30.6.05

Caos en la tercera fase

En 1938, Orson Welles inmortalizó una obra de H. G. Wells, La Guerra de los Mundos, publicada en 1898, gracias a una emisión radiofónica que aterrorizó a media Norteamérica. En ésta se describía, con todo lujo de detalles, una invasión extraterrestre en toda regla y el gamberro de Orson, con su equipo de actores habituales, montó una alucinante historia, a través de las ondas, que dejó a muchos de los habitantes de ese país convencidos de que tal cosa estaba ocurriendo en realidad.

Unos cuantos años después, en 1953, Byron Haskin adaptó la misma obra para la pantalla grande. Se trataba de un eficiente film de serie B que, teniendo en cuenta su fecha de producción, poseía unos efectos especiales sorprendentes pero que fallaba, en su parte final, por culpa de su tono excesivamente religioso y discursivo.

Justo ayer se estrenó el nuevo film de Steven Spielberg, La Guerra de los Mundos, una nueva revisitación de la citada novela clásica de Wells. Radicalmente opuesto a las intenciones pacifistas de Encuentros en la Tercera Fase, este es uno de los títulos más esperados de la temporada que cuenta, además, con el aliciente de tener, como protagonistas, a Tom Cruise y a la pequeña (y gran) Dakota Fanning. Cruise, en este caso, esta correcto, sin más, mientras que la joven Fanning, con su sola presencia, se come todo lo que se cruza en su camino. Esa niña es una maravilla.

La película posee un arranque fenomenal. Spielberg va al grano desde el primer instante, sin rodeos. Presenta a sus personajes principales a medida que van surgiendo los primeros efectos de esa invasión alienígena. El espectador a duras penas tiene tiempo para respirar. Va de sorpresa en sorpresa, con un ritmo imparable, endiablado. El caos está perfectamente mostrado en todas sus vertientes. El terror a lo desconocido. La aparición furibunda del egoísmo humano. La masa, ante el desastre y la desgracia, se desdibuja y se convierte en otra arma tan violenta y potente como las utilizadas por los atacantes.

Un artefacto de relojería, casi imparable, que se alarga durante más de una hora. Spielberg domina la cámara como nadie. La mueve con elegancia. Grúas, travellings, planos aéreos... De todo un poco. Y bien. Artesanía cinematográfica, pura y dura, amparada por unos efectos especiales desbordantes. Nada sobra y todo le vale. Automóviles volando, iglesias desmoronándose y gente desintegrada por rayos destructivos, al tiempo que otros son literalmente engullidos por la tierra. No hay parada. Incluso, como en Donnie Darko, se permite el lujo (un tanto excesivo) de estrellar un avión contra una mansión. Pero le queda perfecto. Cuando le da la gana, Spielberg es el mejor.

Pero cuidado. No se dejen engañar por esa apabullante primera parte, pues al Rey Midas de Hollywood a veces le patinan las neuronas. Y aquí, por desgracia, se queda sin energía. Está claro que no usa pilas Duracell, pues el conejito deja de tocar el tambor. Se le agotan las ideas y, con la aparición del (innecesario) personaje de Tim Robbins (pésimamente doblado al castellano por Pep Anton Muñoz), la película entra en un callejón sin salida. Queda encallada y se niega a seguir avanzando. Todo el nervio invertido antes lo pierde en menos que canta un gallo. Ese ritmo trepidante desaparece por completo e, inevitablemente, empieza a decaer a marchas forzadas. A pesar de ello, aún sorprende con algún que otro asomo de lucidez y gracias a un elaborado toque de suspense mínimamente conseguido. Pero, a partir de ese momento, La Guerra de los Mundos ya no da para más.

Eso sí: se muestra respetuoso con el final original escrito por Wells y, visualmente, tiene momentos en los que echa mano de la estética y del tratamiento del color de la primera versión cinematográfica, sobre todo en su segunda parte, cuando la acción abandona las grandes ciudades y se centra en los bosques. Pero Spielberg siempre quiere ser más e, incapaz de renunciar a ese reiterado toque de melaza y de defensa a ultranza de la familia que asoma en sus films, se estrella con un epílogo dulzón y superfluo. Ridículo e incluso absurdo. Es una lástima, pues durante una larga hora, llegué a pensar que se trataba del mejor producto del realizador en años. Otra vez será.

La voz en off del narrador, abriendo y cerrando la película, merece una mención aparte, ya que está usada como si se tratara de un episodio de la mítica serie televisiva The Twilight Zone. Morgan Freeman ha puesto su voz en la versión original. En España, José Sacristán. Y de verdad, les puedo asegurar, que lo que ha hecho ese buen actor, es vergonzoso.

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