In Time es un film futurista de Andrew Niccol que, estéticamente, entronca con la hitchcockiana Gattaca, la brillante ópera prima de su realizador. Y digo “estéticamente” ya que, en lo que a guión e historia se refiere (dejando a un lado los temas genéticos), su nuevo trabajo se sitúa a las antípodas de lo que supuso su presentación en sociedad.
Es innegable que su premisa argumental resulta ciertamente original. Niccol nos plantea una sociedad futura en la que el gen del envejecimiento ha sido eliminado y en la que todos los pobladores del planeta se quedan plantados en su crecimiento físico al llegar a los 25 años. A partir de esta edad, tienen como bonus un año más de vida antes de morir. Para seguir cumpliendo años, es necesario negociar con el tiempo. El dinero ha dejado de existir. Ya no hay moneda con la que realizar intercambios comerciales. En su lugar, un reloj biológico implantado en el cuerpo suplirá sus funciones. Por ejemplo, un billete de autobús costará una hora y la compra de un automóvil saldrá por unos 15 años. Los más ricos, podrán acumular en su haber cientos y miles de años: una forma como otra de acariciar la inmortalidad; los más pobres, a duras penas podrán superar ese año extra otorgado tras cumplir los 25. Los millonarios ocupan zonas especiales y restringidas, mientras que los parias han de conformarse con compartir un desangelado gueto e ingeniárselas para subsistir día a día.
El problema de In Time es que no sabe ir más allá de su atractivo supuesto inicial. De hecho, se queda encallada en el personaje de Will Salas, un joven al que le queda muy poco tiempo y que, acusado falsamente del asesinato de un tipo que le ha regalado 100 años de vida antes de suicidarse, huirá de la justicia en compañía de la hija de un poderoso magnate, convirtiéndose, de este modo, en una cinta estándar sobre huidas y persecuciones. Por suerte, mantiene su interés debido a la curiosidad de ver el manejo del tiempo como si se tratara de dinero, del pillaje que ello supone en los barrios bajos y, ante todo, por la figura de Raymond Leon, el incansable personaje encargado de atrapar a Will; un hombre que forma parte del llamado cuerpo de “cronometradores”; un cuerpo que, en realidad, sustituye al de policía.
La película no aburre, aunque una vez superado el impacto preliminar tampoco sorprende. De hecho, para disfrutarla, hay que tomársela como si se tratara de una serie B, con sus aciertos y defectos correspondientes. Entre sus aciertos, cabe destacar ese gran guiño a Bonny y Clyde y a Robin de los Bosques que va tomando cuerpo a medida que avanza su metraje, y a la fuerza que le imprime a su papel de “cronometrador” perseverante el cada día más afianzado Cillian Murphy, mientras que, como defectos, citaría la nula entidad de su pareja protagonista (Justin Timberlake y Amanda Seyfried), a cual de los dos más anodino, y la forma rutinaria de afrontar su mínima y previsible intriga.
Lo más sugestivo de la propuesta reside, sin embargo, en descubrir que, con dinero o sin dinero, la sociedad seguiría siendo igual de podrida: cuatro acumulan las riquezas del mundo entero, mientras que el resto han de conformarse con las migajas que les sueltan después de haberles estado expoliando durante toda la vida. Búsquenle a In Time lecturas paralelas con la actual crisis mundial y descubrirán un montón de alarmantes coincidencias. El resto, si más no entretenido, es puro artificio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario