29.7.08

EN RESUMIDAS CUENTAS: De favelas y descensos al infierno

Miseria, edificios ruinosos, barraquismo... algo huele a podrido en el ambiente. Militares y policías. Civiles con fusiles y metralletas colgadas al hombro. El tráfico de drogas y el de armas es el pan nuestro de cada día. Unos, los primeros, vigilan y reprimen, pero al mismo tiempo trapichean en beneficio propio. El sistema permite el abuso y con ello impulsa la corrupción entre su gente. Y es que, al sistema, le va como anillo al dedo la venta callejera y la muerte, sembrando así el estado del terror entre la población. La atmósfera siempre es la misma; cada nuevo día, sobre las favelas del cerro de Turano, el sol nace con idéntico mal fario que la jornada anterior. Ello lo saben de sobras los hombres que componen el BOPE, el Batallón de Operaciones Especiales de la Policía de Río que da nombre a esa Tropa de Élite que anuncia el título del film del brasileño José Padilha.

La cinta está enmarcada a finales de los años 90, justo cuando el Papa Viajero, Juan Pablo II, decidió acercarse hasta el país de la samba y alojarse, en su visita, en los aposentos del Obispo de Rio de Janeiro, a escasos kilómetros de la zona conflictiva citada; el momento ideal para que los cuerpos policiales hagan limpieza y se ensañen con los habitantes de las favelas... y es que un Sumo Pontífice no debe correr peligro alguno y, mucho menos, descubrir la guerra sin cuartel que se desarrolla al ladito de su accidental morada. La hipocresía de los grandes ha de ser respetada...

Tropa de Élite no es una película de buenos y malos; es, sencillamente, una película de malos y malos pues, en ese lugar, la policía y las fuerzas militares cruzaron la línea desde hace mucho tiempo. Una lucha a campo abierto, implacable y despiadada. La palabra escrúpulo no existe en su diccionario, tal y como reza a la perfección la filosofía de uno de los mandos de la BOPE, el capitán Nascimento (un perfecto Wagner Moura), un tipo que, a pesar de su bipolar personalidad, es capaz de instruir a sus nuevos reclutas mediante métodos que pondrían la piel de gallina al más pintado.

Un retrato descarnado sobre un modo de vida que, una década después de los sucesos mostrados en el film, aún sigue sin una solución viable. El alto nivel de corrupción policial y militar y el nulo respeto por la vida que por allí se destila, debería pasar ya a los anales de la historia más negra. Pero continúa. Y tal cual. El amigo Lula, a pesar de sus buenas intenciones, aún tiene un grave problema por resolver. A ritmo de thriller explosivo (y comprometido) José Padilha, con su interesante y escalofriante trabajo, ha colocado de nuevo la cuestión en el punto de mira.


Desde otro rincón de Sudamérica, en este caso de Colombia (aunque con una buena parte de producción mejicana), llega otro título mordiente y de temática sórdida. Se trata de Satanás, una cinta que introduce al espectador hasta lo más profundo de un oscuro e insano escenario. Y lo hace a través de tres personajes distintos quienes, a diferentes niveles, se verán marcados negativamente por las circunstancias que les rodean. Incomprensión, venganza, religión, ira y violencia se mezclan, a modo de cóctel envenenado, en el primer largometraje de Andrés Baiz.

Basado en la novela de Mario Mendoza, la cual se inspira a su vez en un suceso real acaecido en 1986, Baiz traslada la acción del caso a nuestros días, ofreciéndole al mismo tiempo un papel de oro a un sobrio y estremecedor Damián Alcázar, ese solitario Eliseo que se siente despreciado por la sociedad y con la que ajustará cuentas del modo más destemplado posible. Y allí, perfilando el camino tortuoso de Eliseo y en un escalofriante primer plano, se sitúa la influyente sombra de Mr. Hyde, el personaje más monstruoso y fascinante creado por la mente de Robert L. Stevenson.

En el personal viaje por el purgatorio que le ha tocado vivir, Eliseo no está sólo. Cerca de tan satánico personaje, aunque caminando por sendas distintas, se encuentran dos seres igualmente desarraigados: un sacerdote torturado por sus desatados instintos carnales y una joven muchacha que, para subsistir en medio de un mundo excesivamente hostil para ella, decidirá ingresar en el seno de una pequeña banda de ladrones callejeros. Tres seres que, unidos por el azar, compartirán un episodio final de lo más dantesco.


Un film ácido, sin una mínima gota de humor, que se muestra capaz de describir con acierto la personalidad de tres seres oprimidos y, al mismo tiempo, la de una sociedad en plena decadencia. Dolor, muerte, rabia y soledad; las constantes de un trabajo brillante al que, sin embargo, le falta un toque de solidez en su arquitectura narrativa y, ante todo, en su guión. Eso se nota, ante todo, debido a la poca consistencia con que estructura la convergencia final de los tres personajes protagonistas ya que, ante todo y en este aspecto, no resulta muy convincente. A pesar de existir ciertos temas que los concatena incidentalmente a lo largo de su (escueto pero contundente) metraje, no acaba de cuajar del todo. Pero, con sus pequeños defectos a cuestas, se trata de una ópera prima más que recomendable aunque, por su dureza, vaya destinada casi en exclusiva a un público curado de espantos y dotado de un estómago a prueba de balas.

27.7.08

El Gordo y el Flaco en el Viejo Continente

Dos asesinos profesionales, un inmenso homenaje al mundo de Stan Laurel y Oliver Hardy y el exotismo de la ciudad de Brujas (Bélgica) como excelente y atípico escenario, son sólo algunos de los atractivos que ofrece uno de los thrillers más extraños e interesantes de la temporada. Se trata de Escondidos en Brujas, el primer largometraje del inglés Martin McDonagh, un hombre que, en su trabajo, ha sabido combinar, con una exquisitez envidiable, el humor negro (negrísimo) con la violencia más seca y radical.

El par de sicarios a sueldo que lo protagonizan bien podrían haber sido el Gordo y el Flaco, dos individuos que, después de realizar un encargo en Londres, deben refugiarse durante dos semanas en Brujas. en espera de una llamada telefónica de su jefe. Ignoran la misión que les va a encomendar, aunque tienen claro que tendrán que liquidar a alguien. Al Gordo le encanta la historia que se esconde tras los edificios y monumentos de la ciudad; al Flaco le jode hacer turismo y se pasa el día lloriqueando y quejándose de esas vacaciones pagadas. El Gordo es un inmenso Brendan Gleeson, mientras que el Flaco es Colin Farell. Oli y Stan o, lo que es lo mismo y respectivamente, Ken y Ray, los nombres de los dos personajes a los que dan vida.

En esencia, la relación establecida entre ellos es uno de los puntales sobre los que se aposenta Escondidos en Brujas. Una relación de amistad en la que priva, por parte de Ken y al igual que ocurría en las viejas cintas de Oli y Stan, una gran dosis de proteccionismo hacia su compañero un tanto más débil. Ray es un tipo autodestructivo y tocado por un fuerte sentimiento de culpabilidad, mientras que Ken se desvive para que su colega olvide ese maldito efecto colateral que causó durante una de sus faenas; un efecto colateral que le ha sumido en una profunda depresión.

Sin olvidar en ningún momento el tono de comedia inicial y sus apartes surrealistas (como la presencia incluida de un enano adicto a la ketamina y metido de lleno en un rodaje cinematográfico por las calles de Brujas), a medida que avanza su metraje, la historia planteada se decanta hacia el melodrama; un melodrama ácido cargado de toques trágicos y granguiñolescos. La aparición en escena de un tercer hombre, con el rostro y el cuerpo de un inquietante Ralph Fiennes, ayuda a ese cambio de rumbo narrativo. Con él y las circunstancias que éste conlleva, surge una aproximación al universo deformado y transgresor que esgrimió Orson Welles en su cine (por otra parte, también un apasionado confeso del Viejo Continente); no en vano, Brendan Gleeson mata sus horas perdidas, en la habitación del hotel, disfrutando de un pase televisivo de la magistral Sed de Mal.

El fascinante tratamiento de su fotografía (todo un homenaje a la pintura flamenca y a la ciudad protagonista), los brillantes diálogos que mantienen Ken y Ray casi siempre ante un par de cervezas o la fría manera de acercarse a la violencia (genial, en este aspecto, la escena del campanario), hacen olvidar al espectador que Colin Farell está cada día más sobreactuado en sus interpretaciones. De todos modos, y en comparación con el resto del film, su actuación no es más que un perdonable mal menor.

El aspecto fantasmagórico de una de las pocas ciudades medievales que aún se conservan casi en su integridad, le otorga al producto un inevitable aire de cuento de hadas… pero de hadas crueles que nos demuestran que, en el fondo, los profesionales del crimen también tienen su corazoncito.

25.7.08

Ustedes lo han querido: WAYNE'S WORLD (¡QUÉ DESPARRAME!)

La exclamación "¡qué desparrame!" fue el subtítulo que, entre paréntesis, le encasquetaron a Wayne's World para su estreno en España. ¿Desparrame de ingenio?, ¿de originalidad?, ¿de comicidad?... Difícil de discernir, a no ser que hiciera referencia directa a esa ingente pérdida de materia gris de la que parecen hacer gala sus dos protagonistas estelares, un par de descerebrados de mucho cuidado que, en su día, se ganaron los aplausos de una parte (mínima y muy concreta) del público de principios de los 90; un sector en el que no me incluyo ya que, en esa época, no logré superar ni la media hora inicial de proyección.

Ayer, dieciséis años más tarde y a petición de alguno de ustedes, me senté ante el televisor dispuesto a recuperar, mediante el DVD, este título que muchos consideran ya de culto y que, ignorante de mí, no supe apreciar cuando tocaba. Les aseguro que en esta ocasión deposité mi mejor voluntad a la hora de soportar, por segunda vez, las idioteces continuas de Mike Myers y Dana Carwey y, aún así, tragándomela de cabo a rabo, me pareció una inmensa burrada con, tan sólo, tres o cuatro gags salvables insertados en medio de un sinfín inacabable de guiños cinéfilos y televisivos de lo más previsible y barato.

Todo cuanto ocurre en la cinta (bien poca cosa, por cierto) gira alrededor de dos peculiares individuos. Uno de ellos es Wayne Campbell, un borderline integral que conduce el Wayne’s Word, un programa de una televisión local que se realiza en el sótano de su casa. El otro es Garth Algar, su mejor amigo y compañero de trabajo ante las cámaras, el cual, muy a su pesar (y sin ni siquiera haberse enterado), hace tiempo que cruzó la line (o sea, la frontera): un retardado profundo al que le encanta silbar la sintonía de Star Trek al tiempo que observa las estrellas.

Wayne’s World es un film sin guión, construido a golpe de chistes baratos para compensar su pequeñísima e intrascendente línea argumental. En ella, se mezcla la posibilidad de absorción del programa por parte de una cadena privada de televisión con una ridícula historia de amor entre Wayne y una cantante oriental de interesantes formas la cual, al mismo tiempo, se debate con la posibilidad de caer en las redes tendidas por un trepa de la comunicación (un Rob Lowe que, por esa época, se vio envuelto en un escándalo sexual).

De hecho, el dúo compuesto por Wayne y Garth significa el claro antecedente de Beavis y Budd-Head, los descerebrados televisivos por excelencia que nacieron en la MTV justo un año después del estreno de Wayne’s World y que, por suerte, en sus destructivas acciones, han estado siempre varios niveles por encima del aire light y poco inspirado que desprendían sus padres cinematográficos... por muy políticamente incorrectos que los quisiera dibujar su realizadora, Penelope Spheeris, una mujer acostumbrada a este tipo de comedias estúpidas.

La presencia de la (por aquel entonces) estimulante Tia Carrere, la parodia que hace de sí mismo un envejecido Alice Cooper o el magnífico guiño a Terminator 2 llevado a cabo por el propio Robert Patrick (el T-1000 para los iniciados), es de lo poco resaltable de un producto tontorrón (y bastante patético) que, inexplicablemente, tuvo su secuela al año siguiente.

¿Quieren saber un secreto inconfesable? Nunca he soportado a Mike Myers.

23.7.08

Odio a los superhéroes

Sí, tal y como lo leen: ¡Odio a los superhéroes! Estoy harto de soportar constantemente la misma película. Siempre idéntico patrón y similares líneas argumentales para desembocar, inevitablemente, en una lucha desbocada de titanes, en donde los efectos especiales y las imágenes digitalizadas campan a su libre albedrío.

En pocos días me tragué un par de ellas, en teoría de distinto signo y diferentes disfraces y formas con los que arropar a sus heroicos protagonistas. Y, a pesar del empeño de algunos por reivindicarlas, no ofrecen nada nuevo a los seguidores del género, pues ambas resultan totalmente intercambiables en muchos aspectos. No negaré que una de ellas es un pelín más digna que la otra, aunque en el fondo ambas amagan demasiadas coincidencias.

Iron Man, ya a punto de saltar de la cartelera actual, es la más correcta de las dos. Tampoco piensen que eso de la "corrección" la destaque en demasía de otras cortadas por el mismo patrón, pues su guión no va mucho más allá... a no ser por ese descafeinado canto antiarmamentista que destila y que, en el fondo, se me antoja tratado de un modo en exceso infantil.

Cómo no, la Marvel (que últimamente se está forrando gracias a los derechos de sus viejos tebeos) está detrás de este Iron Man (aka Tony Stark) interpretado por un polivalente Robert Downey Jr. que, sin lugar a dudas, se convierte en lo mejor del film junto con la magnífica interpretación de un casi irreconocible Jeff Bridges, transformado en la viva imagen física del profesor Bacterio, ese biólogo peculiar creado por la mente del gran Ibáñez.


El resto, es más de lo mismo: una primera parte en la que se muestra el nacimiento del superhéroe y su cambio ideológico, el posterior enfrentamiento con su socio en el negocio de las armas y la susodicha y previsible lucha final entre ambos. Cuatro chistes baratos amparados en la construcción definitiva de la armadura que cubrirá el cuerpo de Tony Stark; unos cuantos detalles que acercan a este personaje hasta la mítica figura de Howard Hugues y la presencia de una Gwyneth Paltrow más atractiva que de costumbre (aunque en plan mujer florero y con mínimas líneas de diálogo), suponen los toques definitivos para dejar el producto perfilado y listo para el consumo inmediato y la deglución masiva de palomitas.


El Increíble Hulk supone una nueva vuelta de tuerca sobre otro de los personajes clásicos de la Marvel trás la interesante visión (no demasiado bien acogida por el gran público) que diera de la criatura el director Ang Lee el cual, en esta entrega, ha sido sustituido tras la cámara por Louis Leterrier, un tipo más amoldable a los intereses comerciales de la productora que el taiwanés. Y es que, en definitiva, cuando una major se plantea una adaptación de este tipo, sólo piensan en el imperio de la taquilla; la seriedad queda aparcada a un lado. Cuanto más estúpido e infantil sea su guión, mejor les funciona. No es de extrañar por ello que, en su publicidad y en la propia película, se esconda cualquier tipo de referencia al Hulk del 2003.

Y con nuevo realizador, también han de salir nuevas caras en pantalla; rostros más populares que los de Eric Banna y la siempre espléndida (en todos los sentidos) Jennifer Connelly. Ahora Bruce Banner, el tipo verdoso e iracundo, es Edward Norton y ella, su abnegada y sufrida esposa, una atractiva Liv Tyler quien, en el film y para ayudar a su marido a descubrir un antídoto para paliar los malignos efectos que, en sus células, provocó una abusiva radiación de rayos gamma, deberá enfrentarse incluso con su propio padre, un militar malcarado que sólo pretende usar los poderes destructivos de su yerno como si se trataran de una nueva y revolucionaria arma de guerra.

El tira y afloja entre el terceto ya está a punto. Norton hace de Dustin Hoffman (como ya va siendo habitual desde hace tiempo), la Aerosmitha hace mohines mientras a los tíos se nos cae la baba desvistiéndola con la mirada y un envejecido William Hurt, de cierto parecido físico con Federico Luppi, se nos desmarca como el malo maloso de la función. Teniendo en cuenta que el Hurt no está para trotes y ha de durar para posibles próximas entregas, se le ha buscado un aliado más malvado y perverso a través del rol de Tim Roth, un sádico militar que no dudará en someterse a experimentos biológicos para transformarse en un monstruo tanto o más destructivo que el propio Hulk: el adversario ideal para batirse con Bruce Banner, cuerpo a cuerpo, en un típico y tópico final durante el cual, como mínimo, se destrozarán una buena cantidad de fachadas y automóviles; un apartado final que (dejando a un lado un curioso aunque innecesario cameo) posee un montón de elementos comunes con la contienda que mantienen, en la citada Irion Man, Robert Downey Jr. y Jeff Bridges.

Superhéroes para todos los gustos y colores pero que, en el fondo, terminan siendo demasiado parejos y repetitivos para resultar mínimamente atractivos. Odio a los superhéroes, cada día más.. aunque espero que el nuevo Batman me devuelva la confianza por un género que ya se me empieza a escapar.

22.7.08

La gran ñoñez dentífrica


No se dejen engañar por la presencia de Hilary Swank. Ella es el único reclamo para vender una película tan ñoña y dulzona como esta indigesta Posdata: Te Quiero, una comedieja sentimental orquestada, con todo el descaro del mundo, para único y exclusivo lucimiento de la actriz. Bueno, mejor dicho, de la actriz y su gigantesca dentadura Colgate.

Historias como la que nos vende Richard LaGravenese, las hemos visto ya con anterioridad, una y mil veces, y con guiones dotados de mucha más fuerza; una fuerza que aquí se desploma a los cinco minutos de su inicio. Y es que este neoyorquino, en Diarios de la Calle, su anterior trabajo, ya nos demostró (también con la ayuda de la Colgate's Girl), que lo suyo es aburrir al personal mediante productos explotados hasta la saciedad por otros realizadores.

Aquí, la Swank interpreta a una mujer que acaba de enviudar inesperadamente. Como pareja no es que funcionara muy bien con su compañero pues, por cualquier nimiedad, se tiraban rápidamente los trastos a la cabeza. Pero una vez incineradito el marido y colocadas sus cenizas dentro de una urna a modo de baúl (y diseñada por ella misma), empezará a recibir una serie de cartas de amor escritas por su difunto esposo antes de pasarse al otro barrio; cartas en las que le recuerda ciertos periodos de su romance y desde las que aprovecha para jurarle amor eterno. Vaya, una tortura psicológica sin precedentes.

Posdata: Te Quiero es un pastelón de mucho cuidado. La mínima originalidad de su planteamiento desaparece rápidamente, convirtiéndose en un corrido de situaciones cansinas y salpicadas de una cursilería sin límites. La tensa relación de Hilary con su madre (una Kathy Bates poco inspirada) o la más distendida que mantiene con sus dos amigas del alma (Lisa Kudrov repitiendo su sempiterno rol de idiota y una insustancial Gina Gershon), muy poco aportan a la historia. En realidad, sólo sirven apara alargar más de lo necesario el metraje, logrando superar así (y de largo) las dos interminables horas de duración.

Y como toda película romanticona que se precie, no podían faltar las bellas estampitas de paisajes al más puro estilo de los catálogos de las agencias turísticas. Para ello, y aprovechando que la accidental pareja formada por Swank y Gerard Butler se formó durante un viaje de ella a Irlanda, al realizador le resulta inevitable el colocar unos cuantos flash-backs, con el dúo en plena campiña irlandesa y soltándose irritantes frases de amor el uno al otro.

Por si no fuera suficiente con tanto despropósito (y sin tener en cuenta las canciones que se pega la joven de la sonrisa perenne), el tal LaGravenese debió recordar que el insulso del Butler entonaba unas cuantas cancioncillas en esa visión lentejeluera que del Fantasma de la Ópera parió el hortera del Schumacher y, para no ser menos que éste, le da la oportunidad al actor para que repita un tanto de lo mismo en su cinta. Ya estaba el chiquillo más perdido que un pez en el agua con su papel de cadáver enamorado, que sólo le faltaba verse obligado a cantar en plan rockero... y más teniendo en cuenta que, en el film, aparece (totalmente desaprovechado y en un papel vacío) Harry Connick Jr., un tipo que, como mínimo, podría haber desgranado, con su voz y su piano, el tema musical de Gordon Jenkins y Johnny Mercer que da nombre al producto.

Ahórrense unos euros y , en lugar de perder el tiempo con esta bobada, dedíquense a otras cuestiones más edificantes como, por ejemplo, redactar cartas de amor de modo amanuense a su portera.

20.7.08

Estados alterados

En el horizonte se define un cielo extremadamente azulado, de un azul mucho más intenso de lo normal. Las nubes parecen de otra dimensión, profundas y acolchadas, de un blanco inmaculado. Mis pasos, acelerados en un inicio, van bajando su ritmo. Las calles, a medida que avanzo, van cambiando de aspecto. Las proporciones nunca son las mismas. Varían en amplitud y largura, cerrándose sobre mi cabeza cuantos edificios me rodean. La angustia se intensifica. Algo no identificable ocurre a mí alrededor.

Una pareja se aproxima. A lo lejos, sus siluetas quedan definidas por una áurea azulada perfectamente delimitada, una especie de línea que los recorta en el firmamento, otorgándoles un relieve nunca visto. Cuanto más se acercan a mí se desenfocan totalmente, no sin antes pasar por un proceso similar al de la doble imagen que causa un televisor mal sintonizado. Quiero huir de su deforme presencia, casi monstruosa. Con la intención de evitarlos, dirijo mi mirada hacia el suelo; un suelo gigantesco y borroso que va abriendo huecos y baches a medida que acelero el paso.

Una paloma gigantesca, de miembros desencajados, vuela ante mí. He de refugiarme en casa. El ascensor nunca había sido tan pequeño y claustrofóbico. Salgo raudo de él y me dirijo a la puerta de mi piso. Atinar la llave en la cerradura es un trabajo harto complicado. Al fin, logro esconderme en lugar conocido. El espejo del recibidor delata a un Spaulding mucho más delgado y alto que yo pero, en una segunda comprobación, éste se transforma en un ser chaparro y de formas oblicuas.

Me acomodo ante el ordenador. Necesito narrales esta experiencia psicodélica digna de un viaje lisérgico. Las letras y signos del teclado son de un tamaño descomunal. La pantalla se acerca y se aleja de mí vista sin parar. Las paredes han cobrado vida propia; están en continuo movimiento. Incluso juraría que respiran mientras, de manera perseverante, intentan abalanzarse sobre mí...

Hace tan sólo un par de jornadas estrené unas lentes progresivas. La vista cansada ya empieza a delatar mi edad y, de cerca, no veía a tres en un burro. A pesar de que el óptico intentó maliciosamente encasquetarme una moldura de pasta, opté por unas gafas metálicas y más discretas. Ahora estoy en pleno proceso de adaptación y, en el fondo, hasta resulta divertido por lo psicotrónico. Nuevas formas, colores y desenfoques pueblan un universo que me era ajeno. No se extrañen que, durante unos días, no se haya actualizado el blog. Espero salir con vida de ésta.

16.7.08

Palíndromo

A eso del mediodía, caía este número en el marcador de la página. ¡Qué majos son los capicúas!

15.7.08

El regreso macabro de Beavis y Butt-Headd

Posiblemente, jamás pueda perdonarle al alemán Michael Haneke la tortura a la que me sometió con la insoportable 71 Fragmentos de Una Cronología del Azar, una de las mayores pedanterías que jamás haya parido el cine y en la que, cortada en 71 pedacitos (tal y como indicaba su título), daba un repaso a lo que hicieron 71 personas el día anterior a ser asesinadas por un joven de 19 años durante un atraco bancario. Era tal la provocación del realizador que incluso se atrevió a filmar, durante 6 interminables minutos, a un anciano cocinándose un huevo frito.

Por suerte, en el 94, tres años después de tal despropósito, ofreció a los espectadores el mejor producto de su irregular carrera. Se trataba de Funny Games, una cinta rodada en bellos parajes vieneses que narraba el tenso fin de semana vivido por un matrimonio y su hijo cuando, en su lujoso chalet junto a un lago, aparecían un par de jóvenes cargados de muy malas intenciones. Un dúo que, en sus rocambolescos y macabros juegos, emulaban a sus incalificables ídolos televisivos: Beavis y Butt-Headd.

Ahora, una década más tarde y desde los EE.UU., ha probado fortuna filmando de nuevo la misma película ya que, en su día, la original no funcionó demasiado bien en ese país. Y lo ha hecho sin variar ni un ápice su guión ni su estructura. Las mismas líneas de diálogo, idénticos gestos de sus protagonistas y, por si fuera poco, utilizando similares encuadres y movimientos de cámara que en su trabajo de 1994. Una fotocopia al 100% en la que incluso se respeta el metraje de cada una de sus escenas y el montaje final de las mismas. Ni siquiera Gus Van Sant llegó tan lejos cuando se propuso calcar y colorear Psicosis de Alfred Hitchcock.

Este nuevo Funny Games -al que para su exhibición internacional ha añadido la coletilla U.S.-, puede servir, de todos modos, para que aquellos que no la vieron en su día (debido a la mínima distribución que tuvo), tengan la ocasión de disfrutarla ahora. De hecho, existiendo la anterior, esta es una cinta innecesaria que, sin embargo, posee algún que otro nuevo valor añadido. Uno de ellos es, sin lugar a dudas, la sabia elección de Naomi Watts, guapísima y en plena forma, para dar vida a Ann, esa madre y esposa que sufrirá la denigración y el dolor a los que son sometidos ella y los suyos por los inesperados visitantes. Su presencia hace que este remake se sitúe unos puntos por encima del original, cuya actriz protagonista, una tal Susanne Lothar, en cuanto a interpretación y belleza se refiere, no le llegaba ni a la suela del zapato a la última novia de King Kong.

El resto, es más de los mismo, pues en ella sigue existiendo esa genuina provocación, made in Haneke. que el realizador destila hacia el público a través de la manera realista con la que muestra la violencia. Y es que, al germano, siempre le han encantado los tiempos muertos y los planos interminables e inmóviles, un modo de filmar que, en esta ocasión (al igual que ocurría en su entrega original) potencia aún más, en el espectador, la sensación de angustia e impotencia que vive esa familia que parece tener sus horas contadas.

Un producto tan correcto como innecesario pero que, tan sólo por la citada Watts y, ante todo, por la magnífica creación que el joven Brady Corbet hace de Peter, un psicópata cínico y sin escrúpulos, vale la pena darle un vistazo. Dos cambios, más que sustanciales, dentro de la misma moldura. No hay mal que por bien no venga.

13.7.08

La vida secreta de las plantas


Suicidios masivos en Central Park; una lluvia de obreros cayendo desde lo alto de un edificio en construcción o un plano secuencia exquisito, filmado a ras de tierra, en el que la pistola de un policía se convierte en una codiciada arma letal colectiva, son tan sólo algunos de los momentos, casi antológicos, del impactante inicio de El Incidente, el nuevo trabajo de M. Night Shyamalan.

Un virus es el causante del caos en un sector geográfico concreto de los Estados Unidos; un virus que provoca una serie inusitada de suicidios en todos los afectados. Nadie sabe a ciencia cierta que narices está ocurriendo. ¿Un ataque terrorista?, ¿pruebas bioquímicas realizadas por el gobierno? ¿o, sencillamente, se trata de una muestra de rebeldía por parte de la naturaleza? Sea lo que sea, el terror se ha apoderado de la población.

En esta ocasión, al igual que hizo en La Joven del Agua, el realizador hindú vuelve a dejar a un lado su característico giro argumental final para centrarse ante todo, en la imagen. Aparte de su claro canto ecológico a favor de un planeta maltratado que utiliza a las plantas de mediadoras con la Humanidad, si algo tiene de interesante El Incidente es su perfecto e indiscutible tratamiento visual. El tío sabe poner la cámara a la perfección; siempre encuentra el encuadre o el movimiento ideal para conseguir la tensión del espectador e incluso se salda, a lo lago de la proyección, con un par de momentos brutales y ciertamente inesperados, de los de poner los pelos de punta.

Otra cosa es su guión; un guión mínimo que, además de patinar por todas partes, pierde gas a medida que avanza su metraje hasta quedar encallado en sus últimos quince minutos. A veces, hasta sus diálogos resultan ridículos, tal y como ocurre en los (demasiados) momentos en los que entra a saco con la (innecesaria) historia de amor y desamor que viven sus dos principales protagonistas, un profesor de ciencias naturales y su esposa.


Mark Wahlberg es Elliot Moore, ese maestro de instituto que logrará descifrar las claves de tan mortal virus; un Mark Wahlberg descafeinado que, a pesar de su esfuerzos por sacar adelante su papel, da la impresión de no creerse en absoluto el personaje que le ha tocado en suerte. Aún y así, su renqueante interpretación se convierte en un trabajo ejemplar al lado de la patética composición de Zooey Deschanel, la actriz que da vida a su esposa Alma: Hacía tiempo que no veía una actuación tan penosa y limitada como la de esta chica.

Es una lástima que una buena idea como la que ha utilizado Shyamalan en su film y su excelente punto de partida, hayan sido tan mal aprovechados en su continuidad. Una idea que, en su puesta en escena, incluso mezcla (inevitablemente) ciertas referencias (horarias) al fatídico 11-S y, ante todo, al pánico que, desde ese día, sufren los neoyorquinos y, por extensión, el pueblo norteamericano.

Por cierto, ¿por qué, en esta ocasión, a James Newton Howard, compositor de la banda sonora, le ha dado por plagiar el tema de amor que escribió Bernard Herrmann para Vértigo?

10.7.08

El topicazo

Barcelona y Madrid, de nuevo cara a cara y en la final de un torneo de fútbol infantil a celebrar en Sevilla. El deporte rey es tan sólo el telón de fondo; la mera excusa argumental para que Fernando Colomo urda una comedia cargada de tópicos lingüísticos y sociales. La tacañería de los catalanes o la chulería de los madrileños no podían faltar. Y, como el tema no da para mucho, la construye de manera episódica, contando cuatro historias distintas y cuyo protagonismo está marcado, en general, por los adultos que acompañan a los pequeños hasta la capital andaluza. Cuatro historias que, siguiendo la tónica del cine actual, acaban convergiendo (de modo muy forzado) en algún que otro momento de su (interminable) proyección.

Rivales es su título; un título que expresa la ambigüedad del film ya que, en definitiva, en éste se hace referencia directa a varios tipos de rivalidades pues, en su fragmentado guión (debido al sobrevalorado Joaquín Oristrell e Inés París), aparte del eterno combate entre barceloneses y madrileños, engloba otros enfrentamientos de índole más acotada. El conflicto generacional, la crisis matrimonial, la tensión provocada por el swinging (en castizo, intercambio de parejas) o la lucha por salir del armario, son tan sólo algunos de los otros tópicos con los que el realizador castellano juega para intentar darle forma a un producto cocinado con una salsa de bajísima calidad.

Erróneamente, muchos lo han calificado de coral. En realidad, y a excepción de la patética escena que reúne a todos sus protagonistas en una cena de hermandad, Rivales tiene muy poco de coral. Se trata, simple y llanamente, de una amalgama de historietas inconexas que, a modo de road movie y marcadas por idéntico destino geográfico, se van atropellando, sin orden ni concierto, a lo largo de su alargado metraje. Historietas que, por otra parte, se me antojan exentas de cualquier interés ya que, en definitiva, ninguna de ellas ofrece nada nuevo al espectador.

La Sardà, haciendo (inevitablemente) de Sardà -y pese a lo previsible de su rutinaria y exageradísima interpretación a la catalana- resulta, sin lugar a dudas, lo único destacable de un film estrellado que, a pesar de su abultado y alentador casting (desde un macarrónico Ernesto Alterio a un soseras Santi Millán), solo se muestra capaz de ofrecer un sinfín de actuaciones desangeladas. Un claro ejemplo de la tónica general interpretativa se localiza en la pésima composición de un cansino Juanjo Puigcorbé dando vida a un ex sacerdote calenturiento. Ni siquiera Fernando Esteso, en su época dorada al lado de Pajares, lo habría hecho peor.

Los buenos tiempos de Colomo empiezan a quedar atrás. En comparación, el bache continuo (y sin fondo) que supone Rivales hace incluso agradable la irregularidad de El Próximo Oriente, su anterior film, un título igualmente escrito por Oristrell. Quizás el truco para su remontada sea cambiar de guionista.

9.7.08

Aquí un amigo

Ja sóc aquí! La verdad es que dos semanas de descanso no dan para mucho, aunque sí lo suficiente para renovar fuerzas y seguir adelante con la página. Unas mini vacaciones que, entre otras cosas, han servido para ponerme al día en cuestión de estrenos y poder recuperar algún título extraviado, como ocurre con ese Iron Man al que me resistía y del que daré cuenta en próximos posts.

De todos modos, lo más remarcable de este par de semanas es que he hecho un nuevo amiguito; un ser, un tanto especial, con el que he convivido casi a diario y cuya presencia me ha descubierto que el espíritu de Groucho Marx aún sigue latente en el siglo XXI.

Mi amiguito es todo un espécimen: cojitranco, gruñón y déspota. Larguirucho, delgado y con barba de cuatro días, apoya su cuerpo en un bastón, pues le falla la pierna derecha. Sus ojos azules potencian una mirada profunda y peligrosamente cínica. Ya tiene su edad; no es ningún crío. Nació en el 59, el mismo año que yo. A pesar de ello, el tipo demuestra ser todo un as en el manejo del yoyó y de las vídeo consolas. Cuando comienza a sentirse agotado por las largas horas que conlleva su trabajo, se tumba en el suelo de su despacho y disfruta con el sonido que emerge de sus viejos vinilos… jazz, rock sinfónico y el pop de los años 60, se convierten en sus mejores medicinas. Cuando con ellas no logra apaciguar su ansiedad ni el dolor que le causa su extremidad, recurre a los calmantes. Mi amiguito reconoce ser drogadicto. Está pillado por los narcóticos y no puede continuar sin ellos. Y no es su única adicción, pues necesita enchufar la tele cada día para ver un rancio culebrón ambientado en un centro hospitalario. A pesar de su soledad y su mala leche, posee un sentido del humor muy peculiar; un humor que le emparenta directamente con las salidas de tono de Groucho.

Atiende por el nombre de Gregory; Greg para los más íntimos. Ejerce de galeno en un hospital de Nueva Jersey. Odia pasar consulta. El contacto directo con los pacientes le pone de los nervios. Lo suyo es el diagnóstico de enfermedades extrañas y, a poder ser, sin acercarse demasiado al doliente: por algo es toda una eminencia en su campo y cuenta, a su cargo, con un equipo de esclavos que, aparte de soportar sus hirientes comentarios, le hacen todo el trabajo sucio. Cuestiona el sistema, la sanidad como negocio y la industria farmacéutica Sus atípicas y bruscas actuaciones comprometen, demasiado a menudo, a sus jefes más directos.

House es su apellido. En muy pocos días, me he tragado entera la primera temporada de la serie que protagoniza. Ahora es demasiado tarde: ya no me puedo desenganchar de él. Droga dura. Necesito, con urgencia, chutarme las tres siguientes entregas.

Perverso, hilarante, ingenioso, inteligente, cascarrabias, drogadicto, prepotente, despreciativo, cachondo, impulsivo… Y, a pesar de todo ello, honrado, altamente honrado. Dice lo que piensa sin cortapisas de ningún tipo. La diplomacia no es su fuerte. Algunos opinan de él, de manera errónea, que se trata de un hijoputa integral. Personalmente, prefiero a un hijoputa como House que a cualquier otro medicucho con aspecto de curilla y buena persona; esos son los peores

Y es que Greg House, pese a quién pese y con todos sus defectos (¿o virtudes?), es mi nuevo amiguito. Intenten acercarse a él. Vale la pena.