23.12.11

Destrozando a Peckinpah

En 1971 Sam Peckinpah realizó Perros de Paja, un film de inusitada violencia visceral, dotado de un intenso crescendo dramático, en el que se mostraba a una pareja en crisis que debía enfrentarse a un grupo de palurdos que les sitiaban en el interior de su solitario y apartado caserón. Toda una experiencia cinematográfica, llena de guiños al mundo del western, de la cual se habló extensamente desde este blog hace unos cuatro años. Justo el viernes pasado se estrenaba en España un remake de la cinta realizado por Rod Lurie, un realizador del montón que ha sido incapaz de imprimirle a la historia la mala leche y el mal rollito que desprendía el trabajo original.

Perros de Paja es también el título de la infortunada fotocopia de Lurie; una fotocopia que por el camino ha perdido los matices más oscuros y descarnados de la obra de Peckinpah. Lo políticamente correcto y el sentido del puritanismo es lo que más impera en esta revisión: o bien suavizando ciertos pasajes (como el de la violación) o apostando por un final más estándar y edulcorado. Excusa (y por momentos, hasta esconde) ciertos actos del personaje de la esposa, al tiempo que se muestra totalmente ineficaz a la hora de dibujar el carácter de todos sus personajes. Por supuesto, ese regusto a western que se intuía en la película original ha desaparecido por completo, mostrándose tan sólo un poco respetuoso con la carnicería que precede a su desenlace, aunque recurriendo para ello a la excesiva digitalización de sus efectos especiales.

Si Dustin Hoffman y una impresionante Susan George exhibían una química más que eléctrica entre ellos, no sucede lo mismo con James Marsden y Kate Bosword, los dos desaboridos actores que han sido elegidos para sustituirles: soso él y sosísima ella. La incapacidad de éstos para dar credibilidad a una pareja en crisis y jugar con la dualidad de sus respectivos personajes, queda totalmente manifiesta a lo largo del metraje. Un par de olvidables interpretaciones a las que hay que añadir las del resto de su inapropiado casting, el de los hombres que componen la arrebatada caterva que entrará a saco en el universo de la parejita acosada. Mientras James Woods hace gala del peor de los histrionismo, Alexander Skarsgard (uno de los vampiros de la televisiva True Blood) se olvida de actuar para dedicarse, única y exclusivamente, a lucir su apariencia física.

Un producto imposible de justificar existiendo un precedente tan compacto como el de Sam Peckinpah. Ni siquiera es válido para los consumidores compulsivos de palomitas. De hecho su visionado sólo supone una perdida de tiempo incalculable. No es de extrañar que, por ejemplo, en la ciudad de Barcelona se haya estrenado en una sola sala del extrarradio. Apaga y vámonos.

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