13.1.05

Si Pierre Nodoyuna conociera a Harry Potter...

No creo que dure mucho días más en cartelera. Y es una lástima. Es por ello que les aconsejo se calcen lo más rápido posible sus deportivas y empiecen a correr hacia el primer cine de su población en el que estén proyectando Una Serie de Catastróficas Desdichas de Lemony Snicket. El título hace daño a los oídos. Asusta un poco que, en un principio, esté dirigida a los más pequeños. Pero aún da más tembleque el pensar que pueda ser una especie de réplica a Harry Potter. Y muchos, cuando se enteren que sale Jim Carrey, no querrán saber nada de nada.

Pero vigilen. Las apariencias engañan. Y en este caso, estas catastróficas desdichas son una pura delicia. Bocato di cardinale. Un placer para todos los sentidas y un festival cinéfilo de aquellos que pocas veces podemos disfrutar. Y lo más curioso de todo: una película de Navidad sin cursiladas ni buenos sentimientos de ningún tipo. Todo lo contrario, vaya.

La película se basa en una serie de libros escritos por Daniel Handler bajo el seudónimo de Lemony Snicket y se plantea como una nueva vuelta de tuerca sobre el efecto Harry Potter. Pero un giro gamberro, cínico y ácido. Mucho menos acomodaticio que las aventuras del resabiado gafotas del Potter, pues la mala leche que destila el guión de este film no se encuentra, ni por asomo, en ninguna de las tres entregas del personaje creado por la multimillonaria Joanne K. Rowling.

Y detrás de todo parece que pulule la sombra más gótica y funesta del cine más corrosivo de Tim Burton. Su influencia está clarísima. La suya y por supuesto la del productor ejecutivo del invento, el artífice de la Familia Addams cinematográfica y de los Hombres de Negro, Barry Sonnefeld quien, en un principio, tenía que ser su realizador, pero ciertos desmanes sobre el presupuesto inicial hicieron que Brad Silberling tomara las riendas del mismo.

Una Serie de Catrastróficas Desdichas es una especie de mezcla fantástica de varios títulos, a cuál más gótico, pues en él encontramos el toque fúnebre y macabro de Pesadilla Antes de Navidad, la estética visual de Eduardo Manostijeras y de la citada Familia Addams y, por si fuera poco, el mismo sentido del humor que engloba a todos ellos. Y eso sólo para contarnos las aventuras y desventuras de tres hermanos huérfanos que, por culpa del acoso de un personaje perverso -dispuesto a conseguir su tentadora herencia-, irán pasando bajo la tutela de varios parientes a cuál más excéntrico.

Como era de esperar, bajo la piel del malvado Conde Olaf se esconde un desconocidísimo Jim Carrey (maravillas del maquillaje), en un registro desmadrado, pasado de rosca, pero totalmente acorde con las pretensiones de su oscuro personaje, un actor de tres al cuarto, endiosado, único en el arte del disfraz y poco compasivo para con los seres más tiernos. Un Jim Carrey sublime, adoptando varias personalidades para conseguir sus siniestros objetivos y capaz, en cada una de ellas, de seguir conservando el diabólico aspecto del Olaf original. Un Carrey que, a cada nueva interpretación, se supera a sí mismo y no deja de sorprenderme. Pero no sólo está genial él, pues los tres pequeños protagonistas, cada un en su rol, no tienen desperdicio alguno en sus respectivos trabajos, así como la magnífica colaboración de una Meryl Streep atípica, con una rocambolesca y pendulante peluca que, según cuentan, obligó a la actriz a raparse al cero para poder encasquetársela. Fenomenal. Disfruten de ella en el papel de la acelerada tía Josephine y retengan un momento antológico, aquel en que Olaf/Carrey se da a conocer a ésta. Maravilloso.

Todo conjuga a la perfección. Su narración tiene nervio. Ritmo. Sus anécdotas (pues, en realidad se trata de eso, de una sucesión de anécdotas) se van encadenando una detrás de otra, como por arte de magia, regalándonos nuevas situaciones y estrafalarios escenarios. Ahora un tren desbocado, después una serpiente gigantesca, más tarde una casa balanceante o un grupo de sanguijuelas voraces. ¡Viva la fantasía! Y siempre, todo ello, bañado con un mínimo toque terrorífico. Simple, para los más pequeños, pero terrorífico al fin y al cabo. Y, para compensar tanto horror y tanta desgracia cebándose en los tres hermanitos, el diabólico Olaf acabará convirtiéndose en un clon de Pierre Nodoyuna.

Un consejo. No se vayan del cine una vez acabada la película. Quédense, aunque sea por una sola vez, a ver sus títulos de crédito. No es que haya sorpresa al final de los mismos. No. No la hay. Pero es que estos créditos, en si mismos, son otra película entera. De cabo a rabo. Originales. Únicos. Y magníficos. No abandonen la sala hasta que terminen, aunque solo sea para oír (y saborear) la genial partitura musical de Thomas Newman. Una partitura que, a los más avezados, les recordará a los acordes de A dos metros bajo tierra.

Lo que de verdad sería catastrófico es que se dejaran escapar esta serie de catastróficas desdichas. Y valga la redundancia... La pena es que se estrenó a finales de diciembre del 2004. Y no la he visto hasta ahora. Les puedo asegurar que, sin lugar a dudas, de haberla conocido antes, figuraría entre las 10 mejores del año pasado.

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