24.10.06

Alguien se comió a la cigüeña

Al igual que El Laberinto del Fauno, el film del que les hablaba ayer, Hijos de los Hombres (aparte de ser proyectada de igual manera en el Festival de Sitges) tiene, al frente de su proyecto, a un realizador mejicano, Alfonso Cuarón, curiosamente también implicado en la producción de la película de Guillermo del Toro. Por si esto fuera poco y siguiendo los pasos del fauno, se trata al mismo tiempo de otro film excelente.

Hijos de los Hombres está basada en la novela de la prestigiosa escritora británica P. D. James. Ambientada en el 2027, un futuro no muy lejano, nos presenta a una sociedad sumida en el caos debido a las guerras nucleares y las crisis económicas. Media humanidad ha sucumbido al desastre. La otra mitad busca refugio en Gran Bretaña, un país que lleva ocho años con sus fronteras cerradas al exterior y que ha tomado serias medidas con respecto a la numerosa inmigración que intenta entrar en el país de forma ilegal, sufriendo toda la isla un contínuo y desalentador estado de excepción.


Militares y policías patrullan las calles; el gobierno aplica con demasiada frecuencia el llamado “terrorismo de estado”; grupos ilegales apuestan por la violencia para plantar cara al nuevo régimen y allí, en medio de todo el fandango y como si la cosa no fuera con él, está Theodore Faron (Theo para sus pocos y elegidos amigos), un personaje gris y oscuro que, tras dejar la lucha armada después de varios años ejerciendo como activista en un grupo radical de izquierdas, ha conseguido un empleo como funcionario en el Ministerio de Energía. Al igual que el resto de los humanos tiene muy claro un espeluznante detalle: el fin del mundo está cerca. El Apocalipsis Final está a la vuelta de la esquina. La prueba más fehaciente de ello es que las mujeres, desde hace 18 años, han perdido el don de la fertilidad. 18 años sin niños; ni un solo nacimiento en ese tiempo. Y sobre él, sobre los hombros del oscuro y gris Theo, sin comerlo ni beberlo y marcado por un hecho traumático de su pasado, caerá una gigantesca responsabilidad con la cual podría cambiar el rumbo de la humanidad.

Hijos de los Hombres es un film de ciencia-ficción. Pero ciencia-ficción de la buena, de la más “real”, de la creíble. Habla de un futuro muy palpable, espantosamente parecido al que en más de una ocasión hemos previsto en nuestras peores pesadillas. Y eso es precisamente lo que nos muestra Cuarón con todo lujo de detalles: una sociedad aún muy parecida a la nuestra, sin grandes avances tecnológicos y un poco más deteriorada que ahora. No mucho, no crean: sólo un poquito más. En ella no hay espadas lasser, coches voladores ni nada que se les parezca. En las calles hay hambre, irritación, miedo, miseria y suciedad. Mucha suciedad. Y demasiada añoranza por volver a sentir voces de niños jugando en los parques infantiles.

La escena inicial es brutal; un impacto para los ojos y los sentidos del espectador. Una escena que es capaz de agarrar a uno por donde más duele y mantenerle enganchado durante todo el resto del metraje. Hijos de los Hombres es magnética. Cada minuto de película va a más. Su crescendo narrativo es imparable. Misterio, intriga, suspense, melodrama..., un poco de todo y, por momentos, entrando a saco a través de un ritmo imparable. Sin ser un film de acción propiamente dicho, trepidante es la palabra que mejor lo define. Su planificación visual es brillante. La manera de filmar ciertas escenas denota la fuerza de un maestro. Hacia el final y en medio de un ghetto habitado por centenares de inmigrantes, se encuentra un buen ejemplo de esa fuerza visual: un largo plano secuencia, siguiendo al personaje de Theo mientras va esquivando balas y bombas, así lo demuestra. Con el objetivo manchado por las gotas de sangre de un hombre acribillado, cámara en mano y culebreando al igual que el protagonista, el realizador mejicano consigue una de esas inolvidables secuencias que pasarán a formar parte de la antología del cine. Y de un cine del más alto nivel, en donde las (sobrecogedoras) imágenes y sus diálogos han sido conjuntados de manera inmejorable.

Su guión supone un loable alarde de sabiduría. Sus diálogos son inteligentes. Todo cuanto dicen sus protagonistas suena natural, en nada forzado, creíble al 100%. Y mediante ese calculado y milimetrado guión, en el que todo tiene su tiempo adecuado, Cuarón ha conseguido, al mismo tiempo, una película de personajes; muchos de ellos entrañables, como ocurre con el Theo, ese antihéroe metido en la piel de un soberano Clive Owen en su mejor interpretación hasta el momento, o el del también desencantado pero encantador (y valga la redundancia) Jasper, un hippie melenudo y solitario al que da vida un envejecido Michael Caine, un tipo que ha optado por desaparecer del mapa y recluirse, en compañía de su vegetativa esposa, en una apartada casa en medio del campo. Su pasión por la música de los 60, su afición a la marihuana, la admiración por Lennon y McCartney y su desmesurado amor por el Ruby Tuesday de los Stones, son algunos de los detalles que le ayudan a evadirse de un mundo que a él le queda ya muy lejano. Total, con su avanzada edad, cambiará de barrio mucho antes que los Arcángeles hagan atronar sus trompetas.

Imagínense un mundo sin niños; piensen en la suciedad actual de nuestras grandes ciudades y multiplíquenla por tres o, sin ir más lejos, rememoren el ambiente bélico de Bosnia y los múltiples ataques sobre Irak. Ese, según Alfonso Cuarón, es nuestro futuro inmediato. Que los ginecólogos empiecen a buscar un nuevo oficio para seguir comiendo. Yo, por si las moscas y para tomar las medidas pertinentes, ya la he visto dos veces en pocos días. Una en Sitges; la otra, ayer mismo, para que mi mujer disfrutara con el mejor producto estrenado en lo que va de año.

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