9.7.08

Aquí un amigo

Ja sóc aquí! La verdad es que dos semanas de descanso no dan para mucho, aunque sí lo suficiente para renovar fuerzas y seguir adelante con la página. Unas mini vacaciones que, entre otras cosas, han servido para ponerme al día en cuestión de estrenos y poder recuperar algún título extraviado, como ocurre con ese Iron Man al que me resistía y del que daré cuenta en próximos posts.

De todos modos, lo más remarcable de este par de semanas es que he hecho un nuevo amiguito; un ser, un tanto especial, con el que he convivido casi a diario y cuya presencia me ha descubierto que el espíritu de Groucho Marx aún sigue latente en el siglo XXI.

Mi amiguito es todo un espécimen: cojitranco, gruñón y déspota. Larguirucho, delgado y con barba de cuatro días, apoya su cuerpo en un bastón, pues le falla la pierna derecha. Sus ojos azules potencian una mirada profunda y peligrosamente cínica. Ya tiene su edad; no es ningún crío. Nació en el 59, el mismo año que yo. A pesar de ello, el tipo demuestra ser todo un as en el manejo del yoyó y de las vídeo consolas. Cuando comienza a sentirse agotado por las largas horas que conlleva su trabajo, se tumba en el suelo de su despacho y disfruta con el sonido que emerge de sus viejos vinilos… jazz, rock sinfónico y el pop de los años 60, se convierten en sus mejores medicinas. Cuando con ellas no logra apaciguar su ansiedad ni el dolor que le causa su extremidad, recurre a los calmantes. Mi amiguito reconoce ser drogadicto. Está pillado por los narcóticos y no puede continuar sin ellos. Y no es su única adicción, pues necesita enchufar la tele cada día para ver un rancio culebrón ambientado en un centro hospitalario. A pesar de su soledad y su mala leche, posee un sentido del humor muy peculiar; un humor que le emparenta directamente con las salidas de tono de Groucho.

Atiende por el nombre de Gregory; Greg para los más íntimos. Ejerce de galeno en un hospital de Nueva Jersey. Odia pasar consulta. El contacto directo con los pacientes le pone de los nervios. Lo suyo es el diagnóstico de enfermedades extrañas y, a poder ser, sin acercarse demasiado al doliente: por algo es toda una eminencia en su campo y cuenta, a su cargo, con un equipo de esclavos que, aparte de soportar sus hirientes comentarios, le hacen todo el trabajo sucio. Cuestiona el sistema, la sanidad como negocio y la industria farmacéutica Sus atípicas y bruscas actuaciones comprometen, demasiado a menudo, a sus jefes más directos.

House es su apellido. En muy pocos días, me he tragado entera la primera temporada de la serie que protagoniza. Ahora es demasiado tarde: ya no me puedo desenganchar de él. Droga dura. Necesito, con urgencia, chutarme las tres siguientes entregas.

Perverso, hilarante, ingenioso, inteligente, cascarrabias, drogadicto, prepotente, despreciativo, cachondo, impulsivo… Y, a pesar de todo ello, honrado, altamente honrado. Dice lo que piensa sin cortapisas de ningún tipo. La diplomacia no es su fuerte. Algunos opinan de él, de manera errónea, que se trata de un hijoputa integral. Personalmente, prefiero a un hijoputa como House que a cualquier otro medicucho con aspecto de curilla y buena persona; esos son los peores

Y es que Greg House, pese a quién pese y con todos sus defectos (¿o virtudes?), es mi nuevo amiguito. Intenten acercarse a él. Vale la pena.

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