30.6.05

Caos en la tercera fase

En 1938, Orson Welles inmortalizó una obra de H. G. Wells, La Guerra de los Mundos, publicada en 1898, gracias a una emisión radiofónica que aterrorizó a media Norteamérica. En ésta se describía, con todo lujo de detalles, una invasión extraterrestre en toda regla y el gamberro de Orson, con su equipo de actores habituales, montó una alucinante historia, a través de las ondas, que dejó a muchos de los habitantes de ese país convencidos de que tal cosa estaba ocurriendo en realidad.

Unos cuantos años después, en 1953, Byron Haskin adaptó la misma obra para la pantalla grande. Se trataba de un eficiente film de serie B que, teniendo en cuenta su fecha de producción, poseía unos efectos especiales sorprendentes pero que fallaba, en su parte final, por culpa de su tono excesivamente religioso y discursivo.

Justo ayer se estrenó el nuevo film de Steven Spielberg, La Guerra de los Mundos, una nueva revisitación de la citada novela clásica de Wells. Radicalmente opuesto a las intenciones pacifistas de Encuentros en la Tercera Fase, este es uno de los títulos más esperados de la temporada que cuenta, además, con el aliciente de tener, como protagonistas, a Tom Cruise y a la pequeña (y gran) Dakota Fanning. Cruise, en este caso, esta correcto, sin más, mientras que la joven Fanning, con su sola presencia, se come todo lo que se cruza en su camino. Esa niña es una maravilla.

La película posee un arranque fenomenal. Spielberg va al grano desde el primer instante, sin rodeos. Presenta a sus personajes principales a medida que van surgiendo los primeros efectos de esa invasión alienígena. El espectador a duras penas tiene tiempo para respirar. Va de sorpresa en sorpresa, con un ritmo imparable, endiablado. El caos está perfectamente mostrado en todas sus vertientes. El terror a lo desconocido. La aparición furibunda del egoísmo humano. La masa, ante el desastre y la desgracia, se desdibuja y se convierte en otra arma tan violenta y potente como las utilizadas por los atacantes.

Un artefacto de relojería, casi imparable, que se alarga durante más de una hora. Spielberg domina la cámara como nadie. La mueve con elegancia. Grúas, travellings, planos aéreos... De todo un poco. Y bien. Artesanía cinematográfica, pura y dura, amparada por unos efectos especiales desbordantes. Nada sobra y todo le vale. Automóviles volando, iglesias desmoronándose y gente desintegrada por rayos destructivos, al tiempo que otros son literalmente engullidos por la tierra. No hay parada. Incluso, como en Donnie Darko, se permite el lujo (un tanto excesivo) de estrellar un avión contra una mansión. Pero le queda perfecto. Cuando le da la gana, Spielberg es el mejor.

Pero cuidado. No se dejen engañar por esa apabullante primera parte, pues al Rey Midas de Hollywood a veces le patinan las neuronas. Y aquí, por desgracia, se queda sin energía. Está claro que no usa pilas Duracell, pues el conejito deja de tocar el tambor. Se le agotan las ideas y, con la aparición del (innecesario) personaje de Tim Robbins (pésimamente doblado al castellano por Pep Anton Muñoz), la película entra en un callejón sin salida. Queda encallada y se niega a seguir avanzando. Todo el nervio invertido antes lo pierde en menos que canta un gallo. Ese ritmo trepidante desaparece por completo e, inevitablemente, empieza a decaer a marchas forzadas. A pesar de ello, aún sorprende con algún que otro asomo de lucidez y gracias a un elaborado toque de suspense mínimamente conseguido. Pero, a partir de ese momento, La Guerra de los Mundos ya no da para más.

Eso sí: se muestra respetuoso con el final original escrito por Wells y, visualmente, tiene momentos en los que echa mano de la estética y del tratamiento del color de la primera versión cinematográfica, sobre todo en su segunda parte, cuando la acción abandona las grandes ciudades y se centra en los bosques. Pero Spielberg siempre quiere ser más e, incapaz de renunciar a ese reiterado toque de melaza y de defensa a ultranza de la familia que asoma en sus films, se estrella con un epílogo dulzón y superfluo. Ridículo e incluso absurdo. Es una lástima, pues durante una larga hora, llegué a pensar que se trataba del mejor producto del realizador en años. Otra vez será.

La voz en off del narrador, abriendo y cerrando la película, merece una mención aparte, ya que está usada como si se tratara de un episodio de la mítica serie televisiva The Twilight Zone. Morgan Freeman ha puesto su voz en la versión original. En España, José Sacristán. Y de verdad, les puedo asegurar, que lo que ha hecho ese buen actor, es vergonzoso.

29.6.05

A la vejez, viruelas

Corría el año 1974 y John Wayne ya estaba hecho unos zorros. Envejecido, gordo y extremadamente patoso, a duras penas podía montar a caballo y, cuando por fin conseguían colocarlo sobre el animal, la pobre bestia caía extenuada cargando tal descomunal volumen. Y con el batacazo, el héroe yanqui por excelencia, podría perder su peluquín. Mal asunto. Algo se tenía que hacer para remediar la decadencia del actor, con lo cual, las mentes bien pensantes de Hollywood intentaron buscar una salida para el Duque. El cónclave dio, finalmente, con la solución. John Wayne sería McQ y el todo terreno John Sturges (el director de La Gran Evasión) sería el encargado de revitalizar el acartonado cuerpo del anciano cowboy.

El teniente Lon McQ era el alter ego de Harry Callahan. Clint Eastwwod ya llevaba un par de películas arrasando con el papel de policía expeditivo y violento. Y si Eastwood triunfaba, Wayne, por narices, tenía que obtener los mismos resultados en taquilla con un personaje similar. La ciudad de San Francisco, al igual que en la serie sobre Harry el Sucio, sería el escenario ideal para que Wayne cambiara su aspecto de vaquero por el de policía sanguíneo y un espectacular (pero pequeño) automóvil deportivo, sería el sustituto ideal para sus atemorizados y derrotados caballos. La verdad es que, ante McQ, da cierta lástima ver las entradas y salidas de ese coche por parte del desvencijado actor. Sudores le debió costar ese mínimo ejercicio. ¿Por qué coño no le pusieron un carro mucho más amplio y alto?

La historia es la de siempre. Varios policías uniformados son acribillados a balazos por un oficial de paisano el cual, tras haber acabado con la vida de estos, es asesinado por la espalda por un rufián sin escrúpulos. McQ, íntimo amigo del difunto asesino, creyendo de manera ilusa en la inocencia de éste, iniciará una investigación, por su cuenta y riesgo, que le enfrentará, directamente, con sus superiores. Él opina que se trata de un asunto de tráfico de drogas, mientras que su jefe inmediato (el recientemente desaparecido Eddie Albert) apunta la posibilidad de que los actos criminales sean obra de “activistas”. Entre Acebes y Albert poco distancia queda.

Nuestro hombre, con una dignidad que tumba de espaldas, renegará de su placa y entregará ésta y su arma a Eddie Albert, o sea, al Capitán Kosterman. Igualico, igualico, que Harry Callahan. McQ no está para hostias. Tiene recursos propios. O sea, armas a granel, escondidas en el pequeño yate que le sirve de residencia habitual. Y, a pesar de que tendría que estar jubilado hace unos cuantos años, aún se aguanta en forma. Un poco torcido y fondón pero, al fin y al cabo, dispuesto a darse de leches con quien sea necesario.

Se saca la licencia de detective y empieza a pillar información de un antiguo confidente, un hombre de color portador de chillones e inmensos sombreros de color rojo. Es más, incluso se prostituye y se encama con la ex amante de su amigo asesinado, cocainómana y un tanto frívola, con la única intención de sacarle una información privilegiada. Un polvo por puro interés. El sexo, para el duro McQ, es lo de menos. Menuda faena debería de tener él, a su edad, para que se le pusiera tiesa. Sus intereses apuntan más hacia la viuda del compañero difunto (Diana Muldaur, la que hacía de novia de McCloud). Cada vez que la ve, se le cae la baba. Y ésta, claro está, ignorante de que la noche anterior se ha maquinado a la fulana drogota, se le insinúa. Le pide un polvo a nuestro follador de la tercera edad, pero éste no está para más trotes, y aprovecha la visita de otro policía (Clu Gulager, el que siempre hacía de agente corrupto en estos films) para largarse disimuladamente.

Algo huele a podrido en San Francisco. Unos tipos malcarados roban un alijo de drogas confiscadas por las autoridades. Y McQ, que está en todo, persigue a los ladrones. Estos huyen en una furgoneta, mientras él, a bordo de su deportivo, emula a Steve McQueen en Bullitt. Pero a lo barato. En plan telefilme de tres al cuarto. Aún y así, llega a la guarida de los malos malosos, comandados por Al Lettieri (otro que siempre hacía de narcotraficante cabroncete), el cual está de los nervios pues, en lugar de heroína y cocaína, se ha encontrado con un pesado cargamento de azúcar en polvo. Todo se soluciona con un par de hostias a McQ y un “hasta luego, que tenga usted suerte en sus investigaciones”.

De nuevo, sus sorprendentes servicios sexuales, le vuelven a ser reclamados por la amante del poli muerto. La drogota, para entendernos. Dos noches seguidas son demasiado esfuerzo para el fatigado Wayne. Pone cara de resignación, evita que se le tuerza la peluca y se retira con su deportivo, al tiempo que un tipo sospechoso, enfundada su cabeza en una media, se cepilla a la coneja caliente. O sea, la mata.

Después de que le destrocen su estimado deportivo, con el propio McQ en su interior, éste sale ileso y descubre que, tras la oscura trama, hay gato encerrado. Todo apunta hacia su superior, Acebes (digo, Kosterman). Pero no. Ese tan sólo es bobo y sigue empecinado, en realidad, en que todo se trata de una conspiración urdida por “activistas”. La verdad sólo la conoce, de golpe y porrazo, McQ. Al seductor setentón se le enciende una lucecita y rápido pilla que, tras la historia, se encuentra el zorrón de la viuda; esa que también se lo quería tirar a él. ¿Quién tiene la droga? Pues ella y el perverso del Clu Gulager, que para eso estaba él en estas películas, para hacer de poli hijoputa. Curioso, ¿no?: sólo salen dos mujeres y, ambas, están hechas un par de petardas de mucho cuidado.

Cuatro tiroteos más y una esperpéntica persecución automovilística, en la orilla de una playa, conducen al film a su final. El Gulager palma, al igual que los truhanes que querían cambiar el azúcar por droga, mientras la viuda alegre pasa a disposición judicial. McQ acepta las disculpa de su superior, recupera la placa y el arma oficial y se van a tomar unas copas para celebrarlo, no sin antes pegar un pequeño discursillo en el que afirma que, excepto él y Acebes (y un detective negro que está por ahí), todos los demás son unos corruptos de mierda: senadores, jueces, abogados, fiscales... ¡Vaya demócrata estaba hecho el Duque!

Encomiable. Y al pobre Elmer Bernstein, compositor de inolvidables bandas sonoras, le llamaron una buena mañana a su teléfono y le encargaron hacer una música, para adornar este thriller, de una manera muy determinada: Elmer, aséate y ven a los estudios. Tienes que hacer una partitura para una película de Wayne, sin caballos y como si fuera una más del Eastwood. O sea, tipo teleserie. Estilo Ironside o Mannix. Repetitiva y hortera al cien por cien, que el espectador salga del cine tarareándola. Vaya, como si la hubiera escrito Quincy Jones en pleno ataque epiléptico. Tu ya nos entiendes, Elmer”. Y el bueno del Bernstein, aquel que escribiera la genial música de Los Siete Magníficos, se hizo cargo de esta cosa sin personalidad alguna.

El cine basura no sólo se queda en Santo el Enmascarado y subproductos terroríficos de la España de los 70. Hollywood, cuando se lo propone, también sabe hacerlos. E igual de catastróficos que éstos.

Al año siguiente, volvieron a repetir fortuna con Brannigan, otro thriller desesperante protagonizado por Wayne. El hombre ya no se aguantaba ni los pedos pero, a pesar de ello, y vistos los dos fracasos que significaron disfrazarse de policía impulsivo, lo devolvieron a su hábitat natural. El Rifle y la Biblia y El Último Pistolero fueron sus dos últimas películas. Dos títulos ciertamente dignos, ante todo el segundo, en el que, a las órdenes del efectivo Don Siegel, interpretó a un anciano pistolero aquejado de un cáncer irreversible. Pero esta, por suerte, es otra historia que, quizás, algún día, se vea reflejada en este blog.

28.6.05

La Guerra de los Bonner

Siempre es un placer volver a revisar viejos clásicos del Hollywood de los años 40 y 50. Hay algunos títulos, ya casi míticos, que no han perdido un ápice de su frescor original. Ese es el caso de La Costilla de Adán, una de las mejores comedias de George Cukor, en la que Spencer Tracy y Katharine Hepburn volvieron a ejercer, de nuevo, como pareja protagonista. Era una pareja popular y querida por el público que, además, a pesar de su aparente diferencia de edad, siempre tuvieron una química excelente, tanto en la pantalla como en la vida real. Tanto es así que, en este film, Cukor no dudó ni un instante en aprovechar algunos milímetros de una vieja cinta familiar de super 8, en los que se mostraban algunos de los momentos íntimos vividos por los dos actores.

La Costilla de Adán significó una nueva vuelta de tuerca sobre el eterno tema de la guerra de los sexos, convirtiéndose, al mismo tiempo, en una película avanzada a su tiempo. Tracy y Hepburn forman un matrimonio de letrados, residentes en un lujoso edificio de la ciudad de Nueva York. Él, Adam Bonner, es el efectivo ayudante del fiscal del distrito; ella, Amanda Bonner, una flamante abogada con buenos ingresos en su bufete. Un mismo caso, de connotaciones claramente feministas, les convertirá en enemigos ante el Tribunal; una enemistad que, poco a poco, desestabilizará la placidez y la armonía de su propio domicilio. Ella defenderá a una mujer engañada por su marido, la cual ha intentado matar a éste y a su amante a balazos; él se encargará de la acusación.

A pesar de su sencillez aparente, el título de Cukor funciona a la perfección. Su guión es elegante, sutil, inteligente. A través de la sátira, deforma el exacerbado feminismo de Amanda, haciendo lo propio con el caricaturizado machismo de Adam. Traslada el ambiente enfermizo del tribunal al domicilio conyugal y nos muestra el enfrentamiento matrimonial que ello provoca. Cada sesión en el juzgado acaba reflejándose, cada anochecer, en casa de los Bonner, convirtiendo su apartamento en un inestable (y electrizado) campo de batalla.

Con dos grandes actores como Hepburn y Tracy, a veces incluso sobran los diálogos. Con las miradas y gestos de ambos hay más que suficiente para descifrar la tensión creada entre los dos. Y no sólo por ese juicio, sino también por los celos que empieza a sentir el derrotado Adam por la presencia, incordiante, de un vecino cantante, el cual, aprovechando el momento más débil de ese matrimonio, decide tirarle los tejos a Amanda. Ese es el momento en que Tracy le da una vitalidad increíble a ese personaje suyo, medio derrotado, bonachón aunque gruñón, transformándolo en un alma desconsolada y furibunda y apoyándose, ante todo, en sus insuperables dotes de comediante.

Cukor, como buen conocedor de la mente femenina que era, se decanta hacia el lado de las mujeres y, a través de la abogada interpretada por Hepburn, intenta excusar el delito del que se acusa a la esposa engañada. De nada servirán las argucias legales a las que recurra Adam para llevar su acusación a buen término. Al contrario, incluso será ridiculizado, ante el juez, en varias ocasiones. El sexo débil arremete contra el sexo fuerte, aunque, para ello, Tracy tenga que ser levantado en volandas por una mujerona inmensa.

Celos, adulterio, juicios, lucha de sexos, romance, enredos... Si a todo ello le sumamos la presencia de dos secundarios de lujo, como Judy Holliday y Tom Ewell, la fórmula mágica está al completo. Los ingredientes básicos, condimentados con especies de alta calidad, que acabaron conformando uno de los mejores títulos de la filmografía de Cukor. Desenfadado, simpático y, para la época, atrevido en sus planteamientos. Un estilo que, por lo que parece y para desgracia nuestra, se ha perdido por completo.

27.6.05

Políticos desesperados

Sin apenas publicitarlo, La 2 de TVE reemprende, esta madrugada, la tercera temporada de una serie excelente, El Ala Oeste de la Casa Blanca. A las 02.00 A.M. El Prime Time absoluto. La hora ideal para acabar de quemarla del todo.

Ya lo saben. Quien avisa no es traidor. Preparen vídeos y grabadores de DVD para pillar esta nueva entrega que, para más recochineo, se va a emitir a diario, de lunes a jueves. Y, siempre, en horas intempestivas.

Personalmente, volveré a engancharme a esa neurosis colectiva que viven los habitantes de la Casa Blanca, desde el Presidente demócrata Josiah Bartlet a todo su séquito de consejeros personales. O, lo que es lo mismo, un maravilloso Martin Sheen –en una muy personal recreación de uno de los máximos exponentes de la política mundial- rodeado de un grupo de actores a cual mejor. Melodrama y comedia, a partes iguales y a través de unos guiones y una puesta en escena sencillamente sorprendentes.

De verdad les recomiendo seguir esta serie, darle una oportunidad, aunque, de todas maneras, también les aconsejo que la vean con cierta distancia, pues no deja de ser política ficción, ya que todos los hombres del Presidente, incluido éste, rezuman una bondad muy poco creíble en esa especie. Sin embargo, ese defecto, se ve compensado por el trepidante ritmo narrativo empleado (como en el caso de Urgencias, pero cambiando a los matasanos por politicastros) y en el interés de los conflictos e historias que nos muestran.

Sin lugar a dudas les puedo asegurar que, algunos episodios de temporadas anteriores, habrían provocado la envidia del mismísimo Frank Capra.

26.6.05

Ustedes lo han querido: ¡ATERRIZA COMO PUEDAS!

Hace 25 años, tres gamberros se unieron en comandita y urdieron Aterriza Como Puedas, una de las comedias más surrealistas y delirantes de todos los tiempos. Una comedia que, al mismo tiempo, revolucionó un tanto un género que, por aquel entonces, estaba bastante adormecido y que sólo despertaba, de vez en cuando, gracias a algún título de Mel Brooks (El Jovencito Frankenstein) o a los primeros largometrajes de Woody Allen.

La fórmula de Aterriza Como Puedas era muy sencilla pero, al mismo tiempo, ingeniosa. Se trataba de recurrir a esos subproductos hollywoodienses que, nacidos al amparo de la mediocre Aeropuerto, dieron paso a un sinfín de películas en las que, una posible catástrofe aérea, se convertía en la excusa principal de las mismas. Películas que, al mismo tiempo, reciclaban a viejas glorias cinematográficas, rescatadas del Cementerio de los Elefantes, para convertirlas en sus protagonistas principales. Así pues, los envejecidos rostros de Charlton Heston, James Stewart o Alain Delon, entre otros, volvieron a las grandes pantallas de todo el mundo.

David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker (popularmente conocidos como el triunvirato ZAZ), los tres realizadores y guionistas del film, no hicieron más que calcar las citadas cintas. El truco estaba en caricaturizarlas al máximo, mediante un humor tan surrealista como destructivo. Jugar con el absurdo al cien por cien y, en lugar de contar con desfasadas estrellas del Séptimo Arte, optaron por rescatar a conocidos actores televisivos en plena decadencia artística. De este modo, Peter Graves (Misión Imposible), Lloyd Bridges (Detective Submarino), Robert Stack (Los Intocables) y Leslie Nielsen (eterno villano en varias series de los años 60), se convirtieron en sus sorprendentes secundarios, mientras que, como joven pareja protagonista, eligieron a un par de sosos bastante inexpresivos, una debutante Julie Hagerty y Robert Hays, también procedente, este último, del mundo de las teleseries. Leslie Nielsen es quien mejor tajada sacó del invento, pues acabó convirtiéndose en musa y elemento imprescindible para la mayoría de títulos posteriores, producidos o dirigidos por alguno de los ZAZ.

El delirio estaba servido. Su hilo argumental era mínimo, casi inexistente. Un piloto de la Segunda Guerra Mundial, traumatizado por una mala experiencia durante una misión bélica, tendría que convertirse en el aguerrido responsable de llevar a buen puerto un avión comercial, en el que toda su tripulación se había intoxicado por la ingestión de un pescado en malas condiciones. Lo de menos era su historia, pues Aterriza Como Puedas supuso una continua y divertida sucesión de gags, a cuál más absurdo y estrafalario, metidos (un tanto sin orden ni concierto) a lo largo de todo su metraje, amontonados de tal manera, uno detrás de otro, que apenas dejaban tiempo al espectador para reponerse de sus carcajadas.

ZAZ, con este film, reinventaron la comedia. Marcaron unas directrices muy concretas que, aún hoy en día -sobre todo en el mundo de la animación informática-, siguen vigentes. El guiño cinéfilo, destructivo y cruel, fue la principal arma de la que se sirvieron para hacer aún más popular su película. Así, productos como Tiburón, Fiebre del Sábado Noche o De Aquí a la Eternidad, tuvieron su merecido hueco satírico en la astracanada tragedia aérea. Un jocoso drama que, por cierto, fue resaltado magistralmente por los impecables acordes de la excelente banda sonora compuesta por Elmer Bernstein.

Durante este año, he podido ver Aterriza Como Puedas en un par de ocasiones. Y les puedo asegurar que, a pesar de notarse el paso del tiempo, aún conserva ese nervio y ese frescor que rezumaba en su estreno. Y es que el ingenio que vertieron en este producto no se volvió a repetir, jamás, en títulos posteriores (Top Secret, Agárralo Como Puedas, Hot Shots, etc.). Podrían estar más o menos acertados, pero explotaron la fórmula hasta límites insospechados, con lo que la originalidad de su ópera prima acabó convirtiéndose en una rutina tan poco sorprendente como previsible.

25.6.05

The Twilight Zone... again

Desde el pasado domingo, y por culpa de ciertos comentarios de algunos de ustedes, llevo dándole vueltas a la cabeza para descubrir quien es el negro, situado detrás de Fraga, de esa foto tan surrealista que les colgué. Y no hay manera, oigan.

Sin embargo, mirando y remirando la maldita fotografía, he descubierto un extraño combinado, colocado entre el cabezón de Don Manuel y el negro abanderado. Se trata de una similitud escalofriante. Juzguen por sí mismos.

24.6.05

El dormilón

Ustedes sabrán perdonarme. Hoy no estoy para nada. Con tanto petardo, he pasado la noche en vela. Por lo tanto, en estos momentos, estoy recuperando pilas, envuelto en un plácido y reconfortante sueño.

Un beso en la frente, a todos, y hasta mañana.

23.6.05

Noche Mágica

Hoy es Noche Mágica en Catalunya. O eso dicen. La Noche de Sant Joan. La verbena. La tradición manda montar hogueras y llenar la ciudad de humo mediante miles y miles de petardos. Durante horas, hasta avanzada la madrugada. Gresca i xirinola!, como dicen en mi tierra.

¿Noche mágica? Cientos de salidas de los bomberos. Grandes y pequeños incendios. Dedos amputados. Ojos destrozados. Borracheras y vomitadas sublimes. Controles de alcoholemia en cada esquina; de cada cuatro, tres conductores rebasan el límite. Cenas opíparas y, como remate, litros y litros de cava. Y coca, mucha coca, de la química y de la de bollería. La crema, el cabello de ángel, los chicharrones y la alquimia se juntan en delirante armonía.

Las tres, las cuatro, las cinco de la madrugada. Suena el último petardo, la última traca, los últimos cohetes. El cuerpo, por fin, puede descansar. El olor a pólvora, a esas horas, en la ciudad de Barcelona, es algo muy típico, especial, peculiar. Llega el silencio, el esperado silencio. Paz, sosiego, la calma. El cuerpo se relaja, se empieza a conciliar el codiciado sueño. ¡Por fin!.

Y a las siete, ocho de la mañana, como cada año, el hijoputa consagrado del vecino que, aprovechando el mutismo absoluto de la gran urbe dormida, lanza el trueno del siglo. De esos petardazos que tienen un eco especial, de los que penetran punzantes en el cerebro. Y volver a empezar, con la resaca a cuestas y las ganas de maldecir a la madre que parió al hijoputa del vecino.

Esa es la Noche Mágica. Esa es la tradición tan esperada durante todo el año. Así somos los humanos. Desde hace siglos. Y nadie nos va a cambiar.

Pero las verdaderas noches mágica son otras. Al menos para mí.

22.6.05

Sitges again (naturally)

Pues nada, que ya tenemos nuevo cartel para la próxima edición del SITGES 2005 - Festival Internacional de Cinema de Catalunya que, en esta ocasión, volverá a celebrarse en octubre, tal y como había sido casi toda la vida, huyendo de la gelidez pre-navideña del mes de diciembre. Exactamente, del 9 al 18 de octubre.

El cartel está dedicado al Tiburón de Spielberg, aprovechando que este año se celebra su treinta aniversario. Treinta años con Tiburón... ¡y yo con estos pelos! Pensar que asistí a su estreno, como si tal cosa, hace que se me ponga la piel de gallina ¡Cómo pasa el tiempo!. Y eso que parece que fue ayer. Penoso, patético. Tendré que echar mano de los antidepresivos lo más rápido posible.

Tengo muy claro que me apetece volver a verla en pantalla grande, como Tutatis manda. Disfrutaré de nuevo con esas fauces devoradoras y espero revivir la misma angustia que Spielberg me transmitió, con su película, en el 75. ¡Qué año más maravilloso! Se estrenó Tiburón y metieron al carcamal bajo una losa. ¿Qué más se puede pedir?

Esta 38ª. edición del Festival de Sitges será una buena ocasión para volver a revivir aquella experiencia (la del carcamal no, me refiero a Tiburón). Y, aparte, como avanzadilla, citarles que se podrá conocer el último film de Dominik Moll, Lemming, el realizador alemán, afincado en Francia, y director, asimismo, de la inquietante Harry, Un Amigo que os Quiere, y también el nuevo trabajo fantástico de Jaume Balagueró, Frágiles, protagonizado por la televisiva Calista Flockhart. Aprovechando la ocasión, Álex de la Iglesia presentará la tv-movie La Habitación del Hijo, uno de los capítulos que formará parte de la revisitación de la mítica serie Historias Para No Dormir.

Apunten bien las fechas. Del 9 al 18 de octubre. A medida que vaya conociendo otros títulos a programar, les iré informando puntualmente. Mientras, les dejo con la web oficial del certamen.

21.6.05

El nacimiento del hombre murciélago

Ya era hora que alguien remediara el circo en que Schumacher convirtió la serie sobre Batman, con sus apayasados Batman Forever y Batman & Robin. Y ese alguien ha tenido que ser Christopher Nolan, un cineasta que se ganó cierto prestigio gracias a sus dos brillantes títulos anteriores, Memento e Insomnio, y que ha afrontado el encargo de resucitar la figura de ese personaje del cómic de manera competente. Y lo mismo hay que decir de Christian Bale, pues con su contenida interpretación, le ha dado una entidad muy similar a la que consiguió, años antes, el siempre desaprovechado Michael Keaton.

De hecho, más que una secuela de los cuatro títulos anteriores, es una especie de precuela pues, ante todo, Batman Begins se centra, en su primera parte, en el nacimiento del mito, de ese ser temeroso de los murciélagos, amargado por la muerte de sus padres -asesinados ante él a sangre fría-, y por el ferviente e iracundo deseo de venganza que va creciendo en su interior. Al igual que hizo Ang Lee con su adaptación de Hulk o Raimi en su segunda entrega de Spiderman, resalta los rasgos más torturados de ese hombre que, antes de decantarse por una justiciera doble vida, decide pasar una temporada de aprendizaje entre los sectores más bajos y rastreros del hampa mundana.

La segunda parte, cuando abandona su adiestramiento y regresa a su ciudad natal para convertirse en poderoso justiciero, la cinta se convierte, en todos los sentidos, en un producto más típico y estandarizado, aunque correcto. La aventura a la que tendrá que enfrentarse entronca, directamente, con el estilo y el nervio narrativo utilizados, ya anteriormente, por Tim Burton, aunque suavizando un tanto ese tono de comedia negra que infundió éste en sus dos relatos. No hay sorpresas, pero tampoco asoma el aburrimiento en ningún momento.

Para su puesta en escena, de manera inteligente y para evitar odiosas comparaciones, ha rehuido esa atractiva estética gótica con que Burton optó para sus dos films sobre Batman, decantándose más por una fotografía y una puesta en escena más realista, respetando, lo máximo posible, la escenografía urbana de la ciudad de Gotham y ese tono visual oscuro que, al mismo tiempo, potencia la atormentada mente del multimillonario Bruce Wayne, el alter ego real del héroe de la DC. Así pues, esos colores chillones y vivos usados por Schumacher en sus dos "locazas" adaptaciones, han desaparecido por completo de la vida cinematográfica de ese hombre con disfraz de murciélago.

No hay que negar que, en su reparto, la presencia de nombres como Liam Neeson, Michael Caine, Morgan Freeman o Gary Oldman, ayudan, en mucho, al buen devenir del producto, resaltando, ante todo, la sobriedad británica vertida por Caine para dar vida al fiel mayordomo Alfred, la estimable (aunque mínima) presencia de Lucius Fox, el personaje encarnado por un entrañable Freeman y, sorprendentemente, el nulo histrionismo invertido por un camaleónico y caracterizado Oldman, en la creación del detective Jim Gordon.

Un entretenimiento urdido con la máxima profesionalidad posible, serio (aunque un tanto reiterativo) en su planteamiento inicial y que, en conjunto, poco puede envidiar a otras célebres adaptaciones sobre superhéroes nacidos de las páginas del cómic, como Superman, Spiderman, X-Men o el mismo Batman de Tim Burton.

20.6.05

Una recomendación: MUJERES DESESPERADAS

Apúntense bien el título de la serie que, la semana pasada, empezó a emitir La 1 de TVE: Mujeres Desesperadas. Aunque ya lleven dos capítulos, no pierdan la ocasión, mañana mismo, a las diez de la noche, de disfrutar con los episodios 3 y 4, pues es una propuesta sencillamente fresca y deliciosa.

La verdad es que, tras Mujeres Desesperadas, no se esconde nada nuevo. Las diversas historias que nos muestra las hemos visto en varias ocasiones en la pequeña y en la gran pantalla. Los responsables de la serie juegan con los típicos y tópicos de siempre. Pero saben jugar con ellos de manera ingeniosa y muy personal. Barajan todo aquello que conocemos con una sutileza envidiable. Y es que sus guiones son maravillosos, de una precisión milimétrica, por no hablarles de su acelerado ritmo narrativo.

La serie es un satírico retrato de las mujeres actuales. Bueno... actuales y no tan actuales; mejor dejémoslo en las mujeres de toda la vida y, por defecto, de eso que hace años dieron en llamar la guerra de los sexos. La relación matrimonial y familiar, esa que tanto alaban los anquilosados pepistas y la Iglesia, es diseccionada con cierta mala uva, resaltando los defectos de la misma. Su humor es cínico, malicioso y negro; muy negro. Casi vitriólico. Tanto que, a veces, algunas escenas remiten directamente a los mismísimos Simpson.

Su escenario es una de esas apacibles urbanizaciones norteamericanas de ensueño y cuatro mujeres estereotipadas son sus principales protagonistas, cada una de ellas dibujada con cuatro trazos sencillos, pero perfectamente perfilados: la estresada Lynette Scavo (Felicity Huffman), una yuppie que, contra su voluntad y con un marido siempre fuera de casa, tuvo que renunciar a su trabajo para convertirse en la amantísima madre de cuatro pequeños diablillos; la metódica Bree Van De Kamp (Marcia Cross), una especie de robot que vuelca toda su energía en la limpieza más absoluta del hogar y en la alta cocina, sin pararse a pensar que su marido y sus dos hijos necesitan algo más que esa aséptica manera de funcionar; la atractiva Gabrielle Solís (Eva Longoria), una ex modelo latina, retirada de las pasarelas por un marido millonario y frío, que busca sus desahogos sexuales en la persona de su joven jardinero y, por último, la figura de Susan Mayer (Teri Hatcher), una mujer divorciada y de buen ver que, tras haber obtenido la custodia de su hija, se desvive por encontrar una nueva pareja, rivalizando en su empeño con Edie Britt (Nicollette Sheridan), un putón verbenero cuya principal afición es la carne masculina.

Al igual que hizo Billy Wilder en El Crespúsculo de los Dioses, Mujeres Desesperadas tiene como narrador, mediante su voz en off, a otro cadáver. En este caso se trata de una mujer, Mary Alice Young (Brenda Strong), una idílica ama de casa que, un buen día y tras terminar sus labores domésticas, se acabó pegando un balazo en la sien. Ella, cuyo apenado viudo y su hijo esconden un oscuro secreto, será la acompañante del espectador en el devenir de sus cuatro amigas anteriormente descritas.

Denle una oportunidad mañana mismo. Acepten el reto e instálense cómodos en sus sofás respectivos. Déjense llevar por el humor de Mujeres Desesperadas y por ese desquiciado y divertido análisis tras el que, en realidad, se esconden dramas gigantescos. Pero ese toque caricaturesco, otorgado a todos sus personajes y a las situaciones a las que se enfrentan, ayuda a digerir, mucho mejor, ciertas realidades, por muy típicas y tópicas que sean.

Vale la pena. Palabra de Spaulding.

17.6.05

Victor/Victoria

Cardenal de día, Loca de noche. ¿Rouco o Clavel?

Mañana... ¿a cuál de las dos manifestaciones de Madrid piensa acudir?

Little Big Man

Llevo unos días preocupado. Era totalmente consciente de que me olvidaba comunicarles algo imprescindible. No tenía claro de que se trataba, por muchas vueltas que le diera a mi cabeza. Pero sabía que algún detalle se me había pasado por alto, volatilizado por completo.

Y hete aquí, que esta mañana, al saltar de mi cama, recién levantado y aún por asear, un flash en mi mente ha abierto las puertas que conducen directamente al elemento perdido. Ese dato trascendente, esa información única, hoy por fin toma forma en esta bitácora.

Con un poco de retraso, pero fiel al espíritu que me caracteriza, me apena recordarles que el pasado domingo, día 12 de junio de 2005, se cumplieron 7 años de la ausencia de un personaje que dejó mella en toda una generación de españolitos: el gran, único e incomparable Torrebruno.

7 años sin Torrebruno han cambiado definitivamente mi forma de ser. Al menos, ya no me siento tan alto como antes.

16.6.05

El hombre del traje azul

Ayer por la tarde tuve la ocasión de recuperar un espléndido film que, en su día, se me escapó. A pesar de las buenas críticas recibidas, éste fue pésimamente estrenado y aguantó muy poco tiempo en las salas comerciales de nuestro país. Se trata de, Punch-Drunk Love (Embriagado de Amor) , el último largometraje de Paul Thomas Anderson.

Algunos aseguran que se trata de una obra menor del realizador. De ningún modo creo tal afirmación, pues Punch-Drunk Love es tan efectiva y original como Boogie Nights o Magnolia, aunque, en algunos aspectos, cambie de tercio. Sigue fiel a sus personajes atípicos y un tanto neuróticos, pero decide dejar a un lado ese aspecto coral, con que dotó a esos dos títulos anteriores, para darle un tono mucho más intimista y acentuar, de esta manera, aquellos retazos de comedia que ya se atisbaban en esos trabajos, apostando, además, por una narración lineal. Una comedia romántica, de pinceladas surrealistas y regada de un tono cínico y una mala leche que ya no recordaba desde que Billy Wilder decidió cambiar de barrio.

La historia de Punch-Drunk Love se centra en Barry Egan, un triste y gris propietario de un peculiar taller, parco en palabras, de aspecto tímido y de reacciones insospechadas e incluso, a veces, explosivamente violentas. Criado, en su infancia, entre siete hermanas y cansado de las continuas e hirientes bromas de ellas sobre su posible homosexualidad, se ha convertido en un ser solitario que busca refugio en coleccionar centenares de natillas -aprovechando una errónea promoción publicitaria de la casa comercial propietaria de las mismas-, con la única intención de acaparar miles de millas aéreas gratuitas,. Reservado y poco expresivo, ninguno de sus compañeros de empresa entiende el porqué, un buen día, decidió cambiar su sucia ropa de trabajo por un impecable traje azul. Ni él mismo sabe dar una explicación al respecto. Y es que, en realidad, Barry Egan necesita, con cierta urgencia, un psiquiatra o una chica en la que buscar apoyo.

La verdad es que P. T. Anderson estuvo totalmente acertado al elegir a Adam Sandler para dar vida a ese reservado y timorato Barry Egan. Personalmente, nunca habría confiado en este cómico, pero en esta ocasión, el hombre está genial, soberbio. Se ha sacado todos los tics de encima -adquiridos durante su paso por el famoso show televisivo Saturday Night Live-, para perfilar, a la perfección, a un hombre agobiado y al límite, con ganas de huir de su rutina habitual y dejar muy lejos a una familia que le exprime y achucha como si aún se tratara de un niño de pocos años. Es por ello que, buscando nuevas experiencias, acabará poniéndose en contacto, a través del teléfono y de la soledad de su apartamento, con un número erótico para charlar con una chica que le ponga un poco caliente, ignorando que esa acción le va a enfrentar con un problema mayúsculo.

Emily Watson, la mujer que se cruza en su camino y en la que descubre a su posible media naranja, es el perfecto reverso de la moneda de Barry Egan. Al contrario que éste, ella es sosegada, tranquila y cariñosa. Le atraen las extravagancias de ese hombre enfundado, día y noche, en su psicodélico traje azul. Están hechos el uno para el otro, pero antes él tendrá que sacarse de encima sus centenares de natillas y resolver su conflicto con la línea de teléfonos erótica.

Filmada a través de largos, atractivos y meticulosos travellings y utilizando una magnífica fotografía que, preferentemente, retrata la relación de la pareja protagonista mediante sorprendentes contraluces (inolvidable la escena del encuentro en Hawai), P. T. Anderson ha buscado una estética muy particular para su película, rodeando a sus personajes de interminables y laberínticos pasillos e insertándolos en escenarios desamparados y fríos, como el taller en donde trabaja Sandler o el propio apartamento de éste.

Un más que recomendable producto independiente, fresco y original. Totalmente innovador. Una nueva manera de narrar una historia romántica envuelta, en todo momento, de inesperados y bruscos golpes de efecto cercanos al más puro slastick (caídas tontas, accidentes de coche, roturas inesperadas) que, en general, nunca afectan directamente al extraño Barry Egan, pero si que ocurren en su entorno más cercano, perfilando aún más ese carácter, entre gafe y patoso, con el que se desenvuelve el personaje.

15.6.05

La gota que colma el vaso

Como he dejado claro en más de una ocasión, Joel Schumacher no es santo de mi devoción pero, sin embargo, tiene algunos títulos que han llegado a engancharme. Uno de ellos es Un Día de Furia, una historia urbana y extremadamente violenta que muchos, de manera equivocada, han querido tildar de fascista.

Y digo equivocadamente porque Un Día de Furia nos habla de una situación límite, la que vive William Foster, un tipo de carácter violento, con problemas en su entorno laboral y con la imposibilidad legal de aproximarse a su hija pequeña. La cinta de Schumacher nos muestra lo que le ocurre a este personaje, interpretado magníficamente por Michael Douglas, cuando aparece esa maldita gota que acaba por desbordar el vaso. La gota, en esta ocasión, es uno de esos atascos automovilísticos monumentales que vive la ciudad de Los Angeles, durante una mañana en extremo calurosa, y en la que nuestro hombre se encuentra atrapado en el interior de su coche. El aire acondicionado ha dejado de funcionar, el ensordecedor ruido de centenares de bocinas incordiantes no ayudan en mucho a su pasajera crisis de ansiedad y, para rematar su agobio, una maldita mosca se apodera del interior del vehículo. El vaso acaba de desbordarse.

A partir de este punto, el tal Foster iniciará, a pie, una odisea surrealista por los suburbios más desamparados de una ciudad en la que conviven, en constante tensión, todo tipo de razas y culturas. Una ciudad en la que la rabia y la tensión de sus habitantes se cristaliza en cada una de sus esquinas. Él sólo tiene un objetivo: llegar al domicilio de su ex esposa para ofrecerle un pequeño obsequio a su hija en el día de su aniversario. Pero esa ruta, sofocante y laberíntica, se verá plagada de mil y un obstáculos que lo acabarán convirtiendo, contra su voluntad, en el enemigo público número uno.

La caza del ratón acaba de empezar. Y, en el otro lado de la moneda, un amargado policía, en el mismo día de su jubilación (un excelente Robert Duvall, como casi siempre) y marcado por un trauma familiar, será el elegido para frenar el avance de la fiera desbocada. Un excelente homenaje al western más clásico hará aparición en Un Día de Furia cuando el gato y el ratón, finalmente, se enfrenten cara a cara.

Tras la película de Schumacher no hay ninguna coartada extremista. Tan sólo se trata de una clara disección de una sociedad histérica y estresada, maltratada por los poderes fácticos, en la que cualquier mínimo detalle puede acabar por deshumanizar al más cabal de todos. De hecho, en esa especie de vídeo-juego en el que se verá inmerso su protagonista (y que a cada salto de pantalla irá recogiendo más y más armamento), éste demuestra su total aversión y repugnancia por el personaje interpretado por Frederic Forrest, un acérrimo adulador de la figura de Adolf Hitler y propietario de una tienda de objetos castrenses, con el que coincidirá cuando decida cambiar sus viejos zapatos agujereados por un par de botas militares.

La ampulosidad visual con que Schumacher, en general, aborda sus films, no está tan exagerada en esta propuesta. El cineasta demuestra su conocimiento a la hora de filmar las escenas de acción y violencia, sin andarse por las ramas y sin recurrir a adornos triviales para aliñar su historia. Sabe centrarse en lo que cuenta. Habla de personajes marginados y de perdedores, pues tanto Douglas, como su ex mujer y el policía, se han visto atrapados en las redes de una sociedad maquiavélica y sucia, en donde lo que menos importa es el bienestar del ciudadano de a pié. Y la fábula le queda redonda, a pesar de beatificar demasiado la conducta del detective. Pero, ya se sabe: es cine americano. Y la dualidad del bien y del mal ha de quedar patente de algún modo, aunque cazador y cazado, en este caso, estén viviendo un infierno personal.

Está claro que las historias urbanas, y un tanto desquiciadas, le van bien a la mano desmesurada de su realizador. En ellas, calma un tanto su histrionismo visual y se centra más en el dibujo de sus personajes que en su pomposidad habitual. Otra buena muestra de ello es la excelente y concisa Última Llamada.