15.10.06

Ustedes lo han querido: LA GATA SOBRE EL TEJADO DE ZINC


Paul Newman, Elizabeth Taylor y, tras la cámara, alguien tan solvente como Richard Brooks. Seis nominaciones al Oscar (mejor película, director, guión adaptado, fotografía y sus dos actores principales) y ninguna estatuilla. Y es que, para el público norteamericano de finales de los 50, debería resultar excesivamente amoral y destructiva la excelente propuesta de La Gata Sobre el Tejado de Zinc. O, al menos, así lo fue para la censura. ya que su director se vio obligado a dejar bastante enmascarada la presunta homosexualidad de Brick Pollitt, el personaje interpretado por Newman.

La película está basada en la obra teatral homónima del prestigioso Tennesse Williams, toda una institución en Hollywood desde que se estrenara, siete años antes, la excelente versión cinematográfica de otro de sus libretos, Un Tranvía Llamada Deseo. La Gata, al igual que la mayoría de las obras del escritor, está ambientada en el caluroso y húmedo sur de los Estados Unidos; en este caso, en una lujosa mansión, propiedad de una acomodada familia y situada a las afueras de Nueva Orleans. Allí, en ese apacible enclave y debido a la inminente muerte del patriarca del clan, explotará un encendido drama familiar en el que se mezclarán los celos, el odio y las ansias por conseguir la multimillonaria herencia que está al caer. La tensión y la mala leche acumulada durante muchos años, serán el detonante para que ciertas manchas oscuras del pasado salgan de nuevo a flote.

La cinta se centra, ante todo, en la fría relación que mantiene Brick, el hermano menor, con su sensual y ardiente esposa, Maggie, esa gata a la que da título el film. El alcohol, una vieja amistad y la falta de hijos en su matrimonio, son algunos de los causantes del deterioro de la pareja. Paul Newman y Liz Taylor, mediante dos interpretaciones soberbias, componen ese matrimonio distanciado y tocado por un hecho no muy lejano. Newman es hielo; Taylor es puro fuego. Él bebe para olvidar; el vaso de whisky es una extensión más de su cuerpo. Ella, la caliente y tentadora felina, guarda las apariencias ante sus suegros y sus cuñados, a pesar de que todos son conscientes de la degradación en la que están inmersos.


Aparte de su estupenda pareja protagonista, La Gata Sobre el Tejado de Zinc posee un grupo de actores maravillosos; de ese tipo de secundarios que, con su sola presencia, hacen grande una película. De entre ellos querría destacar, ante todo, la presencia del gigantesco Burl Ives quien, con su inmenso corpachón, dio vida a “Big Daddy”, el patriarca de la familia Pollitt, un ser orgulloso y déspota que, con su anunciada muerte, desencadena un maremoto de envidias y avaricia.

El guión, del propio Richard Brooks y James Poe, se muestra igual de cínico que la obra original y, a pesar de los citados problemas con la censura, consigue que el espectador adivine la verdad sobre el personaje de Newman. En su realización, nunca renuncia a la apariencia teatral, pero con su brillantez escénica y narrativa, hace que nos olvidemos de la misma. Sus diálogos son compactos, brillantes, llenos de nervio; tan brutales resultan que, a veces, suenan como dolorosas bofetadas. “Si tanto desprecias tu vida, ¿por qué no te matas?”, le pregunta “Big Daddy” a Brick, angustiado por el alcoholismo que está destruyendo a su hijo; la respuesta no podría ser más concisa y cruda: “Porque ya no podría seguir bebiendo”.

De vez en cuando y sin abusar, el realizador utiliza la presencia de los hijos de Gooper (Jack Carson), el hermano de Brick, como elemento cómico para suavizar en parte su hiriente tono melodramático. Tal y como los define la propia Maggie the Cat, se trata de pequeños “cuellicortos”; unos endiablados chiquillos que, con sus actos, son capaces de enervar aún más el mal rollo familiar.

Un trabajo sólido, elegante. Un clásico indiscutible. Una lección interpretativa mayúscula. Un tipo de cine que ya no se hace y que, de vez en cuando, vale la pena recuperar y revisar. Nunca está de más. Y además, gracias a la presencia de Elizabeth Taylor en uno de sus mejores momentos, capaz de fabricar un indiscutible y deseado icono sexual que aún sigue perdurando en nuestra memoria. Es inevitable: siempre que veo un tejado de zinc, alzo la mirada y busco en él la curvilínea silueta de Maggie.


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