21.2.12

Pasión por el cine

El próximo viernes llega a nuestras pantallas La Invención de Hugo, el nuevo film de un Martín Scorsese en plena forma: un emocionante homenaje al nacimiento del cine como propulsor de sueños. El maestro cambia de estilo, aunque se mantiene fiel a esa reconocida fascinación personal que siente por el Séptimo Arte y la magia que desprende. Un trabajo apasionado, imprescindible y de visión obligatoria.

París, años 30. Un escenario principal: la soberana estación de ferrocarriles de Montparnasse y el submundo que se esconde tras sus paredes, plagado de los engranajes y maquinarias que dan vida a los relojes de la terminal ferroviaria. Y allí, enmedio de ese microcosmos tan particular, unos cuantos personajes a tener en cuenta: Hugo, un niño huérfano obsesionado con la reparación de un viejo autómata; el obstinado y cojitranco inspector del apeadero, empeñado en dar caza a niños solitarios; Georges, el anciano y amargado propietario de una pequeña juguetería y su joven ahijada Isabelle. Tan sólo es cuestión de que Scorsese agite su varita mágica y deje interactuar a sus protagonistas, al tiempo que la hechicera sombra de Méliès empieza a posarse sobre ellos.

La Invención de Hugo se acerca de manera afectuosa, desde una óptica mágica y con una ternura exquisita, a la figura de Georges Méliès, uno de los pioneros en el arte de la ficción cinematográfica, Al igual que éste, el cual recurría a un sinfín de trucos visuales para hilvanar sus asombrosas películas -como, por ejemplo, colorearlas a mano fotograma a fotograma-, Scorsese se vale de la tecnología actual para cautivar al espectador con su propuesta. Tanto en el ámbito narrativo como en el tecnológico y visual, aún no había visto todavía un uso tan adecuado del 3D como en esta ocasión. Tal y como sucedía en los tiempos de Mèliès, el cine sigue abrigando ese idéntico poder de ensoñación que nació en las barracas de las ferias ambulantes.

Un gigantesco tributo al cine construido a golpe de pequeños guiños, desde los tontorrones policías de la Keystone (el caricaturesco rol de Sacha Baron Cohen), pasando por las comedias de Chaplin, Keaton o Lloyd, entre otros, y terminando con una aproximación a la filmografía del propio Méliès. Una joya a la que hay que añadir la impresionante interpretación del jovencito Assa Butterfield y la profesional meticulosidad de un Ben Kingsley fuera de serie. Y de propina, como quién no quiere la cosa, Christopher Lee reconvertido en un dignísimo defensor de la cultura universal.

Divertida, tierna, emotiva, elegante... Simplemente mayúscula, única, distinta. No se la pierdan.

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