Al filo de la medianoche y antes de que se atraganten con la ingesta acelerada de las 12 uvas de rigor, les dejó con lo prometido: las 10 peores películas del 2011. Hay algunos títulos que, a buen seguro, levantarán ampollas y crearán controversia. Personalmente les puedo asegurar que todos ellos, cada uno en su estilo, me parecieron irritablemente insufribles. Como siempre, numerados a la inversa, del 10 al 1. De lo peor a lo más hediondo.
Empieza la cuenta atrás…
10.- The Green Hornet. Una sátira de lo más burdo sobre la serie televisiva homónima que, en los sesenta, popularizará a la figura de Bruce Lee en los EE.UU. y que antes, en los años 30, había sido un serial radiofónico. Una animalada sin pies ni cabeza. Debido a este film de un Michel Gondry en horas bajas, Britt Reid y su ayudante Kato ya tienen su rinconcito basura dentro del Séptimo Arte. El guión brilla por su ausencia y su trama pseudopoliciaca junto con sus descontroladas y nada atractivas escenas de acción, resulta de lo más ridículo. Nada; que no hay nada más allá de los ademanes y la voz altisonante del cargante Seth Rogen, de las hostias marciales de su comparsa nipón o de los chutes de botox de una siliconada Cameron Díaz ejerciendo de mujer florero. El vacío total; la gran chorrada. Como un nuevo Batman, pero en patético y en forzadísimo 3D.
9.- Cowboys & Aliens. Básica, básica, básica... una cinta que no va más allá de su propio título: vaqueros y extraterrestres. Un amplio y a priori atractivo casting al servicio de la nada absoluta. Su inicio es el típico y tópico del western de toda la vida, con forastero incluido en medio de un pueblucho en el que no se siente bien acogido. De repente, cuando los guiños al cine del oeste se han agotado, la cosa da un giro y entran en escena un montón de naves extraterrestres que se dedican a secuestrar a los habitantes del lugar. Muchos efectos especiales y ninguna consistencia argumental. Los personajes deambulan por la pantalla sin entidad ni vergüenza alguna: el Daniel Craig de machote amnésico y el Harrison Ford de abuelito machote. Lo único que llevaba entre ceja y ceja el Jon Favreau, su director, era aglutinar los tics de uno y otro género y agitarlos como si se tratara de un cocktail. Ahora unos indios por aquí, ahora unos alienígenas por allá. De historia nada, cero. John Ford, ante tamaña marcianada, alucinaría pepinillos.
8.- Larry Crowne, Nunca Es Tarde. Tom Hanks delante y detrás de la cámara para endilgarnos una de las comedias más vacías e inconsistentes de los últimos años. De partenaire, Julia Roberts y su gran dentadura. Y todo ello para contar la historia de un tío solitario y un pelín cortito de entendederas que, tras ser despedido de los almacenes en los que trabaja, se apunta a la universidad, se compra una Vespa y se enrolla a su borrachina profesora. Forrest Gump se hace motero y se lo monta con la sonrisa de Monalisa. El Hanks está de un revulsivo que tumba de espaldas, mientras que la Roberts a duras penas sale intacta de uno de los papeles más estereotipados de su carrera. Una especie de telefilm de sobremesa producido con la única intención de cubrir el expediente. Previsible y cursi; ni hace gracia, ni emociona. A los de Tráfico tampoco les debió gustar mucho, pues le endilgaron una multa a la distribuidora por salir los dos protagonistas en el cartel promocional montados en una moto y sin el casco reglamentario. Simple y llanamente, caca de la vaca... la película y las ansias que tienen en Tráfico por llenar sus arcas.
7.- El Árbol De La Vida. Terrence Malick, haciendo gala de su fama de tipo extraño, ha urdido un tostón de película tras la que, aprovechando el retrato de una familia tejana de los años 50 compuesta por un matrimonio y tres hijos, se esconde un abusivo dechado de teología de mercadillo mezclado con unas gotas visuales a lo National Geographic. En primer plano, una única idea: Dios existe, es bueno y no nos saca el ojo de encima. En segundo plano, como reclamo comercial a tanta colgada, Brad Pitt sobreactuando y metiendo cara de subnormal. La cinta habla un poco de todo: de la muerte, de la naturaleza, del hombre, de la Tierra, del amor, del odio, de los celos y, ante todo, de la eterna lucha entre el bien y el mal. Siempre en abstracto. En el fondo, no ofrece nada nuevo; otros cineastas, menos petulantes y de forma más abierta, han contado historias similares, sin aburrir y con mejores resultados. Pero él, Malik, es diferente, pues lleva el sello de autor grabado en la frente: la licencia definitiva para soltarse un pedo en público y que los entendidos le alaben su olorcillo. Es más, en Cannes, aturdidos por el tufillo (existencial), le premiaron con la Palma de Oro.
6.- No Lo Llames Amor… Llámalo X. O cómo construir una comedia coral con el menor esfuerzo posible. El truco se basa en trasladar el espíritu y estilo de las múltiples y ya cansinas televisivas sitcoms españolas a la gran pantalla. El resultado, por supuesto, es nefasto. La inclusión de cuatro caras conocidas por los espectadores, un par de chistes verdes, unas cuantas alusiones políticas y un mucho de muslamen (sin pasarse nunca de la raya), no es suficiente para urdir una buena trama. Es como una regresión a los tiempos de Mariano Ozores pero aún en más desastroso, pues la propuesta de juntar el cine pornográfico con la Guerra Civil, a pesar de su atrevimiento formal, se queda en una sátira de lo más blanco y lamentable. Que pena da ver a una gran dama como Adriana Ozores metida en un berenjenal como éste. Si el maestro Berlanga levantara la cabeza...
5.- Caperucita Roja, ¿A Quién Tienes Miedo? Si Catherine Hardwicke no tenía suficiente convirtiendo a los vampiros en sonrosados teenagers enamoradizos (por algo fue la responsable del primer Crepúsculo), ahora la ha tomado con la pobre Caperucita Roja a través de un largometraje, con forma de video-clip y colores parchís, en el que mezcla licantropía con valores morales para adolescentes. Una mescolanza que tumba de espaldas: algo huele a podrido en la aldea de Caperucita. Aburrida, sin ritmo alguno, exenta de gancho y sin personalidad. Una especie de culebrón sin estilo, destinado a niñas endebles, en el que Amanda Seyfried, a pesar de lucir esos grandes ojazos que posee, sigue demostrando que eso de la interpretación le viene muy grande. Aquí, lo único que hace miedo es el desmelene con que afronta el papel de malo maloso un Gary Oldman más pasado de rosca que nunca. A tropecientos mil años luz de la ochentera En Compañía de Lobos: eso sí que era enfrentarse al cuento de Caperucita con un par.
4.- El Estudiante. Por suerte para su salud mental, este film se estrenó en poquísima salas y pasó un poco de tapadillo. No saben lo que se han ahorrado. Dirigida por el mejicano Roberto Girault, se centra en las experiencias de un jubilado quijotesco de setenta años que decide matricularse en la Universidad de Guanajuato. Lo que engañosamente se inicia como una comedia afable y entretenida, no es más que una argamasa explosiva compuesta de unas gotas de moralina y un mucho de cristianismo exacerbado. Una crítica desaforada sobre la pérdida de valores de la juventud actual que, por su tono reaccionario, parece haber sido escrita por integrantes de la ultraderecha. Su postura antiabortista o la negación rotunda a las relaciones sexuales prematrimoniales, son sólo un par de los múltiples temas que plantea. Alcohol, drogas y demás vicios, por descontado que empezarán a ser erradicados del campus de Guanajuato gracias a los sabios consejos evangelizadores del Chano, el anciano protagonista. Por su moralina discursiva, más que una película se me antoja todo un panfleto envenenado; un manual de buenos modales de aquellos que, durante el franquismo, eran de aprendizaje obligatorio en las escuelas. Hay cosas que, a mis cincuenta y tantos, me superan ampliamente; y ésta es una de ellas.
3.- Capitán Trueno y El Santo Grial. Tantos años hablando de llevar al cine las viñetas de Víctor Mora, para acabar endilgándonos un subproducto cuya visión hace sentir vergüenza ajena. Un film desfasado e incapaz de hacer vibrar al espectador con las aventuras (o, mejor dicho, aventurilla) del mítico capitán Trueno y sus comparsas. Mal narrado (su guión es un puro caos) y repleto de diálogos y situaciones imposibles, es la clara constatación de que su director, Antonio Hernández, estaba completamente perdido en medio de una historia que le venía demasiado grande. Para más desgracia, su casting es todo un poema al desacierto. Es más, ante la falsa impostura con la cual entonan sus frases todos los actores (del primero al último), uno diría que se trata de una simple troupe de aficionados intentando dar cuerpo a uno de los tebeos del maestro Mora. Siempre me quedaré con las ganas de saber como hubiera sido la visión de Juanma Bajo Ulloa sobre el héroe español por antonomasia de las Cruzadas. A buen seguro, le habría dado un toquecito pulp que en la versión de Hernández brilla por su ausencia.
2.- El Último Verano. Jacques Rivette es el maestro de los peñazos, el ídolo de los gafapastas. Empeñado en seguir con sus historias aburridas y adornadas con toques intelectualoides y pedantillos, se adentra en el interior de un patético circo ambulante en el que un par de equilibristas y tres payasos reconcomidos que se pasan el puto día representando y ensayando el mismo número. En primer plano, y como plato fuerte de la función, la relación que se establece entre una solitaria y torturada Jane Birkin y el Sergio Castellitto. La primera, aunque amargada, sigue con el circo por razones familiares, mientras que el segundo no es más que un italiano, también solitario, que pasaba por ahí y se queda prendado de las arrugas de ella. Una película en la que no pasa absolutamente nada de nada, aunque todo en ella sea de lo más bucólico y silvestre. Lenta a matar. Escenas que se repiten una y otra vez, como el sketch de los payasos depresivos o las absurdas conversaciones (o no conversaciones) del Castellitto con el resto de los integrantes del circo. Miradas, silencios y cantidad de situaciones y diálogos para besugos. La naturalidad en los actores es nula: ¡Viva la teatralidad! El sonido de los grillos, de fondo, que no falte. Cuatro encuadres básicos y un mucho de experimentación al servicio de una gran tomadura de pelo. A todo le llaman cine... e inclusive poesía.
1.- Una Mujer En África. La primera película de la realizadora francesa Claire Denis estrenada en España. Y espero que, vistos los resultados, sea la primera y la última. La cinta plantea el caso de una mujer occidental que regenta una plantación de café en un lugar inconcreto de África y que, ante los primeros disparos del ejército para restablecer el orden en el país, decidirá quedarse al pie de su negocio. Una gafapastada innombrable y pésimamente explicada, en la que Isabelle Huppert da muestras de su vertiente más histriónica hasta límites ciertamente agotadores, mientras que la directora usa y abusa de elipsis narrativas insertadas sin venir a cuento y de un patético montaje que hace imposible discernir que narices sucede en pantalla. Ya no estoy hecho para leer entre líneas. Al pan, pan y al vino, vino. Lo demás son fantasmadas que sólo sirven para conseguir el aplauso de cuatro enteradillos que van al cine a ponerse medallas. Y si sale la plasta de la Huppert, todos en pie y a fichar. ¡Vaya tostón!
Feliz 2012 a todos ustedes (menos a los que ya saben, que ellos se encargarán de jodérnoslo)
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