31.12.11

Recapitulando (y II): Lo más peor del 2011

Al filo de la medianoche y antes de que se atraganten con la ingesta acelerada de las 12 uvas de rigor, les dejó con lo prometido: las 10 peores películas del 2011. Hay algunos títulos que, a buen seguro, levantarán ampollas y crearán controversia. Personalmente les puedo asegurar que todos ellos, cada uno en su estilo, me parecieron irritablemente insufribles. Como siempre, numerados a la inversa, del 10 al 1. De lo peor a lo más hediondo.

Empieza la cuenta atrás…

10.- The Green Hornet. Una sátira de lo más burdo sobre la serie televisiva homónima que, en los sesenta, popularizará a la figura de Bruce Lee en los EE.UU. y que antes, en los años 30, había sido un serial radiofónico. Una animalada sin pies ni cabeza. Debido a este film de un Michel Gondry en horas bajas, Britt Reid y su ayudante Kato ya tienen su rinconcito basura dentro del Séptimo Arte. El guión brilla por su ausencia y su trama pseudopoliciaca junto con sus descontroladas y nada atractivas escenas de acción, resulta de lo más ridículo. Nada; que no hay nada más allá de los ademanes y la voz altisonante del cargante Seth Rogen, de las hostias marciales de su comparsa nipón o de los chutes de botox de una siliconada Cameron Díaz ejerciendo de mujer florero. El vacío total; la gran chorrada. Como un nuevo Batman, pero en patético y en forzadísimo 3D.

9.- Cowboys & Aliens. Básica, básica, básica... una cinta que no va más allá de su propio título: vaqueros y extraterrestres. Un amplio y a priori atractivo casting al servicio de la nada absoluta. Su inicio es el típico y tópico del western de toda la vida, con forastero incluido en medio de un pueblucho en el que no se siente bien acogido. De repente, cuando los guiños al cine del oeste se han agotado, la cosa da un giro y entran en escena un montón de naves extraterrestres que se dedican a secuestrar a los habitantes del lugar. Muchos efectos especiales y ninguna consistencia argumental. Los personajes deambulan por la pantalla sin entidad ni vergüenza alguna: el Daniel Craig de machote amnésico y el Harrison Ford de abuelito machote. Lo único que llevaba entre ceja y ceja el Jon Favreau, su director, era aglutinar los tics de uno y otro género y agitarlos como si se tratara de un cocktail. Ahora unos indios por aquí, ahora unos alienígenas por allá. De historia nada, cero. John Ford, ante tamaña marcianada, alucinaría pepinillos.

8.- Larry Crowne, Nunca Es Tarde. Tom Hanks delante y detrás de la cámara para endilgarnos una de las comedias más vacías e inconsistentes de los últimos años. De partenaire, Julia Roberts y su gran dentadura. Y todo ello para contar la historia de un tío solitario y un pelín cortito de entendederas que, tras ser despedido de los almacenes en los que trabaja, se apunta a la universidad, se compra una Vespa y se enrolla a su borrachina profesora. Forrest Gump se hace motero y se lo monta con la sonrisa de Monalisa. El Hanks está de un revulsivo que tumba de espaldas, mientras que la Roberts a duras penas sale intacta de uno de los papeles más estereotipados de su carrera. Una especie de telefilm de sobremesa producido con la única intención de cubrir el expediente. Previsible y cursi; ni hace gracia, ni emociona. A los de Tráfico tampoco les debió gustar mucho, pues le endilgaron una multa a la distribuidora por salir los dos protagonistas en el cartel promocional montados en una moto y sin el casco reglamentario. Simple y llanamente, caca de la vaca... la película y las ansias que tienen en Tráfico por llenar sus arcas.

7.- El Árbol De La Vida. Terrence Malick, haciendo gala de su fama de tipo extraño, ha urdido un tostón de película tras la que, aprovechando el retrato de una familia tejana de los años 50 compuesta por un matrimonio y tres hijos, se esconde un abusivo dechado de teología de mercadillo mezclado con unas gotas visuales a lo National Geographic. En primer plano, una única idea: Dios existe, es bueno y no nos saca el ojo de encima. En segundo plano, como reclamo comercial a tanta colgada, Brad Pitt sobreactuando y metiendo cara de subnormal. La cinta habla un poco de todo: de la muerte, de la naturaleza, del hombre, de la Tierra, del amor, del odio, de los celos y, ante todo, de la eterna lucha entre el bien y el mal. Siempre en abstracto. En el fondo, no ofrece nada nuevo; otros cineastas, menos petulantes y de forma más abierta, han contado historias similares, sin aburrir y con mejores resultados. Pero él, Malik, es diferente, pues lleva el sello de autor grabado en la frente: la licencia definitiva para soltarse un pedo en público y que los entendidos le alaben su olorcillo. Es más, en Cannes, aturdidos por el tufillo (existencial), le premiaron con la Palma de Oro.

6.- No Lo Llames Amor… Llámalo X. O cómo construir una comedia coral con el menor esfuerzo posible. El truco se basa en trasladar el espíritu y estilo de las múltiples y ya cansinas televisivas sitcoms españolas a la gran pantalla. El resultado, por supuesto, es nefasto. La inclusión de cuatro caras conocidas por los espectadores, un par de chistes verdes, unas cuantas alusiones políticas y un mucho de muslamen (sin pasarse nunca de la raya), no es suficiente para urdir una buena trama. Es como una regresión a los tiempos de Mariano Ozores pero aún en más desastroso, pues la propuesta de juntar el cine pornográfico con la Guerra Civil, a pesar de su atrevimiento formal, se queda en una sátira de lo más blanco y lamentable. Que pena da ver a una gran dama como Adriana Ozores metida en un berenjenal como éste. Si el maestro Berlanga levantara la cabeza...

5.- Caperucita Roja, ¿A Quién Tienes Miedo? Si Catherine Hardwicke no tenía suficiente convirtiendo a los vampiros en sonrosados teenagers enamoradizos (por algo fue la responsable del primer Crepúsculo), ahora la ha tomado con la pobre Caperucita Roja a través de un largometraje, con forma de video-clip y colores parchís, en el que mezcla licantropía con valores morales para adolescentes. Una mescolanza que tumba de espaldas: algo huele a podrido en la aldea de Caperucita. Aburrida, sin ritmo alguno, exenta de gancho y sin personalidad. Una especie de culebrón sin estilo, destinado a niñas endebles, en el que Amanda Seyfried, a pesar de lucir esos grandes ojazos que posee, sigue demostrando que eso de la interpretación le viene muy grande. Aquí, lo único que hace miedo es el desmelene con que afronta el papel de malo maloso un Gary Oldman más pasado de rosca que nunca. A tropecientos mil años luz de la ochentera En Compañía de Lobos: eso sí que era enfrentarse al cuento de Caperucita con un par.

4.- El Estudiante. Por suerte para su salud mental, este film se estrenó en poquísima salas y pasó un poco de tapadillo. No saben lo que se han ahorrado. Dirigida por el mejicano Roberto Girault, se centra en las experiencias de un jubilado quijotesco de setenta años que decide matricularse en la Universidad de Guanajuato. Lo que engañosamente se inicia como una comedia afable y entretenida, no es más que una argamasa explosiva compuesta de unas gotas de moralina y un mucho de cristianismo exacerbado. Una crítica desaforada sobre la pérdida de valores de la juventud actual que, por su tono reaccionario, parece haber sido escrita por integrantes de la ultraderecha. Su postura antiabortista o la negación rotunda a las relaciones sexuales prematrimoniales, son sólo un par de los múltiples temas que plantea. Alcohol, drogas y demás vicios, por descontado que empezarán a ser erradicados del campus de Guanajuato gracias a los sabios consejos evangelizadores del Chano, el anciano protagonista. Por su moralina discursiva, más que una película se me antoja todo un panfleto envenenado; un manual de buenos modales de aquellos que, durante el franquismo, eran de aprendizaje obligatorio en las escuelas. Hay cosas que, a mis cincuenta y tantos, me superan ampliamente; y ésta es una de ellas.

3.- Capitán Trueno y El Santo Grial. Tantos años hablando de llevar al cine las viñetas de Víctor Mora, para acabar endilgándonos un subproducto cuya visión hace sentir vergüenza ajena. Un film desfasado e incapaz de hacer vibrar al espectador con las aventuras (o, mejor dicho, aventurilla) del mítico capitán Trueno y sus comparsas. Mal narrado (su guión es un puro caos) y repleto de diálogos y situaciones imposibles, es la clara constatación de que su director, Antonio Hernández, estaba completamente perdido en medio de una historia que le venía demasiado grande. Para más desgracia, su casting es todo un poema al desacierto. Es más, ante la falsa impostura con la cual entonan sus frases todos los actores (del primero al último), uno diría que se trata de una simple troupe de aficionados intentando dar cuerpo a uno de los tebeos del maestro Mora. Siempre me quedaré con las ganas de saber como hubiera sido la visión de Juanma Bajo Ulloa sobre el héroe español por antonomasia de las Cruzadas. A buen seguro, le habría dado un toquecito pulp que en la versión de Hernández brilla por su ausencia.

2.- El Último Verano. Jacques Rivette es el maestro de los peñazos, el ídolo de los gafapastas. Empeñado en seguir con sus historias aburridas y adornadas con toques intelectualoides y pedantillos, se adentra en el interior de un patético circo ambulante en el que un par de equilibristas y tres payasos reconcomidos que se pasan el puto día representando y ensayando el mismo número. En primer plano, y como plato fuerte de la función, la relación que se establece entre una solitaria y torturada Jane Birkin y el Sergio Castellitto. La primera, aunque amargada, sigue con el circo por razones familiares, mientras que el segundo no es más que un italiano, también solitario, que pasaba por ahí y se queda prendado de las arrugas de ella. Una película en la que no pasa absolutamente nada de nada, aunque todo en ella sea de lo más bucólico y silvestre. Lenta a matar. Escenas que se repiten una y otra vez, como el sketch de los payasos depresivos o las absurdas conversaciones (o no conversaciones) del Castellitto con el resto de los integrantes del circo. Miradas, silencios y cantidad de situaciones y diálogos para besugos. La naturalidad en los actores es nula: ¡Viva la teatralidad! El sonido de los grillos, de fondo, que no falte. Cuatro encuadres básicos y un mucho de experimentación al servicio de una gran tomadura de pelo. A todo le llaman cine... e inclusive poesía.

1.- Una Mujer En África. La primera película de la realizadora francesa Claire Denis estrenada en España. Y espero que, vistos los resultados, sea la primera y la última. La cinta plantea el caso de una mujer occidental que regenta una plantación de café en un lugar inconcreto de África y que, ante los primeros disparos del ejército para restablecer el orden en el país, decidirá quedarse al pie de su negocio. Una gafapastada innombrable y pésimamente explicada, en la que Isabelle Huppert da muestras de su vertiente más histriónica hasta límites ciertamente agotadores, mientras que la directora usa y abusa de elipsis narrativas insertadas sin venir a cuento y de un patético montaje que hace imposible discernir que narices sucede en pantalla. Ya no estoy hecho para leer entre líneas. Al pan, pan y al vino, vino. Lo demás son fantasmadas que sólo sirven para conseguir el aplauso de cuatro enteradillos que van al cine a ponerse medallas. Y si sale la plasta de la Huppert, todos en pie y a fichar. ¡Vaya tostón!

Feliz 2012 a todos ustedes (menos a los que ya saben, que ellos se encargarán de jodérnoslo)

30.12.11

Recapitulando (I): Lo más mejor del 2011

Como cada año por estas fechas toca dar un repaso a lo mejor de la temporada, remarcando los diez títulos que, en general, más me han cautivado. He de decir que la elección ha sido difícil, por lo cual se han quedado en el tintero excelentes películas como el Tintín de Spielberg, Melancolía de Von Trier o La Conspiración de Robert Redford, entre otras muchas, incluida Piraña 3D, uno de los productos más gamberros y atrevidos del 2011.

Al igual que en ocasiones anteriores, irán numeradas de lo mejor hasta lo más mejor. O sea, del 10 al 1.

10.- El Hombre de al Lado. Un melodrama sorprendente, con pinceladas de comedia altamente cínica y dotado de un aire a lo thriller psicológico. La cinta, dirigida al alimón por los argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat, plantea una historia de mal rollo entre dos vecinos que se ven enfrentados por la construcción de una nueva ventana en el domicilio de uno de ellos. Un par de personajes antagónicos -un diseñador moderniqui y un chuleta sin oficio ni beneficio-, al servicio de un minimalismo estético y narrativo que, por su originalidad, acaba atrapando al espectador. Largos silencios, sonoros mazazos y un sinfín de miradas amenazadoras, ayudan a crear una de las atmósferas más asfixiantes de la temporada. Un curioso ejemplo de como, a partir de un minúsculo grano de arena, se acaba creando una montaña gigantesca. Y, de propina, dos interpretaciones mayúsculas: las de Rafael Spregelburd (el pijo engreído pirrado por las formas de Le Corbusier) y Daniel Aráoz (el quincorro amenazador). Atención porque, en el fondo, nada es lo que parece.

9.- El Mundo Según Barney. Una excelente comedia, de claros tintes melodramáticos, que pasó un tanto sin pena ni gloria por la cartelera española. Dirigida por Richard J. Lewis (un hombre formado en el ámbito televisivo), narra la vida de un estresado productor televisivo, desde sus inicios en el mundo de la farándula hasta sus últimos días aquejado de Alzhéimer. Un trabajo divertido y conmovedor a partes iguales, en el que cabe destacar la espléndida interpretación de Paul Giamatti metido en la piel de Barney Panofsky, un tipo corriente, ni bueno, ni malo, aunque sí muy obsesivo, que ha pasado por la Tierra consumiendo tres matrimonios y convirtiéndose en el principal sospechoso del asesinato de uno de sus mejores amigos. Atención a la presencia de un supremo Dustin Hoffman en el rol de un policía jubilado y padre de Barney: sencillamente insuperable. No puedo negar que la emotividad de su recta final me provocó unas cuantas lagrimillas.

8.- Winter’s Bone. Una historia dura y triste, muy triste, a veces escalofriante. Escenarios grises, en los que la suciedad y la dejadez campan a su aire, plagados de personajes desarraigados, incultos y salvajes, como la propia naturaleza que les rodea. La América profunda no es moco de pavo y Debra Granik, su directora, retrata ese microcosmos enfermizo con una frialdad rotunda y a través de la historia de una niña de 17 años que deberá hacerse cargo de sus dos hermanos menores y de su madre enferma tras la desaparición de su padre, un hombre que siempre salió adelante a base de trapicheos, tráfico y cocinado de drogas incluido. Un thriller melodramático, agónico y estremecedor que se acerca a los habitantes de una tierra que se rigen por sus propias normas. Una mafia distinta a la que el cine y la televisión nos han mostrado a lo largo de los años y, en la cual, la ley del silencio es su precepto sagrado. Una cinta desgarradora, de clanes familiares no declarados y con demasiados lazos sanguíneos entremezclados, en donde el miedo y la inseguridad campan a su aire. Una pequeña joya del cine independiente en la que destaca la labor de su protagonista femenina, la jovencísima y sorprendente Jennifer Lawrence.

7.- Un Dios Salvaje. Si el año pasado Roman Polanski ya estuvo con El Escritor entre las 10 mejores de Spaulding’s Blog, en esta ocasión repite con un trabajo mucho más cerrado y hermético. Filmada entre las cuatro (teóricas) paredes de un apartamento neoyorquino, la película relata, en tiempo real, el encuentro de dos matrimonios para hablar de la pelea callejera que ha enfrentado a sus dos hijos. Una comedia caustica y visceral tras la que se esconde una disección de las debilidades del ser humano. Un enfrentamiento a dos bandas que, a pesar de significar un drama tremendo, provoca la hilaridad del público gracias a sus espléndidos diálogos y a la labor de sus cuatro insuperables protagonistas, a cual mejor. Una mirada atroz y con un sentido del humor diabólico hacia una sociedad cansada y estresada. Polanski sigue estando en estado de gracia.

6.- El Demonio Bajo La Piel. Una de las propuestas más radicales, en cuanto a violencia se refiere, del año 2011. Basada en la novela de Jim Thompson The Killer Inside Me, la cinta se centra en el personaje de Lou Ford, el joven ayudante del sheriff de una pequeña población tejana convertido en un sanguinario criminal. La perfecta recreación del Texas de los años 50, la magnífica interpretación de un Casey Affleck metido en un papel que rompe moldes con respecto a su carrera anterior y la sorprendente presencia de una insinuante Jessica Alba, son sólo algunos de los detalles que lo convierten en un producto ciertamente notable. Súmenle a ello un par de pasajes totalmente descarnados (aunque muy acordes con el universo literario de Thompson), un poco de delirio narrativo y un mucho de cine negro en estado puro. La bestialidad está servida. Ahora tan sólo es cuestión de racionalizarla y descubrir los paralelismos que plantea Michael Winterbottom, su director, con el mundo del polémico David Lynch.

5.- No Habrá Paz Para Los Malvados. A pesar de no haber sido un buen año para el cine español, Enrique Urbizu ha conseguido uno de sus trabajos más brillantes y cáusticos tras la memorable La Caja 507. Al igual que en ésta, de un hecho aislado se pasa a un entramado mucho más oscuro y peligroso. Sólo es cuestión de abrir la caja de Pandora y dejar que asomen los truenos. Para ello el director vasco cuenta con el personaje de Santos Trinidad, un policía cincuentón, quemado en su profesión y en su vida privada, que durante una noche de borrachera acaba con la vida de tres personas en un puticlub y que, en cuyo afán por borrar las pistas del crimen, dará sin proponérselo con un asunto que podría hacer peligrar la seguridad nacional. Un guión preciso, sin lagunas: no muestra del todo sus cartas; incluso oculta algunas, dejando que el espectador las intuya y las descubra por sí mismo. José Coronado, al igual que en La Caja 507, está que se sale. Atención a la sangría inicial, a los tres últimos (y escalofriantes) planos consecutivos y al montón de inquietantes paralelismos sugeridos con el 11-M. Cine más negro que este, imposible.


4.- El Origen Del Planeta De Los Simios. Para romper con las zetosas secuelas, una olvidable serie televisiva y el patético remake de Tim Burton provocados por El Planeta de los Simios (hoy en día considerado un clásico indiscutible), Rupert Wyatt ha optado por una magnética trama que dé explicación a los interrogantes que se planteaba el personaje de Charlton Heston en la magistral escena final del film de Franklin J. Schaffner de 1968. Para desvelar tales enigmas, recurre a la experimentación farmacológica abusiva con chimpancés, al maltrato que algunos humanos infligen a estos animales y a la existencia de un simio dotado de una inteligencia superior y cierto poder de liderazgo entre los suyos. Todo ello bien cocinado y revuelto para que se arme la consecuente marimorena. Un producto elegante, divertido e ingeniosamente respetuoso (a través de un sinfín de guiños) con sus predecesores cinematográficos. Un loable trabajo que consigue entretener a las plateas sin decepcionar en absoluto y que, conjugando a la perfección los efectos digitales con la acción, logra que el espectador enfatice a la perfección con César, el chimpancé protagonista tras el que se esconde la figura de Andy Serkis, el mismo actor que recientemente se ha metido bajo la piel del capitán Haddock. Una monada de película, vaya.

3.- The Artist. Un delicioso homenaje al cine mudo y, por extensión, al nacimiento del cine sonoro, a través de una historia de amor entre un famoso actor y una nueva estrella en plena subida de popularidad. Dirigida por el francés Michael Hazanavicius, el hombre demuestra tener agallas al tomar la decisión de rodar en pleno siglo XXI una película muda y en radiante blanco y negro para rendir tributo a Hollywood y a una época en concreto de la Meca del cine, utilizando para ello la tecnología actual sin copiar la caligrafía cinematográfica de entonces. Se acerca de modo cariñoso a sus dos personajes principales, al tiempo que los arropa musicalmente a través de su flamante banda sonora, el tercer gran protagonista del film. Una mezcla de comedia y melodrama que, amparándose en un sinfín de inteligentes guiños cinéfilos, potencia el trabajo de Jean Dujardin y Bérénice Bejo, dos actores que dan el pego como comediantes de esos tiempos al amoldarse a la perfección a una interpretación más física y extremadamente expresiva que la actual. Un modélico e indispensable canto de amor al nacimiento del Séptimo Arte.

2.- Drive. Justo recién estrenado esta semana, se trata de un título que pude disfrutar con anterioridad en la última edición del Festival de Sitges. Un thriller muy en la línea de los que se realizaban en los años 70. Un producto duro y compacto que retrata los avatares que sufrirá un experto conductor tras colaborar en un atraco que finaliza de la peor manera posible. Un guión de envergadura, narrado con pausa y aderezado con febriles y contundentes golpes de violencia, envuelve a la meticulosa dirección del holandés Nicolas Winding Refn. Atención a sus escenas de acción (encomiable la manera clásica y sin aspavientos de acercarse a las persecuciones automovilísticas) y a la modélica interpretación de su protagonista principal, Ryan Gosling, secundado a la perfección por gente como Carey Mulligan o Ron Perlman. Cine negro del de toda la vida, con mafias chungas y un héroe con visos de perdedor. Para no perderse ni un solo detalle.

1.- 13 Asesinos. La última cinta de Takashi Miike estrenada en España se trata, en realidad, de un remake de un viejo film de Eiichi Kudo de 1963 tras el que se esconde un gran homenaje al cine clásico de acción de toda la vida y, en particular, a Los Siete Samuráis de Akira Kurosawa. La épica de la batalla y el romanticismo de la aventura unidos a través de una narrativa tan academicista que es inevitable, durante su visionado, pensar en gente como John Ford o el citado Akira Kurosawa. Por suerte, en esta ocasión el realizador nipón deja a un lado su faceta más iconoclasta y nos obsequia con una ración de gran cine; de CINE en letras mayúsculas. Para ello, ambienta la historia en el Japón feudal y se centra en la figura de un samurái que ha sido convocado por sus superiores para acabar con la vida del violento y ruin hermanastro del actual Shogun, un tipo sin escrúpulos, posible sucesor en el poder, cuyos actos violentos e injustificados pudieran terminar con la paz del país. Una primera parte sosegada y tranquila, primordialmente descriptiva, da paso a los 45 minutos finales más febriles de la historia del cine, a través de una brutal batalla campal en la que 13 samuráis pelearán contra un ejército de 300 hombres. Una lucha sin tregua que no deja títere con cabeza ni cede tiempo al aburrimiento; un delirio visual, de ritmo endiablado y filmado de forma magistral, en donde la coreografía y el montaje cobran un protagonismo esencial. Para sacarse el sombrero.

En un próximo post, las 10 peores del 2011.

28.12.11

A la chita callando

En realidad atendía por el nombre de Jiggs. Lo de “mona Chita” fue una invención española para bautizar al simio que acompañaba a Tarzán Weismüller en todas sus aventuras (a excepción de la primera, pues en ella fue otro mono quien dio vida a Chita). Y es más, en España no sólo le remplazamos el patronímico; incluso nos atrevimos a cambiarle el sexo, ya que era un simio varón: lo travestimos de mono a mona.

Ayer, a los 79 años de edad y tras figurar en el Libro Guinnes de los Récords por tratarse del simio más longevo del mundo, nos abandonó a causa de una insuficiencia renal, no sin antes haber sobrevivido a sus compañeros de reparto.

De Maureen O’Sullivan, la actriz que interpretara a Jane, se cuenta que su relación con la mona era más que imposible. De hecho, cada vez que se refería a ella lo hacía como “ese mono hijo de puta”…

Descanse en paz esa mona entrañable a la cual, personalmente, valoraba y tenía en más alta estima que a muchos de los altos cargos y mandatarios de la política actual quienes, a la chita callando, nos la van metiendo hasta el fondo y sin vaselina.

El sótano del miedo

Guillermo del Toro produce, escribe (en compañía de Matthew Robbins) y apadrina No Tengas Miedo a la Oscuridad, el remake de un viejo telefilm de los años 70 que supone, al mismo tiempo, el debut tras la cámara de Troy Nixey, un joven que, vistos los (poco originales) resultados obtenidos, se ha dejado llevar un tanto por los designios del realizador de El Laberinto del Fauno quien, en ciertos momentos y sin venir mucho a cuento, se autohomenajea a través del título referenciado, sobre todo en aquellas escenas en las que la niña protagonista visita el jardín (y el laberinto) de la vieja mansión en donde habita.

La película es mínima; tan mínima que uno sale del cine con la sensación de haber asistido a un visto y no visto, de aquellos que la memoria borra ipso facto del disco duro. Nada nuevo ofrece al género de terror y, mucho menos, al de casas encantadas y habitadas por monstruitos tocacojones. La historia plantea la existencia de un viejo caserón en cuyo sótano anida un grupo de minúsculas criaturas que se alimenta de dientes y huesos de niños pequeños. Y, ¡cómo no!, a esa residencia llegarán Alex y Kim, una pareja de restauradores acompañados de Sally, la hija del primero, una chiquilla conflictiva y solitaria marcada por el divorcio de sus padres quien, tras descubrir la existencia de los hambrientos seres, creerá haber encontrado en ellos a los amigos que nunca ha tenido.

Troy Nixey busca en todo momento dotar a la cinta de ese toque gótico que siempre ha prevalecido en el cine de Guillermo del Toro. Pero, a pesar de estar subliminalmente presente, nunca aparece por completo. Incapaz de crear una atmósfera tensa y terrorífica mediante su (pobre) guión, apuesta directamente por la truculencia, llenando su metraje de golpes de efecto, ante todo a través de su banda sonora. Y es que difícilmente pueda atemorizar mucho tratándose de una película en la que su desvalida niña protagonista, Bailee Madison (rara, rara, rara), resulta más inquietante que las criaturas que la acosan.

La verdad es que en muy poco ayudan a esbozar un clima mínimamente tormentoso el poco énfasis con que afrontan sus respectivos papeles Guy Pearce y Katie Holmes, el padre y la madrastra de la mozuela. Ni el uno ni la otra parecen moverse a gusto en sus roles, afrontando sus interpretaciones con una desgana absoluta, como si no creyeran ni un ápice en el cometido que les ha tocado representar.

Más de lo de siempre, aunque sin énfasis y con la rutinaria misión de cubrir el expediente. Suerte del (curioso) diseño de las criaturas fastidiosas, una mezcla entre roedor y ser humano en miniatura que, por derecho propio, se convierten en lo mejor de un producto destinado al olvido. No pierdan el tiempo.

27.12.11

Pesadilla antes de Navidad

Rare Exports: Un Cuento Gamberro de Navidad se alzó con los premios de mejor película, dirección y fotografía en la penúltima edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges. Realizada por Jalmari Helander, se trata de una producción finlandesa que, basándose en un par de cortometrajes anteriores del propio director, entra a saco en la cara más oscura y siniestra de la Navidad, presentado a Santa Claus como a un ser distinto y monstruoso alejado totalmente del icono popularizado por Coca-Cola.

La película parte de las excavaciones que un grupo de expertos realizan en la cima de un monte enclavado en un nevado valle del norte de Finlandia. Faltan pocos días para la Navidad y su intención es localizar un gigantesco bloque de hielo en cuyo interior está congelado el verdadero Papá Noel. La inquieta mirada de dos muchachos del lugar controlan desde lejos los trabajos del equipo. Las sospechas de ambos –sobre todo las del más pequeño-, acabarán por confirmar sus temores: el único e incomparable Santa está a punto de regresar a la vida… aunque no es tan bueno como lo pinta la leyenda: sus ansias de azotar y zamparse a los niños podría desencadenar el inicio de una fatídica pesadilla navideña.

Narrada desde el punto de vista del pequeño y atemorizado Pietari (excelente Onni Tommila), e incluso, en su tramo final, convirtiéndole en un héroe de acción al más puro estilo de los interpretados por Bruce Willis, Rare Exports sitúa en una mera situación de comparsas a los adultos que le rodean. Potencia los miedos del joven Pietari y, a través de ellos, antes del (un poco precipitado) asalto final, construye una atípica intriga llena de pasajes inquietantes y sobrecogedores.

Caracterizada, ante todo, por el dominio del humor negro que emana de sus imágenes (en este aspecto, la detención y posterior interrogatorio de un elfo malherido no tiene desperdicio alguno), Helander logra componer una historia extraña y magnética revestida de un mayúsculo sentido de lo grotesco. Así, centenares de duendecillos vejestorios, en pelota picada y corriendo por los helados paisajes finlandeses o la presencia (nunca mostrada directamente) de un gigantesco y cornudo Santa Claus enterrado en un descomunal bloque de hielo, cobran una dimensión especial absolutamente chocante.

Una visión distinta de la Navidad que, procedente de una filmografía no muy divulgada por estos lares, llega a las pantallas de nuestro país con un retraso considerable. Estrambótica y visualmente atractiva, la película falla, sin embargo, en su desinflado clímax final, el cual no acompaña del todo al exotismo general que le precede. Aún y así, se trata de un film por cuya extravagancia se merece un voto de confianza.

24.12.11

Demasiados señores Scrooge...

Spaulding les desea a todos ustedes unas felices fiestas, a excepción de aquellos que han hecho de éstas una de las Navidades más miserables en tiempos. O sea: el gobierno de la Generalitat de Catalunya (el fascismo con barretina); Aznar y su puta burbuja inmobiliaria; Millet (pillet), su familia y socios; Urdangarín y familia real; el valenciano de los trajes y el de los bigotes; la banca en toda su extensión; el dúo dinámico compuesto por la Merkel y el gabacho de mierda; la corruptela mallorquina; las bufandas de los altos cargos; el Senado; especuladores varios y la bazofia esa del canalillo televisivo que tiene como anagrama un torete. A todos ellos, que les parta un rayo.

P.D.: ¿Algún hijoputa más?... No se corten.

23.12.11

Destrozando a Peckinpah

En 1971 Sam Peckinpah realizó Perros de Paja, un film de inusitada violencia visceral, dotado de un intenso crescendo dramático, en el que se mostraba a una pareja en crisis que debía enfrentarse a un grupo de palurdos que les sitiaban en el interior de su solitario y apartado caserón. Toda una experiencia cinematográfica, llena de guiños al mundo del western, de la cual se habló extensamente desde este blog hace unos cuatro años. Justo el viernes pasado se estrenaba en España un remake de la cinta realizado por Rod Lurie, un realizador del montón que ha sido incapaz de imprimirle a la historia la mala leche y el mal rollito que desprendía el trabajo original.

Perros de Paja es también el título de la infortunada fotocopia de Lurie; una fotocopia que por el camino ha perdido los matices más oscuros y descarnados de la obra de Peckinpah. Lo políticamente correcto y el sentido del puritanismo es lo que más impera en esta revisión: o bien suavizando ciertos pasajes (como el de la violación) o apostando por un final más estándar y edulcorado. Excusa (y por momentos, hasta esconde) ciertos actos del personaje de la esposa, al tiempo que se muestra totalmente ineficaz a la hora de dibujar el carácter de todos sus personajes. Por supuesto, ese regusto a western que se intuía en la película original ha desaparecido por completo, mostrándose tan sólo un poco respetuoso con la carnicería que precede a su desenlace, aunque recurriendo para ello a la excesiva digitalización de sus efectos especiales.

Si Dustin Hoffman y una impresionante Susan George exhibían una química más que eléctrica entre ellos, no sucede lo mismo con James Marsden y Kate Bosword, los dos desaboridos actores que han sido elegidos para sustituirles: soso él y sosísima ella. La incapacidad de éstos para dar credibilidad a una pareja en crisis y jugar con la dualidad de sus respectivos personajes, queda totalmente manifiesta a lo largo del metraje. Un par de olvidables interpretaciones a las que hay que añadir las del resto de su inapropiado casting, el de los hombres que componen la arrebatada caterva que entrará a saco en el universo de la parejita acosada. Mientras James Woods hace gala del peor de los histrionismo, Alexander Skarsgard (uno de los vampiros de la televisiva True Blood) se olvida de actuar para dedicarse, única y exclusivamente, a lucir su apariencia física.

Un producto imposible de justificar existiendo un precedente tan compacto como el de Sam Peckinpah. Ni siquiera es válido para los consumidores compulsivos de palomitas. De hecho su visionado sólo supone una perdida de tiempo incalculable. No es de extrañar que, por ejemplo, en la ciudad de Barcelona se haya estrenado en una sola sala del extrarradio. Apaga y vámonos.

21.12.11

Silent Movie

A veces hay películas ante las que hay que sacarse el sombrero. Este es el caso de The Artist, un delicioso homenaje al cine mudo a través de una historia de amor entre un famoso actor, con problemas en su matrimonio, y una nueva estrella en plena subida de popularidad; una relación que estará a punto de romperse por culpa del nacimiento del cine sonoro. Él es George Valentín, un hombre que teme acabar sus días de fama al no amoldarse al nuevo sistema cinematográfico; ella es la joven Peppy Miller, una chica decidida a la cual la aparición del sonido le irá como anillo al dedo para potenciar sus dotes de actriz.

El parisino Michael Hazanavicius firma esta coproducción franco-belga desde el mismísimo Hollywood, esa meca del cine que a finales de los años 20 se convirtió en principal testigo del paso del cine mudo al sonoro. Un realizador que demuestra tenerlos muy bien puestos al tomar la decisión de rodar, en pleno siglo XXI, una película muda y en radiante blanco y negro: el único modo, por cierto, de enfrentar un producto que pretende rendir tributo a una época en concreto y, ante todo, a una manera de hacer y entender el cine.

El cariñoso modo de acercarse a sus dos personajes principales o la también delicada forma de arropar musicalmente todo cuanto ocurre en pantalla -a través de la flamante banda sonora compuesta por Ludovic Bource-, son sólo algunos de los numerosísimos detalles que han hecho posible una obra que, a buen seguro, obtendrá su merecida compensación en la próxima edición de los Oscar. A ello hay que sumarle la valentía del director al acercarse a un estilo y a una época muy concreta utilizando la tecnología actual, sin tener que copiar la caligrafía cinematográfica de entonces: sólo con su fotografía en blanco y negro, la ausencia de sonido y su apasionado y satírico guión ha conseguido uno de los mejores guiños al mundo del cine.

La sabia elección de su pareja protagonista es otro de sus grandes aciertos. Tanto Jean Dujardin como Bérénice Bejo -George y Peppy respectivamente- dan el pego como comediantes de esos tiempos, amoldándose a la perfección a una interpretación más física y extremadamente expresiva que la actual. Curiosamente, ambos ya habían colaborado con Hazanavicius en un par de cintas que satirizaban la figura de James Bond, las de la divertida serie sobre el agente secreto OSS 117.

Clara deudora de títulos anteriores como El Crepúsculo de los Dioses (Billy Wilder), Cliente Muerto No Paga (Carl Reiner) o La Última Locura (Mel Brooks), The Artist se alza como un modélico e indispensable complemento a todos ellos y, por extensión, como una mayúscula oda de amor al nacimiento del Séptimo Arte.

Comedia, melodrama y un sinfín de guiños cinéfilos a cual más sabroso. Atención, entre estos últimos, a la utilización del Love Theme del Vértigo de Bernard Herrmann para subrayar uno de los pasajes más emblemáticos de la cinta. Sencillamente, una maravilla. Sin lugar a dudas, una de las películas del 2011.

19.12.11

Los increíbles hombres de Ethan Hunt

Desde el pasado viernes, se exhibe en la cartelera española uno de los films de acción más sugestivos del panorama actual: Misión Imposible: Protocolo Fantasma, la cuarta entrega –y posiblemente la mejor junto con la primera de Brian De Palma- de la saga basada en una popular serie televisiva de los años 60. En la producción, Tom Cruise y J. J. Abrams. En la dirección Brad Bird quien, por vez primera, aparca el cine de animación para entrar de lleno en una trepidante cinta de espionaje y acción.

En esta ocasión el agente Ethan Hunt, junto con otros miembros del IMF –un cuerpo especial del servicio secreto norteamericano-, se verá envuelto en una trama de lo más clásico, en donde rusos y americanos se enfrentan en medio de una historia en la que siempre está presente el peligro de una inminente guerra nuclear. Escaramuzas en el interior del mismísimo Kremlin, vertiginosas secuencias en un rascacielos de Dubai o un genial guiño, perfectamente orquestado, a Monstruos S.A. desde el interior de un parking automatizado en el corazón de Bombay, son sólo algunos de los platos fuertes de una acelerada función sin desperdicio alguno.

Espectacular, divertida y, por primera vez desde el inicio de la serie, dotada del sentido del humor que Brad Bird otorgaba a sus películas animadas. De hecho, Misión Imposible: Protocolo Fantasma es una especie de cartoon con personajes de carne y hueso que poco tiene a envidiar al tono satírico y al sentido del ritmo con que el propio realizador construyó Los Increíbles, su segundo trabajo tras su debut con El Gigante de Hierro. Incluso Tom Cruise, contagiado por el espíritu más festivo de Bird, deja de tomarse tan en serio su papel de Ethan Hunt y opta por alejarse de esa (falsa) trascendencia con que lo afrontó en ediciones anteriores.

Por fin Cruise resulta menos omnipresente y deja espacio suficiente para que sus compañeros también puedan lucir palmito. Así, tanto Jeremy Renner como la macizorra Paula Patton o Simon Pegg, cobran una entidad especial en la historia. Posiblemente sea debido a la presencia de este último -reconvertido de técnico informático a agente de campo- que se haya abierto el tono de comedia a una serie que, dejando a un lado su sentido del ritmo narrativo, empezaba a acartonarse.

Tal y como demuestra esta Misión Imposible, no es necesario el (truculento) uso del 3D para realizar una buena, consistente y atractiva cinta de acción que atraiga al espectador a las salas. Brad Bird, con un presupuesto ajustadísimo, saca adelante el encargo de forma sobresaliente, no deja tregua al espectador y ofrece un vibrante espectáculo, de más de dos horas de duración que pasan sencillamente volando y siempre apoyadas por la magnífica sintonía original de Lalo Schifrin, arreglada para la ocasión por un respetuoso Michael Giacchino, el compositor habitual del cine del director. Personalmente, me lo pase pipa. Sólo me faltó la bolsa de palomitas para sentirme de nuevo como un niño.

13.12.11

El tiempo en sus manos

In Time es un film futurista de Andrew Niccol que, estéticamente, entronca con la hitchcockiana Gattaca, la brillante ópera prima de su realizador. Y digo “estéticamente” ya que, en lo que a guión e historia se refiere (dejando a un lado los temas genéticos), su nuevo trabajo se sitúa a las antípodas de lo que supuso su presentación en sociedad.

Es innegable que su premisa argumental resulta ciertamente original. Niccol nos plantea una sociedad futura en la que el gen del envejecimiento ha sido eliminado y en la que todos los pobladores del planeta se quedan plantados en su crecimiento físico al llegar a los 25 años. A partir de esta edad, tienen como bonus un año más de vida antes de morir. Para seguir cumpliendo años, es necesario negociar con el tiempo. El dinero ha dejado de existir. Ya no hay moneda con la que realizar intercambios comerciales. En su lugar, un reloj biológico implantado en el cuerpo suplirá sus funciones. Por ejemplo, un billete de autobús costará una hora y la compra de un automóvil saldrá por unos 15 años. Los más ricos, podrán acumular en su haber cientos y miles de años: una forma como otra de acariciar la inmortalidad; los más pobres, a duras penas podrán superar ese año extra otorgado tras cumplir los 25. Los millonarios ocupan zonas especiales y restringidas, mientras que los parias han de conformarse con compartir un desangelado gueto e ingeniárselas para subsistir día a día.

El problema de In Time es que no sabe ir más allá de su atractivo supuesto inicial. De hecho, se queda encallada en el personaje de Will Salas, un joven al que le queda muy poco tiempo y que, acusado falsamente del asesinato de un tipo que le ha regalado 100 años de vida antes de suicidarse, huirá de la justicia en compañía de la hija de un poderoso magnate, convirtiéndose, de este modo, en una cinta estándar sobre huidas y persecuciones. Por suerte, mantiene su interés debido a la curiosidad de ver el manejo del tiempo como si se tratara de dinero, del pillaje que ello supone en los barrios bajos y, ante todo, por la figura de Raymond Leon, el incansable personaje encargado de atrapar a Will; un hombre que forma parte del llamado cuerpo de “cronometradores”; un cuerpo que, en realidad, sustituye al de policía.

La película no aburre, aunque una vez superado el impacto preliminar tampoco sorprende. De hecho, para disfrutarla, hay que tomársela como si se tratara de una serie B, con sus aciertos y defectos correspondientes. Entre sus aciertos, cabe destacar ese gran guiño a Bonny y Clyde y a Robin de los Bosques que va tomando cuerpo a medida que avanza su metraje, y a la fuerza que le imprime a su papel de “cronometrador” perseverante el cada día más afianzado Cillian Murphy, mientras que, como defectos, citaría la nula entidad de su pareja protagonista (Justin Timberlake y Amanda Seyfried), a cual de los dos más anodino, y la forma rutinaria de afrontar su mínima y previsible intriga.

Lo más sugestivo de la propuesta reside, sin embargo, en descubrir que, con dinero o sin dinero, la sociedad seguiría siendo igual de podrida: cuatro acumulan las riquezas del mundo entero, mientras que el resto han de conformarse con las migajas que les sueltan después de haberles estado expoliando durante toda la vida. Búsquenle a In Time lecturas paralelas con la actual crisis mundial y descubrirán un montón de alarmantes coincidencias. El resto, si más no entretenido, es puro artificio.

12.12.11

El beatle que quiso ser hindú

El 29 de noviembre de 2001 moría aquejado de un cáncer George Harrison. A los 10 años de su defunción, el cineasta Martin Scorsese recoge las vivencias del músico en un documento excepcional de casi tres horas y media de duración: George Harrison: Living In The Material World, un trabajo que acaba de editarse en DVD y Blu-ray y que también se mantiene estos días en la parrilla de programación de Canal Pus.

No es la primera vez que Scorsese se acerca a una estrella del rock. Ya en el 2005 se aproximó a Bob Dylan a través de otro extenso e interesante documental, No Direction Home, demostrando que la relación del director con el mundo del rock es totalmente pasional. De hecho, la magistral Uno de los Nuestros, aparte de un retrato sobre la mafia italoamericana a lo largo de tres décadas, es también una revisión de la música que sonó en las calles de Norteamérica desde los años 60 a finales de los 80, un catálogo rítmico en el que no faltaban temas del propio Harrison ni de Eric Clapton, personaje este último que, debido a la amistad que le unió al desaparecido beatle, adquiere un relieve muy importante en Living In The Material World.

La película se acerca a la vida de George Harrison como integrante de The Beatles, la banda que posiblemente haya influido más en el desarrollo y la técnica de la música actual. Hace hincapié en los problemas que tuvo para colar sus brillantes canciones en medio de esa hermética sociedad que habían establecido Paul McCartney y John Lennon, compositores y letristas de la mayor parte de su discografía. Sus más y sus menos son plasmados con una exquisitez sibilina, al tiempo que muestra sus devaneos con el LSD y, ante todo, su proximidad (casi enfermiza) con la búsqueda de la espiritualidad a través de la cultura india y a partir de la música de Ravi Shankar.

La creación de su primer álbum en solitario, las muertes de Brian Epson y de Lennon, su faceta como productor cinematográfico y su relación con la enfermedad que acabó con su vida, así como un acercamiento a un episodio violento protagonizado por un tipo perturbado que seguía los pasos del asesino de Lennon, son otros de los aspectos que marcaron profundamente su existencia y que se exponen en Living In The Material World, un documental que, a buen seguro, hará las delicias de los seguidores del grupo de Liverpool y, en concreto, de la figura de Harrison, ese beatle que, durante la recta final del conjunto, decidió abrirse a un espacio más abierto y menos claustrofóbico para expresar mejor sus inquietudes personales y artísticas. De hecho, su primer trabajo fuera de The Beatles, All Things Must Pass, uno de los primeros discos triples de la historia del rock, estaba formado en su mayor parte por temas que nunca fueron incluidos en los vinilos del cuarteto de Liverpool.

Compositor, guitarrista, cantante y productor musical y cinematográfico. Una carrera fructífera narrada por el propio Harrison a través de imágenes de archivo y por gente tan cercana a él como Paul McCartney, Ringo Starr, Eric Clapton, Eric Idle, George Martin o Tom Petty, entre otros muchos, y conducido por la sabiduría de un todoterreno como Martin Scorsese, capaz de realizar un enérgico montaje plagado de imágenes nunca (o poco) vistas con anterioridad. A mí, particularmente, se me cayó la baba viéndolo. Disfrútenlo ustedes también.