31.3.07

Grupo Salvaje

Hay encuentros que me dan miedo y me erizan todos los pelos del cuerpo. La foto de abajo aparece en la edición de hoy de El Periódico de Catalunya. La noticia que acompaña a la surrealista imagen, cita el interés de las religiones mayoritarias por salir más en los medios de comunicación.

Las tres cabezas más representativas del Tripartit catalán en el centro. A un lado, un monje islámico, una especie de pope serbio y un representante judío; al otro, un obispo católico y un evangelista. Mañana, Domingo de Ramos, se inicia la Semana Santa. Una instantánea para reflexionar seriamente. Y es que, como dijo Woody Allen en Annie Hall, "el universo se expande".

Hace cuatro días, Carod se cachondeaba de las creencias religiosas colocándose una corona de espinas en la cocorota. Joan Saura, un verde izquierdoso, tendría que dormir abrazado al Manifiesto Comunista. Y Montilla..., pues eso...: Montilla, el Presi, el que corta el poco bacalao que le da Zapatero. ¿Qué se puede esperar de todo ello?

Empiecen a temblar. El Grupo Salvaje de Peckinpah, a su lado, era un juego de niños.

29.3.07

Un largo adiós

El Último Show es el legado cinematográfico de Robert Altman quien, pocos meses después de su rodaje, murió a causa de las complicaciones causadas por un cáncer en estado avanzado. Quizás es debido a esta razón por la que el cineasta, conociendo su pronta partida, realizara la película; una película premonitoria en muchos aspectos ya que, en ella, se habla de largas despedidas, de la muerte y en la que se nos recuerda, constantemente y aunque a muy pocos nos guste la idea, que todo tiene un principio y un final.

La cinta muestra el último espectáculo de A Prairie Home Companion, un espacio radiofónico ficticio (aunque basado en uno real) que, durante más de 30 años, cada sábado por la noche y desde el escenario del viejo teatro Fitzgerald de Minnesota, ofrecía su show musical en directo, a todo el país, a través de la emisora WLT. Se trata de un espectáculo anclado en el pasado. Un show tan entrañable como la propia película, en él que los músicos y cantantes actuaban en directo, de cara al público, al tiempo que se radiaba a través de las ondas hertzianas. Incluso las cuñas publicitarias se realizaban en directo, cantadas por el enigmático conductor del programa y acompañadas por su fiel orquesta, sin playback alguno. Una clara defensa de la artesanía con la que el propio Altman afrontó la mayoría de sus largometrajes y, sin lugar a dudas, un inmenso homenaje a la radio de antaño; a esa radio ingeniosa y trepidante que aún no tenía que luchar con las audiencias televisivas.

En El Último Show, la mayor parte de los integrantes del espectáculo ignoran que, en realidad, están ejecutando su postrera actuación para A Prairie Home Companion. Los tiempos han cambiado. La televisión arrasa con todo y el espectáculo que ofrecen ya no puede competir con las nuevas tecnologías. O eso es, al menos, lo que piensan los nuevos propietarios de la cadena radiofónica: el espectáculo debe morir esa misma noche. Y el simbólico teatro Fitzgerald será derribado para construir un parking en su lugar. El country dejará de sonar desde la WLT y sus protagonistas tendrán que buscarse otro modus vivendi.

Es cierto que El Último Show no es el producto más brillante de Robert Altman, aunque en él se puede apreciar lo mejor del cineasta. Se trata de una película elegante, emblemática, de un estilo muy personal, cosechado durante largos años por el autor de Vidas Cruzadas. En ella, Altman se mueve como pez en el agua, mezclando y remezclando una fauna humana tan atípica como afectuosa. La dirección de actores es excelente, al igual que las numerosas relaciones entre sus distintos personajes, entrando y saliendo de los camerinos y que, aprovechando los tiempos muertos antes de salir al escenario, desgranan sus envidias y ambiciones con una naturalidad excelente. Y allí, siguiéndolos por los pasillos y enfrentándose también a ellos sobre la escena, se encuentra la cámara del viejo Altman, el ojo indiscreto del espectador; una cámara sinuosa, de movimientos suaves y capaz de captar el mínimo detalle de todo cuanto acontece delante y detrás del entarimado del Fitzgerald Theater.


La comedia, la música y el melodrama se aúnan a la perfección. Todo está bien medido, controlado al cien por cien. Y, para desfacer el entuerto que supuso Quintet, su única incursión en el fantástico, se atreve a adornar su último film con una presencia fantasmagórica, angelical, que, enfundada en una gabardina blanca y con el bello rostro de Virginia Madsen, aterriza en plena representación del definitivo A Prairie Home Companion con la misión de acompañar a alguno de sus miembros en su viaje final. Un ángel de la muerte con el que Altman -conocedor de su oscuro futuro inminente y a través del último plano del film (en el que el cuerpo de Virginia Madsen se acerca al objetivo de la cámara hasta taparlo)- urdió el guiño más macabro de su dilatada cinematografía.

Puede que les ocurra como a mí y que, en un principio, les cueste entrar en la propuesta que ofrece El Último Show. Denle un cuarto de hora y déjense encandilar por esta historia mágica y musical. Disfruten con las miserias de las hermanas Johnson (un genial Meryl Streep y una Lily Tomlin que cada día me recuerda más a Rosa Maria Sardà), las únicas supervivientes de una estirpe de cantantes melódicas y religiosas; con la socarronería que desprenden Dusty y Lefty (maravillosos Woody Harrelson y John C. Reilly), un par de cowboys amantes de la música country y propensos a la aerofagia y, ante todo, no se pierdan la presencia de un inmejorable Kevin Kline quien, bajo el nombre de Guy Noir, da vida a un muy particular detective privado; el hombre encargado de la seguridad del show radiofónico y que podría ser el hermano bastardo del mismísimo inspector Clouseau.

El Largo Adiós de un rebelde que jamás se vio tentado por los envenenados lujos de Hollywood. Un film extraño, diferente y original. El particular Noises Off de Robert Altman, aquel teatral “por delante y por detrás” que adaptara Bogdanovich, hace unos cuantos años, en la divertida ¡Qué Ruina de Función!

28.3.07

EN RESUMIDAS CUENTAS: Made in Medem

Julio Medem regresa a las pantallas pero, en esta ocasión, en funciones de productor y a través de dos documentales de temáticas paralelas. Dos trabajos muy sensibles y humanos que marcan, cada uno en su estilo, un par de realidades sociales de las que generalmente se pretende olvidar su existencia: el síndrome de Down y la esquizofrenia.

¿Qué Tienes Debajo del Sombrero?, realizado al alimón por Lola Barrera e Iñaki Peñafiel, muestra el caso real de Judith, una mujer de 62 años, sordomuda y afectada por el síndrome de Down que, tras haber estado aislada y en pésimas condiciones durante 26 años en un psiquiátrico, volvió a tener contacto con el mundo exterior cuando, tras unas gestiones de su propia hermana, pudo regresar al lado de sus familiares y acudir a diario al Creative Growth Art Center de California, un centro destinado a enseñar manualidades a discapacitados. Allí empezó a hacerse famosa debido a sus extrañas y ahora cotizadas esculturas, realizadas con materiales de todo tipo.

La ternura y el humanismo son las armas que utiliza la cámara de los cineastas para acercarse a la figura de Judith, una mujer que, aislada en su propio mundo, creó un sinfín de esculturas enigmáticas y surrealistas; aquello que los más cultivados han bautizado como el arte outsider. La tierna forma de acercarse a la enfermedad y de analizar las reacciones emotivas de Judith, es lo mejor de un film tras el que se esconde cierto aire de esnobismo. El querer reivindicar, a toda costa, los inverosímiles objetos nacidos del trabajo de esa mujer (la mayoría de ellos, una masa ingente de objetos apilados sin sentido y en forma de shawarma) y considerarlos como verdaderas obras maestras, me parece tan falso y ampuloso como defender, a capa y espada, el ya denostado arte abstracto.

Personalmente, me parece mucho más interesante y honrado Uno Por Ciento, Esquizofrenia, dirigido por Ione Hernández y en el que Medem, aparte de productor, ha ejercido como montador. La película, siguiendo en parte el esquema utilizado en la interesante y valiente La Pelota Vasca, está compuesta por numerosas entrevistas, en las que el rostro del entrevistado y sus palabras son las únicas referencias visuales y auditivas para el espectador. De este modo, psiquiatras, psicólogos, enfermos de esquizofrenia, familiares de afectados y todo tipo de profesionales de la sanidad, exponen su parecer sobre uno de los males psíquicos que más han aumentado en una sociedad tan estresante como la actual.

La película es fría y concisa, aparte de clarificadora. La guerra ideológica y de posición entre psiquiatras y psicólogos queda patente, así como la simpatía de los verdaderos afectados por el trato asignado hacia ellos por los segundos. Un título rodado sin trampa ni cartón que, por vez primera y de manera honesta, intenta acercar al ciudadano de a pie al laberíntico misterio de la esquizofrenia, una enfermedad mental de la que la medicina, por ahora, aún no ha encontrado una solución viable.

Ambos documentales, a pesar de su rigurosidad y seriedad en sus respectivas intenciones (y a pesar de ese tono falsamente snob del primero), no han podido ser peor estrenados en nuestro país. Dos únicas copias de cada uno de los films se exhiben en España, y ello gracias al interés demostrado por la buena gente que gestiona los cines Verdi. Sólo Barcelona y Madrid podrán disfrutar de su visión. No me gustaría pensar que esa es la manera de pasarle factura a Julio Medem por haber tenido la valentía de realizar una película tan sobria como La Pelota Vasca. El mundo de la exhibición cinematográfica, a veces, es ciertamente sorprendente.

26.3.07

El Coyote y el Correcaminos en Las Termópilas

Desde hace tiempo, no hay temporada cinematográfica en la que no se estrenen una o dos adaptaciones de cómics por todo lo grande (sin contar las innumerables cintas de serie B amparadas en el género). Unas con mejores resultados que otras, pero siempre producidas con todo lujo de detalles y bajo un millonario despliegue técnico e informático. Este es el caso de 300, el nuevo y esperado film de Zack Snyder tras su sorprendente, personalísimo e ingenioso remake de Zombi, El Amanecer de los Muertos, uno de los títulos que más me sorprendieron del alud de cintas que inundaron el 2004.

300 es otra historia, totalmente distante a la de esa visión del film de Romero que nos ofreció el realizador. El sentido del humor que desprendía su ópera prima parece haberse diluido en medio de las numerosas contiendas que pueblan la película, pues ésta -y a través de la base gráfica del tebeo homónimo de Frank Miller (un prestigioso autor de cómics que últimamente aparece hasta en la sopa), recrea la cruenta Batalla de las Termópilas; una guerra que enfrentó a 300 espartanos al mando del Rey Leónidas con toda la inmensidad del ejército persa, este último capitaneado por el sanguinario y travestido Emperador Jerjes.

La cinta, al igual que el original de Frank Miller, no guarda ningún rigor histórico, pues apuesta sin reparos por el divertimento, la estética visual y una violencia inusual que muchos (con cierta razón) han calificado de apología de la misma. Y es que, entre brazos, piernas y cabezas cercenadas, saltan al aire centenares de miembros amputados sin escatimar en detalles. Se trata de una batalla cinematográfica que, sin lugar a dudas, va mucho más allá de la contienda final de El Señor de los Anillos.

300 está narrada, en su parte más épica y guerrera, como si se tratara de un video-game; una clara estrategia comercial para potenciar el juego basado en la película. La batalla no se resuelve en un único combate, pues ésta se compone de varios capítulos, a cuál más brutal y sanguinario. La cuestión es ir pasando pantallas para subir de nivel, al tiempo que los 300 espartanos musculados, sudorosos y aceitosos (y que indudablemente harán las delicias del público gay), van ganando episodios y plantando cara de manera estoica al brutal enemigo. Un poco como ocurría en los cartoons del Correcaminos y el Coyote, en los que el segundo (léase el ambiguo Emperador Jerjes), tras cada derrota, ideaba nuevas y cada vez más atroces estrategias para zamparse al Correcaminos (aquí Leónidas y sus fornidos muchachotes). Un divertimento que, por agotamiento, acaba resultando reiterativo.

Lo más destacable del film de Zack Snyder se localiza en su cuidada puesta en escena, la cual, recogiendo el testimonio anterior de Sin City, apuesta por respetar al máximo el aspecto gráfico del tebeo, aunque rehuyendo el blanco y negro empleado por Robert Rodríguez en su cinta y decantándose por una fotografía amarronada y cargada de tonos azules y rojizos, resaltando, de este modo, las capas de los espartanos y el color de los incontables chorros y salpicaduras de sangre; una fotografía en la que, por otra parte, la croma juega un papel esencial, pues sobre ella se insertaron, en la postproducción, todos los decorados y efectos que envuelven las hazañas de los 300 héroes del título.

Los actores cumplen con su papel de manera sobria, aunque conscientes de que, ante tantos mamporrazos y alardes técnicos, se convertirán en el punto menos atractivo de la película. Y, a pesar de ello, tanto Gerard Butler –en el rol de Leónidas- como una atractiva Lena Headey (una mujer a la que tendrían que ofrecerle más papeles y que aquí da vida a la Reina Gorgo), destacan sobremanera con sus respectivas interpretaciones.

Un producto realizado con oficio al que, sin embargo, le sobran varios minutos de metraje. Con un par de batallitas menos, hubiera resultado un producto mucho más alentador y distraído. A mi gusto, estaba mejor mesurado su trabajo anterior, ese excelente El Amanecer de los Muertos, tanto en su excelente ritmo narrativo como en el sanísimo humor negro que desprendía su también violenta historia. Lo que sí está claro es que 300 generará, en los cines en los que se proyecte, una venta espectacular de palomitas. Y eso es tener mucha vista comercial.

24.3.07

El hombre que fotografió el Mal

Hace una semana, justo el sábado 17 de marzo, nos dejaba otro hombre de cine, el británico Freddie Francis; un realizador artesanal, al igual que Rosenberg, aunque de ideas y coordenadas muy distintas a las de éste. En realidad, Francis era un mago de la imagen, pues alterno su faceta de realizador con la de director de fotografía, labor en la que destacó sobremanera, tanto por el sello personal que su otorgó a sus trabajos como por la inspiración visual que demostró en todos ellos.

Prestigiosos nombres como los de Martin Scorsese, David Lynch, Robert Mulligan o Jack Clayton, entre otros, contaron con su colaboración para realizar la fotografía de algunos de sus productos. Así, películas como el El Cabo del Miedo, Dune, Una Historia Verdadera, Un Verano en Louisiana o la espléndida y tenebrosa ¡Suspense! han quedado, para siempre, selladas con su insuperable tratamiento fotográfico. La Academia reconoció su valía, en esta faceta artística, otorgándole el Oscar en dos ocasiones: por Días de Gloria de Edward Zwick y Sons and Lovers de Jack Cardiff.

Aparte de la maestría demostrada en el campo de la fotografía, también tuvo una larga y consistente etapa como director, casi siempre al servicio de la Hammer y la Amicus, las productoras más significativas en el campo del fantástico británico. Gracias a la Hammer, en 1962 y sin acreditar, realizó sus primeros pinitos en la sobresaliente La Semilla del Espacio, la versión cinematográfica de la brillante novela de John Wyndham The Day of the Triffids, aunque no empezó a destacar hasta que, ese mismo año, estrenara Venganza (El Cerebro), película en la que se mezclaban mad doctors, transplantes cerebrales y efectos telepáticos.

Doctor Terror, The Evil of Frankenstein, La Maldición de la Calavera, Drácula Vuelve de la Tumba, Vinieron de Más Allá del Espacio y Condenados de Ultratumba, fueron algunos de sus títulos más celebrados; títulos que, por cierto, siempre quedarán en la memoria (y en las estanterías) de los más acérrimos seguidores del inimitable estilo impuesto por la Hammer y su rival Amicus.

Freddie Francis, que en paz descanse.

22.3.07

El caníbal mocoso

El viernes pasado se estrenó la nueva vuelta de tuerca sobre Hannibal Lecter, uno de los personajes ficticios que, a pesar de su maldad, se ha destacado por la gran popularidad alcanzada desde que Jonathan Demme realizara la estupenda El Silencio de los Corderos. Y es precisamente, por esa popularidad, que Hannibal, el Origen del Mal me parece una película totalmente innecesaria, ya que dedicar dos horas enteras a excusar la maldad de su protagonista es una verdadera estupidez. El pérfido Hannibal, por sí mismo, ya se ganó el favor y la simpatía del público desde el primer momento. O al menos, por lo que a mí respecta, obtuvo con rapidez un rinconcito en mi corazón sólo verlo, bajo el rostro de Anthony Hopkins, dialogando con Jodie Foster a través de un cristal blindado.

Hannibal, el Origen del Mal es una precuela, igual que El Dragón Rojo; pero una precuela que retrocede muchos años atrás, justo hasta la infancia de Hannibal Lecter, pues en el inicio del film, ambientado en una Europa del Este machacada por la Segunda Guerra Mundial, nuestro exquisito gourmet no era más que un menor de edad en pleno crecimiento. Un trauma psicológico y la preparación de una posterior venganza en su adolescencia (ocho años después de los hechos narrados al principio de la cinta), serán los principales puntos de apoyo de la película de Peter Webber, el realizador de la anodina La Joven de la Perla.

La morbosidad que podría causar en el espectador los antecedentes de Hannibal Lecter, es una de las cuestiones fundamentales por las que se ha realizado este producto. Pero todo en él resulta tan plano que, a los pocos minutos de proyección, es fácil adivinar las pocas sorpresas que ofrece esta nueva visión del personaje. Sus cuatro líneas de diálogo, aparte de repetitivas, son de lo más básico que se puedan imaginar. En el fondo, una silent movie hubiera resultado mucho más efectiva para las simples pretensiones de Webber. Todo cuanto ocurre en pantalla se me antoja de perogrullo, a excepción de un par de escenas, de alta tensión, que sin duda provocarán las delicias del público más gore, tales como el asesinato de un obeso carnicero mediante una afilada katana, o un degüelle realizado con la ayuda de un árbol y un caballo.


Por otra parte, también ha desaparecido esa elegante entidad que otorgaba Anthony Hopkins al inteligente devorador, ya que el joven Gaspard Ulliel no lo consigue en absoluto, ni física ni interpretativamente hablando. Es más, la presencia en pantalla del actor francés, debido a sus facciones, me ha remitido constantemente a ese pelmazo Neng que lanzó a la fama Andrés Buenafuente a través de su exitoso programa de medianoche.

De todos modos, y al igual que sucedía con El Dragón Rojo, este es un título vacío de contenido, incapaz de aportar algo novedoso a la saga. Se trata de un producto realizado, con todo el descaro del mundo, para sacar un poco más de rentabilidad a un personaje que ya fue explotado al máximo (y con más sobriedad) por el oscarizado film de Demme y su posterior secuela, ese Hannibal de Ridley Scott que, en el fondo, ofreció una lectura totalmente distinta a la de El Silencio de los Corderos, sobretodo por la sutileza maligna con la que afrontó su negrísimo sentido del humor.

Por cierto, ese olvidado Hunter de Michael Mann, pésimamente estrenado y anterior al título de Demme, bien merecería una revisión inmediata por dos razones muy concretas: por ser el primero en llevar a Hannibal Lecter a la gran pantalla y por lograr una adaptación de El Dragón Rojo mucho más atractiva que la de Brett Ratner en el 2002. Y, por si fuera poco, con un incipiente William Petersen (aka Gil Grissom) como protagonista.

21.3.07

El indomable Stuart ya es leyenda

Stuart Rosenberg nos dejó el pasado 13 de marzo a los 89 años de edad. Para muchos, los más jóvenes, es posible que su nombre no les diga nada. Pero se trataba de uno de esos artesanos que, durante una buena época, sembraron las calles de Hollywood. Un artesano de los duros; un verdadero idealista cuya escuela real se localizó en el mundo televisivo, en el que se formó como realizador dirigiendo numerosos episodios para series tan míticas y prestigiosas como Los Intocables, Alfred Hitchcock Presenta o The Twilight Zone, entre otras.

En 1960 debutó en la gran pantalla con El Sindicato del Crimen, un título que, considerado por muchos como una obra de culto, significó un paso adelante en la renovación de las coordenadas del cine negro; un género que siguió cultivando en films como Con El Agua al Cuello (la estimable secuela de Harper, Detective Privado) y San Francisco, Ciudad Desnuda, un violento y crudo thriller en el que, Walter Matthau y Bruce Dern, destacaban con sus respectivas y brillantes interpretaciones.

Con La Leyenda del Indomable, fechada en 1967, llegó su obra maestra; un film que soltó un sonoro estacazo al sistema penitenciario norteamericano, al tiempo que le otorgaba, en bandeja de plata, uno de los mejores papeles de su carrera a Paul Newman, el del rebelde Luke Jackson, un tipo condenado a trabajos forzados por reventar, durante una borrachera, los parquímetros de una pequeña localidad. Un producto duro, contundente y radical, con muy pocas concesiones a la taquilla y en donde una ingente cantidad de huevos duros obtendrían un protagonismo especial. En 1980, aunque con menor fortuna, volvió al mundo carcelario a través de Brubaker, una película hecha a la medida de Robert Redford que, a pesar de sus indiscutibles y buenas intenciones, no llegó a alcanzar en ningún momento la fuerza de la de su rebelde Luke.

La sobrevalorada pero efectiva Terror en Amytiville, otro film considerado de culto entre los más fervientes seguidores del cine de terror, fue su única incursión en el fantástico.

Hoy, Stuart Rosenberg, ya es leyenda. Descanse en paz.

20.3.07

Yo escucho canciones..., él las escribe

Hoy, por primera vez en este blog (y sin que sirva de precedente), voy a recomendarles un disco. Es posible que esté influido por el parentesco directo con el autor del mismo, o que aún añore la presencia del padre de éste, el desaparecido Josep Maria Bardagí, primo hermano mío y padre de la criatura que ha parido este Jo Faig Cançons, Jofre Bardagí. Llámenle tráfico de influencias o como quieran, pero la verdad es que –con la mano en el corazón- les aseguro que el álbum de Jofre bien merece un buen repaso. Hacía mucho tiempo que no me encontraba con un disco tan personal y sincero, de esos que te ponen la piel de gallina.

Jo Faig Cançons es un álbum que va directo al estómago, repleto de reminiscencias beatlerianas (en honor al querido y siempre presente Josep Maria) y de baladas emotivas. Un disco cerebral; una confesión musical y poética, en toda regla, de un joven que, a buen seguro, seguirá escribiendo y componiendo canciones durante mucho tiempo.

Grábense bien su nombre en la memoria: Jofre Bardagí. Un artista con voz propia, valiente y rompedor. Atrás queda ya su espléndida etapa como voz solista de Glaucs, un grupo que no tuvo la merecida acogida que se merecía. Ahora empieza su carrera en solitario. Y yo le doy mi total respaldo pues, aparte de un músico como la copa de un pino, es un cinéfilo empedernido: a la menor ocasión, una vez al año, hace las maletas y se pira a Buenos Aires para disfrutar con el Festival de Cine Independiente de esa ciudad.

Jofre: un petó al front, una forta abraçada i a seguir endavant. Y ustedes, a rascarse los bolsillos y a comprar un ejemplar del disco. Está cantado en catalán, pero me comprometo, si es necesario, a traducirles las letras a los que no lo entiendan.

19.3.07

Ustedes lo han querido: TRAINSPOTTING


Nacido en Manchester, Inglaterra, el realizador Danny Boyle, tras una larga experiencia en televisión, debutó en el campo del largometraje con una sencilla pero espléndida comedia de humor negro, Tumba Abierta, para después dar la gran campanada con Trainspotting, el film que le catapultó definitivamente a la fama.

Trainspotting es una película rompedora y valiente que, por ser capaz de adentrarse en el aciago mundo de la heroína a través de un nada soterrado sentido del humor, provocó que los más conservadores se rasgaran las vestiduras ante la propuesta, considerándola una peligrosa apología de la droga. Nada más falso que ello, pues Boyle, a pesar del indiscutible tono de comedia transgresora que desprende, en momento alguno llega a pontificar sobre la heroína. Muy al contrario pues, valiéndose de sus atípicos y bien dibujados personajes, plasma a la perfección los terrores y las dolencias que invaden, de forma corrosiva y destructiva, a quienes la consumen.

La cinta se centra en la amistad de cinco jóvenes escoceces, cuatro de ellos enganchados al caballo, mientras que el quinto, un tal Begbie (un contundente Robert Carlyle), desahoga sus malos rollos a través de la cerveza y la violencia, al tiempo que critica la desmesurada afición por el jaco que demuestran sus colegas. Renton -un excelente Ewan McGregor, años antes de apuntar hacia galaxias más lejanas- es el núcleo del pequeño grupo, un muchacho con varias tentativas (todas ellas fallidas) de desintoxicación y marcado por centenares de fantasmas y malos rollos.

La voz en off del propio Renton nos acerca a sus sensaciones más personales y describe, con total templanza, el carácter de sus extraños compañeros, entre los que –aparte del agresivo Begbie- podemos descubrir a Sick Boy (un tipo obsesionado por la figura de Sean Connery), a Spud (un borderline de buen corazón) y a Tommy, un aficionado a grabar en vídeo cuantas sesiones de sexo mantiene con su novia. Y esa misma voz en off -enlazada a la perfección con cuanto ocurre en pantalla- es la que también nos introduce en las alucinaciones de esa curiosa fauna que forma el círculo más íntimo de Renton.

Guiños a la cultura pop de los años 60 y 70 -a través de icónos de la época (como ocurre con la sutil referencia a la portada del álbum Abbey Road) y numerosas referencias al universo del 007 de la era Connery-; una trepidante banda sonora y, ante todo, cierto regusto por la escatología, son las principales bazas por las que se rige Danny Boyle a la hora de plasmar en imágenes los avatares de tan genuina agrupación de seres descarriados. En la mente de todo aquel que haya visto Trainspotting quedará grabado, como mínimo y en el aspecto escatológico citado, el pestilente viaje al interior de la mierda que realiza Ewan McGregor -con la única intención de recuperar dos supositorios de opio perdidos en la inmensidad de un sucio water público-, por no citar el despertar de Spud en una cama perjudicada por los efectos laxantes de las sustancias ingeridas la noche anterior.

Tras ese tono de comedia gamberra y descerebrada, Trainspotting posee su (gran) punto de crudeza. El drama de la drogadicción, el fantasma del SIDA o la dificultad de estos personajes para relacionarse con los demás, queda totalmente latente en su metraje. Incluso, de manera sorprendente y hacia su parte final, el film da un giro inesperado hacia el thriller. Y, a pesar de tanta desdicha expuesta, ese es justo el momento en el que el director abre una pequeña puerta (por no decir minúscula) hacia la esperanza.

Un producto interesante. Diferente y narrado con brío e inteligencia, que demuestra que, a través de un estimable visión humorística, también se pueden contar grandes dramas humanos. Y el de la heroína es uno de ellos. No es de extrañar que, tras su estreno, le salieran cantidad de imitadores, sobretodo en el estilo sincopado de afrontar la historia y en el que, por derecho propio, su montaje cinematográfico y la utilización de los temas musicales elegidos, cobraban un protagonismo muy especial.

Lástima que, tras Trainspotting, Danny Boyle no haya desarrollado del todo su valía. Películas como la insignificante Una Historia Diferente, la innecesaria La Playa o la sobrevaloradísima 28 Días Después, no hacen honor a sus dos primeros títulos como director.

16.3.07

Atentado cabal a la Banca

Martín Circo Martín es un profesor de Historia de la Economía que, de manera fortuita y en un concurso televisivo, ha ganado la friolera de 3 millones de euros en forma de lujosos regalos. Varios automóviles, un yate, una avioneta, una gigantesca mansión... De la noche a la mañana, se ha convertido en un multimillonario envidiado por el resto del planeta pero, sin embargo, tiene un grave problema económico: no posee casi dinero en efectivo con el que afrontar la inmensa deuda que acaba de contraer con Hacienda. Agobiado por tal imposición, decidirá recurrir a la banca para solicitar un crédito de 100 mil euros. Sin darse cuenta, acaba de meterse en la boca del lobo.

Ésta es, en resumidas cuentas, la base sobre la que se sustenta una de las mejores películas del panorama actual, Concursante, un título espléndido en todos los sentidos. Rodrigo Cortés, su director y guionista, con éste su primer largometraje y después de varias experiencias en el mundo del cortometraje, demuestra estar en posesión de un sentido del humor ciertamente envidiable. Su trabajo es cínico, cabal, hiriente y, ante todo, divertido. Divertidísimo y combativo. Desde Fincher en El Club de la Lucha, nadie se había atrevido a dinamitar a la banca de una manera tan precisa como Cortés.

Su ritmo es totalmente acelerado. Casi no hay pausas. Y cuando las hay, son totalmente comprensibles. Usa los recursos del flash back y de la voz en off de manera modélica, sin distorsionar ni dañar el relato que nos propone. Concursante avanza y retrocede en el tiempo, de modo claro y en nada lioso. Al contrario, sus idas y venidas con la cámara forman el verdadero cuerpo de la película y con ello, y la colaboración de un insuperable Leonardo Sbaraglia, logra traspasar al espectador el estado de angustia y abatimiento que está sufriendo el abrumado Martín Circo Martin. Y es que Sbaraglia, en esta ocasión -aparte de parecerse cada día más a Luis Figo-, ha encontrado el PAPEL (con mayúsculas) de su vida, el de un personaje con el que es facilísimo identificarse. Tal y como muy bien comentó el crítico cinematográfico Álex Gorina, tras salir del pase de prensa, “éste es un título que engancharía a mucha gente, ya que pocos son los que no puedan verse reflejados en pantalla: quien más, quien menos, ha tenido que recurrir alguna vez en su vida al banco para solicitar un crédito o una hipoteca”.

La idea de Concursante puede parecer descabellada, pero no lo es en absoluto. Puede estar exagerada, hinchada, pero las cosas que plasma son tal cual, aunque a lo bestia, magnificado, para que a nadie se le escape el contundente garrotazo del tal Rodrigo Cortés al mundo de la economía. Los impuestos, los intereses bancarios y el libre mercado, puestos en la picota por un verdugo inteligente y kafkiano, el profesor Edmundo (al que da vida el siempre efectivo Chete Lera), un contra economista, con un mucho de terrorista, que ofrece una inolvidable clase, práctica y visual, sobre el universo de las finanzas. Una clase magistral, en forma de ingeniosa partida de ajedrez que, al mismo tiempo, sirve de homenaje a lo Monty Python a la muy bergmaniana El Séptimo Sello. Lo que les digo: una maravilla.

Se estrena hoy mismo. No la dejen escapar. Su ingenio, su amplio sentido del absurdo, su nervio narrativo, su original puesta en escena y su espíritu crítico, hacen de Concursante –aparte de un divertimento supremo- el mejor plato cinéfilo servido en los últimos meses. Casi, casi, de visión obligatoria.

Les aviso: con esta película pienso pasar lista. Y marcaré sus faltas de asistencia como un pecado muy grave.

15.3.07

Amor colérico

El Velo Pintado significa la segunda adaptación cinematográfica de la novela homónima del prestigioso W. Somerset Maugham, pues ya fue llevada a la pantalla grande en 1934 en una versión protagonizada por Greta Garbo y Herbert Marshall. La que ahora nos ocupa, dirigida por John Curran y producida por la pareja protagonista (Edward Norton y Naomi Watts), ha sido realizada gracias al empeño del propio Norton, quien estaba interesado en el proyecto desde hace varios años.

Se trata de una cinta destinada, claramente, a los amantes del cine clásico, tanto por su estructura como por su argumento, pues en la misma se nota la influencia del cine de David Lean y de aquellos títulos en los que todo tipo de paisajes exóticos se convierten en el decorado ideal para envolver una historia de amor. Su corrección académica, así como su elegante dirección (jamás ampulosa y siempre precisa en su narración), hacen de ésta una película entrañable y emotiva, en la que la brillante disección de la bipolaridad de los sentimientos humanos se alza como principal factor determinante. Y, por si fuera poco, con la sabiduría de no resultar en absoluto lacrimógena. Un buen ejemplo para distinguir entre sensibilidad y lágrima fácil.

La cinta está ambientada en la China de mediados los años 20 y, concretamente, en una aldea muy alejada de Shanghai, en plena epidemia de cólera y con la amenazante sombra de la revuelta maoísta; lugar al que han ido a parar una pareja británica de recién casados como forma de paliar su primera y fuerte crisis matrimonial. Él, un biólogo experto en enfermedades infecciosas, colaborará en la lucha contra la mortal epidemia, mientras ella, una joven aristócrata, sufrirá en silencio la culpabilidad de tal bache sentimental ante el desprecio que le muestra su propio esposo.

Los excelentes trabajos de Edward Norton y Naomi Watts, alejados de histrionismos y haciendo gala de una naturalidad espléndida, son unos de los muchos puntales sobre los que se sostiene el magnético film de John Curran quien, para la ocasión y para darle aún más calidad a su propuesta, ha contado con la excelente partitura musical de Alexandre Desplat; una de esas bandas sonoras maravillosas, de las que sólo se intuyen, sin convertirse en el principal protagonista de cuanto se desarrolla en pantalla. Las notas de Desplat, de manera sutil, pasan a formar parte del exotismo del paisaje, como si fueran un elemento plástico más. Se trata de una de esas composiciones a las que el maestro Hitchcock calificaría de magistrales, pues él era de la opinión que una banda sonora nunca hay que oírla conscientemente mientras se está disfrutando de una película: señal inequívoca de que la música cuadra perfectamente con las imágenes, sin destacar sobre ellas.

Tras haber disfrutado con El Velo Pintado, he llegado a la conclusión de que éste ha sido un título totalmente ignorado por la Academia en las pasadas nominaciones al Oscar. Una injusticia total el no querer reconocer a un producto que, con una distinción exquisita, recupera el espíritu y la grandeza visual y emotiva de un tipo de cine que, durante muchos años, fue el claro emblema de un Hollywood mucho más ambicioso que el actual, en el que -por desgracia- los efectos especiales y la ausencia de un buen guión priman por encima de los sentimientos.

Por cierto: Diana Rigg, la estupenda Emma Peel de Los Vengadores, tiene una pequeña intervención en la película como la Madre Superiora de un convento de monjas francesas. Y, la verdad, viendo el estado actual de esta mujer -que a finales de los 60 tenía encandilados a toda una generación de calentorros-, uno descubre que, efectivamente, los años no pasan en balde. Que pena. No me extraña que, por culpa de estos golpes visuales, tenga que seguir medicándome a diario.

13.3.07

EN RESUMIDAS CUENTAS: De mujeres desaparecidas y cadáveres congelados

Ciudad del Silencio es un producto cargado de muy buenas intenciones, pero fallido en demasiados aspectos. Dirigido por el irregular Gregory Nava, se adentra en una escalofriante y real problemática social: la desaparición de cientos de mujeres en Ciudad Juárez, México. Una denuncia cinematográfica (a priori) necesaria que, sin embargo, se le escapa de las manos al director por culpa de una realización plana y manida.

Narrada a modo de thriller político y con la figura protagónica de una periodista idealista, su principal problema estriba en su nada estimulante aspecto de telefilm de tres al cuarto, mientras que la insinuante historia de amor entre Antonio Banderas y una culona Jennifer López (sin química alguna entre ellos), se me antoja metida a la fuerza en medio de una trama que, por si sola, podría haber tenido suficiente entidad dramática.

Un film ideológicamente comprometido que sin embargo, y debido a su poca soltura narrativa y a la falta total de originalidad a la hora de visualizarlo, da al traste con un tema interesante que bien merecería la atención de otros cineastas más punzantes.

Algo similar ocurre con The River King, una cinta también de aspecto televisivo y abrumadoramente aburrida. A medio camino entre el thriller y el melodrama (y sin centrarse jamás en ninguno de los dos géneros), muestra la investigación que realiza un policía de pueblo cuando, en un río helado y cercano a una prestigiosa escuela, aparece el cadáver de un joven estudiante. ¿Crimen? ¿Suicidio? Dos interrogantes únicos y exclusivos que, de manera reiterativa, machacarán la mente del hombre uniformado y de la agobiada platea.

Su cansino ritmo (con infinidad de forzados flash-backs a modo de gran recurso narrativo), la monótona banda sonora de Simon Boswell, la torpeza de un guión que no logra despertar en el espectador ningún interés por sus personajes y la desangelada actuación de un soseras Edward Burns (cada día más cercano, física e interpretativamente hablando, a Ben Affleck), son los defectos más notorios de un producto en el que la originalidad brilla por su ausencia.

12.3.07

Bye, bye, YouTube

¿Se acuerdan de una banderita que, bajo el nombre de flag, se visualizaba (y, en algunos casos, aún se visualiza) en la cabecera de la mayoría de los blogs alojados en Blogger? Pues bien: ese era el botón que tenían que pulsar los chivatos a la hora de denunciar a los blogueros que no comulgaban con sus ideas. Una manera bastante sucia para que la empresa tomara (o tome) medidas con la bitácora flagueada en varias ocasiones. Por suerte, muchos borramos en su día de nuestros blogs ese asqueroso icono que, aparte de suponer el entretenimiento preferido de los internautas más cortos de entendederas, potenciaba y potencia (pues, como dije, aún sigue existiendo) la mala uva de los trolls y sátrapas que se pasean por la red en busca de provocación e irritación. Nada más sencillo que presionar sobre la susodicha banderita, para que la página que estos marrulleros pretendan hundir, al cabo de un tiempo, sea eliminada de la blogosfera.

Algo así me ha ocurrido con la cuenta que tenía abierta en la web de YouTube. Justo hoy, cuando iba a colgarles otro excelente sketch en memoria de Tip y Coll, he descubierto que ya no existo en esa ubicación. Si buscan cualquiera de los vídeos que he ido alojando allí, verán que no hay manera de abrirlos (a no ser que pertenezcan a otro usuario distinto a mí), siendo sustituidos por la frase "this video is no longer available". O sea, este video se ha ido a bailar a otra parte.

La explicación a ello es muy sencilla. En la página de YouTube, debajo de cada uno de los vídeos, el visitante tiene la posibilidad de pulsar el pertinente flag, aquí perfectamente descrito, al lado de una cruz (tal y como pueden apreciar en la imagen de abajo), como flag as inappropiate. En mi caso, algún mequetrefe ha marcado, una y otra vez, la crucecita de marras, vídeo por vídeo, hasta que ha conseguido eliminarlos del todo y dejar a Spaulding como a una persona non grata para esa web. Espero, de muy buena gana, que al petimetre que ha conseguido liquidarme del YouTube le parta un rayo. Y, al mismo tiempo, que los ineficaces responsables de YouTube abran los ojos y se planteen su inapropiada gestión, pues han dejado en manos de cualquier descerebrado el control y censura de su propio espacio en Internet.

La verdad es que lo siento mucho por ustedes ya que, gracias a alguno de los indeseables que se pasean por la red, en este blog se han acabado los YouTubes.

Pues nada... Tras este desahogo (que lo necesitaba y espero sepan comprender), mañana tendrán más cine en Spaulding’s blog.

10.3.07

El chiste televisivo de la semana

Esta noche, Barça-Real Madrid. El máximo de audencia asegurado para La 6ª., el canal que ha conseguido los derechos del partido, dejando a las teles autonómicas con un palmo de narices.

En TV3, la Televisió de Catalunya, sus directivos se han exprimido las neuronas en busca de algo sorprendente con lo que robar un poco de audencia. En vista de la imposibilidad de ello y desempolvando sus archivos cinematográficos, han optado por quemar una peliculilla del montón, cuyo título, además, esconde una clara alusión -de lo más barato- al esperado evento deportivo. Ahí, abajo, tienen el cartel del DVD de la misma.

¿Fácil, no? Ahora, me encantaría saber con que película o espacio contraataca esta noche Tele Madrid.

9.3.07

EN RESUMIDAS CUENTAS: de viejos verdes y locutores tristones

Venus es el film por el cual obtuvo una nominación al Oscar a mejor actor el entrañable Peter O’Tooole, el cual da vida al anciano Maurice, una vieja gloria del teatro británico que, a pesar de tener aún ciertos trabajos esporádicos en teleseries y productos cinematográficos, vive casi retirado y en soledad, compartiendo sus neuras y sus miserias con un par de amigos de su misma edad. Todo cambiará para él cuando conozca a la joven sobrina de uno de sus compañeros de penurias, la atractiva Jessie, una chica menor de edad de la que quedará totalmente prendado.

La cinta está dirigida por Roger Michell, el responsable, entre otros títulos, de la agradable Nothing Hill y la pedantilla El Intruso. Y, en este caso (y por desgracia), opta más por la forma y el estilo del último citado. Dos o tres golpes de comedia (con un gag genial en el que el atrotinado O’Toole ejerce de mirón) son lo más destacado de un producto aburridísimo que tiende hacia el melodrama intimista; un melodrama exacerbado, de tintes trágicos y con algunos toques eróticos bastante forzados. Su guión patina por todas partes, y su lento ritmo narrativo lo único que consigue es que Venus no avance en ninguna dirección. Un producto tan insulso en el que que ni siquiera, el prestigioso actor inglés, logra estar a la altura de otras interpretaciones suyas, con lo cual no es de extrañar que, finalmente, no obtuviera el codiciado premio de la Academia.

Atención, de todos modos, a Joddie Whittaker, la joven que interpreta a Jessie, la niña que trastoca la vida de Maurice. Al menos, su presencia, hace más pasajero el desangelado tono general.


Con Voces en la Noche ocurre, más o menos, lo mismo que con Venus. Se trata de otro film bastante soporífero, que no avanza en ningún sentido y realizado, de forma descarada, para el lucimiento casi absoluto de un Robin Williams en su ya cargante faceta de tristón. Secundado, para la ocasión, por una Toni Collette en baja forma, entre los dos (y amparados por un guión nefasto) consiguen un par de momentos extremadamente ridículos, dignos de figurar en una antología del disparate cinematográfico. Y es que no hay peor cosa -para un presunto melodrama de matices trágicos como éste- que provocar, con sus sandeces y salidas de tono, las carcajadas de la platea.

En él, Williams encarna a Gabriel Noone, un locutor de radio neoyorquino, famoso gracias a un espacio nocturno en el que relata vivencias suyas y próximas a su entorno. Debido a los consejos vertidos desde las ondas, ha acabado convirtiéndose en un símbolo abanderado del mundo gay. La película arranca justo en el momento en que su pareja actual, un hombre mucho más joven que él, acaba de abandonarlo tras 8 años de vida en común. Y es entonces, en plena etapa depresiva, cuando llegará a sus manos una novela a punto de editarse, en la cual, un joven de 14 años, narra los malos tratos y abusos a los que se vio sometido de pequeño por sus padres. Obsesionado por conocer al chico en persona, iniciará una larga odisea que le hará reflexionar sobre su propia existencia.

Difícil resulta, al terminar el tedio de Voces en la Noche, saber cuales eran las pretensiones reales de su director, un tal Patrick Stettner. Un quiero y no puedo, en todos los sentidos, con pretensiones de autor y que navega, constantemente, entre el thriller existencial y el melodrama social, sin decantarse en definitiva por ninguno de los dos. Personalmente, aún no he logrado descifrar las claves de la cosa. ¿Me estaré haciendo mayor y senil como O'Toole?

8.3.07

Cierto sabor a rancio 2

Era de esperar que, debido a la buena (e inexplicable) acogida de Manuale d’Amore, su realizador, el toscano Giovanni Veronese, se embarcase en una segunda entrega que ha dado como fruto Manuale d’Amore 2, al que en España se le ha sustitudo la coletilla de “capitoli successivi", que constaba bajo el título original, por la más falsa de "corregido y aumentado".

Al igual que en su película anterior, Veronese la divide en 4 eisodios aunque, en esta ocasión, se le ha añadido un prólogo y un epílogo bastante burdos e innecesarios: he aquí la simple explicación para cubrir el significado de la palabra "aumentado" que luce el epígrafe publicitario español. ¡Que mentes más biempensantes son nuestros retocadores de títulos! Lo del epiteto "corregido", sin embargo, no brilla por ninguna parte pues, este nuevo manual, peca de los mismos defectos que el primero.

Mientras el film original hablaba del enamoramiento, la crisis matrimonial, el adulterio y el abandono, éste opta por dar su “humorística” (entre comillas) visión del erotismo, la maternidad in vitro, el matrimonio entre homosexuales y, por último, aquello que el director califica como de amor extremo. Al igual que en Manuale d’Amore, y siguiendo una de las tradiciones más populares del cine italiano de hace unas cuantas décadas, se dedica un capítulo a cada uno de los temas propuestos.

La verdad es que Eros, su corte inicial, me sorprendió. Se trata, con diferencia, del mejor de todos ellos, rompiendo incluso la fatigosa tónica de irregularidad que domina ambas entregas. Y es que, en este episodio, mezcla con habilidad la comedia, la sensualidad y la emotividad, para narrar la experiencia de un joven que, tras tener un grave accidente automovilístico y, mientras está en cama hospitalizado recuperándose de su invalidez, empieza a sentir una fuerte atracción por la fisioterapeuta que le ha tocado en suerte.. Y es que ver como le asignan a uno a la impresionante y guapísima Monica Bellucci -para que además le vaya haciendo suaves masajes corporales-, es casi mejor que ser premiado con el gordo de Navidad. Indiscutiblemente, la presencia de la tentadora actriz, ha sido uno de los factores determinantes por los que mi subconsciente ha validado a tal capítulo como el más “visible” (entre comillas también) de la serie.

El segundo episodio empieza de manera prometedora, aunque rápido cae en el recurso del gag facilón y, lo que es peor, en la postalita turística (y en exceso gratuita) de Barcelona, pues la pareja protagonista –a pesar de residir en Roma- opta por someterse a la maternidad in vitro en uno de los centros hospitalarios de la ciudad, concretamente el Hospital del Mar. Viendo este capítulo, me he maravillado al descubrir que, ¡por fin!, las habitaciones de la Seguridad Social son igual de majas y confortables que las lujosas suites de un hotel de 5 estrellas.

En el tercer y cuarto episodios recupera, a marchas forzadas, el patético espíritu de comedia barata que ya exhibió en los cuatro capítulos del 2005, dotando a ambos de un sentido del humor extremadamente zafio y hortera. La temible sombra de Lando Buzzanca (el alter ego italiano del Alfredo Landa de los 60 en España) es alargada y, de manera esperpéntica, domina sobre los dos cortes finales. Entre No Desearás al Vecino del Quinto y el segmento titulado El Matrimonio, hay muy poca diferencia. A los dos gays protagonistas, sólo les falta ir ataviados con brillantes lentejuelas para lucir aún más la pluma con la que han sido dibujados. Aquellas mariquitas locuelas del cine de antes (típicos y tópicos de un estilo de parodias ya por suerte en desuso), vuelven a pulular por las pantallas de medio mundo por obra y gracia de Giovanni Veronese. Ciertamente patético.

Tan patético como su último capítulo, Amor Extremo, en el que, valiéndose de la historia de amor adúltera entre un maitre de un restaurante y una de las jóvenes pinches de su cocina (una emigrada española, madre soltera y recién llegada a Italia, para más señas), aprovecha para tildar –con cierta mala baba- de malas pécoras a las mujeres de nuestro país, dejando al hombre italiano e infiel como a un santurrón que ha sido enredado por las viperinas artes de una hispana calentorra (interpretada ésta por Elsa Pataky). Inenarrable. Y protagonizado, de nuevo, por el pésimo actor que en el primer Manuale d’Amore diera vida a un médico despechado por su esposa, un tal Carlo Verdone (una mezcla insoportable entre el malogrado Valeriano Andrés y James Gandolfini); un tipo al que, vistas las dos películas, le encanta corretear en calzoncillos por en medio de situaciones grotescas.

Antes (y por el mismo precio) repaso de nuevo Lo Verde Empieza en los Pirineos. El sentido es casi el mismo, a pesar de que los tiempos hayan cambiado mucho y el Verdone aún no se haya enterado. Y si la cuestión es ver algún film italiano de episodios, antes volvería a disfrutar (en su lugar) de un par de títulos tan compactos como ¡Qué Viva Italia! o Buenas Noches, Señoras y Señores.