27.2.12

El momentazo Jolie

Un año más. Una ceremonia más. Un montón de premios que pueden consultar con detenimiento en este link. Pero el momentazo de la noche se lo llevó Angelina Jolie; una Angelina que, convertida en un saco de huesos andante, se pasó la noche practicando la denominada “postura John Wayne”. O sea, pierna derecha avanzada y brazo izquierdo en jarras, así, a lo chulo. Un porte "muy natural" para una sex symbol como ella que estuvo ejercitándolo a lo largo de la noche, desde su llegada en compañía de Brad Pitt a la alfombra roja hasta su aparición en el escenario del teatro Kodak de Los Ángeles durante la presentación de los nominados a mejor guión adaptado.
El momentazo -sublime dónde los haya- se lo he registrado en el siguiente vídeo. Primero ella, colocándose en el centro del escenario con su “postura John Wayne”, así como diciendo “aquí estoy yo encendiendo pasiones con mi tentadora piernecita delgaducha”. Después… bueno…, mejor el “después” lo dejo para que lo descubran ustedes mismos. Sólo les diré que los tres tíos que suben a recoger su Oscar son Alexander Payne y los otros dos los guionistas de Los Descendientes. Fíjense, ante todo, en el calvorotas de su derecha, una especie de Mortadelo dispuesto a pasar a la eternidad con su atrevida puesta en escena.



Dudo que ninguno de los integrantes del terceto trabaje jamás para Films Made in Bradjolina Inc.

P.D.: Debido a que en algunos paises el YouTube ha sido bloquedao, les dejo otra opción para que puedan visionarlo. Tomen paciencia, pues tarda un poco en cargarse, pero al final sale.

26.2.12

Las 9 nominadas del 2012 reducidas a la mínima expresión

El Árbol de la Vida: Un padre intolerante y su familia, a pesar de la amarga vida que llevan, acaban creyendo en Dios a golpe de documentales del National Geographic.

The Artist: Un tipo que se niega a hablar y su fiel perrito saltimbanqui se enamoran de una tía que no calla y baila claqué.

Criadas y Señoras: Una blanca racista se come un pastel de mierda cocinado por una negra.

Los Descendientes: Un tío cornudo se patea Hawái en busca del fulano que se tiraba al vegetal de su mujer.

La Invención de Hugo: Al propietario de una tienda de juguetes le da una pájara y le pilla manía a un niño que da cuerda a los relojes.

Midnight In Paris: Un escritor frustrado, hijo de Annie Hall y Alvy Singer, se transporta hasta el París nocturno de los años 20 para compartir sus neuras con los intelectuales de la época.

Moneyball: Al gerente de un equipo de beisbol de 2ª división le entra la neura y decide convertir a su grupo en una copia del Barça de Pep Guardiola, mientras un tío gordo hace operaciones matemáticas.

Tan Fuerte, Tan Cerca: El fantasma del 11 de setiembre hace que un niño pelma visite a todos los habitantes de Nueva York que se apellidan Black para contarles sus neuras

War Horse (Caballo de Batalla): Un niño y un caballo enamorados deberán romper su noviazgo al explotar la 1ª Guerra Mundial.

24.2.12

Mucho más que un sex symbol

Mi Semana Con Marilyn viene a sumarse a una casual serie de homenajes al cine que se han estrenado durante este año, como The Artist o La Invención de Hugo. Mientras estas dos lo hacen al nacimiento del Séptimo Arte, la película de Simon Curtis, su realizador, lo hace a Marilyn Monroe, uno de los iconos más populares del celuloide. Ambientado en el Londres de 1957, el film repasa un episodio muy concreto, casi anecdótico, que sucedió durante la filmación de El Príncipe y la Corista, comedia protagonizada por la actriz y Laurence Olivier, este último acreditado también como director y productor.

La cinta desvela la tensión que se vivió en el plató de rodaje entre las inseguridades de una Monroe inestable y los delirios de grandeza de Laurence Olivier, dos polos opuestos que no paraban de repelerse. La primera llegaba a Inglaterra en plena luna de miel tras su boda con Arthur Miller, mientras que el segundo quería reafirmar su ego a través de su primera película como director.

De todos modos, más que en el set de rodaje Curtis centra su atención en la relación que se estableció entre Marilyn y Colin Clark, el novato tercer ayudante de dirección, un joven que se aproximó humildemente a la estrella y la apoyó en sus momentos de incertidumbre. Una tierna relación, marcada por el feeling mutuo y por la delicadeza con la que ambos personajes aceptaron su encuentro.

Quizás hasta ahora, nadie había tratado la figura de Marilyn Monroe con el cariño y apasionamiento que demuestra Simon Curtis. Éste se acerca a la actriz de forma delicada, intentando comprender sus altibajos al igual que hizo el enamoradísimo Colin Clark en su día. Y es que, para ello, se vale de la magistral interpretación de una fenomenal y metamorfoseada Michelle Williams capaz, incluso, de conseguir una mirada triste idéntica a la que en muchas ocasiones lucía la protagonista de Vidas Rebeldes. Con su trabajo resucita definitivamente a Marilyn; una extraordinaria labor que merecería ser premiada con un Oscar el próximo domingo. Una actuación que además se ve potenciada por la excelente química que fluye entre ella y Eddie Redmayne, el actor que da vida a Colin Clark.

El cine visto desde las bambalinas. Un icono sexual bajado con afecto hasta niveles terrenales. Un amor platónico retratado con una elegancia exquisita. ¿Quién da más? Comedia, melodrama y un mucho de amor por el cine. Añádanle la transformación de un genial Kenneth Branagh en un muy creíble y arrogante Laurence Olivier y obtendrán el plato mitómano por excelencia.

21.2.12

Pasión por el cine

El próximo viernes llega a nuestras pantallas La Invención de Hugo, el nuevo film de un Martín Scorsese en plena forma: un emocionante homenaje al nacimiento del cine como propulsor de sueños. El maestro cambia de estilo, aunque se mantiene fiel a esa reconocida fascinación personal que siente por el Séptimo Arte y la magia que desprende. Un trabajo apasionado, imprescindible y de visión obligatoria.

París, años 30. Un escenario principal: la soberana estación de ferrocarriles de Montparnasse y el submundo que se esconde tras sus paredes, plagado de los engranajes y maquinarias que dan vida a los relojes de la terminal ferroviaria. Y allí, enmedio de ese microcosmos tan particular, unos cuantos personajes a tener en cuenta: Hugo, un niño huérfano obsesionado con la reparación de un viejo autómata; el obstinado y cojitranco inspector del apeadero, empeñado en dar caza a niños solitarios; Georges, el anciano y amargado propietario de una pequeña juguetería y su joven ahijada Isabelle. Tan sólo es cuestión de que Scorsese agite su varita mágica y deje interactuar a sus protagonistas, al tiempo que la hechicera sombra de Méliès empieza a posarse sobre ellos.

La Invención de Hugo se acerca de manera afectuosa, desde una óptica mágica y con una ternura exquisita, a la figura de Georges Méliès, uno de los pioneros en el arte de la ficción cinematográfica, Al igual que éste, el cual recurría a un sinfín de trucos visuales para hilvanar sus asombrosas películas -como, por ejemplo, colorearlas a mano fotograma a fotograma-, Scorsese se vale de la tecnología actual para cautivar al espectador con su propuesta. Tanto en el ámbito narrativo como en el tecnológico y visual, aún no había visto todavía un uso tan adecuado del 3D como en esta ocasión. Tal y como sucedía en los tiempos de Mèliès, el cine sigue abrigando ese idéntico poder de ensoñación que nació en las barracas de las ferias ambulantes.

Un gigantesco tributo al cine construido a golpe de pequeños guiños, desde los tontorrones policías de la Keystone (el caricaturesco rol de Sacha Baron Cohen), pasando por las comedias de Chaplin, Keaton o Lloyd, entre otros, y terminando con una aproximación a la filmografía del propio Méliès. Una joya a la que hay que añadir la impresionante interpretación del jovencito Assa Butterfield y la profesional meticulosidad de un Ben Kingsley fuera de serie. Y de propina, como quién no quiere la cosa, Christopher Lee reconvertido en un dignísimo defensor de la cultura universal.

Divertida, tierna, emotiva, elegante... Simplemente mayúscula, única, distinta. No se la pierdan.

15.2.12

¿Un hombre?, ¿una mujer?... No... ¡¡¡SuperClose!!!

A Rodrigo García siempre le han funcionado a la perfección sus retratos cinematográficos sobre mujeres. Títulos como Cosas Que Diría Con Sólo Mirarla, Nueve Vidas y Madres e Hijas lo acreditan como todo un experto en escarbar el universo femenino. Y, en general, con un acierto notable. Ahora, con Albert Nobbs, ha dado un paso hacia atrás al entrar, sin ningún tipo de apasionamiento, en el mundo de una mujer que, a temprana edad, decidió disfrazarse de hombre para sobrevivir y trabajar en la Irlanda del siglo XIX.

Albert Nobbs es una película de encargo y, quizá por ello, Rodrigo García se muestre tan distante con el planteamiento de la misma. Para empezar, y al contrario que en los trabajos anteriormente citados, en éste no ejerce de guionista. En esta ocasión, la tarea de adaptar el relato corto de George Moore a la gran pantalla ha recaído sobre John Banville, Gabriella Prekop y Glenn Close; una Glenn Close que, tras haber representado la adaptación teatral en el off-Broadway de los años 80, no ha parado en su obstinación hasta lograr que el realizador le montase el film para su total lucimiento. Y no contenta con interpretarlo y escribirlo, también ha tomado las riendas como productora.

Demasiada Close para una cinta tan nimia. De hecho, metida en el cuerpo del apocado Albert Nobbs, su actuación resulta de lo más fría y acartonada; "garratibada", tal y como diríamos en catalán: una especie de Charlot travestido que, empleado en un pequeño hotel dublinés, empieza a plantearse la posibilidad de contraer matrimonio para paliar su soledad. La actriz, en su empecinamiento por sobresalir en su transformación, se ha olvidado, durante la gestión de la historia, de clarificar los actos y actitudes de su personaje; un personaje, por otra parte, bastante marciano, al igual que su nada atractivo (y vacío) argumento.

Suerte tiene la película del espléndido trabajo de Janet McTeer quien, también dando vida a otra mujer convertida en hombre, logra que su rol resulte mucho más creíble que el de la propia Close, la cual, entre la fuerza de esta actriz y la sobriedad de la joven Mia Wasikowska, queda bastante ensombrecida.

Un melodrama desencantado que, partiendo de una factura escénica y narrativa muy clásicas, no logra cautivar al espectador debido a la trivialidad de un guión más interesado en potenciar el aspecto físico de su protagonista que en trazar una historia sugestiva, coherente y bien explicada.

14.2.12

Delirios de grandeza

Con War Horse, Steven Spielberg ha urdido un homenaje al cine clásico de aventuras y, en concreto, a la estética del John Ford más irlandés. De hecho, en su prólogo y debido al tratamiento del color y a la manera de retratar los paisajes y a sus personajes, resulta imposible no pensar en un título como El Hombre Tranquilo. Las intenciones son buenas, pero la película se queda a medio gas en todos los sentidos, al tiempo que la épica del cine al que rinde tributo brilla por su ausencia, dejando paso a esa temible vertiente ñoña y simplona con la que a veces resuelve algunos de sus productos.

War Horse se centra en la relación de amistad nacida entre el joven Albert y su caballo Joey; relación que se verá truncada cuando su padre venda al animal al ejército británico para que luche en el frente francés tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. La separación de Albert y su caballo convertirá al film en una sucesión de historias fragmentadas en las que se irá mostrando al espectador los periplos sufridos por el equino y la búsqueda que de éste iniciará el muchacho, alistándose incluso para combatir en los campos de batalla de Francia.

Una única escena, en la cual las aspas de un molino de viento cobran un protagonismo especial, da fe de la grandeza y sabiduría de un maestro como Spielberg. Un momento único que por si mismo pasará a formar parte de la antología del cine y que, por su dureza y original tratamiento, rompe con la endeblez y el irregular tono del resto de su metraje, el cual transcurre entre pasajes ridículos y en exceso forzados (la salvación del caballo enredado en una alambrada) y otros en donde la ñoñería lacrimógena se apodera de la pantalla, tal y como sucede en su recta final.

Es innegable que, técnicamente hablando, el realizador está imponente. Mueve la cámara como nadie y se saca de la manga secuencias filmadas con una elegancia indiscutible, como la carrera del caballo saltando de trinchera en trinchera o ese guiño (un tanto innecesario) a la Tara de Lo Que El Viento Se Llevó con la silueta de la madre de Albert recortada en un cielo rojizo. Otra cosa es su deslavazado guión que, aparte de abarcar demasiados temas sin profundizar en casi ninguno y a pesar de los distintos episodios propuestos, no acaba de arrancar nunca.

Steven Spielberg es Steven Spielberg. Y punto. Con sus defectos (pocos) y virtudes (que son muchas) a cuestas. Lo que no puede pretender, como sucede en esta ocasión, es convertirse en el sucesor actual de John Ford. ¿Delirios de grandeza? A saber.

13.2.12

Esperando un respiro

En la vida real, ni su guardaespaldas fue Kevin Costner ni llegó a tiempo de evitar el fatal desenlace. El consumo de Xanax y alcohol dejaron a Whitney Houston sumida en el más mortal de los sueños dentro de una bañera de un lujoso hotel de Beverly Hills. Un triste final para una mujer que llevaba largo tiempo castigándose el cuerpo y que no encontraba la manera de apearse del carrusel de las drogas . Entre cura y cura de desintoxicación, Whitney murió emulando uno de los tres títulos cinematográficos que protagonizó: esperando un respiro.



Siempre nos quedará su voz. Descanse en paz.

9.2.12

YoGa 2011

El colectivo Catacric (Catalans Critics), reunido la noche del 8 al 9 de febrero de 2012 en un céntrico local de Barcelona, ha decidido otorgar los 23º anti-premios YoGa a lo peor de la producción del año 2011.

En sus deliberaciones, el jurado anónimo (que no Anonymous) y mutante, al igual que cada año desde hace 23 inviernos, ha tenido en cuenta las apreciaciones, comentarios y sugerencias de los lectores de la web de este colectivo (http://www.catacric.org/), algunas de las cuales ya se pudieron leer en la misma en días anteriores.

La crisis ha hecho que no se haya podido invitar a la gentil Carolina Bang a recoger su YoGa del año pasado: lo sentimos, madrina. Otra vez será.

Cine español

- Peor película: YoGa No me vuelvas a contar cómo pasó, a La Voz Dormida, de Benito Zambrano.

- Peor director: YoGa Mientras duermes, a Juan Carlos Fresnadillo, por Intruders.

- Peor actor / actriz: YoGa Tu lo que quieres es que me coma el tigre, a Roberto Álamo y Marisa Paredes, por La Piel Que Habito.

Cine extranjero

- Peor película: YoGa Habemus plastam, a El Árbol de la Vida, de Terrence Malick.

- Peor director: YoGa Mel-eñeco a Jodie Foster, por El Castor.

- Peor actor: YoGa En busca del aura perdida, a Harrison Ford, por Cowboys & Aliens, Morning Glory, Medidas Extraordinarias y Territorio Prohibido.

- Peor actriz: YoGa Para qué sirve un Oscar (o dos), a Hilary Swank, por Noche de Fin de Año, La Víctima Perfecta y Betty Anne Waters.

Premios especiales

- YoGa Promoción fantasma, a Eduardo Chapero Jackson (Verbo), Isaki Lacuesta (Los Pasos Dobles) y Miranda July (El futuro)

- YoGa Catalunya über alles, a la gala de los premios Gaudí 2012, con una mención especial al discurso del rey: Joel, quin discurs!

- YoGa Uno de los nuestros: No es ‘País’ para egos, a Carlos Boyero.

8.2.12

Matemáticas aplicadas al béisbol

Steven Zaillian y Aaron Sorkin (el de El Ala Oeste de la Casa Blanca y La Red Social) son los guionistas de Moneyball: Rompiendo las Reglas, una película que le debe más a esta pareja de escritores que a su director, Bennet Miller, el mismo que hace siete años realizara la interesante Truman Capote. Y es que la inteligencia que rezuma el libreto de Zaillian y Sorkin hace interesante (e incluso atractivo) un deporte que, como el béisbol, no tiene muchos adeptos en España.

Basándose en hechos verídicos, Moneyball plantea el caso de Billy Beane, el gerente deportivo de un modesto club de béisbol, los Oaklands Athletics, quien en el 2002 y con la intención de salvar a su equipo del descenso y de la ruina económica, revolucionó las tácticas del juego y la forma de contratación de jugadores, contando para ello con la inestimable ayuda de su nuevo subgerente, Peter Brand, un joven especializado en matemáticas que aplicó con cierta fortuna sus conocimientos al deporte.

La historia expuesta, de hecho, es lo de menos. Lo interesante reside en la forma de contarla. El magnetismo del film se desprende de sus inteligentes diálogos, de un montón de situaciones bien dibujadas y, ante todo, del eficiente retrato que hace de la relación laboral y amistosa creada entre Billy Beane y Peter Brand; una relación perfectamente potenciada por la enérgica interpretación de un impulsivo Brad Pitt y por la sorprendente actuación del joven Jonah Hill. Ellos dos, con sus respectivos trabajos y respaldados por su brillante guión, hacen de Moneyball un producto sustancioso.

No es necesario entender las reglas del béisbol para disfrutar de la película. Tan solo hay que dejar correr la intuición de cada uno y disfrutar con la fuerza de un planteamiento que logra romper con la pereza inicial de enfrentarse a un film sobre un deporte concreto que, como en mi caso, queda ciertamente lejano. Con el béisbol de Moneyball sucede lo mismo que con el Facebook de La Red Social. Ambas cintas tienen un denominador común. Y ese denominador se llama GUIÓN, en mayúsculas.

6.2.12

Todos rieron

Tres amigos. Tres grandes amigos. En pocas palabras: el clan Cassavetes. En febrero de 1989, John Cassavetes fue el primero en largarse, dejando a sus dos amigos la responsabilidad de seguir representando al grupo. Hace un poco más de medio año, en junio de 2011, Peter Falk hizo las maletas y decidió reunirse con el primero en abandonar. Justo el pasado viernes, Ben Gazzara, el último representante del triunvirato, se asoció en un lugar indefinido con sus compañeros de toda la vida. De nuevo, todos rieron.

Ben Gazzara, descanse en paz.

3.2.12

Al Servicio Secreto de Su Majestad Británica

En 1979 John Irvin adaptaba para la pequeña pantalla en una serie de 7 capítulos Calderero, Sastre, Soldado, Espía, una novela de espionaje escrita por el inefable John Le Carré y protagonizada por George Smiley, un semi retirado miembro del Servicio Secreto británico al que se le encargaba la misión de descubrir la identidad de un “topo” infiltrado entre las altas filas de la institución. Un imponente Alec Guinnes fue el actor encargado de dar vida al mítico espía. Ahora, en El Topo, el realizador sueco Tomas Alfredson recurre al mismo material literario y le regala a Gary Oldman uno de los papeles de su vida, el del citado Smiley.

El Topo es un film austero, conciso y gélido. Y es que la propuesta de Alfredson hace gala de la misma y celebrada gelidez descriptiva y narrativa con la que afrontó su título anterior, el maravilloo Déjame Entrar. Huye del universo vampírico y se adentra en otro universo igual de oscuro y tétrico: el de los espías de carne y hueso, la antítesis del agente 007, los espías de verdad; aquellos que, al igual que un vampiro, sobreviven alimentándose de los secretos y la savia de quienes están en su mira telescópica.

Hace frente a la historia de forma pausada, sin prisas. Sitúa al espectador en los años setenta, en plena guerra fría, ante un grupo de personajes con aspecto de burócratas aburridos: espías solitarios, con sus dudas y temores a cuestas; espías de pasado y presente oscuro, muy oscuro. Una trouppe de trepas y de sospechosos ciertamente suculenta. Y ahí, en el centro, desde arriba y a cierta distancia del núcleo neurálgico, George Smiley moviendo los hilos necesarios para dejar al descubierto a un traidor que desde hace demasiado tiempo les está tocando las pelotas.

Gary Oldman, en la piel de Smiley, es todo un modelo de sobriedad. Tan contenido está el hombre que incluso no parece él. Huye de cualquier atisbo de ese histrionismo tan habitual en sus trabajos y se amolda de forma camaleónica al carácter silencioso y observador del personaje, siendo secundado a la perfección por una cuadrilla de actores a cual mejor, empezando por la profesionalidad de un envejecido John Hurt y terminando por la cínica y muy british interpretación de Colin Firth. el oscarizado rey tartaja

El universo soterrado y asfixiante de Le Carré retratado con la elegancia y la contención que se merece; una parsimonia descriptiva que tan sólo es rota en mínimas ocasiones por destellos de una violencia fugaz. Desertores, complots y agentes quemados y sin rumbo, forman el plato estrella del sabroso menú propuesto por Tomas Alfredson; un menú que se apoya en uno de los guiones más bien trazados (y sin cabos sueltos) del panorama actual. Una joya a tener en cuenta.