1.12.11

Sospecha

El bonaerense Carlos Sorin, después de experimentar con un cine más cerrado y gafapastoso como hizo en La Ventana, a través de su nueva película, El Gato Desaparece, busca abrirse más al público mediante una claustrofóbica e inquietante historia protagonizada por un matrimonio dispuesto a empezar de cero tras haber vivido una experiencia desagradable.

El marido atiende por Luis. De profesión, profesor universitario. Recién acaba de regresar a su hogar tras pasar una larga temporada internado en un centro psiquiátrico. Un brote violento que le llevó a agredir a su socio en la cátedra fue la causa que le acercó hasta el manicomio. El alta médica le ha conducido de nuevo a su domicilio, aunque Donatello, el gato de la familia, no acepta cordialmente su retorno.

Ella atiende por Beatriz. De profesión, traductora. A pesar de la tranquilidad aparente de su marido tras la vuelta, la posibilidad de una recaída no dejará de inquietarla y los fantasmas personales se le aparecerán durante las primeras largas noches que pasará a su lado. Entre sus temores y la desaparición de su querido gato, la situación de la mujer se convierte en un sin vivir. La sospecha se acaba de apoderar de ella.

Planteada como una cinta de misterio al más puro estilo hitchckoniano, Sorin consigue excelentes escenas de suspense a partir de la más pequeña nimiedad aunque para ello, y de forma perdonable, tenga que colar algún que otro truco narrativo a lo largo de su desarrollo, tal y como hace con un par de pesadillas ciertamente turbadoras. A ello hay que sumarle el clima amenazador y enfermizo que se crea en el interior del otro tercer gran protagonista de la historia: la inmensa y lujosa casa en la que habitan; una vivienda que, rompiendo con uno de los tópicos del género, en lugar de ser lúgubre y oscura se muestra lujosa y luminosa. Un micro universo insano que abriga los malos pensamientos de ella y la aparente bondad y calma de él.

Melodrama, thriller psicológico y comedia; un brebaje interesante y sorprendente salpicado con gruesas gotas de humor negro. Añádanle a ello la excelente interpretación de Beatriz Spelzini en el rol de la esposa desconfiada y el mayúsculo trabajo de Luis Luque, el marido, un tipo que, de lanzar la mirada más terrorífica y amenazadora es capaz de pasar, en cuestión de segundos, a aparentar la más absoluta de las mansedumbres.

Un producto diferente y no por ello menos atractivo. Y es que las perturbaciones mentales no dejan indiferentes ni a los mininos. Saboréenla y disfrútenla como se merece. La ironía está servida.

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