30.3.09

La Hora 25

Para muchos de los amantes de la música de cine, hoy será el día más largo. El gran Maurice Jarre, a la edad de 84 años, ha decidido pasarse al otro lado no sin antes darse un paseo por las nubes. Al llegar la Hora 25, mientras arde París y en plena noche de los Generales, a lomos del león del desierto y al amparo de la sombra del lobo, será el momento de gritar al diablo para reivindicar a ese hombre que pudo reinar; justo en el mismo instante en el cual el Club de los Poetas Muertos abra sus puertas al nuevo miembro: a aquel que anduvo entre partituras musicales y sin miedo a la vida durante el año que vivimos peligrosamente.

Lawrence de Arabia, Isadora, la hija de Ryan, Mr. Jones, el doctor Zhivago, el hombre de Mackintosh, Julia y Julia, llorarán su muerte, al igual que hará un numeroso grupo de gorilas en la niebla que, desde la Costa de los Mosquitos en la mismísima Isla del Fin del Mundo, se han quedado huérfanos de música. Muchos de los profesionales del mundillo, al ritmo marcado por un tambor de hojalata y llamados por una atracción fatal, deberán bajar por la escalera de Jacob para asistir a su despedida.

Por mi parte, y en su honor, anoche soñé con África a tamaño natural y, sin embargo, saqué un pasaje a la India. Quería convertirme en el único testigo de la caída de los dioses pero, en el tren en el cual viajaba, se jugó el póker de la muerte ante la atenta mirada de la prometida del Juez de la horca.

Hoy, al esconderse el sol rojo, cuando el efecto de los rayos gamma sobre las margaritas haya llegado a su mayor esplendor, un eterno coleccionista, tras descubrir que no hay salida para su compulsiva obsesión, apoyará la cabeza contra la pared y precintará, bajo un selló que reza top secret, una de sus mejores y más completas discografías.

26.3.09

In Memoriam


Owen Wilson nunca ha sido santo de mi devoción. Un tanto de lo mismo me sucede con Jennifer Aniston. En contrapartida, y de forma inesperada, Una Pareja de Tres (la aberrante traducción española de Marley & Me) me ha enganchado. Y es que, en realidad, las verdaderas y únicas estrellas de la cinta son los 22 perros distintos que, a lo largo del metraje, dan vida a Marley, la mascota del matrimonio Grogan, una pareja de periodistas que inician su vida en común en la cálida Palm Beach.

Una Pareja de Tres es una comedia dirigida a todos los públicos y, en especial, a aquellos que han tenido alguna vez un perro en sus casas. De hecho, quienes lo hayan experimentado, se verán totalmente atrapados (e identificados) con la fresca e inocente propuesta de David Frankel.

La película está basada en el libro autobiográfico de John Grogan, el personaje interpretado por Wilson; un periodista con ganas de ejercer como reportero que, en su primer trabajo para un periódico de Florida, terminó triunfando como columnista satírico. Sus escritos, en general, versaban sobre la vida en pareja y, ante todo, sobre la relación que mantuvo con Marley, el perro labrador, inquieto y alocado, que regaló a su esposa Jennifer para suplir la falta de un bebé, en el hogar, durante los primeros años de convivencia.

De hecho, la cinta de Frankel es en extremo sencilla, sin pretensiones, aunque efectiva al cien por cien. Posee un sentido del humor encomiable y, por primera vez en el mundo del cine, se trata la presencia de un perro en pantalla de modo natural, sin tener que transformar a éste en un animal heroico ni exageradamente inteligente, y plasmando, al mismo tiempo, la simbiosis que con el paso de los años se crea entre la mascota y sus propietarios.

Los problemas que acarrea Marley ante la llegada del primer hijo, la emotiva concomitancia entre el perro y su amo John o la fusión que el chucho establece con los niños que van aterrizando en el seno familiar, se convierten en los principales focos de atención de la cámara del realizador de El Diablo Viste de Prada. Siempre, todo ello, narrada mediante un sanísimo sentido del humor y primando, muy por encima de los personajes de Owen y Aniston, las genuinas y divertidas animaladas del can. En el fondo, Marley, es su gran protagonista.

El film mantiene su tono jocoso y distendido durante casi todo el metraje, justo hasta llegar al inevitable (y predecible) episodio final. Hacía tiempo que no lloraba con tanto sentimiento y sin cortarme en absoluto en una platea. Y es que, al afrontar la cantada muerte de Marley, Una Pareja de Tres se transforma en un hermoso canto a esas criaturas que, sin pedir nada a cambio, vuelcan todo su amor hacia aquellos que han convivido con ellas durante un largo tiempo. Sé que es algo difícil de comprender por aquellos que jamás han tenido una mascota…, no tanto para los que han pasado por un trance similar. Ayer, viéndola, volví a recordar los buenos momentos que pasé al lado de Bora, una pastora alemana que alegró la existencia, durante muchos años, de mis padres, de mi hermana, de mi santa y la mía.

Bora, un fort petó allà on siguis. Sempre estaràs al meu costat.

24.3.09

Superhéroes aburridos


Tras 300, Jack Znyder se adentra en el universo gráfico de Alan Moore y Dave Gibbons adaptando uno de sus títulos más emblemáticos aunque, en esta ocasión, inclinándose por un tratamiento visual más realista y menos comiquero. Este es el turno de Watchmen, la historia de unos superhéroes que, después de haber servido durante varias décadas al Gobierno norteamericano, deben guardar sus disfraces en el ropero para dedicarse a una vida menos ajetreada. Con el asesinato de uno de ellos y la posibilidad de que tras esa muerte se esconda un complot a nivel internacional, algunos decidirán regresar a la primera línea de fuego. Todo sea por el bienestar y la paz mundial.

Watchmen posee un inicio prometedor. Primero, debido a sus originales títulos de crédito, capaces de situar al espectador en una época y un ambiente muy concretos en un tiempo récord. Después, tras esa brillante introducción a modo de resumen sobre los anales y precedentes de los superhéroes protagonistas, apuesta por cambiar ciertos aspectos de la historia moderna, introduciéndose con ello en terrenos ficticios ciertamente originales.

Los EE.UU. han ganado en Vietnam. Nixon consigue un tercer mandato por votación popular. La tensión entre su país y Rusia está en uno de sus puntos más álgidos. La posibilidad de una hecatombe nuclear se muestra como una realidad futura más que palpable. En medio de este entorno enfermizo, los viejos superhéroes, reciclados en otros menesteres y temiendo una conspiración a altos niveles, optan por desempolvar sus trajes de faena y sus antiguos utensilios de combate para adentrarse en una investigación que les regalará más de una sorpresa (tanto a nivel general como personal).

Cuando Znyder ya ha colocado todas las cartas sobre la mesa y toca barajar para empezar la partida, pierde todos los papeles, entrando en una monotonía difícil de romper. Poco ayudan, en este aspecto, las cansinas y engoladas peroratas del llamado Dr. Manhattan, un científico que, tras un accidente nuclear, se vio convertido en un neutrón con cuerpo humano; un tipo capaz de predecir el futuro y, en realidad, el único miembro del grupo con poderes sobrenaturales.


La cinta avanza a trompicones. Su inicio, a pesar de ciertas sutilezas aisladas, sólo ha quedado en agua de borrajas. Hay una línea argumental definida, pero, debido a la gran cantidad de apartes episódicos que inundan su exagerado metraje (más de dos horas y media de duración), da la impresión de haber sido construida a golpe de retazos. Todos los superhéroes del film tienen su rinconcito de lucimiento aunque, para ello, abandone el denominador común que los enlaza. Después, cuando coinciden en su clímax final, éste resulta de lo más desaborido que uno pueda tirarse en cara. Tanto rollo y tanta conspiranoia para llegar a un desenlace tan descafeinado y simplista.

Superhéroes aburridos y pretenciosos, capaces de ir desgranando filosofía barata a cada paso que dan. Más de lo de siempre: el héroe deprimido a causa de su pasado. Y no uno: todos; del primero al último. Cada cual tiene su cruz. Sentimientos de culpa y ganas de purgar pecados. Ya es hora de volver a parir a superhéroes más frescos y sin tantos complejos a cuestas. No sólo de una buena resolución visual (espléndida, en este caso) y de personajes deprimidos han de alimentarse cuantas adaptaciones cinematográficas del mundo del cómic se lleven a cabo ¡Con lo majo y entretenido que resultó el primer Superman de Donner!

Empiezo a odiar sobremanera a Alan Moore y a Dave Gibbons, ¿vale?

21.3.09

Onanismo

Pedro Almodóvar se quiere a sí mismo. Y mucho. No contento con pasarse todo el día ante el espejo desgranando eso de “espejito, espejito, ¿cuál es el director manchego más guapo e ingenioso del planeta?”, ahora le ha dado por pegarse una paja a su propia salud a través de Los Abrazos Rotos, su nuevo título.

La cinta, en la que recurre de nuevo a una historia de amor fou, no es más que un gigantesco y desvergonzado guiño a su carrera anterior. Con la excusa de que uno de sus protagonistas (Lluís Homar) es un director de cine que ha perdido la vista en un accidente automovilístico (¿Un Final Made in La Mancha?), aprovecha la filmación que éste realiza de una comedia, Chicas y Maletas, para enfrascarse en volver a rodar, con ciertos matices, algunas de las escenas de la celebrada Mujeres Al Borde de un Ataque de Nervios (Chus Lampreave y gazpacho incluidos, ¡cómo no!) o, en su defecto, para insertar imágenes a lo largo del metraje que hacen clara referencia a otros productos suyos, como sucede con el primerísimo primer plano de los zapatos rojos de una espléndida Penélope Cruz y que transportan al espectador hasta el universo de Tacones Lejanos.

Pero no sólo de imágenes alusivas se alimentan estos Abrazos Rotos ya que su trama, una mezcla de melodrama triangular, cine negro y comedia, recuerda, en muchos de sus pasajes, a películas anteriores del autor, como ocurre con La Mala Educación, Carne Trémula o La Ley del Deseo. Y es que el hombre, en su bache inspirativo, da la impresión de haberse encallado, organizando, como única solución para salir a flote, un mastodóntico puzzle a base de retales robados de su filmografía.

A pesar de sus defectos, que son muchos y casi todos ellos claramente onanistas, la cinta también posee sus aciertos. Aparte de la exquisita concepción visual de la historia (narrada en dos tiempos perfectamente delimitados), el bagaje de Almodóvar como director de actores (y, ante todo, actrices) hace que saque a flote lo mejor de casi todos sus intérpretes (a excepción de un forzadísimo Homar, demasiado afeminado para encarnar a un amante heterosexual y tocado por un cantarín pelucón color panocha). Por ejemplo, en la breve aunque sustanciosa colaboración de una magnífica (y robótica) Lola Dueñas, dando vida a una mujer especializada en la lectura de labios, se esconde uno de los mejores, ingeniosos y más divertidos pasajes de la cinta; una cinta que, entre otros detalles, sube unos cuantos enteros cuando el director aparca el folletín a un lado y da rienda suelta a su espíritu gamberro y transgresor: una buena prueba de ello, se localiza en las estrafalarias ideas que vierte uno de los protagonistas sobre la posible confección de un guión para una película de vampiros.

Realizadores desengañados, escritores al borde de un ataque de nervios, actrices novatas, un inmenso flash-back y el inevitable toque gay habitual (representado en esta ocasión por un cameraman aficionado y muy a lo Peeping Tom), componen uno de los cantos de amor al cine más narcisistas de esta década. De fondo, y con la intención de que el circo no suene demasiado almodovariano, unos cuantas citas al cine culto (que siempre da prestancia y elegancia), desde el Blow-Up de Antonioni al Te Querré Siempre (Viaggio In Italia) de Rossellini. No es lo peor del cineasta, ni tampoco es lo mejor de su colecta. La pretenciosidad que desgrana le hace daño, aunque tiene su puntito: sobre todo cuando se deja de lloriqueos y sale a flote ese Almodóvar más fresco y divertido que muchos echan en falta. ¿Para cuándo una comedia al cien por cien?

19.3.09

Quarantine

Un brote de ceguera colectivo surge entre los habitantes de una gran ciudad. El pánico cunde en las calles. Muy pocos serán los que se muestren inmunes a la enfermedad. El Gobierno, con la finalidad de evitar una mayor extensión de la plaga, decide aislar a los afectados. Este es el prometedor inicio de A Ciegas, el nuevo trabajo del brasileño Fernando Meirelles quien, tras adaptar a John Le Carré en la exquisita El Jardinero Fiel, recurre ahora, como base argumental, a José Saramago y su Ensayo Sobre la Ceguera.

La lástima es que todo queda en sus efectivos primeros quince minutos, en su cuidadísimo tratamiento del sonido (ya se sabe, el sonido ambiental siempre se potencia en el mundo de los ciegos...) y en su trabajada fotografía de tonos blanquecinos; esta última en honor a “enfermedad blanca”, nombre con el que se bautiza a la pandemia. El resto del metraje no implica más que aburrimiento y un montón de detalles anecdóticos, cogidos a pelo y difíciles de tragar. La película ha sido imbuida, a buen seguro, de la misma pedantería que desgranan las palabras de Saramago, perdiéndose en un sinfín de parábolas (de tres la cuarto) sobre la fragilidad del ser humano y la degradación social.

El esfuerzo de Julianne Moore (de lo poco reciclable del evento) por dotar de entidad a un personaje imposible, resulta ciertamente loable. Y más teniendo en cuenta que su ridículo rol -el de la única persona de entre un numeroso grupo de invidentes que no ha perdido la vista y que finge estar igualmente ciega para estar en cuarentena al lado de su esposo-, no hay por donde pillarlo. Y allí, detrás de ella, tanto puteándola como arropándola (pues sus protagonistas son o muy malos o muy buenos, no hay termino medio), un abultado número de actores en nada inspirados, desde un vacío Mark Ruffalo a un histriónico Gael García Bernal, sin olvidar la insultante sosería de Alicia Braga o el desencanto de un Danny Glover tuerto.

Para romper la monotonía de la propuesta, Meirelles intenta otorgarle cierta inflexión fantástica al relato. La aproximación al género, llena de referentes muy cercanos (28 Semanas Después y Soy Leyenda), podría haber sido interesante sino fuera porque lo único que logra con ello es hacer aún más delirante la incomestible trama urdida por el escritor portugués; una historia llena de lagunas y nulas explicaciones sobre ciertos efectos (y no efectos) de la enfermedad y sobre los rocambolescos comportamientos de la mayoría de personajes.

Una cinta pedante y vacía que, además de estar cargada de escenas de un innecesario mal gusto, debido a su filosofía y las relaciones que presenta, huele a mormonismo que tumba de espaldas. ¿Un drama, un thriller, un film de ciencia-ficción, un panfleto mormón? A Ciegas lo es todo y nada al mismo tiempo. Personalmente, correré un tupido velo sobre ella. Total, “pa lo que hay que ver”...

15.3.09

EN RESUMIDAS CUENTAS: Cagarrutas

Un experto ladrón de guante blanco y su nuevo socio. El objetivo de ambos: un par de Huevos de Fabergé jamás expuestos al público y atesorados en un museo neoyorquino dotado de los más sofisticados sistemas de seguridad. Muy cerca de ellos, un veterano detective obsesionado desde hace años en dar caza al experimentado caco. Tras la cámara, Mimi Leder, una mujer acostumbrada (... eso dicen) al cine de acción y muy dada a la realización de teleseries. Morgan Freeman y Antonio Banderas componen el dueto de maleantes. The Code es el alucinado título que le han encasquetado para su exhibición en España. Inglés por inglés, podrían haber dejado el Thick As Thieves original.

A pesar de contar con un planteamiento a priori atractivo y deudor de las mejores cintas del género, The Code se alza como un fiasco de muchísimo cuidado. La historia, que se mueve entre la comedia y el cine de toda la vida sobre policías y ladrones, deja mucho que desear. Ni hace gracia, ni tiene tensión. Un déjà vu de lo más triste y patético que no hay por donde pillarlo. Banderas se empeña en enseñar su cara más histriónica a través de una interpretación cargada de muecas y gesticulaciones exageradas. Freeman se decanta por la ley del mínimo esfuerzo y sólo pone su careto, mientras que Mimi Leader nos confirma que lo suyo, más que la dirección, es el encaje de bolillos.

Suerte de la seriedad con la que un envejecidísimo Robert Forster lleva a cabo su papel y de la singular belleza (que no otra cosa) de Radha Mitchell.


Otro que podría ir cambiando su profesión de realizador por la de costurero es el alemán Uwe Boll, uno de los mayores farsantes del cine actual. Abocado a la adaptación a la pantalla grande de populares videojuegos (House of the Dead y Alone In The Dark son sus dos productos anteriores), arremete ahora contra Dungeon Siege mediante En El Nombre del Rey, un título zetoso y vergonzoso en donde los haya.

El muy cretino, para darle algo de empaque a su nuevo trabajo (sí es que a este engendro se le puede tildar de trabajo), ha contado, entre sus protagonistas, con nombres más o menos populares. Jason Statham (ese hombre que siempre ha querido ser Bruce Willis sin conseguirlo jamás), es El Granjero, el personaje principal de esta fábula fantástica de la que, para su construcción, se ha robado un poco de El Señor de los Anillos, otro poco de Robin Hood (vía Errol Flynn), un mucho de El Planeta de los Simios (vía Tim Burton) y un tanto de Willow, uno de los habituales chascos de Ron Howard. Magia, artes marciales (pues hasta salen ninjas) y mamporrazos; todo ello filmado con el culo.

A Statham le secundan, entre otros, un sobreactuadísimo Ray Liotta y un Burt Reynolds rescatado directamente del Museo de Cera de Madame Tussaud. Por su parte, Claire Forlani, la actriz que da vida a Solana, la esposa de El Granjero, con sus labios y mofletes retocados, demuestra a las plateas de todo el mundo que los asiliconamientos y los chutes de botox ya eran práctica común en plena Edad Media.

Lo mejor, sin lugar a dudas, es la presencia (¡sólo la presencia, ojo!) de una tal Kristanna Loken, una rubita de muy buen ver que, dando vida a una ninfa tarzanesca, se pasa medio metraje colgada de unas lianas totalmente espatarrada. Al menos, entre tanto desaguisado, alegra la vista con su tentador par de jamones.

12.3.09

Cuestión de pelotas

Anoche, Claude Puel y el equipo al que entrena, el Olympique de Lyon, se llevaron del Camp Nou una manita. Ellos sólo nos dejaron dos deditos, muchos patadones y una seria duda: ¿fue Puel el que dirigió al equipo francés o recurrió, como en otras muchas ocasiones, a Ben Stiller para sustituirlo en el banquillo?

11.3.09

Harry El Jubilado

Walt Kowalski, el jubilado viudo interpretado por Clint Eastwood en su nuevo film, Gran Torino, bien podría ser un claro alter ego de Harry Callahan. La única diferencia entre Kowalski y Callahan estriba en que el primero nunca fue policía, ya que paso su vida laboral trabajando al servicio de una empresa automovilística de Detroit. Gruñón, huraño y racista, pasa el día despotricando sobre la invasión coreana de su viejo barrio. En su soledad, sólo le reconfortan una mascota tan achacosa como él y, ante todo, el especial cuidado que le dedica a su Gran Torino del 72, el coche que da título a la película y que atesora en su garaje como oro en paño.

Eastwood es perro viejo y, en este melodrama ribeteado con pinceladas cercanas al thriller y a la comedia, se transforma en un fullero de mucho cuidado. Y lo hace con gracia, llevando al espectador hacia el terreno que él quiere y que sus seguidores conocen de sobras. La relación que se establece entre el refunfuñón Kowalski y sus vecinos coreanos, está más que cantada desde los primeros minutos de proyección. Toda la platea es consciente de por dónde van a ir los tiros. Poco a poco, para ese ex combatiente de la Guerra de Corea, el rechazo absoluto a la aceptación de otras culturas se irá convirtiendo, paso a paso, en algo más que moldeable. Una vez entreabierta la puerta, un aire nuevo y revitalizador se colará en su apagada existencia.

La cinta anda por senderos conocidos. No hay altibajos, ni vericuetos, ni demasiadas sorpresas. El realizador de Mystic River se guarda la mejor carta para el final: un modo efectivo de romper con la previsibilidad general que, de modo engañoso y planeada de forma consciente, pretende denotar el trabajo. Y es que, justamente, esa es la impresión que busca generar en la platea. Así, cuando en la recta final se saca su as de la manga, deja a propios y a extraños con la boca abierta. El full funciona a la perfección e incluso pone la carne de gallina a más de uno. Una jugada maestra. Eastwood es el mejor. El reclamado canto del cisne de Harry Callahan nos lo ha brindado en bandeja de plata.

Walt Kowalski, un nombre que pasará a engrosar la lista de personajes iconográficos generada por un cineasta al que, injustamente, no se le empezó a tomar en serio hasta finales de los 80. Kowalski y sus diatribas religiosas. Kowalski y sus remordimientos. Kowalski y su racismo exacerbado. Kowalski y el fantasma de Harry el Sucio. Kowalski y su coche. Kowalski y sus armas. Y, ante todo, Kowalski y su gesto más habitual y chulesco: apuntar al “enemigo” con la mano como si ésta se tratara de un revolver.

Eastwood es un gigante; el último gran clásico vivo junto a Lumet.

8.3.09

Ustedes lo han querido: DOGVILLE

Un frío hangar sueco convertido en un pequeño pueblo de la América Profunda en plenos años 30; una forastera a la que unos gángsters han puesto precio a su cabeza; una veintena de vecinos inquietos y un mal rollo de aquí te espero. El danés Lars von Triers, con Dogville, demostró que los tenía bien puestos.

Un film valiente y arriesgado. Un decorado único y de lo más teatral, es la minimalista escenografía de una cinta, en nada agotadora, de casi tres horas de duración. La visión de las barracas que componen la localidad corren de parte del espectador. Las pocas casuchas que pueblan Dogville no tienen paredes, ni casi mobiliario. Es más, su distribución y la de sus calles, están delimitadas por líneas blancas pintadas en el suelo, al igual que en una cancha de básquet o un campo de fútbol. Para el resto, todo es cuestión de dejar correr la imaginación. Un modo, muy sutil e inteligente, de potenciar aún más el drama que se oculta tras los muros de las cuatro casas del lugar.


El país está castigado por una profunda depresión económica. El hambre y la pobreza son el pan nuestro de cada día. Y en Dogville, un pueblecito escondido en medio de las Montañas Rocosas y que antaño había vivido tiempos mejores gracias a su mina, el revés también se ha hecho notar entre sus pocos habitantes. La aparición de Grace, una joven que huye de una banda mafiosa y que implora cobijo entre ellos, potenciará lo peor de cada uno de sus moradores. Un ángel caído del cielo al que no sabrán cómo admitir.

Recelos, avaricia, odio, envidia, religión, venganza... Todo un catálogo sobre las miserias inmundas que amaga el ser humano. El hombre es una mierda integral. Y von Triers, con mala saña y, al mismo tiempo, con una cordura envidiable, lo deja bien claro. Los puntos siempre sobre las íes. No hay que fiarse ni un pelo de aquel que le tiende una mano: en el momento en que baje la guardia, le ensartará una puñalada en la espalda. Y luego otra, y otra, y otra… La pobre Grace aprenderá mucho sobre puñaladas traperas. Y es que, en Dogville, se la han hincado (y nunca mejor dicho) hasta al fondo en varias ocasiones. Hasta los más pequeños del lugar babean por mostrar su lado más oscuro.

Von Triers no se andó con chiquitas a la hora de elegir el casting. Sin ir más lejos y para el papel principal, el de la “abnegada” Grace, contó con una Nicole Kidman en estado de gracia, justo cuando vivía uno de los mejores y más dulces momentos de su carrera artística, en plena ascensión y aún entregada al cien por cien a sus interpretaciones, sin haberse lanzado todavía en pos de esa maldita carrera por retocarse el rostro y el cuerpo, cada dos por tres, a golpe de botox y bisturí; una Grace que, a base de palos, dejará de creer en la bondad del hombre. Respaldándola (o, mejor dicho, puteándola), nombres clásicos e imponentes del Séptimo Arte como Lauren Bacall, Ben Gazzara, Philip Baker Hall o James Caan, cuya aparición inesperada, durante los minutos finales y emulando un tanto a su mítico Santino "Sonny" Corleone de El Padrino, resulta de lo más impactante y brutal.

Un cándido y al mismo tiempo cínico Paul Bethany, una celosa Chloë Sevigny, un perverso y déspota Stellan Skargard o la fugaz, misteriosa y estremecedora presencia de Udo Kier, entre otros, acaban de conformar el hermético universo de Dogville. Y ello sin olvidar la sobria y potente voz en off de John Hurt, un narrador, tanto o más insolente que los moradores de la pequeña aldea protagonista, que se convierte en uno de los elementos imprescindibles para comprender una historia narrada en nueve capítulos y un prólogo.

A pesar de tratar temas universales, el estar ambientada en Norteamérica no sentó demasiado bien a los nativos quienes, a buen seguro, deberían sentirse en extremo tocados cuando, para acompañar a las escalofriantes fotografías reales de sus títulos de crédito finales (y en las que se muestra la América más pobre y miserable), von Triers contó con la maravillosa y vibrante Young American de David Bowie, un remate provocador en donde los haya para el film más atrevido y redondo del realizador; una estocada definitiva que ustedes pueden disfrutar ahora a través del siguiente e imprescindible vídeo-clip. Para poner la piel de gallina al más pintado.

Con Dogville, empezaron a trastabillar las normas del movimiento Dogma, tanto por el uso de una iluminación meticulosa y cuidadísima, como por la fuerza de una impresionante colección de efectos sonoros que perfilaban el cuerpo y la existencia de multitud de objetos invisibles. Decir que se trata de una obra maestra, quizás sea demasiado… pero casi, casi.

Dogville iniciaba una trilogía, la USA-Land of Opportunities. Manderlay, en la que volvía a aparecer el personaje de Grace (aunque interpretado por Bryce Dallas Howard), fue su segunda entrega. Para el próximo año, Tutatis mediante, está previsto el cierre del tríptico con Wasington… sin hache intercalada.

5.3.09

A Spaulding le ha salido sarna

No sólo se vive del cine. En el mundo pasan cosas. Y Sarna, el nuevo blog urdido a medias entre Filigrana y un servidor, las piensa denunciar. Eso sí: poco a poco y sin prisas. Entren y celebren el nacimiento.

4.3.09

El Chesoporífero

Che: Guerrilla es, en casi todos los sentidos, inversamente proporcional a su primera entrega, Che: El Argentino. De hecho, sus intenciones son idénticas, pero no los resultados. Da la impresión que Steven Soderbergh gastara todo su nervio y entrega en la loable plasmación del episodio cubano y que, en su fatiga, la visión sobre la revolución boliviana se haya quedado a medias tintas.

De ritmo cansino y narración pesarosa, la cinta se inicia justo tras la dimisión como Ministro de Industria del gobierno cubano de Ernesto Guevara y su posterior entrada ilegal, en Bolivia, para unirse a la naciente guerrilla de ese país en 1965. Pero Soderbergh, al contrario que en su título original, se olvida de la acelerada puesta en escena por la que optó (y en la que jugaba un decisivo papel su frenético y modélico montaje) y se inclina por una narrativa sin fuerza y llena de lagunas insalvables, lo cual dificulta sobremanera el seguimiento de la historia por parte del espectador.

Un sobrio Benicio del Toro es, sin lugar a dudas, lo mejor de esta segunda parte. Él es el Che Guevara a todos los niveles. El Che icono y el Che hombre. Su interpretación, siempre moderadísima, sigue siendo igual de intachable que en el episodio inicial. Y es que el suyo es un personaje magnético al que el actor, con todo el cariño del mundo, le otorga una monumental carga de ternura y de humanidad. Un actor y un personaje que brillan en cada una de las escenas que componen Che: Guerrilla. Tanto es así que, pese a la numerosa cantidad de secundarios que le rodean (una desaprovechada Franka Potente incluida), éstos quedan totalmente desdibujados; una falta de definición que aún oscurece más el hilo de una historia plagada de continuos paréntesis temporales.

Una pena. Tras un film interesante y bien resuelto como Che: El Argentino, era de esperar que su acercamiento a la guerrilla boliviana estuviera a la misma altura. No ha sido así. Del frescor del original, sólo queda su intérprete principal. El resto no hay por donde pillarlo, a excepción (y siendo muy benévolo), de la potencia dramática que abrigan las escenas anteriores y posteriores a la ejecución del líder revolucionario y en las que el realizador, de forma milagrosa, parece haber recordado que un largometraje difícilmente se pueda sustentar sin un mínimo guión.

A pesar de los pesares, las buenas intenciones son innegables. Pero también lo son su falta de coordinación argumental, su poco nervio y, lo que es peor, esa indefinición que pesa sobre la mayoría de personajes que pululan alrededor de la figura del Che. Un soberano aburrimiento. ¡Con lo maja y vibrante que era la primera!

2.3.09

EN RESUMIDAS CUENTAS: Borrachuzos

Desde El Pequeño Ladrón, el francés Erick Zonca se había mantenido alejado del cine durante nueve largos años. Ahora regresa con Julia, el retrato de una alcohólica que, con la finalidad de reformar su vida, acepta un trabajo ilegal que la conducirá de Los Angeles a la mejicana ciudad de Tijuana. De infierno a infierno y tiro porque me toca. Siendo sinceros, y viendo los desalentadores y confusos resultados finales, el Zonca podría haberse pasado otros 9 años más tocándose las pelotas.

Julia es Tilda Swinton, y Tilda Swinton, en toda su extensión, es la sobreactuación en persona. La verdad es que, a la mujer, se le han subido los humos a la cabeza tras conseguir, el pasado año, un merecido Oscar como secundaria por Michael Clayton y ahora, siguiendo la tradición impuesta por otros intérpretes premiados con anterioridad, ha decidido desmadrarse a sus anchas para afrontar el rol de una borracha solitaria que, por no querer renunciar a seguir codeándose con la alta sociedad, opta por pasarse al otro lado de la ley. Una madre a la que han separado de su hijo y la figura de éste, serán los dos puntos decisivos para que Julia afronte su nueva empresa.

La película navega, a trompicones, entre el melodrama y el thriller, sin afianzarse definitivamente en ninguno de ellos, al igual que un barco a la deriva. El histrionismo de la Swinton es demasiado acaparador como para dejar lugar a un argumento mínimamente estable. Las lagunas que siembran su guión son de envergadura. Muchos de sus personajes, como el de la madre mejicana interpretada por una exagerada Kate del Castillo, aparecen y desaparecen de la trama como el Guadiana, sin ningún tipo de explicación. El caos se apodera de la cinta en menos que canta un gallo; un caos que algunos, los más benevolentes, querrán atribuir a una especie de metáfora sobre el desorden mental que sufre la protagonista.

Un alarmante quiero y no puedo, de metraje innecesariamente abultado (más de dos horas y veinte de proyección), del que sólo se puede salvar el acertado y desolador retrato que hace de la ciudad de Tijuana; un retrato que, por otra parte, posee muchos puntos de contacto (temáticos y descriptivos) con el usado por Tony Scott para acercarse a México D. F. en su irregular El Fuego de la Venganza.


Otro beodo de armas tomar (aunque mucho más solvente que Julia) es Louis Schneider, un detective del Departamento de Crímenes de la policía de Marsella, marcado por una tragedia familiar y tocado por su desmesurada afición a la botella. Él, sus borracheras, sus encontronazos con la gente de Asuntos Internos y la turbulenta presencia de un serial killer, son sólo algunos de los principales focos de atención de MR 73, el nuevo film de Olivier Marchal, el mismo que dirigiera la interesantísima Asuntos Pendientes. Ahora, con este nuevo, sobrio y contundente trabajo -cuyo título hace referencia al revólver que antaño usaba la policía francesa-, retoma con fuerza el género negro, vertiente por la que parece sentir una especial atracción y en la que se mueve como pez en el agua. No en vano, el individuo, antes de actor y realizador, había ejercido como madero.

“Dios es un hijo de puta: algún día lo mataré”; toda una frase lapidaria que, puesta en boca de Schneider, se convierte en su mejor definición, la de un tipo al que la vida le ha vuelto la espalda y que, en la piel de un espléndido Daniel Auteil, cobra una dimensión especial. Y es que Auteil, con su impresionante interpretación, acerca tanto el espíritu de su destartalado personaje al espectador que, a parte de oler su apestoso aliento, lo convierte en su mismísimo confesor. Un hombre acabado, distanciado a conciencia de sus nada fiables compañeros y dispuesto a todo con tal de enmendar cuantos errores atormentan su mente día y noche. Unas cuantas botellas de whisky, una Manurhin MR-73 y el regreso a las calles, tras varios años de reclusión, de un psicópata “redimido”, conformarán el detonante ideal para que nuestro hombre empiece a hacer las paces consigo mismo.

Si en la vibrante Asuntos Pendientes Marchal apostó por un thriller más abierto y esperanzador con muchos paralelismos con el Heat de Michael Mann, en MR 73 se inclina más hacia sus propias raíces, destapando con ello toda la esencia del cine del gran Jean-Pierre Melville. Un título que, al igual que sucede con su protagonista, no se anda con chiquitas. Desgarrador, violento y sin concesiones.

1.3.09

¡Me cago en la puta...!

La España más rancia, esa España que le crucificó sin razón, hoy dormirá tranquila. La otra España, aquella que estuvo al lado de Pepe, llorará su muerte. Por mi parte, engulliré un orujo a la salud de ese gallego que, sin renunciar a su terruño, supo identificarse con el sentimiento catalán.

Un petó, Pepe. Tu m’has fet riure!