Y aquí va la tercera entrega del largo post dedicado al análisis de la filmografía de Pedro Almodóvar. En este caso se trata de dos títulos que se caracterizan, ante todo, por la falta de ese peculiar sentido del humor que, hasta el momento, nos había ido ofreciendo el realizador manchego.
Matador (1985)
Una de las películas más atípicas de su realizador, a no ser por su propia y corta intervención, la de su propia madre (habitual en todas las cintas de su hijo, hasta su desaparición) y la de la sempiterna Chus Lampreave, así como por la aparición (siempre de agradecer) del desaparecido Luis Ciges.
En Matador demuestra un dominio total de la cámara, pero su rocambolesco y sobrecargado guión (alejado, en esta ocasión, del universo gay), su insana morbosidad y una pésima dirección de actores (algo atípico en su obra) hacen de ella uno de los films más ocuros, sombríos y aburridos de toda su filmografía, en el que no supo decantarse, en momento alguno, por la comedia o por el melodrama. a pesar de que él siguiera insistiendo en que se trataba de uno de tantos homenajes de su carrera hacia Douglas Sirk.
Por otra parte, Assumpta Serna y Eusebio Poncela rompían la monotonía de la repetición actoral, así como con la segunda aparición de Antonio Banderas tras Laberinto de Pasiones, quien luego repetiría con el manchego en alguna que otra ocasión. Bibiana Fernández (aka Bibí Andersen), que el año anterior había protagonizado un cortometraje de Almodóvar destinado a televisión (Trailer para Amantes de lo Prohibido), también pasó a engrosar la interminable lista de féminas reincidentes
Matador nos contaba la historia de una mujer resentida que acababa con la vida de sus amantes de una estocada en la nuca. Un joven aprendiz de torero con poderes parapsicológicos y una violación eran otros de los ingredientes a tener en cuenta de este indigesto cocktail, indiscutiblemente, uno de los peores tìtulos de su carrera.
La ley del deseo (1986)
Si en Matador ya buscó cierto escándalo en las plateas, seguiría los mismos derroteros provocativos en éste su siguiente trabajo, La Ley del Deseo. Contando de nuevo con Banderas, Eusebio Poncela y Bibiana Fernández, en esta ocasión fichó como nueva adquisición a Miguel Molina y a Fernando Guillén, retomando a Carmen Maura para convertirla en un creíble transexual, un personaje que optaba por esa transformación por culpa de los abusos de su padre durante la infancia.
En esta cinta asoma, al cien por cien, el lado más gay del universo almodovariano, mezclando una historia de pasiones, crímenes y celos con su particular punto de vista narrativo, en este caso cercano al más puro cine negro y a través de la historia de dos hermanos homosexuales residentes en Madrid -un director de cine y un travestí- que, por culpa del asesinato del amante de uno de ellos, verán cambiar peligrosamente su ritmo de vida.
Sin ser tan pedante y arcaica como Matador, Almodóvar urdió una trama en la que mezclaba de nuevo el melodrama con los crímenes, con más aciertos que en la anterior, pero que se perdía un tanto por culpa de sus descaradas ansias provocativas en detrimento de un guión bastante flojo, inestable y en exceso pasado de rosca.
Siempre quedará, de este título, su emblemática realización y una dirección de actores sublime y, en la memoriia de todos, la imagen de una travestida Carmen Maura mojada, de pies a cabeza, por la manguera de una brigada nocturna de la limpieza del Ayuntamiento de Madrid.
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