5.3.07

Pequeña Miss Hyun-seo

No hay que sacar las cosas de madre y no pasarse de rosca, tal y como está ocurriendo a la hora de juzgar The Host. Hay frases de ciertos críticos (demasiados) que, haciendo referencia al nuevo film del coreano Joon-ho Bong (el sobrevalorado director de Memories of Murder), han llegado a erizarme los cuatro solitarios pelos de mi calva. Personalmente, me parece más que desmesurado el afirmar que, con la aparición de esta película, todo el cine de monstruos realizado hasta el momento queda en desuso. Vaya, que a partir de ahora, ya nos podemos olvidar de King Kong y de joyas como Tiburón, Gremlins o, sin ir más lejos, de los primerizos e incluso entrañables Godzillas japoneses. Falacias.

Por otra parte, es innegable que The Host, como espectáculo sin pretensiones, resulta un producto digno; incluso divertido. No aburre. Es más: teniendo en cuenta su procedencia, hasta posee un ritmo narrativo más acelerado de lo normal. Una serie B amarilla que se muestra más que efectiva en sus bien resueltas escenas de acción. Cuatro toques digitales y unas cuantas transparencias, le son más que suficientes a Joon-ho Bong para resolver sus pasajes más vibrantes. Y punto.

Lo peor de todo es que la película sólo se queda en esto: en los trepidantes momentos en los que, el bicho que da título a la cinta (un pez mutante, de proporciones descomunales), planta cara a los pocos humanos que están dispuestos a desvencijarlo. El resto, aparte de discursivo y manido, me parece excesivamente forzado y, a veces, ridículo. La historia de un monstruo, nacido de vertidos tóxicos, y las continuas referencias a la tergiversación de la realidad por parte de los gobernantes, son temas explotados hasta la saciedad en centenares de ocasiones anteriores. Y les puedo asegurar que, en estos aspectos, The Host no ofrece nada nuevo al espectador que no se haya dicho antes.

En realidad, lo único que podría resultar un poco original dentro de su trama, es el dibujo que hace de sus protagonistas principales, los desmembrados miembros de una familia que intentan salvar a toda costa a la inocente Hyun-seo, la más pequeña de la estirpe, tras haber sido secuestrada por el temible peixoto. Una familia cuyos tronados componentes tendrían muy poco que envidiar a los de Pequeña Miss Sunshine pero que, por culpa de la excesiva satirización a la que se ven sometidos por sus guionistas, acaban resultando –del primero al último- demasiado esperpénticos y cansinos, como ocurre, por ejemplo, con el padre de la niña; un personaje tan exagerado en su caracterización de torpe que, finalmente, se transforma en una agotadora mezcla gestual y con ojos rasgados de Cantinflas y Jerry Lewis. De juzgado de guardia.

Si quieren disfrutar con The Host, tómenla como una más de monstruos. No busquen –como muchos pretenden- la panacea del género en ella. Arrinconen a un lado la pesantez de las escenas teóricamente más íntimas y de las payasadas a lo coreano, y céntrense, ante todo, en las apariciones del pescado gigantesco y saltimbanqui. Y, al mismo tiempo, descubran su velado homenaje a las Olimpiadas del 92 en Barcelona, justo cuando Antonio Rebollo encendía el pebetero olímpico.

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