Cansado de que varios conocidos y allegados, enganchados al fenómeno oriental, me fueran recomendado sistemáticamente varias películas que en nada me gustaron -a pesar de haberme asegurado de antemano que me deleitarían-, acabé asegurando que nunca jamás les haría caso.
Pero el ser humano es débil y siempre tropieza con la misma piedra. Insistentemente, me han recomendado la coreana Memories of Murder (Cronología de un Asesino en Serie). Ha sido tanto el agobio para que viera esa película que, finalmente, llegué a pensar que me estaba perdiendo el mejor título de una década. Casi de un siglo. Así que, idiota que es uno a veces, rompí mi promesa y, ayer mismo, me senté ante el televisor dispuesto a pasar una velada inolvidable. Una velada de esas únicas que después me sirviera para rotular, en esta página, un titular hermoso, con letras doradas y trompetas celestiales, al estilo de "el cine oriental ha encontrado un huequecito en mi corazón" o bien, en su lugar "que se jubile ya el Eastwood pues los coreanos pueden con él".
Con todo ese rollo anterior quiero que les quede claro que, a pesar de los pesares, me enfrenté a la película con una predisposición favorable única. Vaya, que tenía ganas de contentarles a todos ustedes y decirles que me había gustado mucho, que estaba henchido de gozo por haber descubierto una perla como ésta. Y más cuando cierta persona, a la cual no pienso señalar ahora (pues eso está feo), me había dejado bien claro que en nada me recordaría a las constantes del cine oriental (cosa difícil por otra parte, pues ya de entrada ellos son amarillos y con los ojos rasgados, y eso ya es una constante invariable).
Entremos en materia. Memories of Murder narra un caso verídico ocurrido en un pequeño pueblo de Corea del Sur, allá por 1986. La violación y el asesinato de varias chicas de la población alertaron a la policía del lugar quienes, lógicamente, iniciaron las pertinentes investigaciones para dar con el asesino. Ante la imposibilidad de avanzar en sus pesquisas, se contó con la presencia de un agente del cuerpo especial de homicidios de Seul, desplazado a la peculiar comisaria rural desde la que se centralizaron todos los movimientos. Pero, a pesar de la persistencia de estos hombres, bastante palurdos e incompetentes en su metodología, los crímenes siguieron sucediéndose.
Pero vigilen. No me malinterpreten. Sólo me recuerda a estos títulos debido a unos aspectos muy concretos y, claro está, por ciertos paralelismo en su historia, pues el tratamiento narrativo que utiliza su realizador, Joon-ho Bong, está totalmente alejado (a años luz) de la seriedad con que, por ejemplo, Ciudadano X abordaba el tema. Mientras éste denunciaba la ineficacia de la policía rusa de una manera académica, seria y documentada, perfectamente explicado, el film coreano, de manera ridícula, apuesta por convertir a sus pueblerinos policías en unos émulos de Gaby, Fofó y Miliki, capaces de resolver sus divergencias personales a base de darse mamporrazos en la cabeza, como si fueran títeres de feria barata. ¿Se imaginan ustedes a Roldán dándole cuescos en la cocorota a sus subordinados? Patético. Aunque, supongo, que hecho a sabiendas, buscando una pincelada de humor en medio de esa historia tan tétrica y escalofriante, aunque a través de un humor tan burdo que, viéndola ayer, me acordé de las múltiples charlotadas de Santo el Enmascarado de Plata. Y eso, la verdad, no es serio.
Y ya por no hablar, largo y tendido, de los posibles culpables a los que van deteniendo los poli-payasos, a base de poner pruebas falsas en la misma escena del crimen, y a los que interrogan y torturan con nocturnidad y alevosía. Personajes extremos y caricaturizados, entre los que podemos encontrar, a modo de ejemplo, a un subnormal capaz de dormirse en los lugares más impensados o a un pajillero (que no pajero, no se me ofendan algunos), de cierta similitud física con Luis Aguilé, que, arropado con braguitas rojas de mujer, apuesta por pelársela en plena noche y en medio de un bosque frondoso, en presencia de un conjunto inmaculado de ropa interior femenina.
No negaré que su última parte, en la que se olvidan un tanto de ese toque de comedia pueblerina, la película tiene su pequeño puntito. Pequeñísimo, de todos modos. Más seria y con ganas de profundizar en la psicología de esos peculiares investigadores, se pierde, sin embargo, por culpa de la cantidad de despropósitos acumulados en su fragmento anterior.
Si con una pistola en la sien me obligasen a salvar algún trozo de este producto, apostaría (un tanto a regañadientes) por el momento en que el buscado criminal ha de elegir, antes de cometer uno de sus asesinatos, entre dos posibles víctimas que, en plena noche, se pasean ante su escondrijo, decidiéndose finalmente por la más jovencita de ellas.
Una mención aparte merece el pésimo doblaje utilizado para ser exhibida en su único pase por Canal +, (sin posibilidad, en esa ocasión, de poder elegir la banda original y los subtítulos en castellano), aunque dudo que hubiera ganado mucho más en su versión coreana.
Por favor, no me recomienden más películas orientales. En serio. Dejen que las descubra por mí mismo. A veces, cuando veo una película como ésta, tras haber sido inducido a su visionado por alguno de ustedes, pienso que se han confabulado para obligarme a ver verdaderos tostones. Me los veo allí juntitos, tramando la broma: "venga, digámosle a Spaulding que este peñazo es la hostia, que nos vamos a reír mucho cuando se ponga de los nervios". Y es que, a veces, viendo los resultados, me da a pensar que se trata de eso, pues no cabe en mi cabeza que un producto como éste les puede entusiasmar. En parte, prefiero pensar que se trata de una trastada para tomarme el pelo. Me quedo más tranquilo así.
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