Martin Scorsese ha vuelto. Y lo ha hecho en plena forma, con uno de los temas en los que mejor se mueve; una película como las de antes, de polis y ladrones; de buenos y malos; de mafias y corruptelas. Infiltrados es su título. No es un trabajo original (pero sí excelente), pues se trata del remake de un film coreano, Infernal Affairs; un film que, por cierto, ahora pueden repescar a través de la parrilla de programación de Canal + con el título español de Juego Sucio.
En el caso de Scorsese, la palabra remake no asusta. En ese campo, por ejemplo, ya nos demostró su solvencia con El Cabo del Miedo, una perfecta e inteligente actualización de una vieja cinta del irregular J. Lee Thompson. Y, al igual que ha hecho ahora con Infiltrados, lograba que no se añorase en momento alguno el producto original.
La historia parece un tanto rocambolesca, pero Scorsese, con la ayuda del conciso guión escrito por un tal William Monahan, hace que todo sea totalmente comprensible para el espectador. La trama está urdida alrededor de un generoso número de nombres y personajes, pero el poder de sintetización que demuestra su guionista es magnífico. Centra la historia, principalmente, en los dos agentes de policía infiltrados y los satélites más próximos a ellos.
Leonardo DiCaprio es Billy Costigan, el detective infiltrado en el grupo mafioso; un DiCaprio diferente, mucho más maduro, heredero directo del Actors Studio y alejado totalmente de aquel niñato heroico del Titanic. Matt Damon es su polo opuesto, Colin Sullivan, el poli directamente conectado a las órdenes del buscado Frank Costello; un excelente Damon que, a pesar de su angelical rostro, ha sido capaz de romper con su sosería habitual para transformarse en el mayor hijoputa de la película. Más hijoputa incluso que el propio Jack Nicholson quien, como era de esperar, es el encargado de dar vida al tal Costello a través de una sarcástica interpretación (rayana en el histrionismo, aunque sin caer del todo en él) en la que recupera, en parte, al mefistofélico personaje que representó en la mediocre Las Brujas de Eastwick. Y respaldando a ese triplete, ahí está la indiscutible profesionalidad de gente como Alec Baldwin, Martin Sheen o Mark Wahlberg, este último en un rol muy distinto al que nos tenía acostumbrados, y con el que Scorsese, aprovechando la semblanza física del actor con Matt Damon, monta un juego particular (y casi privado) ciertamente sutil, sardónico y perverso que no pienso desvelar para no romper con ello un momento clave del film.
La cinta es visceral. El director de Taxi Driver, cuando se mete de lleno en el mundo de la mafia, no está para muchas concesiones (a pesar de que cambia un poco el final con respecto a la película coreana). La violencia le va, pero sólo la usa en momentos muy concretos, sin llegar a recrearse en ella, a modo de pequeños destellos narrativos, muy al contrario del uso y abuso (sin lógica alguna) que hacen de la misma ciertos realizadores muy en boga.
152 minutos de pura artesanía cinematográfica. Scorsese ha regresado a sus orígenes, aunque cambiando su preciada Nueva York por Boston y, a mi parecer, superando al título original en el cual se basa. Al menos, me da la impresión de tratarse de un producto más efectivo y mejor narrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario