13.6.05

Ustedes lo han querido: EL ÁNGEL EXTERMINADOR

Recuerdo haber visto hace años la película de don Luis, allá por los años 70, y salir encantado del cine con su visionado. Quizás eran otros tiempos. Un servidor era mucho más joven, más inquieto y, por tanto, buscaba significados ocultos hasta debajo de las piedras. Dobles lecturas que me situaban en al ala más izquierdosa del universo. El problema es que, con el tiempo, me he cansado y he dejado de creer en este tipo de cine tan ecléctico. Y ahora, como en el caso de Buñuel, me lo acabo tomando como mero surrealismo. La absurdidad llevada hasta el límite del paroxismo. Así, sin más.

Para mí sería mucho más sencillo decir que El Ángel Exterminador es una obra maestra, una pieza indispensable para entender mejor el Séptimo Arte. Sería fácil buscarle tres pies al gato al trabajo de don Luis y citar, al mismo tiempo, su declarado odio hacia todo tipo de religiones y consignas, así como disertar sobre el aborregamiento de la sociedad, en general, y de la aristocracia en particular. Un par o tres de citas bien colocadas, recurriendo siempre a nombres y apellidos de culto intemporáneo y dar así la crítica por terminada, con total tranquilidad, como si tras el nombre de Spaulding se escondiese un verdadero sabio; el gurú de la cultura; en mayúsculas. Un ser omnipresente capaz de valorar, al cien por cien y de manera harto inteligente, la película de ese entrañable y desaparecido vecino de Calanda.

Pero no. De ninguna manera. Quiero ser sincero, dar la cara como un chulo de barrio y volcar mi verdadero sentimiento negativo ante este trabajo del aragonés. Su segundo visionado (esta misma mañana) me ha puesto de los nervios. Me ha aburrido soberanamente. Ni siquiera lo he encontrado (como me ocurrió hace muchos años) un film jocoso y original. El Ángel Exterminador es un muermo de mucho cuidado, plagado de personajes snobs y mal detallados, de los cuales me importaba un bledo su posible devenir. O bien me he convertido en un viejo maniático e intolerante o, en su época, ejercí (consciente o inconscientemente) de oscura, peluda y perversa rata de filmoteca, de esas que no se atreven a proclamar a los cuatro vientos que, en realidad, una película como ésta es una buñuelada de mucho cuidado.

¿Qué tiene de interesante El Ángel Exterminador? Poca cosa. Bueno, mejor dicho, nada. Rien de rien. Un grupo de aristócratas pedantes y despreciativos, tras asistir a una representación operística, es invitado a cenar en la lujosa y magna mansión de un matrimonio adinerado. Tras la cena, deciden pasar todos a uno de los salones de la planta baja, lugar en el que se encuentra un piano. Un blanco y enorme piano. Instrumento que servirá para que una de las repelentes convidadas haga un pequeño concierto musical. Tras la soporífera perfomance (en la que sólo faltaba la Castafiore), esos seres encopetados y estirados descubrirán, acongojados, que son incapaces de cruzar el umbral de esa habitación. No hay explicación alguna para no poder salir de esa estancia y, por defecto, se acrecentará en ellos la imposibilidad de regresar a sus domicilios respectivos. Un mes encerrados, a cal y canto, al lado del piano, con los consiguientes malos rollos que se irán creando entre ellos. Una situación irreal que, por otra parte, se alargará durante su interminable y repetitivo metraje. Y nunca mejor dicho lo de repetitivo, pues don Luis resaltó, decenas de veces en su historia, que el déjà vu era el único e incansable referente de todo lo mostrado en pantalla.

Paparruchadas. Igual que esas ovejas (¿o borreguitos?) que se pasean por toda la mansión, como Pedro por su casa, para acabar siendo degolladas por sus hambrientos, accidentados e impotentes inquilinos. ¿Agorofobia? ¿Claustrofobia? ¿No querer dar jamás la cara ante sus coetáneos? ¿Inmiscuirse para siempre del exterior? ¿Huir de la cruda realidad mundana?... Mil y una preguntas a las que no pienso enfrentarme. El Ángel Exterminador, como tantas otras, es una bufonada más de maese Buñuel; una tomadura de pelo planificada con nocturnidad y alevosía. Quien quiera picar, que pique. Yo seguiré a lo mío y, posiblemente, esta misma noche, haya olvidado la tontería que, a principios de los sesenta, embaucó a un montón de jóvenes inquietos y con ganas de comerse el mundo, ignorantes de que éste, desde tiempos inmemoriales, ya tenía a sus comensales.

El mundo sigue igual. O peor. Juraría que peor, pues Buñuel ya no está. Y por muchas buñueladas que filmara, era un maestro en el arte del engaño y de la imagen (pues la imagen no deja de ser otro tipo de engaño). Un mago cautivador que, de vez en cuando, nos regalaba alguna que otra película inolvidable. Pocas, pero consistentes. Hoy me sabe mal haberle perdido el respeto a El Ángel Exterminador. Pero peor me encontraría si les hubiera mentido como un bellaco, asegurándoles que se trata de la obra maestra inconmensurable de uno de los mayores genios que ha parido Aragón.

Siempre me queda el consuelo de pensar que Cube, por ejemplo, es cien veces más aburrida que la película de don Luis. Y pedante, pues al menos el cine de Buñuel no lo era. Y es que se trata de otro film, tremendamente valorado, en el que un grupo de personas también quedaba atrapado en un espacio reducido sin saber como escapar de él. Y, además, no salía la atractiva Silvia Pinal.

Hace unas cuantas horas que no me atrevo a salir de mi estudio. ¿Y si paso la noche en el interior del armario empotrado?

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