15.3.07

Amor colérico

El Velo Pintado significa la segunda adaptación cinematográfica de la novela homónima del prestigioso W. Somerset Maugham, pues ya fue llevada a la pantalla grande en 1934 en una versión protagonizada por Greta Garbo y Herbert Marshall. La que ahora nos ocupa, dirigida por John Curran y producida por la pareja protagonista (Edward Norton y Naomi Watts), ha sido realizada gracias al empeño del propio Norton, quien estaba interesado en el proyecto desde hace varios años.

Se trata de una cinta destinada, claramente, a los amantes del cine clásico, tanto por su estructura como por su argumento, pues en la misma se nota la influencia del cine de David Lean y de aquellos títulos en los que todo tipo de paisajes exóticos se convierten en el decorado ideal para envolver una historia de amor. Su corrección académica, así como su elegante dirección (jamás ampulosa y siempre precisa en su narración), hacen de ésta una película entrañable y emotiva, en la que la brillante disección de la bipolaridad de los sentimientos humanos se alza como principal factor determinante. Y, por si fuera poco, con la sabiduría de no resultar en absoluto lacrimógena. Un buen ejemplo para distinguir entre sensibilidad y lágrima fácil.

La cinta está ambientada en la China de mediados los años 20 y, concretamente, en una aldea muy alejada de Shanghai, en plena epidemia de cólera y con la amenazante sombra de la revuelta maoísta; lugar al que han ido a parar una pareja británica de recién casados como forma de paliar su primera y fuerte crisis matrimonial. Él, un biólogo experto en enfermedades infecciosas, colaborará en la lucha contra la mortal epidemia, mientras ella, una joven aristócrata, sufrirá en silencio la culpabilidad de tal bache sentimental ante el desprecio que le muestra su propio esposo.

Los excelentes trabajos de Edward Norton y Naomi Watts, alejados de histrionismos y haciendo gala de una naturalidad espléndida, son unos de los muchos puntales sobre los que se sostiene el magnético film de John Curran quien, para la ocasión y para darle aún más calidad a su propuesta, ha contado con la excelente partitura musical de Alexandre Desplat; una de esas bandas sonoras maravillosas, de las que sólo se intuyen, sin convertirse en el principal protagonista de cuanto se desarrolla en pantalla. Las notas de Desplat, de manera sutil, pasan a formar parte del exotismo del paisaje, como si fueran un elemento plástico más. Se trata de una de esas composiciones a las que el maestro Hitchcock calificaría de magistrales, pues él era de la opinión que una banda sonora nunca hay que oírla conscientemente mientras se está disfrutando de una película: señal inequívoca de que la música cuadra perfectamente con las imágenes, sin destacar sobre ellas.

Tras haber disfrutado con El Velo Pintado, he llegado a la conclusión de que éste ha sido un título totalmente ignorado por la Academia en las pasadas nominaciones al Oscar. Una injusticia total el no querer reconocer a un producto que, con una distinción exquisita, recupera el espíritu y la grandeza visual y emotiva de un tipo de cine que, durante muchos años, fue el claro emblema de un Hollywood mucho más ambicioso que el actual, en el que -por desgracia- los efectos especiales y la ausencia de un buen guión priman por encima de los sentimientos.

Por cierto: Diana Rigg, la estupenda Emma Peel de Los Vengadores, tiene una pequeña intervención en la película como la Madre Superiora de un convento de monjas francesas. Y, la verdad, viendo el estado actual de esta mujer -que a finales de los 60 tenía encandilados a toda una generación de calentorros-, uno descubre que, efectivamente, los años no pasan en balde. Que pena. No me extraña que, por culpa de estos golpes visuales, tenga que seguir medicándome a diario.

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