31.7.05

Juegos de Verano (IV)

Un popular policía francés y su particular manera de jugar al billar, eran las claves principales para desentrañar el último Juego de Verano. Se trataba de El Nuevo Caso del Inspector Clouseau, un título al que, por cierto, les costó bastante dar con él.

Hoy voy a ser bueno. Mucho más misericordioso que la otra vez. La película propuesta la van a descubrir en un instante. No es difícil. Es cuestión de que, por unos momentos, cambien su mentalidad actual. Entonces, todo les saldrá rodado y habrán dado en la diana. Ya lo saben: una imagen del film y una frase descriptiva. El resto es pan comido. ¡Vamos allá!

Algunos tuvieron la posibilidad de conocer su entorno desde otra perspectiva.

30.7.05

Sospechosos habituales

Si quieren ver más, pinchen aquí, viajen hasta la curiosa web de Clumsy Crooks y den un paseo por la sección Mug Shots. Hoy es día de visita. Recuerden: han de hablar con el detenido a través del cristal y no llevar, en sus bolsos, ningún tipo de arma ni objeto punzante.

Ante todo, fíjense en los cargos que se les imputan. Se llevarán verdaderas sorpresas.

Que ustedes lo pasen bien. Y tengan cuidado ahí afuera.

29.7.05

Aquella casa al lado del cementerio

Viven al lado mismo de un pequeño cementerio de Brooklyn. Son dos ancianas venerables y bonachonas. Abby y Martha Brewster. Y con ellas se aloja también su propio hermano, Teddy, un hombre con sus facultades mentales algo mermadas que asegura ser el mismísimo presidente Roosevelt. Pocas horas antes de empezar la noche de Halloween llega a ese entrañable hogar su sobrino, Mortimer, un reputado crítico teatral que siempre ha sido contrario a la idea del matrimonio. Casualmente quiere despedirse de sus tías y comunicarles que, tras haberse casado con la hija de un pastor protestante, parte en su viaje de luna de miel hacia las cataratas del Niágara. Pero, tras descubrir algo muy lúgubre en el lugar, decidirá posponer por unas horas su marcha.

Éste es el punto de partida de Arsénico por Compasión, una comedia espléndida que, en parte, rompió un tanto con el estilo anterior de su realizador, Frank Capra. Viéndose acusado, de manera injusta, de hacer un cine un tanto blanco y conformista, dejó de lado sus habituales fábulas sobre el sueño americano y se dispuso a adaptar una obra teatral marcada por un sobresaliente humor negro. Negro y macabro.

Cary Grant es, en el film, Mortimer Brewster, un tipo que, en pocas horas, ve cambiar radicalmente su vida. Primero por haber cedido y dejarse atrapar en las redes del matrimonio y, segundo, por descubrir el oscuro secreto que escondían sus respetables y adoradas tías, así como por el reencuentro, tras varios años sin saber de él, con su hermano, un ser sanguinario y de pocos escrúpulos que, huyendo de la justicia, busca refugio en casa de sus parientes. Y Grant, siguiendo los consejos de un Capra dispuesto a desmelenarse por primera vez, siguió al pie de la letra los mismos, construyendo un personaje histérico, al borde del infarto, y que a través de sus exageradísimas muecas expresa, al máximo detalle, sus sentimientos más profundos. Odio, asombro, terror y misericordia. Y todo ello, en la mayoría de ocasiones, valiéndose sólo de sus expresiones faciales y de sus gestos astracanados. Disparatados y pasados de rosca. Igual que el resto de la película. Y eso no es ninguna crítica negativa, al contrario. Tiene un valor infinitico. Colocarse, interpretativamente hablando, al mismo nivel que el del trepidante ritmo narrativo empleado por el director, tiene su mérito. Un vodevil mortuorio, ambientado (en su mayor parte), en un único escenario, el interior del domicilio de las hermanas Brewster.

Y allí, en ese domicilio, abriendo y cerrándo puertas y ventanas, acaban desfilando todo tipo de figuras, a cual más chiflada. El tío Teddy (un magistral John Alexander), con su corneta, subiendo y bajando escaleras a todo meter; las dos damas bondadosas (inolvidables Josephine Hall y Jean Adair) caminando a saltitos por la estancia; el monstruoso y sádico hermano de Mortimer y su cirujano plástico particular (mayúsculos Raymond Massey y Peter Lorre) o la presencia impagable de uno de los grandes secundarios de la comedia, el único e incomparable Edward Everett Horton, dando vida al eminente psiquiatra propietario del sanatorio mental Los Años Felices.

En Arsénico por Compasión todo conjuga a las mil maravillas. No hay ningún bajón. Al contrario, todo lo que acontece en casa de los Brewster es de un crescendo imparable. Los chistes y enredos se suceden uno detrás de otro. Y Capra se despacha a gusto detrás de la cámara. Juega con el blanco y negro, con las luces y las sombras, trasladándose hasta el universo de James Whale para retratar al frankenstiniano personaje de Raymond Massey, un ser al que todos confunden con la viva imagen de Boris Karloff, actor que, por cierto, había interpretado en los escenarios teatrales al siniestro hermano de Mortimer.

Basándose en el libreto original de Joseph Kesselring, Julius J. Epstein y Philip G. Epstein urdieron su electrizante guión. Se trataba de los mismos individuos que, un par de años antes, se habían encargado de escribir la mítica Casablanca. Si en el film de Michael Curtiz trabajaron un poco a salto de mata, en el de Capra lo hicieron de manera más metódica y estudiada. Poco a poco van deshilvanando la realidad, hasta llegar a un punto en la que ésta se convierte en el surrealismo más puro y aciago. Nada es creíble, todo está desatinadamente fuera de órbita. Pero en su delirio y en su ingenio está la clave. Y, cómo no, en su celebrada fauna de secundarios excelente y, ante todo, en Cary Grant quien, en esta ocasión, fue capaz de inflar hasta límites inconcebibles su comicidad innata, entonando a la perfección con el estilo buscado por su director.

Una comedia maravillosa. De las grandes. Y que, al mismo tiempo, significó una avanzada defensa (entre líneas) de la eutanasia. Una buena dosis de sabiduría cinéfila que, de vez en cuando, vale la pena revisar.

Juegos de Verano (III)

Alien fue el film misterioso que colgué ayer. Por lo visto, para ustedes, estaba chupado. No era tan indescifrable como creía.

He de confesarles que me han picado. El acertijo de hoy parece fácil, a simple vista. Sólo lo parece. Pero no se dejen engañar. El que avisa, no es traidor. Sencillamente es Spaulding. A estrujarse el cerebelo amigos, que esto va en serio. Y el calor les puede llevar por caminos inadecuados en sus respuestas.

Un consejo. Siempre vayan a por la evidencia.

Él se creía el mejor en su arte. Estaba muy seguro de sí mismo, aunque los demás no opinaran tal cosa.

28.7.05

Juegos de Verano (II)

La mayoría de ustedes tuvieron mucha vista con la película de ayer. Efectivamente se trataba de la magnífica Arsénico Por Compasión, de la que por cierto, en pocos días, tendrá su merecido comentario desde este blog.

Vista la buena acogida, sigamos con el juego estival. Atención, pues en esta ocasión lo he complicado un poco más, aunque seguramente los más avezados darán en la diana. Ya saben: una foto y un pequeño comentario. A poner en marcha las neuronas, ¡venga!

Nunca unos huevos dieron tantos quebraderos de cabeza.

27.7.05

Juegos de Verano

Finales de julio. Pleno verano. A pocos días de las vacaciones masivas. Muchos de ustedes abandonarán por unos días sus domicilios habituales. Otros, al igual que un servidor, se quedarán en casa. Es por esta razón que Spaulding’s Blog no cerrará por vacaciones e intentará, más o menos, seguir actualizando a diario durante el próximo mes.

No niego que haya algún que otro descanso, de esos mínimos, de uno o dos días, pues el calor y el esfuerzo diario por mantener la bitácora es considerable. Cansado pero contento, pues la respuesta de ustedes con esta página ha sido maravillosa, incluso un tanto inesperada. Y ese es el principal estímulo para seguir posteando lo máximo posible durante este estío. Gracias mil por aguantar mis neuras y peroratas a diario.

Para esos días estivales en los que el cuerpo me pida un descanso, les propongo un pequeño juego cinéfilo y refrescante. Se trata de agudizar su mente de ratas de filmoteca, colocarse bien las gafas de pasta y descifrar el título de la película que cito. Para ello tan sólo pondré una frase alusiva y colgaré una foto de la misma. Pero vigilen. No se dejan engañar jamás por esas imagenes. Confíen más en mis palabras.

Aquí tienen ya el primero de los llamados Juegos de Verano.

Vivían en una casita al lado del cementerio...

26.7.05

Ustedes lo han querido: LA GARBANZA NEGRA, QUE EN PAZ DESCANSE

A principios de los años 70 faltaba un largometraje protagonizado por Tip y Coll, la pareja de cómicos más fermosa habida, por estos lares, en aquellos tiempos. Su humor surrealista cautivó, extrañamente, a miles de espectadores televisivos, que seguían al dúo en todas sus apariciones en la pequeña pantalla. Al menos, una vez por semana, derrotaban por puntos a gente como Esteso o Pajares. Eran únicos, especiales, cautivadores. Deudores del humor de Jardiel Poncela y de las salidas de guión más marxistas, se convirtieron en los ases de la caja tonta. El absurdo era el gancho de todas sus actuaciones, aunque de vez en cuando se atrevían con algún que otro arrechucho (metido entre líneas) a la política del momento.

Y, al fín, de la mano de Luis María Delgado (el director de la locaza Diferente) y basándose en un guión de ellos mismos con la colaboración de Antonio Mercero, se parió La Garbanza Negra, Que En Paz Descanse, un vehículo para lucimiento propio y de los muslos de Esperanza Roy. Tip y Coll, o lo que es lo mismo, Luis Sánchez Polack y José Luis Coll se erguían, por fin, en únicos protagonistas de un delirio que, visto al cabo de los años, se ha convertido en un film basurero al cien por cien. Más que basurero, directamente casposo. Espantoso, horripilante.

Ellos funcionaban a la perfección a nivel de pequeños gags humorísticos. Espléndidos números destinados a pequeños cabarets que, con mucha inteligencia, supieron trasladar a los platós de TVE para desengrasar de tanta canción españolista que nos tocaba soportar durante esos años. Siempre pusieron la nota más alta en los oxidados shows de variedades conducidos por Joaquín Prat y Laura Valenzuela. Personalmente, a mediados de los 80, tuve el honor de verles en directo en un par de ocasiones e, incluso, de hacerles una entrevista inolvidable destinada a un programa de radio. Allí, en los escenarios, eran los mejores. Divertidos, electrizantes. La crème de la crème.

Antes de la fallida Garbanza Negra, habían hecho pequeñas colaboraciones en todo tipo de nefastas comedias , en donde Landa, Ozores, Sacristán y López Vázquez mostraban sus calenturas de macho hispánico. Y, la verdad, es que sus mínimas apariciones en esos films rancios eran siempre lo mejor de la función. No tenían desperdicio. Juntos o por separado, sabían romper la monotonía de esos títulos y trabajarse, de manera asombrosa, su particular rinconcito disparatado y personal.

Pero lo de La Garbanza Negra supuso algo ciertamente indigesto. Un error garrafal. Nunca tendrían que haberse involucrado en tan nefasto título. La historia no hay por dónde pillarla. Tip y Coll interpretan a dos hermanos gemelos, Nepo y Pío, propietarios, en compañía de Valentín Tornos (el eterno Don Cicuta), de una pequeña funeraria de provincias. Al morir su madre, doña Obdulia, ésta les dejará en herencia todas sus pertenencias: un cabaret, en el que las máximas estrellas son Esperanza Roy y Josele Román, y una casa de lenocinio. O sea, una casa de putas. Nepo y Pío viajarán hasta Madrid y vivirán insólitas aventuras cuando los regentes actuales de ambos locales intenten acabar con sus vidas. Enredos, confusiones, un mínimo toque erótico y unos cuantos números musicales a mayor gloria de la Roy y del dúo protagonista.

No negaré que, a pesar de lo insoportable de su trama y de su patético (por inexistente) guión y realización, La Garbanza Negra tiene sus momentos. Pocos y aislados, pero los tiene. Y ello gracias precisamente a ellos, a Tip y Coll. Dos genios que, de todas maneras, fracasaron en su primera intentona cinematográfica como protagonistas casi absolutos, pues junto a ellos se encontraba un interminable y alucinógeno desfile de impresionantes glorias de la época como, por ejemplo, Simón Cabido (Doña Croqueta), José Orjas, Joaquín Roa, Venancio Muro y Luis Barbero. Un escaparate de lo más frikkie.

Después, la pareja volvió a probar fortuna en otra producción, en este caso adoptando el papel de maestros de ceremonias en una comedia episódica sobre el sexo nacional, El Sexo Ataca; aunque su mejor experimento para la gran pantalla fue El Asalto al Castillo de la Moncloa. Se trataba de doblar, a su manera, una vieja coproducción italo-española de finales de los años 50, protagonizada por Carmen Sevilla y Ricardo Montalbán y que llevaba por título Los Amantes del Desierto. Y en ese caso, en ese film tan desconocido actualmente, dieron bastante en el clavo. O sea, lo que mismo que hizo Woody Allen con Lily la Tigresa pero en plan más cazurro.

Como documento sonoro inigualable e ideal para conocer algo más sobre la difunta Obdulia de La Garbanza Negra, les dejo con el tema musical que hace referencia a ésta. Música de Adolfo Waitzman y letra de Tip y Coll. Pulsen en la tapa del LP y sabrán lo que vale un peine.

25.7.05

1.000 caras y una sola vida

No es de extrañar que una excelente película como Llámame Peter, realizada directamente para la televisión, haya acabado estrenándose en salas comerciales. Les puedo asegurar que, en lo que llevamos de años, pocos productos cinematográficos tienen la alta calidad de éste, por no hablar de su excelente y brillante guión.

Su director, Stephen Hopkins, con éste film ha conseguido, al mismo tiempo, el título más estimulante de su carrera, la cual, hasta el momento y moviéndose entre el cine y la tele, estaba plagada de irregulares producciones que, de todos modos, rezumaban cierta corrección estética. No en vano fue el realizador de la mayoría de episodios de la primera temporada de 24 Horas, la única ciertamente aprovechable de una agónica serie que se está ahogando en sus propios vicios.

Llámame Peter significa, ni más ni menos, un repaso biográfico a la polémica vida personal de Peter Sellers, tal y como índica su título original, The Life and Death of Peter Sellers. Un nuevo biopic que, al igual que hizo Irwin Winkler con Coler Porter en De-Lovely, es capaz de huir de la monotonía y falsedad habituales del genero para ofrecernos una historia bien tramada que retrata, con bastante profundidad, los demonios interiores del gran cómico británico que nos abandonó a los 54 años de edad.

Plasma el eterno síndrome de Peter Pan con el que Sellers cargó hasta su propia muerte: l’enfant terrible; el niño mimado; la criatura indomable, siempre el obligatorio centro de atención. Hurga en las heridas más profundas del actor, destapando el complejo de Edipo creado por una madre absorbente, capaz de castrar emotivamente tanto a su hijo como a su propio marido. Habla sus relaciones con las mujeres, de sus diversos matrimonios y de su frustrada conexión con Sophia Loren, la cual marcó sus posteriores aventuras amorosas. Deja bien claro que Sellers era un tipo frustrado, no contento consigo mismo en ningún aspecto, volcando su ira y destemple interior con todos aquellos que le rodeaban, empezando por sus propios hijos. Odiaba su físico y su inseguridad personal, siempre dependiendo de sus esposas o de los directores que más influyeron en él, a los que no dudaba ni un segundo a la hora de sustituirlos por la omnipresente presencia de su progenitora.

Y todo ello contado de manera original, mezclando la vida privada de Sellers con la profesional. Nos descubre que vivía a través a sus múltiples personajes, de aquellos que le hicieron millonario desde la gran pantalla. Clouseau o Strangelove, por ejemplo, estaban por encima de él. Se alimentaba vitalmente de ellos, pues Peter era vacío e intransigente Y por eso mismo los detestaba.

La Pantera Rosa y sus secuelas, Teléfono Rojo, Casino Royale y Bienvenido Mister Chance son algunos de los títulos en los que Llámame Peter hace especial hincapié. Otros, sin citarlos aparentemente, son homenajeados de manera sutil y brillante, como ocurre en el caso de El Guateque. Y Hopkins, a través del inteligente guión de Christopher Markus y Stephen McFeely, se apoya visualmente en la estética sesentera y particular de aquellos entrañables films y que, en realidad, eran un claro reflejo de una época. En este aspecto, vale la pena resaltar sus atractivos títulos de crédito iniciales, con el What’s New Puissycat de Bacharach y la voz de Tom Jones, atronando sobre una animación que nos devuelve a los años en los que La Pantera Rosa reinaba en el mundo del cine.

Olvida ciertos episodios en el tintero, como ocurre en el caso de sus dos últimos matrimonios. Otros no aparecen, pero se dejan intuir perfectamente, como la sincronía del actor con la etapa más psicodélica de The Beatles. Y acaba centrándose, finalmente, en la obsesión por dar vida a Chance Gardiner en Bienvenido Mister Chance, indudablemente una de las mejores interpretaciones de su carrera y que, en parte, puso el broche final a una vida atormentada y enfermiza.

Y al frente de todo ello un magnífico Geoffrey Rush. Ni el propio Peter Sellers lo habría hecho mejor. Rush está increíble, mostrándose en todo momento camaleónico. Se adapta a la perfección a las múltiples etapas físicas y psíquicas del cómico, sin caer jamás en la sobreactuación. Sellers-Rush, Rush-Sellers. O sea, Peter Sellers.

24.7.05

El hombre de las 1.000 caras


Y, a partir de mañana, le llamaremos sencillamente Peter.

23.7.05

Ellos también hicieron publicidad (XII): Mark

Aquí lo tienen, luciendo palmito. Torso al descubierto y promocionando ropa interior masculina para Calvin Klein. Se trata de Mark Wahlberg, uno de los actores más sosos e inexpresivos del Hollywood actual.

La foto publicitaria está realizada justo antes de intentar abrirse paso entre los grandes, cuando incluso su nombre artístico aún era el de Marky Mark. ¡Qué vista tuvo su asesor al aconsejarle que cambiara su patronímico! Insípido que resulta el muchacho, sólo faltaría que hubiera triunfado con ese pueril apelativo: Marquito Marco. Al menos, lo de Wahlberg, le da más prestancia. Suena como a cerveza alemana, con cuerpo y personalidad propia, aunque en realidad siga siendo el mismo ñoño de siempre.

22.7.05

Chocolatinas Wonka

Está a punto de estreno la nueva película de Tim Burton, Charlie y la Fábrica de Chocolate, una nueva adaptación de la novela homónima de Roald Dahl que ya, en 1971, tuvo una acertada versión. Se trataba de Willy Wonka & the Chocolate Factory, mal traducida en nuestro país con el título de Un Mundo de Fantasía.

He de asegurarles que tenía un triste y oscuro recuerdo de este film. Ayer, con cierto temor, me dispuse a darle otra oportunidad, En realidad, me incitó a ello la insana curiosidad por descubrir en que especiales berenjenales se había metido Tim Burton. Y la verdad es que, contra todo pronóstico, Un Mundo de Fantasía se me reveló como una grata sorpresa. En estos momentos, me atrevería a decir que se trata de una pequeña joya cinematográfica; un título cuyos ingredientes inducen a convertirlo en un film de culto. Quizás en su día -debido a mí edad- no supe apreciar, en su totalidad, el cinismo y crudeza que éste abrigaba.

Vendido de manera equívoca como un producto destinado al público infantil, Un Mundo de Fantasía tan sólo utiliza a los niños protagonistas como una herramienta más dentro de su laberíntica y surrealista historia. Es cierto que su estética y sus decorados apuntan al mundo de los más pequeños y ciertos pasajes recuerdan, incluso, a la entretenida Chitty Chitty Bang Bang (no en vano guionizada, de la novela de Ian Fleming, por el propio Dahl). Pero la película del eficiente Mel Stuart va mucho más allá. Sarcástica y mordaz, a años luz de otros títulos más ampulosos y de similares intenciones, estrenados a principios de los setenta. Está claro, vista ahora, que se trata de una cinta no comprendida en su tiempo y que vale la pena recuperar a toda costa, antes de que empiecen a aparecer las inevitables comparaciones con el universo particular y gótico de Tim Burton.

Parte de una historia que, en efecto, roza muy de cerca el cine más candoroso. Las chocolatinas Wonka son las más apreciadas en todo el mundo, pero tanto el interior de su fábrica -enclavada en el corazón de un pequeño pueblo británico- como Willy Wonka, su propietario, siempre han significado un enigma para sus numerosos clientes. Un buen día, entre sus millones de chocolatinas, Wonka esconde cinco únicos vales dorados que darán la oportunidad, a los niños que los encuentren, a visitar las secretas instalaciones y a conocer, en persona, al misterioso chocolatero, así como para obtener el suministro gratuito de la jugosa golosina para el resto de sus vidas. El mundo entero, obsesionado con la propuesta, se paraliza. Los problemas cotidianos, políticos y de toda índole parecen no existir. La fiebre ha invadido la humanidad. Y cinco, finalmente, serán los elegidos para adentrarse en el fantástico universo de Mr. Wonka.

Esa trama, aunque no lo parezca, es la ideal para que el espíritu punzante de Roald Dahl salga a flote a través de su guión. El cristal deformante que utiliza para describirnos a sus protagonistas es de altísima calidad. Distorsiona tanto que, por la exagerada caricaturización de los mismos, los acerca a la realidad más rotunda. Millonarios hipócritas y empresarios avariciosos reciben su buena dosis de jarabe de palo. Muestra los dos extremos de la sociedad con un envidiable tono de mala leche. El Norte y el Sur. La opulencia y la pobreza. Y, lógicamente, se decanta de manera cariñosa por la pobreza. Imágenes estremecedoras retratan el modo de vida de una familia sin recursos: una mujer viuda, su hijo pequeño y los cuatro abuelos de éste. Todos amontonados en una pequeña habitación, en cuyo centro se encuentra una gran cama de matrimonio en la que yacen descansando, las 24 horas del día, el cuarteto de ancianos. Aterrador.

Los parques temáticos de hoy en día le deben mucho a este film, pues el alucinante e irracional viaje por el interior de la fábrica de Willy Wonka es todo un espectáculo digno de tener en cuenta. Casi todo en ella es comestible, a excepción de sus peculiares trabajadores, los Lumpalumpas, un ejército de enanos de piel achocolatada procedentes del lejano país de Lumpalandia. Mano de obra de solvencia más que contrastada. Y sin olvidar, por supuesto, al anfitrión de la visita, el tal Wonka, un tipo estrafalario, provocador y desvergonzado, dispuesto a aplicar severos castigos a los niños malos y, por defecto, a sus progenitores, pues él es consciente de que los culpables de los defectos de los pequeños son de aquellos que los han (mal) educado.

Ríos y cascadas de chocolate, paredes comestibles, caramelos inagotables y huevos de oro forman parte del escenario ideal para envolver la soberbia interpretación de un desmelenado Gene Wilder. Genial. Él será, para siempre, el inolvidable y genuino Willy Wonka. El actor le dio un toque especial a ese personaje, consiguiendo ser amado y odiado a partes iguales. Su insolencia no tiene desperdicio. Y, secundándolo de manera espléndida, uno de los grandes, de los de toda la vida, Jack Albertson, el paupérrimo abuelo Joe del pequeño Charlie (Peter Ostrum), el correcto protagonista infantil.

Y, por si fuera poco, su banda sonora. Una maravilla. Temas musicales de Anthony Newley, de los que ya forman parte de la memoria colectiva, como The Candyman, adornan sus números coreográficos. Pocos pero sorprendentes y, en el fondo, nada molestos; al contrario.

Es el momento de recuperarla. Vale la pena. Oro en bruto, a pesar de su sencillez escénica y sus simples efectos especiales. El ingenio y la originalidad están por encima de todo ello. Ha sido editada en DVD y, al mismo tiempo, está en la parrilla de programación de Cinemanía Clásico, en el Digital. No la dejen escapar. Súbanse a ella y sumérjanse en el absurdo más delicioso.

¡Qué grande era Roald Dahl!

21.7.05

Beam me up, Scotty

Estaba teletransportando la crítica de hoy y, de golpe y porrazo, ésta se ha quedado colgada en el cyberespacio. A Scotty, el mejor de los ingenieros espaciales habidos y por haber, se le han acabado las pilas en plena faena. La nave Enterprise ha perdido a uno de sus tripulantes más cabales. Sin él, difícilmente sus compañeros puedan volver a trasladarse de un lugar a otro en un periquete.

Tras Scotty estaba James Doohan, un actor que desde hace varios años vivía afectado por la terrible enfermedad de Alzehimer. Ayer, a causa de una neumonía, nos abandonó.

Mañana intentaré rescatar esa crítica descompuesta a pedacitos quién sabe dónde. Lo lograré, aunque para ello tenga que ponerme de rodillas ante el mismísimo Spock.

Libertad condicional

Fue el Señor Azul en Reservoir Dogs. Su nombre era Edward Bunker. Conocía como nadie el mundo del hampa y de la delincuencia, no en vano, a los 16 años de edad, ingresó en la prisión de San Quintín, lugar en el que estuvo confinado durante 18 años. Sus experiencias en presidio las volcó en una serie de libros que, de una manera u otra, influyeron en el mundo del cine. Libertad Condicional, con Dustin Hoffman, o Animal Factory, en la que se reflejaban parte de sus vivencias como recluso, son un buen ejemplo de ello. Su guión para El Tren del Infierno o la presencia como asesor técnico en Heat, así como ciertas apariciones suyas en algunos largometrajes, son otras de sus experiencias cinematográficas.

El pasado martes abandonaba su libertad condicional. Descanse en paz.

20.7.05

Vidas Ajenas (con el sacrosanto permiso de Absence)

Paquito Cuevas Castany. Hijo único. Nació en 1959, bajo la dura tutela de unos padres chapados a la antigua y con aspecto de polichinelas. Su recia formación académica tuvo lugar en los Hermanos Gabrielistas de la barcelonesa calle de Villarroel, lugar en el que empezó a amar, de manera exagerada, ciertos aspectos muy concretos del séptimo arte. Allí, cada sábado por la mañana, tenía lugar un peculiar cine-club en el que se proyectaban viejos films de Louis de Funes y, una vez cada mes, uno de los dos largometrajes protagonizados por Los Guardianes del Espacio (The Thunderbirds). Las constantes riñas de los valencianos encargados de esos pases cinematográficos marcaron su agrio carácter, pues se sintió altamente ofendido con la reiterativa orden, emitida a través de un megáfono, de “no pongau los peus en las sillas”. Tras la jubilación de su padre, heredó la empresa familiar, dedicándose, desde ese momento, a la venta al por mayor de una variedad infinita de ultramarinos. Su desmesurada afición por coleccionar en VHS la filmografía completa de su ídolo francés, De Funes, acabó cambiándola, a principios del año 2004, por la compra compulsiva de todas las temporadas en DVD de su serie televisiva más preciada, Los Guardianes del Espacio. Abandonando la empresa familiar, pasó una larga temporada encerrado en su casa. Su esposa, Juanita Llandrich, y su hija de cuatro años, Juliana Cuevas, aún se muestran preocupadas por el posicionamiento actual de Paquito. Éste, durante los dos últimos años, vive aferrado a unos hilos colgantes del techo de su domicilio, asegurando a todo el mundo, que él, en realidad, es una simple marioneta. Tan identificado se siente con los protagonistas de The Thunderbirds que, el año pasado, enterado del inicio del rodaje de la película Team America, abandonó su hogar por unos días con la intención de presentarse al casting de ésta y conseguir una escena en ella como mero figurante. Lógicamente, los encargados de la producción lo menospreciaron alegando que se trataba de un ser de carne y hueso. Ellos querían muñecos, por lo que se negaron en redondo a atender a las razones de Paquito. Desde el año pasado, vive encerrado en su cuarto de baño, alimentándose tan sólo de boquerones y dispuesto a dejar este mundo no sin antes cortar los hilos que le unen a su verdadero creador, Nicolás Celaya, descendiente directo de Gabriel Celaya. “Mis padres eran unos auténticos monigotes y yo tan sólo sigo sus enseñanzas. El día que seccione la hebra que me une a ellos, me convertiré por fin en un genuino títere. Dios es bueno y nos observa. Vigilen. Él y Benedicto son los únicos que me entienden”; éste es el escalofriante mensaje que deja a todos los internautas que dudan de su propia fe.

19.7.05

Asmageddon

Ayer por la tarde me apetecía ver algo sin complicaciones. Un film sencillo, de esos para matar una tarde aburrida. Un producto sin pretensiones. Y, finalmente, opté por un thriller que se me escapó en su estreno en salas comerciales. Se trata de Atrapada (Trapped). Un casting más o menos interesante, capitaneado por Charlize Theron y Kevin Bacon y dirigido por el irregular Luis Mandoki.

Un producto al uso, sin sorpresas. Atrapada gira entorno al secuestro de una niña por parte de un grupo de tres personas. Un rapto tras el que, en realidad, se encuentra una venganza hacia el padre de la criatura. Mandoki usa, para ello, todos los tópicos del género. Y los usa mal. La niña, por ejemplo, tiene que ser asmática; una premisa que parece obligatoria en todas las películas en las que se secuestra a algún pequeño. Enferma y sin la medicación a mano, lo que en parte desbaratará un tanto a los malandrines que se han quedado a la joven.

La pobre niña con asma es Dakota Fanning, sin lugar a dudas lo mejor de todo el insustancial producto. La más profesional de todos, pues Charlize Theron, la madre sufridora, sólo aprovecha para lucir su atractivo palmito cada dos por tres, mientras que el perverso secuestrador, un descabellado Kevin Bacon, sobreactúa a sus anchas mientras intenta, a toda costa, beneficiarse del cuerpo de la tentadora (y sufridora) Theron. Y es que el plan establecido para llevar a cabo el secuestro (y su posterior rescate) es de lo más ilógico jamás visto. Tomen nota y nunca delincan de manera tan patatera como lo hace el terceto comandado por Bacon: mientras un tipo gordo y bonachón se queda con la niña, la esposa de Bacon (una destartalada Courtney Love) se traslada hasta un hotel lejano en el que el padre de la pequeña, un famoso anestesiólogo, se hospeda durante un congreso. La Love se encargará de frenar los impulsos del médico. Bacon hará lo propio, pero quedándose en el lujoso domicilio del galeno viajante, con la malsana intención de retener y tirarse a la desesperada madre. Difícil llevar a buen puerto tan absurda estrategia.

Mandoki no domina el ritmo del thriller. Bueno, en realidad domina muy poco eso del cine. El hombre salta de error en error. Es incapaz, incluso, de sacar provecho de un actorazo como Bacon. Y eso es imperdonable. Arranca bien, no voy a engañarles. O sea, en su primera media hora, la película incluso promete. Pero, a marchas forzadas (y más o menos con la aparición de una extremada Courtney Love), entra en un delirio narrativo que no conduce a parte alguna. Todo se desmadra en exceso. La madre y el presunto violador. El padre y el presunto putón verbenero. La niña y el raptor obeso. Separados pero más unidos que nunca. Ese canto familiar que, en los últimos años, empieza a atufar en demasía desde numerosos productos norteamericanos.

Y cuando todo está patas arriba, llega el gran final. Epatante. Acción al precio que sea. El guión es lo de menos. La bufonada delirante ya está servida. El anestesista se convierte en un imitador de James Bond. El putón verbenero empieza a ceder ante él y se convierte en su buena aliada. El arrepentimiento no tiene enmienda. Y, ambos, casi cogiditos de la mano, montarán un número circense, a bordo de una avioneta, que terminará en una explosión de efectos especiales y de accidentes automovilísticos en medio de una transitada autopista. Bacon es el más malo de todos. El gordo es tonto del culo. Y la Love, con esa pinta de guarra que me lleva, demuestra que aún tiene su corazoncito.

Después de ver Atrapada y recordando otros films similares, he llegado a un par de conclusiones. Elijan la que más les convenga. O una o la otra. O los secuestradores de niños son unos gafes de tomo y lomo o, en caso contrario, todos los niños de hoy en día son asmáticos.