17.11.05

El inglés paciente

Ciudad de Dios supuso el reconocimiento internacional del director brasileño Fernando Meirelles. Un reconocimiento que le condujo hasta las últimas nominaciones al Oscar. Ahora el hombre regresa a las pantallas, amparado por capital ingles, con un film ciertamente interesante. Se trata de El Jardinero Fiel, una brillante adaptación de la novela de John Le Carré.

El continente africano es el enclave ideal para utilizar conejillos de indias. La excusa es el SIDA y un novedoso fármaco para experimentar con los portadores del virus, a pesar de que la nueva droga esté fabricada con la intención de paliar otro tipo de enfermedades. Cientos de humanos sufrirán las contraindicaciones del medicamento. Y ello se plasma de manera espeluznante en El Jardinero Fiel. Los intereses económicos siempre están por encima de las personas. Y más si éstas están enfermas y son de color.

La cinta funciona a dos niveles diferentes. Por una parte asistimos a una bella historia de amor, la que mantienen un diplomático británico con una joven e impulsiva idealista y, por otra, a una intriga política, en forma de thriller y de narración perfecta.

Siguiendo la tónica de las cintas de denuncia que en su día popularizó Costa-Gavras, Meirelles entra a saco contra la hipocresía de la industria farmacéutica y de ciertos políticos que amparan sus desmanes. Y, en sus dos aspectos, la cinta funciona de maravilla. El realizador dosifica ambas partes, juega con numerosos flash-backs (siempre bien insertados) y se apoya en el constante cambio de tonalidades de color, en su fotografía, para situar temporalmente al espectador en sus distintos pasajes.

Da la misma importancia a la parte romántica que a la intriga. El director no se decanta por ninguna de ellas. La preferencia real del cineasta está en el complemento de ambas. Sin una no existiría la otra. La historia de amor que viven sus dos protagonistas entrará a formar parte directa del puzzle que unirá todas las piezas sueltas que se han ido desvelando a lo largo del metraje. Y una vez completado el rompecabezas, consigue dar un sentido único a uno de los finales más tristes (y al mismo tiempo hermoso) del cine actual.

Incluso Ralph Fiennes, por primera vez en bastante tiempo (desde Spider), compone un personaje magnético y creíble -un ser humano con sentimientos y temores-, el del jardinero al que da título la película: Justin Quayle, un diplomático entregado a su trabajo, amante de la jardinería y totalmente fiel a su esposa (una excelente Rachel Weisz).

Un producto valiente y compacto, con muy pocas concesiones a la taquilla. Comprometido, emotivo y crudo. De esos que, al salir del cine, hacen que nos cuestionemos el mundo en el que vivimos y el asqueroso afán de algunos por convertirlo en algo mucho peor de lo que es. Y, a mi parecer, un film mucho más maduro e inteligente que su anterior trabajo, Ciudad De Dios, otro título también interesante aunque en exceso desmesurado en ciertos aspectos.

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