Jim Jarmusch nunca ha sido santo de mi devoción. Siempre le he encontrado un punto en exceso pedante en su filmografía. Y más después de enfrentarme a su último producto, Flores Rotas, todo un cargante tratado sobre el aburrimiento y la falta de ritmo narrativo en una película, la cual, a pesar de no llegar a las dos horas de proyección, parece no querer acabar nunca.
Ésta habla de un hombre acomodado y apenado que, tras ser abandonado por su última compañera sentimental, recibirá una extraña carta con un comunicado personal que aún le dejará más aplastado. Achuchado por un vecino con ínfulas de detective, despertará de su letargo depresivo e iniciará un largo viaje por el país que le obligará a enfrentarse con su pasado y sus antiguas amantes. Y ese hombre entristecido y que a duras penas habla no es otro que Bill Murray. Un Bill Murray que repite, desde hace unos cuantos años, el mismo papel. Y es una lástima, pues es un tipo que me cae bien y que en varias ocasiones ha demostrado saber desenvolverse ante la cámara mucho mejor que en ésta.
No explico nada más sobre el argumento para no desvelarles el par de puntos clave que enmarcan su mínima trama. No crean que Jarmusch cuente mucho más. Lo que ocurre es que alarga las situaciones hasta límites increíbles. La cámara se duerme en largos planos enfocando a un alelado Bill Murray sentado en un sofá o, sin ir más lejos, en un largo travelling (al inicio del film) siguiendo a un cartero durante la entrega de cartas por todos los portales de una interminable calle.
Flores Rotas no arranca en ningún momento. Algún que otro toque aislado y gracioso (como el del personaje del vecino del protagonista o el guiño a Lolita) no son suficiente aliciente como para conseguir despejar la modorra del espectador. Su guión es simple y plagado de diálogos y situaciones repetitivas. Con aire de road-movie, posee la misma estructura que podría tener un film construido a base de pequeños episodios: un prólogo de presentación, cuatro actos (uno par cada una de las mujeres a las que Murray visita) y un epílogo. Un epílogo, por cierto, de lo más pretencioso que me he tirado en cara últimamente aunque, por otro lado, siguiendo las constantes habituales del cine del realizador.
Y claro, como el hombre le debe un respeto a sus feligreses habituales, para contentar a estos (que por cierto son poquitos pero le adoran un montón) y como responsable directo del guión, esboza cuatro guiños pseudointelectualoides y habla de los demonios personales, del temor al futuro de cada cual y de lo peligroso que es dejarse atrapar por una obsesión. Con esos toques (falsamente) inteligentes y con la cara de pasmao que mete el Murray todo el rato, muchos ya tienen la excusa ideal para cantar maravillas de Flores Rotas.
Aparte, me ha dado mucha pena ver como han envejecido Sharon Stone y Jessica Lange. Es lo que más me ha dolido de este título tan plomizo como vacío.
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