Siempre es un placer volver a revisar viejos clásicos del Hollywood de los años 40 y 50. Hay algunos títulos, ya casi míticos, que no han perdido un ápice de su frescor original. Ese es el caso de La Costilla de Adán, una de las mejores comedias de George Cukor, en la que Spencer Tracy y Katharine Hepburn volvieron a ejercer, de nuevo, como pareja protagonista. Era una pareja popular y querida por el público que, además, a pesar de su aparente diferencia de edad, siempre tuvieron una química excelente, tanto en la pantalla como en la vida real. Tanto es así que, en este film, Cukor no dudó ni un instante en aprovechar algunos milímetros de una vieja cinta familiar de super 8, en los que se mostraban algunos de los momentos íntimos vividos por los dos actores.
La Costilla de Adán significó una nueva vuelta de tuerca sobre el eterno tema de la guerra de los sexos, convirtiéndose, al mismo tiempo, en una película avanzada a su tiempo. Tracy y Hepburn forman un matrimonio de letrados, residentes en un lujoso edificio de la ciudad de Nueva York. Él, Adam Bonner, es el efectivo ayudante del fiscal del distrito; ella, Amanda Bonner, una flamante abogada con buenos ingresos en su bufete. Un mismo caso, de connotaciones claramente feministas, les convertirá en enemigos ante el Tribunal; una enemistad que, poco a poco, desestabilizará la placidez y la armonía de su propio domicilio. Ella defenderá a una mujer engañada por su marido, la cual ha intentado matar a éste y a su amante a balazos; él se encargará de la acusación.
A pesar de su sencillez aparente, el título de Cukor funciona a la perfección. Su guión es elegante, sutil, inteligente. A través de la sátira, deforma el exacerbado feminismo de Amanda, haciendo lo propio con el caricaturizado machismo de Adam. Traslada el ambiente enfermizo del tribunal al domicilio conyugal y nos muestra el enfrentamiento matrimonial que ello provoca. Cada sesión en el juzgado acaba reflejándose, cada anochecer, en casa de los Bonner, convirtiendo su apartamento en un inestable (y electrizado) campo de batalla.
Con dos grandes actores como Hepburn y Tracy, a veces incluso sobran los diálogos. Con las miradas y gestos de ambos hay más que suficiente para descifrar la tensión creada entre los dos. Y no sólo por ese juicio, sino también por los celos que empieza a sentir el derrotado Adam por la presencia, incordiante, de un vecino cantante, el cual, aprovechando el momento más débil de ese matrimonio, decide tirarle los tejos a Amanda. Ese es el momento en que Tracy le da una vitalidad increíble a ese personaje suyo, medio derrotado, bonachón aunque gruñón, transformándolo en un alma desconsolada y furibunda y apoyándose, ante todo, en sus insuperables dotes de comediante.
Cukor, como buen conocedor de la mente femenina que era, se decanta hacia el lado de las mujeres y, a través de la abogada interpretada por Hepburn, intenta excusar el delito del que se acusa a la esposa engañada. De nada servirán las argucias legales a las que recurra Adam para llevar su acusación a buen término. Al contrario, incluso será ridiculizado, ante el juez, en varias ocasiones. El sexo débil arremete contra el sexo fuerte, aunque, para ello, Tracy tenga que ser levantado en volandas por una mujerona inmensa.
Celos, adulterio, juicios, lucha de sexos, romance, enredos... Si a todo ello le sumamos la presencia de dos secundarios de lujo, como Judy Holliday y Tom Ewell, la fórmula mágica está al completo. Los ingredientes básicos, condimentados con especies de alta calidad, que acabaron conformando uno de los mejores títulos de la filmografía de Cukor. Desenfadado, simpático y, para la época, atrevido en sus planteamientos. Un estilo que, por lo que parece y para desgracia nuestra, se ha perdido por completo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario