque si varias incongruencias narrativas, sobre todo en el modo de conseguir las confesiones de los autores de los asesinatos ya que, alguna de ellas (en concreto, la de la tercera víctima), brilla por su ausencia.

A nivel actoral, Jason Statham hace lo de siempre: fruncir el ceño, disparar y repartir hostias a diestro y siniestro; dudo que este hombre funcione en cualquier otro registro que no sea el de héroe de acción brutote. De Niro pasa por allí y, con su nombre y (mínima) presencia, le da cierto empaque comercial al producto, mientras que Chris Owen, el tercero en discordia y dando vida a un obstinado y peleón miembro del SAS, con ojo de cristal y bigotito incluido, da la impresión de estar totalmente perdido en su delirante y poco definido papel.

Nada, que la cosa no molesta, pero tampoco lleva a ningún lado. Que de cintas de acción hay de mejores y más originales. Y es que ésta, a pesar de su trepidante ritmo, en su recta final acaba resultando pesada por reiterativa.

21.11.11

Entre cuatro paredes

Roman Polanski está en un momento creativo espléndido. Tras la contundencia de El Escritor regresa con la adaptación de Le Dieu du Carnage, la exitosa obra teatral de la francesa Yasmina Reza titulada en España Un Dios Salvaje. Escrita mano a mano entre Polanski y la autora en condiciones poco salubres mentalmente hablando (mientras el director permanecía en arresto domiciliario en Suiza), la cinta relata, en tiempo real, el encuentro de dos matrimonios en el apartamento de uno de ellos para hablar de la pelea callejera que ha enfrentado a sus dos hijos.

Lo que empieza como una visita cordial y afable, en donde la diplomacia priva por encima de todo, la cosa empezará a torcerse al salir a flote el lado más oscuro de cada uno de ellos. Las neuras personales y los rencores irán acumulándose a lo largo de 80 minutos. Las reglas del juego han terminado. Cada matrimonio se asocia y desasocia con su pareja según por donde sople el viento. En su dialéctica no hay aliados que valgan. El ego y la mala leche imperan en una trifulca en donde todos salen heridos psíquica y moralmente hablando.

Una comedia caustica y visceral tras la que se esconde una disección de las debilidades del ser humano. Un enfrentamiento que, a pesar de significar un drama tremendo, provoca las carcajadas del público y que, conteniendo diálogos espléndidos, se apoya principalmente en cuatro armas de gran envergadura: sus cuatro actores protagonistas. Ninguno de ellos hace sombra a los demás. Todos están en su lugar, manejando a sus conflictivos personajes a la perfección aunque, eso sí, siempre según los antojos de un Polanski en estado de gracia.

Jodie Foster y John C. Reilly forman el matrimonio cuyo hijo es la víctima del incidente; ella es una mujer intelectual comprometida con las causas sociales, mientras que él, un hombre más plano y totalmente dominado por ella, alardea de su profesionalidad como representante de productos de ferretería. En el otro bando se sitúan Kate Winslet y Christoph Waltz, los padres del atacante; ella es yuppie experta en temas fiscales y en teoría muy segura de su control, y él, un abogado elitista, engreído y siempre pendiente del móvil, que lleva entre manos la defensa de una empresa farmacéutica con un producto dañino en el mercado. Cuatro interpretaciones modélicas que, con sus subidas y bajadas de tono correspondientes, moldean con un rigor incontestable el mal rollo y el pésimo ambiente que se apodera del interior del domicilio neoyorquino de la primera pareja.

Polanski, un hombre en cuyo cine siempre ha dominado la sensación de claustrofobia (Repulsión, La Semilla del Diablo, El Quimérico Inquilino), se mueve como pez en el agua por las cuatro paredes que encierran al par de matrimonios en disputa y de las que, en claro homenaje a El Ángel Exterminador, no pueden huir por mucho que se lo propongan.

Un Dios Salvaje atrapa al espectador al igual que a sus cuatro únicos personajes, a pesar de que, por sus caracteres y acciones, resulte muy difícil simpatizar con alguno de ellos. Una mirada atroz y con un sentido del humor diabólico hacia una sociedad cansada y estresada. Un film totalmente recomendable del que es imposible renunciar.

19.11.11

Nazi Boy

Al barcelonés Christian Molina ya no se lo cree nadie. Tras debutar con la nefasta Rojo Sangre, insistió a continuación con la innombrable Diario de una Ninfómana y, posteriormente, con Estación del Olvido, un melodrama acartonado que a duras penas tuvo repercusión. Pero el hombre es persistente y, no contento con sus tropiezos, vuelve al ataque castigando a las plateas con su cuarto título, De Mayor Quiero Ser Soldado, un presunto alegato rodado en inglés en contra de la proliferación de la violencia en el mundo de la televisión que cuenta, como principal gancho, con dos secundarios de (dudosa) fama internacional, Danny Glover (a la vejez viruelas) y Robert Englund, el tenebroso Freddy Krueger de la saga Pesadilla en Elm Street.

A pesar de querer endilgarnos la plana de que la historia planteada sucede en una de esas urbanizaciones yanquis tan típicas en la filmografía de Spielberg, la cinta está filmada íntegramente en L’Hospitalet (Barcelona). Un engaño de lo más simplón e innecesario, ya que todo cuanto acontece bien podría ocurrir en nuestro país.

La cinta nos acerca al universo de Álex, un niño de 8 años que, de ser el rey de la casa, pasa a ser un segundón al tener que acomodarse a la llegada de un par de mellizos. Los celos y su fascinación por las imágenes bélicas que desgrana el televisor y por la iconografía nazi con la decora su habitación, harán de él un personaje iracundo y peligroso que se saltará a la torera a sus propios padres y a las normas de la escuela en la que estudia. Antes del nacimiento de sus hermanos tenía a un santurrón y angelical astronauta como amigo invisible; con la venida de los pequeños, su nuevo amigo invisible pasa a ser un militar enfebrecido y fascistoide.

La idea, a priori, resulta interesante y bienintencionada. Lo peor es que Molina la lleva a la pantalla de la peor forma posible. En su propuesta, resulta demagogo y en exceso efectista: tal y como pretende denunciar, no sólo es la televisión la que marca el carácter del joven, pues la poca atención que recibe de sus padres aún es mucho más alarmante; detalle éste que no queda bien reflejado en pantalla. Además hay que tener en cuenta que, desde un inicio, antes del presumible cambio de carácter, ya presenta a Álex como un tarado en potencia: ni su guión ha sabido perfilarlo, ni se ha sabido dirigir con inteligencia a Fergus Riordan (el chaval que lo interpreta) a la hora de descifrar correctamente a su personaje. Y ello sin hablar de los nefastos registros de los actores que dan vida a sus padres (Ben Temple y Jo Kelly) y de las ridículas (por tendenciosas) apariciones de Robert Englund en la piel de un psicólogo escolar.

Un quiero y no puedo más de Christian Molina quien, en su producto más ambicioso hasta el momento (y espero que desista en su empeño), no ha conseguido en absoluto sus objetivos. Ni cuela al espectador el más mínimo sentimiento afectivo por el agresivo Álex, ni logra hacer creíble su precaria crítica a la constante lluvia de bestialidad surgida de la televisión.

En definitiva, un film tan plano, desatinado e insostenible como el grotesco speech de Danny Glover insertado en los títulos de crédito finales; un Danny Glover, por cierto, más perdido que un gusano en medio de una plaza de toros, al igual que le sucede a Valeria Marini en sus insustanciales apariciones. Apaga y vámonos. La moralina barata y sin fundamento ya cansa.

18.11.11

El hermano empalagoso de Hanna

Sin Salida (el mediocre título español sustitutivo del original Abduction) no es más que un film de puro entretenimiento dirigido claramente al público adolescente y, al mismo tiempo, un producto construido con todo el descaro para el lucimiento de su joven protagonista, el sosísimo Taylor Lautner, el hombre lobo (o mejor dicho, lobezno) de la saga Crepúsculo. Todo tiene su explicación: el productor de la cosa no es otro que Dan Lautner, el padre de la criatura. Dirige el cotarro John Singleton, ese californiano afroamericano que debutó con la prometedora Los Chicos del Barrio y que, con el paso de los años, ha ido yendo a menos.

La película es una mezcla, en clave teenager, de las andanzas del amnésico Jason Bourne (incluso, en la película, se compara al actorcillo protagónico con el físico de Matt Damon) y los vericuetos educacionales de la sorprendente Hanna, esa niña, émula de Nikita, que desde su más tierna infancia fue aleccionada para salvar con solvencia todo tipo de obstáculos. De la serie sobre Jason Bourne extrae su sentido del ritmo y sus brillantes escenas de acción, mientras que de Hanna roba parte de su argumento, aunque eliminando cualquier atisbo de morbo o de violencia excesiva. Vaya, que tratándose de una cinta para quinceañeros entusiastas del cine de acción y ante todo del impúber del Lautner, hay que reciclarlo todo por el tamiz de la corrección política y la simplicidad argumental. Tanto es así que, en la única escena mínimamente tórrida entre el mozalbete y Lily Collins -su partenaire femenina e hija del cantante Phil Collins-, Singleton decide cortar por lo sano los arrumacos de la pareja (o sea, cuatro morreos y unos pocos sobeteos inocentes) para que no lleguen a mayores.

Aburrir, lo que se dice aburrir, no aburre. La mínima (minimísima) historia que propone, la de la huida del gazmoño del Taylor en compañía de su vecinita tras ver morir a sus (teóricos) padres en manos de una misteriosa organización, no hay por donde pillarla. Progenitores de adopción, organismos serbios sin escrúpulos, psicoanalistas reciclados en miembros de la CIA y agentes gubernamentales corruptos, se mezclan en una intriga delirante con muy poca lógica. Suerte que, en medio del caos organizado por su guionista (Shawn Christensen), allí está el pobre de John Singleton para arreglar el entuerto con sus correctas escenas de acción. De trama tiene poca (y altamente ridícula), pero de acción tiene un mucho.

Lo que aprieta el hambre (o la falta de buenos papeles) que hasta gente como Maria Bello, Alfred Molina o la reputada Sigourney Weaver, se ven metidos en un producto tan vacuo (aunque entretenido, repito) como éste.

17.11.11

Las que tienen que servir

De la mano de Tate Taylor llega Criadas y Señoras, una película muy de la época Obama que supone un fuerte alegato en favor de la integridad racial. Ambientada en la Norteamérica de los años 60 en Jackson, una pequeña localidad del estado de Mississippi, en ella se da un repaso a las tensas relaciones existentes entre las criadas de color y las señoras que estaban a su mando; una relación que no distaba mucho del esclavismo.

Narrada entre el melodrama y la comedia y dotada de una sustancial dirección artística pareja a la de la televisiva y encomiable Mad Men, la cinta se centra en la figura de Skeeter, una joven blanca, progresista y contraria a la xenofobia, que tras regresar de la Universidad a su ciudad natal, Jackson, opta por iniciar su prometedora carrera como escritora con un libro que retrate varias de las desagradables historias que marcaron la vida de muchas de las mujeres negras que trabajaban al servicio de influyentes familias sureñas del lugar. Para ello, ni corta ni perezosa, empezará una serie de entrevistas con algunas de las víctimas para luego plasmarlas, en forma de relatos, en su tratado.

Criadas y Señoras es una cinta antiracial y claramente femenina, ya que la presencia del hombre es puramente anecdótica. Ante todo se centra en dos sirvientas afroamericanas y sus encuentros con la escritora para narrarles sus experiencias, resaltando siempre la prepotencia y despotismo -excepciones a parte- con las que eran tratadas por sus patronas. En definitiva, un claro vehículo de lucimiento para un montón de buenas actrices, todas ellas muy comedidas y de entre las que cabe destacar la brillantez con la que Emma Stone afronta el papel de Skeeter y la fuerza con la cual Viola Davis da vida a Aibileen, la primera asistenta que abre sus sentimientos y recuerdos a la difícil petición de la incipiente literata.

A resaltar, por su positivismo, los personajes de la citada Skeeter (quien en su niñez fue criada por la mujer de color que asistía en su domicilio) y de Celia Foote (excelente y divertida Jessica Chastain), una mujer blanca, un tanto corta de entendederas y de muy buen corazón, que contrata a una doméstica de color con la que procede de forma cariñosa. Por el contrario, siguiendo en el lado blanco y como chivo expiatorio de la función, se aposenta la malvada figura de Hilly Holbrook, una tiparraca sin escrúpulos, manipuladora y racista hasta los topes a la que Bryce Dallas Howard interpreta de modo extremo, caricaturesco y con ciertos ramalazos a lo Cruella de Vil.

Quizás su tratamiento, un tanto jocoso por momentos y demasiado dulzón y (truculentamente) emotivo en otros, no sea el más adecuado para un film que se aproxima con desparpajo a un tema tan duro, aunque, en definitiva, se trate del más apropiado para llegar a un público más amplio. Y eso es lo que se supone pretendía su director.

Por cierto: atención a Sissy Spaceck haciendo de abuelita. No tiene desperdicio.

16.11.11

Malas calles

El guionista de Infiltrados y Red de Mentiras, el norteamericano William Monahan, debuta en el campo de la dirección desde la capital británica con London Boulevard, un thriller redentor tan aburrido como previsible. Su principal reclamo comercial se apoya sobre Colin Farrell y Keira Knightley, una pareja de la que, por mucho que se esfuerce su realizador, no desprende la química necesaria para hacer creíble la relación que nace entre los dos.

London Boulevard parte de la salida de la cárcel de un tipo que se ha ganado cierto estatus entre los bajos fondos de la ciudad por su fama de violento. Presionado por viejos colegas y por un capo mafioso (excelente Ray Winstone) para que vuelva a las andadas, sus ansias de redención son tan fuertes que decidirá pasar de ellos y entrar al servicio de una joven estrella del cine, presa de una fuerte depresión y encerrada en su gran mansión londinense, con la finalidad de ejercer como una especie de securata para ella y así librarla del acoso a que la someten los paparazzis. Inevitablemente, y a pesar de las intimidaciones que recibirá el ex convicto, entre él y la abatida actriz nacerá una fuerte atracción.

Su tema central, o sea, la historia de amor entre los dos personajes, resulta tan forzada que, a veces, hasta roza el ridículo en alguna de las situaciones plasmadas. Colin Farrell se pasea por la pantalla con cara de tristón, mientras que la Knightley usa y abusa de sus mohines de niña mimada. Un tête à tête imposible de digerir y cuyo final, por otra parte, está más que cantado desde su primer encuentro.

Monahan, al margen del insostenible love story planteado, se esfuerza en dotar a la cinta de una intriga paralela, mucho más visceral y en parte cercana a viejos thrillers británicos de los años 60 y 70, muy a lo Asesino Implacable, aunque, claro está, salvando las distancias; de aquellos en los que el ambiente soterrado de las calles de los suburbios de Londres se convertían en el alma mater del producto. En este apartado se recrea, ante todo, en los enfrentamientos del personaje de Farrell con su pasado como maleante y en los constantes problemas que le acarrea el tener que controlar a una hermana, con tendencias ninfómanas, que está como una puta regadera. En este aspecto la historia funciona un poco mejor, pues se muestra hábil resolviendo con solvencia sus pasajes más violentos (que haberlos, haylos), aunque sin brindar nada nuevo al género.

Un film irregular, aburrido y previsible, con ciertos (mínimos) destellos de lucidez en su vertiente más salvaje, que se ve marcado inexorablemente por esa sensación de déjà vu que transmite al espectador, por la poca credibilidad que ofrece su historia de amor y por el cansino (y nada original) matiz redentor y moralista que asoma en su recta final. Un mención al margen es necesaria para el patético personaje al que da vida David Thewlis, el otro “chico para todo” al servicio de la angustiada Keira Knightley.

15.11.11

El dulce (y amargo) sabor del chocolate

De Francia y Bélgica llega una comedia afable y sencilla, totalmente funcional, divertida y emotiva. Se trata de Tímidos Anónimos, un sensible tratado sobre la timidez en forma de cuento, muy en la tradición de Amelie. Dirige Jean-Pierre Améris.

La cinta nos acerca al flechazo surgido entre dos tímidos de armas tomar quienes, debido a su apocamiento, se verán incapaces de reconocerse mutuamente su amor. Ellos son el vergonzoso propietario de una pequeña chocolatería a punto de la quiebra y su nueva empleada, una mujer igualmente retraída aunque dotada con una extrema sensibilidad, de la que no le gusta alardear, en la elaboración de los mejores bombones del mercado.

Tímidos Anónimos atrapa por su cándido y tierno guión y, ante todo, por la forma cariñosa con la cual Améris arropa a sus dos protagonistas, unos excelentes Benoît Poelvoorde e Isabelle Carré, esta última en su faceta más pizpireta. Entre las sudoraciones excesivas de él y la propensión al desmayo y a las ruborizaciones de ella, acaba creándose una química excelente entre ambos personajes.

Una historia de amor diferente, con pasajes ciertamente jocosos y otros directamente entrañables y en la que cabe destacar las escenas de terapia de grupo a los que asiste ella, las continuas visitas al psicoanalista de él y los distintos encuentros, fracasados y embarazosos, de ambos enamorados cohibidos.

No le hagan ascos a la película. Ochenta minutos totalmente aprovechados, sin asperezas y yendo siempre directo al grano. Su visionado es como la ingesta de un bombón de calidad suprema: ligera, aunque navegando entre la dulzura y el amargor.

14.11.11

Tintín Jones en busca del tesoro perdido

Soy de los que se consideran tintineros de toda la vida. Crecí devorando los álbumes de Tintín. Es más, aún conservo en una de mis estanterías toda la colección de Hergé, la original, la del lomo de tela. Y aún hoy en día, en mis momentos más melancólicos, acudo a repasar alguna que otra de las aventuras del avezado periodista belga. Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio, vía Steven Spielberg (director) y Peter Jackson (productor), no ha hecho más que reavivar mi pasión por uno de los mayores héroes de mi niñez junto con Astérix.

En su adaptación, Steven Spielberg ha sido fiel al espíritu del cómic y del personaje, aunque no tanto a ese trazo simple que caracterizaron las viñetas dibujadas por Hergé. Eso es debido a que Spielberg, para la traslación del personaje a la pantalla grande, ha optado por el mismo sistema virtual y de animación usado anteriormente por Zemeckis en Polar Express: o sea, filmar con actores reales, de carne y hueso, pero dotándolos, a través de la informática, de las mismas características físicas que los protagonistas ideados por Hergé. Mejora la técnica utilizada por Zemeckis aunque, en su afán por hacer totalmente realista el resultado, sobrecarga la imagen hasta extremos ciertamente exagerados. Un abuso visual, en el fondo perdonable, para realzar el método empleado así como para darle más fuerza a la opción del 3D.

Al margen de esa pequeña desavenencia con el universo de Hergé, Spielberg y Jackson han seguido perfectamente los cánones que dominan el mundo de Tintín y sus colegas. Han partido de tres libros en concreto (El Cangrejo de las Pinzas de Oro, El Secreto del Unicornio y unas mínimas pinceladas de El Tesoro de Rakham El Rojo), alterando el orden de ciertos pasajes con la finalidad de otorgarle continuidad y uniformidad a la historia (como sucede con el primer encuentro con el capitán Haddock) y, a través de un toque inevitable a lo Indiana Jones europeizado, se han enfrentado a la primera hazaña made in USA del joven aventurero. No faltan momentos de cosecha propia, como el concierto de la Castafiore en medio de un exótico escenario moruno, aunque siempre apegados a la quintaesencia del personaje original. En definitiva: una forma como otra de enriquecer las andanzas del intrépido personaje, aunque con ello, y sólo de vez en cuando, se les haya ido un poco la bola, tal y como sucede con la lucha de grúas entre Haddock y Shakarine, el villano de la cinta.

Unos títulos de crédito iniciales -muy a lo Saul Bass y en claro auto homenaje a Atrápame Si Puedes-, abren El Secreto del Unicornio. A partir de aquí, sólo se trata de viajar hasta nuestra infancia y volver a reencontrarnos con un Tintín renovado, puesto al día, aunque conservando la misma estela de simplicidad con la que se planteaban todos los misterios a resolver; un Tintín que, al igual que en las páginas de Hergé, se ve un tanto desplazado por la fuerza del personaje del capitán Haddock, ese inolvidable, bravucón y borrachín marinero que de pequeños nos enseñó a despotricar a grito pelado y de forma poco elegante y que, en esta ocasión, se ha colado sobre la piel de Andy Serkis, un inmenso actor, de rostro casi desconocido, especializado en dar vida a los seres más extraños del Séptimo Arte durante la última década (Gollum y King Kong incluidos).

La aventura, sin matices ha regresado de nuevo al cine de la mano de Spielberg y de Tintín. Una aventura que honra la obra de Hergé y que nos hace olvidar por completo el par de patéticos intentos francófilos, en los años 60, de acercar al personaje (en carne y hueso) a la gran pantalla con El Misterio del Toisón de Oro y El Misterio de las Naranjas Azules. Ansioso estoy por ver el tratamiento que dispensa Peter Jackson, en el próximo capítulo, a uno de los personajes más olvidados de esta entrega: el inefable y despistado profesor Tornasol. Por el momento, con Tintín, su perro Milú, Haddock y con la pareja de tontorrones policías gemelos Hernández y Fernández, (Thompson and Thomson en la versión original americana) han aprobado con nota alta. Es más, diría que altísima.