Ésta es la cuarta ocasión en que reviso Blade Runner, una película que, por derecho propio, se ha convertido en un clásico moderno, mucho más que una simple película de culto. Ante todo por ese afán innovador que, en su momento, revolucionó un tanto las coordenadas y la estética del cine fantástico hasta nuestros días. Un buen ejemplo de ello es, por ejemplo, Brazil, realizada pocos años después. La Tyrell Corporation, el prototipo robótico Nexus 6, las puertas de Tannhäuser o Rick Deckard, el nombre del policía protagonista, han pasado inevitablemente a formar parte de nuestra cultura popular, mientras que la palabra replicante ha acabado incluida en nuestro vocabulario habitual.
Buena parte del mérito se debe a ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?, la novela original de Philip K. Dick, pues el alucinado universo ideado por ese particular autor fue una de las mejores bazas con las que contó Ridley Scott para volcar en la pantalla su sorpresiva imaginería visual, aunque tocada un tanto por ese vicio adquirido por culpa del mundo de la publicidad (del cual procedía) a la hora de darle un tratamiento especial a su fotografía y que, en determinados planos, sólo faltaría ver sobreimpreso el nombre de alguna marca de perfumería o bebida refrescante. Ese sello visual, discutible pero al fin y al cabo atractivo (al que rápido se acostumbraría su hermano Tony desde El Ansia), junto con la envolvente sobriedad narrativa, el sinuoso ritmo pausado con el que afrontó la historia expuesta y el sutil toque filosófico con el que impregnó sus discursos sobre la muerte y la memoria, hacen de Blade Runner un producto único e irrepetible.
Su argumento es de sobras conocido por la mayoría de ustedes. Ambientada en Los Ángeles, en un futuro no muy lejano, nos presentaba una sociedad decante y curiosamente marcada por la cultura oriental (¿les suena esto a algo?). Una empresa de biogénetica, la Tyrell Corporation, había fracasado en la masiva fabricación de replicantes; o sea, robots creados a imagen y semejanza de los humanos, con la salvedad de que estos no estaban dotados ni de memoria ni de sentimientos, a excepción de la última generación de los mismos, los Nexus 6. Un policía retirado, especializado en dar caza a replicantes a partir de una revuelta violenta de estos, será reclamado de nuevo por sus antiguos superiores para terminar con cuatro Nexus 6 recién llegados a las calles de su ciudad. Tras esta premisa argumental, se esconde una historia llena de pasión y de amargura, de violencia visceral, plagada de temores personales y anotaciones casi metafísicas, que encontraba su resolución final en lo alto del edificio The Bradbury, lugar tras el que se amaga uno de los homenajes más sutiles a uno de los genios de la literatura fantástica de todos los tiempos
Blade Runner iba mucho más allá del puro espectáculo visual, ya que tras ese arrebatado relato se escondía uno de los más recordados y atípicos homenajes al cine negro de los años 40 y 50. El personaje interpretado por Harrison Ford, Rick Deckard, es totalmente deudor de aquellos atormentados detectives de los films en blanco y negro protagonizados por Humphrey Bogart, ya que Deckard, al igual que Philip Marlowe, es un tipo solitario, bebedor y amargado, al límite en sus decisiones. Su privado Halcón Maltés se localiza en la codiciada figura de Rachael, la más bella y humana de las replicantes, mientras que su Sueño Eterno se basa en destruir a Batty, el más cruel de los Nexus 6.
Para darle incluso más empaque a esa aproximación a las viejas cintas policiacas de serie B, Scott contó con la voz en off de Deckard para que éste fuera desgranando sus emociones, su personal punto de vista, un maravilloso recurso que en la versión definitiva, el llamado Director's Cut, decidió eliminar erróneamente. Y la verdad es que, vista de nuevo, aún sigo añorando la voz de Harrison Ford punteando ciertos momentos de la película, al igual que hace (demasiado abusivamente) esa música repetitiva compuesta por el griego Vangelis y que demostraba perfectamente la validez de una de las teorías más extendidas de Alfred Hitchcock, aquella que asegura que una buena banda sonora ha de pasar totalmente desapercibida para el espectador, todo lo contrario de lo que ocurre con una mala. Y, en este caso, a Vangelis se le oye todo el rato.
A pesar de ser una película calmada, Blade Runner tiene sus escenas de acción pertinentes. Recuerdo que la primera vez que la vi, en su estreno de los años 80, me impactó la persecución y posterior ejecución a balazos de la replicante Zhora, interpretada por una madura (aunque muy atractiva) Joanna Cassidy, en una secuencia ralentizada, al más puro estilo Peckinpah, en la que la malherida autómata caía muerta no sin antes haber cruzado (y destrozado con su cuerpo) varios ventanales de una galería comercial. En su día es cierto que ese brutal instante me dejó clavado en la butaca del cine. Pero, la verdad es que, visto ahora, está pésimamente resuelto: el racord va a su aire y, a cada cambio de plano, va alternando la figura de la Cassidy con la de un especialista (aka stunt man), muy masculino, al que se le encasquetó un pelucón que en nada se parecía a la melena de la actriz ya que, mientras la de ésta era pelirroja, larga y suelta, la de su doble era oscura, corta e inmóvil. Y eso duele a la vista, pero tal y como dijo Joe E. Brown a Jack Lemmon, nadie es perfecto.
¿Se han fijado que, en el fondo, Blade Runner es una película maldita? Analicemos un poco el devenir de algunos de los integrantes de esa producción: Ridley Scoot, tras su filmación, no hizo muy buenos productos que digamos, excepto salvadas excepciones (como la discutible Gladiator o la curiosa Hannibal); Harrison Ford, tras una considerable etapa dorada, ha acabado cayendo en una serie de títulos a cual más patético y olvidable, convirtiéndose en una pura caricatura de sí mismo; Rutger Hauer apostó por engordar como un tocino y dedicarse a subproductos destinados directamente a las estanterías de los vídeo-clubs más cutres; Sean Young tiene su validez como actriz aún por demostrar y Daryl Hannah no ha levantado cabeza, saltando de nimiedad en nimiedad, hasta que Tarantino (aka Repo Man) la ha recuperado para sus dos entregas de Kill Bill. ¿Qué extraño mal de ojo se esconde tras una de las películas más emblemáticas del fantástico del siglo XX?
Cuidado los que no hayan visto nunca la película, ya que para terminar, voy incurrir en un SPOILER. Por lo tanto, todos aquellos que no conozcan Blade Runner PAREN DE LEER ahora mismo, ya que les dejo una pregunta al aire para que se entretengan en su resolución. ¿Es Deckard un replicante? ¿Esa imagen del unicornio de Legend en la versión definitiva, insertada como si de un recuerdo suyo se tratara, está dando a entender que, al igual que su amada Rachael, él también es víctima de un implante de memoria en su cerebro? ¿Sueña Deckard con unicornios eléctricos?
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