25.6.12

Adiós con el corazón

El pasado viernes, a los 72 años de edad, nos abandonó uno de los actores más emblemáticos, locuaces y gamberros de nuestro cine. Todo un soldadito español de la interpretación cuya presencia siempre entonó con la chispa de la vida; una especie de Caballero don Quijote de la familia de la farándula. Su nombre: Juan Luis Galiardo. Con su muerte se oyeron suspiros de España (y Portugal), así en el Cielo como en la Tierra.

Con fama de Don Juan, mi querido fantasma flirteo con Rosa La China, las nenas del mini-mini y hasta con madres solteras, aunque sus mejores conquistas fueron las de Pepa Doncel y Cristina Guzmán. A pesar de predicar lo del no desearás la mujer de tu prójimo, malas lenguas aseguran que logró seducir a la chica de los anuncios y hasta a la niña de tus ojos... Y es que los hombres siempre mienten.

Aventurero de espíritu, compartió anécdotas con Buñuel y la Mesa del Rey Salomón, viajó por los Mares del Sur persiguiendo el vuelo de la paloma, se adentró en la selva blanca y, aprovechando su turno de oficio, defendió al disputado voto del Señor Cayo. Pagado por el oro de Moscú y armado de la daga de Rasputín, luchó en la guerra de los locos y formó parte del Clan de los Inmorales, aunque muy a su pesar fue consciente de que siempre hay un camino a la derecha.

Adiós con el corazón, Juan Luis.

21.6.12

Terapia pajera

Aunque dirigida por la norteamericana Tanya Wexler, Hysteria es claramente un film de corte británico, tanto por su sentido del humor como por esa resultona recreación del Londres victoriano en donde un joven médico, empleado en la consulta de un doctor especializado en tratar a mujeres “histéricas”, se convirtió en el inventor casual del vibrador eléctrico.

Basada libremente en un caso verídico, la cinta navega entre graciosos chistes masturbatorios y un alegato por la liberación de la mujer. En su primer apartado, asume su vertiente más alocada a través de una cohorte de mujeres aburguesadas quienes, para paliar sus frustraciones y calentones corporales, recurren al gabinete del doctor Robert Dalrymple (magnífico Jonathan Pryce) con el fin de ser sometidas a un tratamiento manual muy especial por parte de éste y de su nuevo empleado, Mortimer Granville, un inmaduro galeno que terminará con una dolencia casi perenne en su mano derecha de tanto utilizarla en su quehacer diario.

En su parte menos frívola, aunque sin alejarse ni un ápice del tono de comedia, se nos presenta a Charlotte, la hija mayor del docto Dalrymple, una mujer que reniega de la vida lujosa de su familia y que, enfrentada ideológicamente a su padre, regenta una local de acogida para gente sin recursos económicos al tiempo que lucha por conseguir el sufragio femenino; un personaje éste interpretado por una espléndida y divertida Maggie Gyllenhaal en un rol claramente deudor de los que antaño interpretara Diane Keaton en su vertiente más apayasada; una Gyllenhaal potente que, con su presencia, deja un tanto en segundo plano a un Hugh Dancy, un tanto más blando en el papel de Mortimer Granville.

Hysteria se alza como la contrapartida cinematográfica del último David Cronenberg, Un Método Peligroso, pues, al contrario que éste, opta por el desenfreno y la “locura” (siempre controlada y dentro de unos límites) para tratar el tema de la histeria femenina. Juega con la falsa mojigatería que esgrimían las damas de alto copete de la Inglaterra de finales del siglo XIX para esconder su insatisfacción sexual, sacándose con ello de la manga varios gags ciertamente simpáticos y sin caer nunca en el humor soez. Todo ello muy british y absolutamente calibrado; tan calibrado como esos consoladores inventados a medias entre el citado Granville y su mentor, un inventor al que da vida un desconocido Rupert Everett y que da con el vibrador gracias a su experimentación con un plumero eléctrico.

Un producto campechano que, entre masturbaciones, feminismo y lucha de clases, peca de su falta de arrojo al no atreverse a afrontar ciertos temas con un puntito más de picardía y morbo. Un tanto como lo que le sucede con su descafeinado trabajo a Felicity Jones, una de las actrices jóvenes con menos potencial interpretativo del panorama actual y a la que, para más desgracia, le ha tocado el papel más insustancial de la función, el de Emily, la hermana pequeña de la todoterreno Charlotte.

18.6.12

Españolas en París

Llegada directamente de Francia y dirigida por Philippe Le Guay, Las Chicas de la 6ª Planta no es más que una comedia afable que, a golpe de tópicos, retrata la vida en París de un grupo de inmigrantes españolas que, en los años 60 y huyendo de la dictadura franquista, empezaron a trabajar como empleadas del hogar en distintos domicilios del país vecino.

A principios de los años 70 y desde España, Roberto Bodegas ya planteó el tema de la inmigración y el servicio doméstico en Españolas en París, aunque desde un prisma más dramático y crítico que el utilizado por Le Guay en su film. Éste, al contrario que Bodegas, se centra más en el punto de vista afrancesado, ofreciendo de este modo todo un útil catálogo de cómo se nos ve y se nos etiqueta a los españolitos desde allí. El chauvinismo está servido: el amor por la jarana y las coplas o la pasión por la paella son de reglamento, así como el punzante detalle de dibujar a sus protagonistas españolas como un pelín más incultas que el resto de la sociedad francesa. Pero como lo hace de forma graciosa y hasta con cariño (y cierta razón), la cosa no acaba de molestar.

De hecho, la caricatura de dos culturas distintas aunque geográficamente muy cercanas y en un marco histórico muy concreto, no es lo que más le interesa al realizador. Lo suyo es entrar a saco en el microcosmos de Jean –Louis Joubert, un adinerado gabacho (de cierto parecido físico con Josep Lluís Núñez) que dedica su vida casi única y exclusivamente a la asesoría económica de su propiedad, desatendiendo un tanto a su esposa y a su entorno familiar. Un microcosmos, el de este hombre, que empezará a desmoronarse con la llegada a su hogar de una nueva criada, María, una joven y atractiva española que le abrirá las puertas a un mundo desconocido, el de la sexta planta: lugar en el que malviven un grupo de mujeres españolas dispuestas a hacer de su sacrifico un divertimento más.

La película, a pesar de poseer una dualidad ideológica que podría resultar molesta, engancha y entretiene. Seguramente ello es debido a la naturalidad con la que plantea ciertas cuestiones. Nunca intenta hacer dogmatismo de ello, mostrándose al contrario simple y sencillo en sus exposiciones. La efectividad de la propuesta es innegable. A ello, tienen mucho que decir el buen trabajo y la química que se desprende de su pareja principal; el de una pareja marcada, sin embargo, por la lucha de clases y una (casi) abismal diferencia de edad. El, Fabrice Luchini, toda una institución interpretativa en Francia; ella, una espléndida Natalia Verbeke de expresiva y dulce mirada. Y allí, situada en medio del cotarro y controlando la furtiva simbiosis nacida entre María y el señorito Jean-Louis, la gran Carmen Maura en un papel episódico aunque contundente: el de la voz cantante de ese grupo de mujeres que, del distanciamiento de su país natal, hacen de tripas corazón.

Un consejo: se si acercan a Las Chicas de la 6ª Planta, háganlo desde la versión original subtitulada y disfruten oyendo ese batiburrillo idiomático en donde el francés y el español se dan la mano compartiendo protagonismo. Según cuentan malas lenguas (muy fiables, por cierto), en la versión doblada, todos los personajes franceses han acabado hablando español con acento gabacho, al igual que harían los imitadores macarrónicos del inspector Clouseau.

7.6.12

Cómo acabar de una vez por todas con la cultura

Primero nos dicen que no hay ni un puto euro. Con tal excusa, aprovechan para robarnos nuestros pocos ahorros y dejarnos reducidos a la mínima expresión los derechos laborales y las libertades individuales. El despido es el pan nuestro de cada día. Los bancos, mientras tanto, siguen meándosenos encima. Y luego, cuando estemos bien tocados, irán a por la cultura. Ya falta muy poco para el inicio de la quema de libros.

¡Qué grande era Ray Bradbury!

6.6.12

Antiecología y previsibilidad

Durante unas tres décadas, el nombre del sueco Lasse Hallström ha ido ligado al cine de calidad. Títulos como Mi Vida Como Un Perro, Las Normas de la Casa de la Sidra o Chocolat han demostrado la elegancia del realizador a la hora de colocar la cámara y de contar historias universales, siempre lindantes con la ternura y la emotividad. Pero desde que hace un par de años estrenara Querido John, parece que al hombre se le ha subido la “simplicidad” a la cabeza y apueste por un tipo de cine mucho más fácil y vacío, tal y como le ha sucedido con La Pesca de Salmón en Yemen, su último film.

Lo que podría haber sido una excelente sátira política, social y ecológica, se convierte sencillamente en todo lo contario. Su prometedor y divertido arranque (muy del gusto de las viejas cintas de la Ealing Studios), potenciando la surrealista propuesta de acercar la pesca con mosca al Norte del Yemen, va perdiendo gas a medida que su argumento se decanta hacia otra vertiente de resolución más que previsible.

La historia de un adinerado jeque árabe que se ve políticamente respaldada por la oficina de prensa del Primer Ministro Británico para servir como cortina de humo a la mala imagen de su gobierno en Oriente Medio, no va más allá de la anécdota, pues la intención de Hallström estriba única y exclusivamente en centrar su atención en la historia de amor que vivirán dos de los personajes implicados: un alelado científico experto en piscicultura y la atractiva representante legal del jeque.

Ewan McGregor y Emily Blunt son los encargados de dar vida a esos dos seres que se verán tocados por la flecha de Cupido: el doctor Fred Jones y la eficiente Harriet Chetwode-Talbot. A pesar de la buena labor interpretativa de ambos, la película se ve altamente afectada por la falta de química, ya que entre ellos jamás se establece esa simbiosis necesaria para que una historia de amor (mínimamente interesante) funcione en pantalla.

Entre tanta ñoñería y edulcoramiento, por suerte no deja arrinconado del todo el chascarrillo sobre la introducción del salmón en el Yemen. De hecho, gracias a sus mínimas pinceladas sarcásticas y a la astracanada construcción que de la perversa política de turno hace una espléndida Kristin Scott Thomas, la cinta más o menos se va soportando. Pero juega tanto al límite con la alucinada idea salmonera que, finalmente, se le escapa de las manos y, lo que parecía todo un canto ecológico, se convierte en un peligroso alegato en contra de la naturaleza.

Hay ocasiones, como en este caso, en que me cuesta entender la popularidad que alcanzan ciertos títulos que no ofrecen nada nuevo al espectador. Más previsible y aburrida, imposible.

1.6.12

EN RESUMIDAS CUENTAS: Espía cómo puedas

La Sombra de la Traición, rimbombante y alucinada traducción del original The Double, se trata de un film, tal y como indica su título español, igual de soso e impersonal que cantidad de productos anteriores con títulos similares. El debut tras la cámara de Michael Brandt -guionista, entre otros, de El Tren de las 3:10 y Wanted- no podía ser más decepcionante. Espionaje de tres al cuarto al servicio de una intriga sin magnetismo alguno.

Píllenme a un ex agente de la CIA canoso, reclamado de nuevo por la Agencia, y a un jovencito al servicio del FBI. Mézclenlos, enfréntelos y agítenlos para la consecución de una nueva buddy movie sobre el mundo de los espías. Añádanle una misión de lo más tópico, como la de dar caza a un tal Cassius, nombre en clave de un antiguo asesino soviético que ha vuelto a las andadas tras varios años de inactividad, al igual que le sucede al canoso ex agente de la CIA a quien, por cierto, se le considera toda una autoridad en cuanto a modos y maneras sobre el buscado criminal.

La falta casi total de pulso narrativo y una sorpresa argumental (bastante cantada, por cierto) a los quince minutos de proyección, hace aún más insubstancial todo cuanto ocurre a partir de ese momento. Película previsible y de connotaciones televisivas, con giro de guión (bastante fuera de tono e innecesario) en su recta final, justo cuando el respetable empieza a estar hasta las narices de las canas todoterreno de Richard Gere, de la inexpresividad de su compañero (Topher Grace) y de soportar por enésima vez a Martin Sheen dando vida a un alto cargo de la CIA.

Otra de espías, pero mucho más atractiva y trepidante, es El Invitado, una enérgica y adrenalínica propuesta de Daniel Espinosa que ya lleva (merecidamente) varías semanas en cartel. Denzel Washington es su principal protagonista quien, reconvertido para la ocasión en un ex agente gubernamental metido a traficante de información, pondrá en jaque a la mismísima CIA a partir de la masacre sucedida en un piso franco que la Agencia poseía en Ciudad del Cabo; masacre en la que están involucrados él, un grupo de mercenarios y el novato agente encargado de la custodia del piso.

El Invitado es puro espectáculo. Un entretenimiento total con su dosis pertinente de crítica a la CIA, una institución que ya es habitual verla convertida en blanco de las iras de muchos directores y guionistas. De hecho, la película no es más que un velado homenaje (sobre todo en su parte final) a Los Tres Días del Cóndor, uno de los títulos emblemáticos de la filmografía de Sydney Pollack, pero en versión trepidante, a lo bruto, sin delicadezas, siempre a medio camino entre el cine de Tony Scott y de las vibrantes persecuciones y luchas del amnésico Bourne de Paul Greengrass.

Washington peina mucho mejor las canas que Richard Gere y, a pesar de denotar cierta edad y de la dualidad moral que ronda a su personaje, aún sigue dando el pego como héroe de acción. Y atención a su partenaire en pantalla: el nada despreciable y cada vez más afianzado Ryan Reynolds, así como a la fuerte presencia (siempre de agradecer) de un montón de secundarios de una categoría incuestionable: Brendan Gleeson, Vera Farmiga, Sam Shepard y, de propina, el único e incomparable Ruben Blades.

Personalmente, con El Invitado me lo pasé pipa. Hasta me gustó ese descontrol (controladísimo) en el montaje de sus innumerables escenas de acción.