9.6.05

Más allá de Donen: Chorrada

Ya lo he dicho varias veces en este blog. En general, no entiendo la validez de un remake. Y mucho menos cuando se trata de la nueva revisitación de un film con tanta repercusión como el de Stanley Donen del que hablaba ayer, Charada. Pocas son las nuevas versiones sobre viejos títulos que puedan ser considerables. Haberlas, haylas, pero en mínima cantidad. Casi ínfima, diría. Y La Verdad Sobre Charlie, aparte de no aportar nada nuevo a lo contado en su día por Donen, es, en sí misma, un desvarío vergonzoso. Una película que se merece, sin lugar a dudas, el rechazo popular que tuvo en su estreno.

Jonathan Demme, al adaptar el antiguo guión de Peter Store, quiso jugar a ser más original, arriesgado y rompedor que el tan cacareado Steven Soderbergh, el ídolo por antonomasia del cinéfilo postmoderno actual. Y, efectivamente, esta nueva versión de Charada parece más realizada por éste que por el propio Demme, el artífice de la siempre interesante El Silencio de los Corderos.

Todo parece lo mismo que en Charada. Pero no, no lo es. No se dejen engañar. La viuda reciente del film de Donen está presente; el asesinato de su marido también. Al igual que en la mítica película con Cary Grant y Audrey Hepburn, un grupo de seres extraños persigue un tesoro escondido, que aseguran les pertenece a ellos. O sea, la base principal está prácticamente calcada, aunque con variaciones. Muchas, demasiadas y, todas ellas, alarmantes. Ese toque fresco de comedia que vertía la cinta original, se ha perdido por completo durante la traslación. Además, sin venir a cuento y como si se tratase del gran realizador innovador que no es, Demme se atreve a insertar alucinaciones que no tienen nada que ver con el argumento, como la fantasmal aparición, en un par de ocasiones, de un envejecido Charles Aznavour, desgranando alguno de sus temas y a través de un innecesario y ridículo homenaje a Disparad Sobre el Pianista de Truffaut. Demme va de culto. Y se le va la mano. Olvida la historia y se decanta más por la estética rocambolesca, de planos estrambóticos y de secuencias fragmentadas a golpes de tijera, que por el devenir de sus personajes.

Cambia las magnéticas presencias de Grant y Hepburn por un par de soseras sin parangón, Mark Wahlberg y Thandie Newton, un dúo protagonista, sin química alguna entre ellos, a los que no se les puede pillar ni con pinzas, pues se derriten con el menor contacto. Y, para dar algo de empaque a su producto, otorga a Tim Robbins el mismo papel que en el film de Donen tenía Matthau. Pero Demme quiere llegar más lejos y aprovecha para convertirlo en un villano con menos escrúpulos de los que lucía la eterna pareja de Jack Lemmon. Y es allí cuando tropieza con el guiño más ridículo y estúpido, al convertir a Lewis Bartholomew (el personaje de Robbins) en un sosias diabólico de Harry Lime (el muerto más vivo de la historia del cine, ese al que daba vida Orson Welles en El Tercer Hombre), pues monta a éste y a una atemorizada Newton en una noria, para poder hablar con más discreción, tal y como hicieron, en su momento, Joseph Cotten y el propio Welles. Y Demme, desde una película tan espantosamente escrita, no tiene complejo alguno para compararse con la obra maestra de Carol Reed. Vergonzoso. De juzgado de guardia.

El tema principal de la maravillosa banda sonora que Mancini compuso para Charada, suena a lo lejos (¡qué menos!), pero a modo de guiño forzado y durante unos pocos segundos, interpretada, además, por un inseguro acordeonista. Demme quiere ser más que Donen y, musicalmente, opta por un estruendoso score, compuesto por retazos de temas punkies un tanto agresivos a los que mezcla, sin orden ni concierto, con clásicos del citado Aznavour o incluso de Serge Gainsbourg, dejando que la esforzada Rachel Portman, la compositora oficial de La Verdad Sobre Charlie, suene sólo por momentos (pocos) y de manera entrecortada. Lastimoso.

Un festival de despropósitos que, al contrario que el título original, está plagado de cabos sueltos y de absurdos detalles sin aclarar, como la inexplicable aparición (metida con calzador) de la madre del asesinado Charlie. Una tomadura de pelo pésimamente narrada, caóticamente interpretada y que, a pesar de desprender ese tufillo tan típico de director culto disfrazado de enfant terrible, es incluso capaz de apostar más por la postal parisina turística que por narrar algo con un mínimo de dignidad, coherencia e interés.

Vilipendiar una obra como Charada, tal y como ha hecho Demme, no tiene nombre. Y además, el tío, tiene la desfachatez (o, mejor dicho, los santos cojones) de dedicarle este engendro a su desaparecido sobrino Ted.

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