31.1.05

Ustedes lo han querido: BLADE RUNNER

Ésta es la cuarta ocasión en que reviso Blade Runner, una película que, por derecho propio, se ha convertido en un clásico moderno, mucho más que una simple película de culto. Ante todo por ese afán innovador que, en su momento, revolucionó un tanto las coordenadas y la estética del cine fantástico hasta nuestros días. Un buen ejemplo de ello es, por ejemplo, Brazil, realizada pocos años después. La Tyrell Corporation, el prototipo robótico Nexus 6, las puertas de Tannhäuser o Rick Deckard, el nombre del policía protagonista, han pasado inevitablemente a formar parte de nuestra cultura popular, mientras que la palabra replicante ha acabado incluida en nuestro vocabulario habitual.

Buena parte del mérito se debe a ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?, la novela original de Philip K. Dick, pues el alucinado universo ideado por ese particular autor fue una de las mejores bazas con las que contó Ridley Scott para volcar en la pantalla su sorpresiva imaginería visual, aunque tocada un tanto por ese vicio adquirido por culpa del mundo de la publicidad (del cual procedía) a la hora de darle un tratamiento especial a su fotografía y que, en determinados planos, sólo faltaría ver sobreimpreso el nombre de alguna marca de perfumería o bebida refrescante. Ese sello visual, discutible pero al fin y al cabo atractivo (al que rápido se acostumbraría su hermano Tony desde El Ansia), junto con la envolvente sobriedad narrativa, el sinuoso ritmo pausado con el que afrontó la historia expuesta y el sutil toque filosófico con el que impregnó sus discursos sobre la muerte y la memoria, hacen de Blade Runner un producto único e irrepetible.

Su argumento es de sobras conocido por la mayoría de ustedes. Ambientada en Los Ángeles, en un futuro no muy lejano, nos presentaba una sociedad decante y curiosamente marcada por la cultura oriental (¿les suena esto a algo?). Una empresa de biogénetica, la Tyrell Corporation, había fracasado en la masiva fabricación de replicantes; o sea, robots creados a imagen y semejanza de los humanos, con la salvedad de que estos no estaban dotados ni de memoria ni de sentimientos, a excepción de la última generación de los mismos, los Nexus 6. Un policía retirado, especializado en dar caza a replicantes a partir de una revuelta violenta de estos, será reclamado de nuevo por sus antiguos superiores para terminar con cuatro Nexus 6 recién llegados a las calles de su ciudad. Tras esta premisa argumental, se esconde una historia llena de pasión y de amargura, de violencia visceral, plagada de temores personales y anotaciones casi metafísicas, que encontraba su resolución final en lo alto del edificio The Bradbury, lugar tras el que se amaga uno de los homenajes más sutiles a uno de los genios de la literatura fantástica de todos los tiempos

Blade Runner iba mucho más allá del puro espectáculo visual, ya que tras ese arrebatado relato se escondía uno de los más recordados y atípicos homenajes al cine negro de los años 40 y 50. El personaje interpretado por Harrison Ford, Rick Deckard, es totalmente deudor de aquellos atormentados detectives de los films en blanco y negro protagonizados por Humphrey Bogart, ya que Deckard, al igual que Philip Marlowe, es un tipo solitario, bebedor y amargado, al límite en sus decisiones. Su privado Halcón Maltés se localiza en la codiciada figura de Rachael, la más bella y humana de las replicantes, mientras que su Sueño Eterno se basa en destruir a Batty, el más cruel de los Nexus 6.

Para darle incluso más empaque a esa aproximación a las viejas cintas policiacas de serie B, Scott contó con la voz en off de Deckard para que éste fuera desgranando sus emociones, su personal punto de vista, un maravilloso recurso que en la versión definitiva, el llamado Director's Cut, decidió eliminar erróneamente. Y la verdad es que, vista de nuevo, aún sigo añorando la voz de Harrison Ford punteando ciertos momentos de la película, al igual que hace (demasiado abusivamente) esa música repetitiva compuesta por el griego Vangelis y que demostraba perfectamente la validez de una de las teorías más extendidas de Alfred Hitchcock, aquella que asegura que una buena banda sonora ha de pasar totalmente desapercibida para el espectador, todo lo contrario de lo que ocurre con una mala. Y, en este caso, a Vangelis se le oye todo el rato.

A pesar de ser una película calmada, Blade Runner tiene sus escenas de acción pertinentes. Recuerdo que la primera vez que la vi, en su estreno de los años 80, me impactó la persecución y posterior ejecución a balazos de la replicante Zhora, interpretada por una madura (aunque muy atractiva) Joanna Cassidy, en una secuencia ralentizada, al más puro estilo Peckinpah, en la que la malherida autómata caía muerta no sin antes haber cruzado (y destrozado con su cuerpo) varios ventanales de una galería comercial. En su día es cierto que ese brutal instante me dejó clavado en la butaca del cine. Pero, la verdad es que, visto ahora, está pésimamente resuelto: el racord va a su aire y, a cada cambio de plano, va alternando la figura de la Cassidy con la de un especialista (aka stunt man), muy masculino, al que se le encasquetó un pelucón que en nada se parecía a la melena de la actriz ya que, mientras la de ésta era pelirroja, larga y suelta, la de su doble era oscura, corta e inmóvil. Y eso duele a la vista, pero tal y como dijo Joe E. Brown a Jack Lemmon, nadie es perfecto.

¿Se han fijado que, en el fondo, Blade Runner es una película maldita? Analicemos un poco el devenir de algunos de los integrantes de esa producción: Ridley Scoot, tras su filmación, no hizo muy buenos productos que digamos, excepto salvadas excepciones (como la discutible Gladiator o la curiosa Hannibal); Harrison Ford, tras una considerable etapa dorada, ha acabado cayendo en una serie de títulos a cual más patético y olvidable, convirtiéndose en una pura caricatura de sí mismo; Rutger Hauer apostó por engordar como un tocino y dedicarse a subproductos destinados directamente a las estanterías de los vídeo-clubs más cutres; Sean Young tiene su validez como actriz aún por demostrar y Daryl Hannah no ha levantado cabeza, saltando de nimiedad en nimiedad, hasta que Tarantino (aka Repo Man) la ha recuperado para sus dos entregas de Kill Bill. ¿Qué extraño mal de ojo se esconde tras una de las películas más emblemáticas del fantástico del siglo XX?

Cuidado los que no hayan visto nunca la película, ya que para terminar, voy incurrir en un SPOILER. Por lo tanto, todos aquellos que no conozcan Blade Runner PAREN DE LEER ahora mismo, ya que les dejo una pregunta al aire para que se entretengan en su resolución. ¿Es Deckard un replicante? ¿Esa imagen del unicornio de Legend en la versión definitiva, insertada como si de un recuerdo suyo se tratara, está dando a entender que, al igual que su amada Rachael, él también es víctima de un implante de memoria en su cerebro? ¿Sueña Deckard con unicornios eléctricos?

Los Goya, José Luis López Vázquez, Amenábar y...

Como ustedes ya saben (y si no se han enterado es que viven en otro planeta), ayer se entregaron los premios Goya, ese cabezón ilustre que los más viejos del lugar no pueden acarrear con un mínimo de seguridad. No voy a extenderme lo más mínimo sobre la ceremonia (lo de siempre) ni sobre cualquier tipo de valoración, ya que las sorpresas fueron mínimas. Por si quieren, pinchen en el blog de José C., Esa La He Visto, y verán la relacion con todos los premiados.

Por cierto, que pena me dio López Vázquez. Lo vi tan senil, pobre hombre. Y justo después de leer una entrevista con él, concedida a un dominical, en la que aseguraba haberse negado a trabajar bajo las órdenes de George Cukor. Y es que a nuestro gran actor, por desgracia, ya le deben empezar a patinar las neuronas, pues con el director norteamericano rodó Viajes con mi tía. Cosas de la edad. Nos tendremos que ir cuidando todos.

Les dejo con un parecido que descubrí ayer durante la ceremonia. Viendo subir tantas veces al escenario a un eufórico Alejandro Amenábar, descubrí que éste hombre tiene una doble vida. Miren las 2 fotos siguientes y juzguen por sí mismos.


¿Padre Apeles?


¿Alejandro Amenábar?

30.1.05

Cerrando temas

Mañana inauguraré una nueva sección. Una sección esperada. Bajo el título genérico de Ustedes Lo Han Querido, irán conociendo el análisis spauldiniano de una serie de títulos que muchos me sugirieron, desde este blog, la semana pasada. Y se estrenará con un título mítico, seleccionado por la mayoría de visitantes de esta página, Blade Runner.

Éste será un apartado que colgaré, más o menos, una vez por semana, pues la lista de películas es larga y, antes de diseccionarlas, me gustaría poder volver a revisarlas. En este momento cuento con más de 28 solicitudes en cartera, con lo cual, y hasta nueva orden, cierro el llamamiento de peticiones.

No me gustaría despedirme hasta mañana sin resolverles un enigma que a algunos les tiene desvelados desde que, hace unos cuantos días, les conté, en el post Spaulding... ese tío raro, lo de mi coleccionismo enfermizo. Aquí, a continuación, les cuelgo el pequeño listado de películas que solicitó la hija de ese matrimonio amigo mío. Modesto pero suculento. Juzguen por sí mismos:

Al final de la escalera
Anatomía de un asesinato
Atrápame si puedes
Chicago
Chocolat
Lost in translation
Magnolia
(la de Paul Thomas Anderson)
Mejor... imposible
Psicosis
La zona muerta

Me cago en El País

La verdad es que estaba entusiasmado con la nueva colección de clásicos de cine en DVD que hoy lanzaba al mercado el diario El País, bajo el título de Cine de Oro. A pesar de poseer casi todos los títulos que ofrecen, aún me quedan pendientes algunos de ellos. Y mi afán coleccionista empezaba ya a relamerse ante la pronta adquisición de pequeñas joyas como Mogambo o El Halcón Maltés y así poder deshacerme de las extintas copias en VHS que tenía de éstas.

A pesar de contar ya con Casablanca, hoy he comprado El País. Dicen que a caballo regalado no le mires el dentado pues, como oferta de lanzamiento, la ofrecían sin coste adicional alguno. Mi intención era darle un vistazo y ceder la película a algún amigo que aún no la tuviese en sus estanterías. Y, sólo llegar a casa, me he llevado una gran decepción. De buenas a primeras, un balazo en la frente, aunque antes de entrar en materia, les querría dejar bien claro que, a parte de todos los problemas, es aplaudible la decisión de sacar una colección como ésta. Pero, ya que lo hacen, ¡qué lo hagan bien!. Por lo tanto, sólo un aplauso de una única palmada.

Y es que es lo que han hecho, a mi parecer, resulta penoso. En primer lugar un inconveniente ya esperado aunque, en parte, perdonable. La edición de la película es perfecta. Su calidad digital es buena, respetando su versión original y dando la opción del subtitulado en castellano. Lo más triste del caso es que, en comparación con la copia de la Warner de un solo DVD (ya que también está a la venta una edición especial en 2 discos), han eliminado un interesante reportaje narrado por Lauren Bacall, así como el trailer original de cine.

La segunda puntada (le pueden eliminar la "n" a la palabra) y la más mortal se encuentra en el formato ideado para almacenar esos deuvedés. En un principio era interesante lo de ofrecer la película y, al mismo tiempo, un libro sobre la misma. En lugar de hacerlo por separado lo han metido todo en un mismo saco, respetando más la forma de un libro que el estándar de una película. Una gran jugarreta para los coleccionistas pues, comparando su volumen con el de una caja normal de DVD, es un poco más alto y muchísimo más amplio, con lo que es imposible compilarlo en las estanterías específicas para este tamaño. Eso sin tener en cuenta que el tipo de encuadernación es de aquellos que, en cuatro días, empezará a deslomarse por todas partes.


El nuevo formato "churro-libro-DVD"

Teniendo en cuenta su elevado precio de 9 euros (10 con el ejemplar del periódico), les recomiendo que opten por buscar las ediciones originales de la Warner, en donde no se hace ningún tipo de publicidad, en su portada, de El País o de Telefónica. Les puedo asegurar que la mayoría de las películas anunciadas se pueden encontrar mucho más baratas en algunos establecimientos conocidos por todos. No tendrán el libro, pero ganarán los extras que la mayoría de esos discos llevan consigo.

En otro orden de cosas y aprovechando la coyuntura, me gustaría recomendar efusivamente, al menos al público catalán, la propuesta de El Periódico de Catalunya ya que, desde el pasado domingo, con el diario, regalan un DVD espléndido. Están editando Dies de Transició, una excelente serie producida por TV3 y emitida la pasada temporada, en la que se plasmaban los hechos más emblemáticos que conformaron la transición política en nuestro país, empezando por el ajusticiamiento de Puig Antich y terminando con el tristemente célebre 23-F, sin olvidar momentos históricos como la muerte del dictador o el atentado a Carrero Blanco. Todo en 14 episodios de media hora de duración cada uno. En su día tuve la oportunidad de seguirla y les puedo asegurar que es un prodigio de documentación, con escenas de la época y un ritmo narrativo envidiable.

29.1.05

Para mayores de 18 (con reparos)

Corría el año 74. Apenas tenía 15 años recién cumplidos. Empezaba a afeitarme a duras penas. Por esa época ya tenía muy arraigado, dentro de mí, esa extraña pasión enfermiza por el cine. Era un sábado por la tarde y decidí, en compañía de un amigo (aún imberbe como yo), irme de estreno. Entiéndanme, no vayan a pensar mal. Nuestra pretensión era, sencillamente, dejar por un fin de semana los cines de barrio de sesión doble para acercarnos al centro de Barcelona y, como unos señoritingos, ver una película de la última hornada.

Miramos la cartelera y, ¡eureka!, acababan de poner una nueva del James Bond, la segunda de Roger Moore, El Hombre de la Pistola de Oro. Eso prometía. Pero había un gran problema. Un pequeño gran problema pues, en esos tiempos, los acomodadores eran una especie de cancerberos terroríficos que no te dejaban franquear la entrada si no tenías la edad establecida por nuestros censores para poder visionar según que películas. Y la de 007 estaba calificada para mayores de 18 (con reservas). Así, tal cual, con la coletilla, inexplicable, de con reservas. Putada. Y la echaban en el Regio Vistarama, un local ya desaparecido que ahora está ocupado por... nada; o sea, un solar medio derruido en el que se apuestan cuatro moros para trapichear con tabaco americano de contrabando.

Acostumbrados, como estábamos, a colarnos en los cines de barrio y en los de los pueblos en los que veraneábamos, decidimos hacer de tripas corazón y probar suerte en la sala en la que proyectaban la de James Bond. Viaje en Metro, salida en Paralelo, sudores fríos y tembleque en las piernas. Primera prueba: la taquilla. Una débil vocecita, la de mi amigo, atronó (es un decir lo de atronar) ante el hygiaphone (vaya palabreja más rara para definir un ventanuco con interfono prehistórico). “Dos entradas de platea”. Supongo que la taquillera, extrañada, nos buscó con su mirada extraviada y sólo atisbó dos cabecitas que asomaban un poco ante su garita. El sudor frío se había convertido en anticongelante. Jamás había tragado tanta saliva como en esos microsegundos. Y la mujer, la buena mujer, nos soltó el par de entradas solicitadas. Primera prueba superada. Ahora tocaba la peor, la del guardián del tesoro, el hombre de la linterna.

“Ahora te toca a ti”. Mi amigo ya había dado la cara en la taquilla y no quería responzabilizarse de la posible desgracia que estaba a punto de caernos encima. “Tranquilo, ya me encargo yo del pilas”, aseguré, con voz trémula y muy poco convincente. Pura chulería, pues en realidad estaba acojonado y se me estaba haciendo un complicado nudo marinero en el estómago. El colega me pasó las dos entradas. Las cogí con mis sudorosas manos. Con paso firme me dirigí al portero, engalanado como un militar de alta graduación en una fiesta de la jet set. Le tendí los dos tickets mientras mi compañero se escondía tras de mí. “¿Edad?”. El tío soltó la pregunta sin inmutarse. “18 años”, respondí no muy convencido. El uniformado nos escudriñó de arriba abajo, con cara de desprecio. Por unos instantes me vi encerrado en el calabozo del cine. “¿Me prestan su carnet de identidad?”, inquirió alargando la mano. ¡Qué coño el calabozo del cine..., iríamos a parar a las mismísimas mazmorras, en lo más profundo, al lado de Pedro Botero! En ese momento, por primera vez en mí vida, me cagué en la Santísima Trinidad. Disimulando, y viendo que el tío se mantendría allí quieto, inmóvil, hasta que no saliese el DNI, simulé hurgar en los bolsillos de mi abrigo, una de esas prendas abigarradas de los setenta, con capucha incluida. Y, con tal de no enseñarle el documento policial, le espeté lo primero que se me cruzó por la cabeza. “Me lo he dejado en el coche”. Nos cogió las entradas, nos rogó que le siguiéramos hasta la taquilla y, allí, nos devolvió el dinero pagado. “Ahora, majos, ir al coche y volved a casa con mamá”. La puta que lo parió. El muy cabrón nos había descubierto.

Apesadumbrados y no dispuestos a perder nuestra tarde de estreno, pillamos de nuevo el Metro y nos dirigimos a otro cine céntrico, al lado de la Rambla Catalunya, el Provenza, otro local ahora reconvertido en... nada y en el que ni siquiera cuatro moros venden tabaco norteamericano de contrabando. Allí daban El Dormilón, una comedia de un tipo que, por aquel entonces, aún desconocía, un tal Woody Allen. Y, para jodernos la tarde al completo, también estaba calificada para mayores de 18. Por supuesto, con la coletilla de sin reparos. La rehostia, vaya.

Nueva incursión. Otra vez la taquilla. Como antes, igualmente superada, no sin sudores ni tembleques. “¿Y si el tío del otro cine ha llamado por teléfono y les ha dado nuestra descripción?”, me preguntó el mentecato de mi amigo cuando ya teníamos las entradas en la mano. Un tío optimista, sí señor. Nos encaminamos hacia el portero, también engalanado como el otro. Mal augurio. Le tiendo las entradas. Ni nos mira. La ignorancia total. Las corta y nos las da. Se había producido el milagro y la Santísima Trinidad, tocada por mi poca delicadeza, había intercedido por nosotros. Entramos en la sala, ya a oscuras. Estaban soltando la ristra de anuncios publicitarios. Otro tipo vestido de militar, acompasado por un curioso tintineo de monedas, nos acomodó con la ayuda de su linterna. Le solté 10 duros de propina, como una especie de agradecimiento por habernos dejado cruzar el umbral. Mi amigo, sin haberse percatado de mi acto generoso, le soltó otros 10. ¡20 duros de esos tiempos! ¡El pilas se debió tomar un cubata a nuestra salud! Los nervios hicieron que nuestra racanería habitual desapareciera. Tanto él como yo, éramos conscientes de que, en ese preciso instante, nos habíamos hecho mayores. Acabábamos de crecer. Seguramente, al día siguiente, tendría mucha más barba y mi amigo dejaría de ser imberbe.

¿Y para qué les he contado todo este rollo, se preguntarán? Pues ni yo mismo lo sé. Batallitas de abuelo.

28.1.05

El sexto sentido

Hoy no pensaba actualizar la página. Me quería tomar un día de asueto. Pero, gracias a mi cuñado Absence, he descubierto el mejor blog de la historia mundial. Único. Absorbente. Para pasarse horas enganchado.

No puedo menos que linkarles a ese rincón oscuro, casi metafísico. Pinchen aquí y que ustedes lo pasen bien. Después de esta experiencia, creo que tendré que dejar esta página, pues ESO es insuperable.

Mañana nos vemos. O no, pues he de reponerme del impacto.

27.1.05

Su vida en Pal o Secam

Vivimos en una sociedad tecnológicamente avanzada en la que, nuevos y sofisticados sistemas de vigilancia, nos tienen completamente controlados. Satélites espías, cámaras de vídeo en las calles de nuestras ciudades, en los cajeros automáticos, en los grandes almacenes, en ciertos lugares de trabajo y hasta en nuestros propios interfonos caseros. Llegará un momento en que nuestras vidas quedarán totalmente registradas y la palabra intimidad, por defecto, habrá perdido todo su significado. Quedarán registrados nuestros movimientos diarios, desde el más simple al más secreto. La hora en que bajamos a comprar el pan o el número de veces que orinamos a lo largo de una jornada, ya no serán ningún secreto para aquellos que trasiegan tras grandes paneles plagados de monitores. El Gran Hermano se habrá apoderado de nosotros. Y la democracia brillará en todo su cínico esplendor, siempre bajo la excusa de nuestra seguridad personal.

Otros, como plantea la producción canadiense La Memoria de los Muertos, ópera prima del jordano Omar Naim, optarán por un control de sí mismos aún más sofisticado: un pequeño microchip insertado en el cerebro desde el día del nacimiento (a propuesta, claro está, de los padres de cada cual). Un microchip capaz de registrar en imágenes toda una vida. Una pequeña cámara subjetiva que no nos abandonará hasta el momento del traspaso final. Y es aquí, en este punto, en donde una multinacional de las Pompas Fúnebres entrará en acción, siempre para ofrecer en sus respectivos funerales una ofrenda visual para deleite de nuestros familiares y amigos más allegados, mediante la proyección de un pequeño cortometraje único en el que se recogerán los instantes más emblemáticos y dulces de toda una existencia, pues está claro, tal y como mandan los cánones, que nadie es un cabronazo-de-mucho-cuidado en el momento de su muerte.

Y detrás de todo el tinglado, los seres más sombríos y apenados de nuestra sociedad. Los verdaderos hombres de negro, los montadores de nuestro homenaje póstumo. Aquellos que delimitarán nuestras buenas acciones y que eliminarán, para su edición final, los pasajes más dudosos de nuestra existencia. Allí es donde entrará en juego el Robin Williams de turno, el más cotizado en ese oficio, un hombre apenado y gris, pues toda la miseria humana que ha conocido en su solitario trabajo le ha marcado inexcusablemente el carácter.

Y no sigo con la exposición, pues éste es, sencillamente, el punto de partida de una de las mejores propuestas cinematográficas actualmente en cartelera. Un thriller diferente, al que muchos querrán comparar, erróneamente, con el cine de Shyamalan. Mientras éste apuesta por sorprendernos con giros forzados y "esperados" en el último tercio de cada una de sus películas, el tal Naim nos pilla igualmente desprevenidos pero a través de la lógica más aplastante. Y sin trampas, pues viendo La Memoria de los Muertos (más acertado su título original, The Final Cut) y conociendo su premisa argumental, es lógico que todos pensemos hacia que tipo de derroteros nos llevará su historia. Y es allí en donde se encuentra la teórica sorpresa, pues no es tal, ya que la cinta nos encamina hacia otra dirección, ciertamente inesperada pero, en realidad, aún más plausible que la de nuestras propias previsiones. O, al menos, eso me ocurrió a mí.

La película es calmada, de filmación y narración académica, brillante. Triste. Muy triste. Y escalofriante. Naim se toma su tiempo, disfruta con lo que cuenta y eso se nota. Lo explica con parsimonia, saboreando el momento, como un gourmet, sin prisas, aunque empezando con un prólogo magnético. Duro pero intachable, de esos que consiguen mantenerte atento durante el resto de su metraje, asimilando cada uno de los detalles con los que armoniza su exposición. Todo cuadra, nada está puesto de más.

Y apoyando toda esta interesante propuesta está Robin Willimas, metido en la piel de Alan Hackman. el apesadumbrado montador protagonista. Un Williams soberbio, moderado, más cercano a la interpretación contenida de Retratos de una Obsesión que a la de sus desmanes más habituales. Un trabajo por el cual se hubiera merecido una indiscutible nominación al Oscar y que conjuga, perfectamente, con una dirección artística tan metódica como efectiva, capaz de transformar el apartamento en el que habita en una especie de salón mortuorio, oscuro y aséptico, como el propio Hackman.

The Final Cut no es tan sólo un thriller al uso. Va más allá. Es una película que, al igual que la ingeniosa ¡Olvídate de mí!, nos habla de la memoria, de los recuerdos. De la falsedad que se esconde en la mayoría de nuestras lejanas evocaciones, de la manera en que la memoria puede cambiar ciertos pasajes de nuestra vida, acomodándola a nuestras necesidades más inmediatas. Del modo en que nuestra conciencia, de manera inconsciente, puede sugerirnos olores, colores o formas con las que jamás hemos coincidido y, por su deformación engañosa, hacernos creer que determinados episodios del pasado fueron de una manera muy concreta, alejándonos totalmente del modo en que realmente ocurrieron esos hechos.

Un film modesto y modélico que nos demuestra que, en el cine fantástico, por suerte, aún pueden seguir narrándose historias sin depender de ningún tipo de efectos especiales, amparándose tan sólo en sentimientos y emociones. Créanme. No se dejen escapar esta propuesta. E intenten recordar este post tal cual. No dejen que su memoria les acabe jugando una mala pasada.

26.1.05

Secretos, mentiras y verdades

Ayer fui a ver Closer. Me apetecía. Y mucho. Entre otras cosas (aparte de haber leído críticas al respecto muy positivas) porque Mike Nichols, su realizador, siempre me ha caído bien, a pesar de que en los últimos años su carrera empezará a dar trompicones y él, como creador, se fuera acomodando demasiado, pero cuando pienso en ¿Quién teme a Virginia Woolf? o en El Graduado hacen que, para mí, ese hombre aún se merezca un respeto.

En Closer quiere hacer un retrato, bastante asfixiante, de la vida en pareja, quizás olvidándose de que ya lo dijo todo (y mucho mejor), hace la friolera de treinta años, en la ya citada Virginia Woolf. Allí, sin tapujos (teniendo en cuanta la época) y amparándose en la obra teatral de Edward Albee, desgranó los secretos más íntimos y recónditos de dos parejas al límite. Richard Burton y Liz Taylor (casi interpretándose a sí mismos) y George Segal y Sandy Dennis. Sólo cuatro actores y un excelente guión. La cinta era visceral. Encomiable. Y te golpeaba duramente en lo más profundo.

Ahora, como he dicho antes, vuelve a recurrir al mismo tema, aunque de manera errónea. Dos parejas igualmente. Casi cuatro personajes únicos. Ellos de profesiones liberales, un escritor y un dermatólogo, o lo que es lo mismo, Jude Law y Clive Owen. Ellas más distantes en sus trabajos, una fotógrafo y una stripper, o sea, Julia Roberts y Natalie Portman. Y Nichols los empareja; Jude con Natalie, Julia con Clive, para después, una vez bien definidos y colocaditos cada uno de ellos(as) con sus respectivos(as), los agita un poco, como en una coctelera, y empieza a mezclarlos entre ellos, para reunificarlos un poco más tarde. Y, cuando parece haberse calmado la marea, vuelta al meneo inicial. Todo ello como muy académico, excesivamente teatral, con grandes (y sorprendentes) elipsis narrativas (quizás lo más elegante y mejor de la función). Saltos en el tiempo. Ahora voy para adelante, luego voy para atrás. Y muchos diálogos. Como en Virginia Woolf, pero en falso. Y demasiado exagerado.

Viendo Closer tuve la impresión de que, en cualquier momento, aparecería en pantalla Woody Allen. Muchos, últimamente, han empezado a aporrear con cierta irascibilidad la filmografía del multioficios neoyorquino, pero les aseguro que éste hubiera sacado mejor tajada de la historia que nos vende Nichols pues, en un principio, la película tiene todos los ingredientes necesarios para ello: sus snobs protagonistas, la vida en pareja, el adulterio... Y habríamos salido ganando con Allen tras la cámara, pues por mucho que siempre haga la misma película, la confecciona con maestría, con gracia, inteligentemente. Y Nichols ha jugado a imitarlo. En lugar de Nueva York (para evitar las comparaciones) busca refugio en la vieja Europa, Londres concretamente, pero hace hablar a sus personajes como si estuvieran en Hanna y sus Hermanas. Pero sin chispa. Quieren ser diálogos inteligentes, pero en realidad suenan a falso. Son forzados, nada creíbles y, en los momentos teóricamente más tensos (que son muchos), rompen cualquier tipo de dramatismo.

Y es una lástima que la película se desmorone por culpa de esa cargante artificialidad que abriga su maniqueo guión, pues la idea de plasmar en pantalla las relaciones de pareja a partir de los engaños y de la crudeza que a veces puede suponer oír la verdad en boca de la persona amada resultaba, a priori, ciertamente interesante. Pero todo se le viene abajo por ese incontrolado afán de pretender ser más inteligente a cada nuevo golpe de guión. Al menos, personalmente, no creo que, en las discusiones matrimoniales, por muy cultos que sean sus púgiles, nadie pierda los papeles en sus comentarios y réplicas, salvando los ataques desmesurados del contrincante con contundentes y perspicaces réplicas. Ni en el Parlamento, vaya. Pura falacia. La falsedad más rotunda que hace que de nada sirvan las buenas intenciones que, indiscutiblemente, abrigaba el film.

Suerte tiene Mike Nichols de sus cuatro actores principales (casi únicos), pues todos, del primero al último, están soberbios, mayúsculos, en nada sobreactuados a pesar de que, en ciertos momentos, hubiera sido el recurso más fácil para ellos. La moderación más contenida, incluida la de una sorprendente Julia Roberts. Y ya es difícil esa contención interpretativa teniendo en cuenta el desmadre que se esconde tras ciertas situaciones y diálogos.

Definitivamente, me quedo con las arquetípicas parejas del cine de Allen. Al menos no me aburren. E incluso, a veces, hasta me las creo... Aunque, analizando fríamente mi desengaño ante Closer, he descubierto que posiblemente éste sea debido a que la propia Natalie Portman ordenó eliminar una escena en la que se mostraba absolutamente desnuda ante la cámara. Lástima. Estoy seguro que sin ese corte, la película, a mi gusto, habría ganado algún que otro punto más.

En DVD... ¿saldrá el Director's Cut con la secuencia eliminada?

Espectros

Anoche se me apareció Agustín González. Para increparme. Y con toda la razón del mundo. Su voz atronó en mis oídos mientras me atravesaba con su mirada: "¿Se ha trastocado usted don Spaulding? ¿Cómo se le ocurre darle la oportunidad, a todos esos desalmados, de solicitar una película de manera aleatoria? ¡No se me queje cuando le hagan hablar de Bergman o de Paco Martínez Soria!"

Y no anda desencaminado el espectro del gran Agustín González. En un par de días...¡ya tengo la friolera de 23 títulos solicitados! Tomen paciencia. Poco a poco los iré colgando. Al menos uno por semana. Y si se les ocurren más peticiones, aprovechen ahora que estoy en plena enajenación mental. Ya saben, debajo de cualquier post, en los comments, pueden seguir vertiendo sus más perversas solicitudes... Yo ya me he comprado una agenda en donde ir anotando sus sugerencias.

25.1.05

La ley del mínimo esfuerzo

Tuve ocasión de verla en el pasado Festival Internacional de Cinema de Catalunya (Sitges) y ahora, un mes después, ha llegado a las pantallas españolas. Se trata de El Grito, el remake norteamericano del film japonés La Maldición (The Grudge). Y, curiosamente, dirigida por el mismo personaje que se encargó de filmar la cinta original, Takashi Shimizu, un tipo un tanto falto de ideas que, desde que filmó la primera Maldición, se dedica a repetir la misma película a la mínima de cambio, pues antes de aceptar el encargo de Sam Raimi -productor de la nueva entrega- para machacarla con financiación norteamericana, hizo una secuela que, según cuentan aquellos que la han visto (y entre los que no me cuento), es una pura copia de la cinta primitiva.

La verdad es que cuando vi El Grito en Sitges me pareció una película en nada original, aunque correcta y entretenida. Y punto. Sin nada más a su favor. De esos productos que no molestan pero que, al mismo tiempo y sólo empezar sus títulos de crédito finales, uno se olvida totalmente de lo que acaba de ver. Como ocurre con las hamburguesas de ciertos establecimientos: mejor no analizarlas con detenimiento. Mascar y tragar. Sin respirar. Sin degustarla demasiado, para no encontrar sorpresas. No daña, pues en el fondo, ignoramos de que están compuestas.

La historia es la habitual en el género de fantasmas orientales. Pocas sorpresas y ni una sola novedad. Una casa maldita, en la que en el pasado hubo una serie de asesinatos. Sus nuevos inquilinos caerán bajo el influjo de un sinnúmero de fantasmas que vagan intentando encontrar la paz eterna. Como los espectros de El Sexto Sentido, pero en espectacular, melenudos y un tanto escalofriantes. Y como no pueden dormir, acaban puteando al personal. Y todo el enigma parece encaminado a que vaya ser resuelto por una joven asistente social, excusa ideal para que la Buffy Cazavampiros (¡qué sosa es esta niña!) de su salto a la pantalla grande.

Y es que todas estas películas son iguales. Cuatro sustos bien tramados, aunque efectistas. De esos en los que la música sube, sin ton ni son, muchos decibelios por encima de lo normal, para que aparezca un espectral y sombrío niño cabezón en lo alto de una escalinata o, en su defecto, algún que otro de esos espantajos peludos acabe asomando por la pantalla de un televisor. ¡Que original es el vago del Shimizu!

Ayer, con la finalidad de juzgar El Grito con más criterio, decidí mirar La Maldición (The Grudge), la primera. La película que provocó ese éxito inexplicable que le ha llevado a realizar su nueva versión para un mercado más amplio. Y la verdad es que la película es patética. Es como la americana, pero en pobre, aburrida y pésimamente explicada. Que no entendí nada, vaya. O ayer tenía una tarde ciertamente espesa o es que el guión perdía agua por todas partes.

No me voy a gastar más en una película como ésta. Fast Food. Cómela como puedas y cágala cuanto antes. No molesta pero es ahorrable. Que conste que me refiero de nuevo a El Grito, el remake, pues la original, La Maldición (The Grudge), ya es indigesta con solo olerla. Y es que Sam Raimi debe haber metido mucho baza en el nuevo remozado éste, puliendo cabos sueltos (que aún le quedan, de todas maneras), reunificando personajes, dotándole de ritmo narrativo y otorgándole un look visual mucho más atractivo. Pero, en el fondo, todo es pura fachada para esconder una vanalidad innecesaria. O sea: ver y olvidar.

Por cierto. Miren si será perezoso el Shimizu éste que ni se dignó viajar a los EE.UU. para rodar de nuevo su título fetiche. Se quedó en casita, con las zapatillas y el kimono bien colocaditos. "¡Qué viajen los yanquis!", debió pensar... Tío vago...

Nominaciones a tutti plen

Ya han salido las nominaciones al Oscar del 2004. Las previsiones cumplidas, excepto por la nominación a Clint Eastwood como actor (¡ya era hora de que se empezara a reconocérsele en esa faceta!). Ahora empieza la payasada esa de las quinielas, las porras y todo tipo de previsiones. Y, en este país, como siempre, los estrenos de las principales nominadas irán llegando a pasito de tortuga, para que nos pille el toro a última hora sin haberlas podido ver todas.

Por otra parte también pululan ya las otras nominaciones, las más gamberras, las de los premios Razzie. O sea, el de las peores películas del año, los anti-Oscar.

Y, cómo no, ya que les he linkado con estos premios, también le daré una oportunidad a nuestros Goya y sus nominados. El domingo los premios. Ahora las previsiones personales.

Abajo, en los comments, si les apetece, sus pronósticos. A poder ser sobre los Goya, que son los más cercanos. Hagamos un poco de país aunque, vistos los resultados, este año no se lo merezcan mucho nuestros hombres de cine.

Y de paso, y puestos a hacer el payaso también nosotros, y tal como dije hace algunos días, piénsense algún jueguecito de cara a los Oscar para insertar en este blog. Yo, al menos, ya estoy barruntando alguna cosa.

Noche de Cine

El pasado mes de diciembre nació un nuevo portal de cine en Internet, Noche de Cine. Su principal responsable es David Huélamo quien, desde ese portal, intenta englobar todo tipo de referencias al mundo del séptimo arte, reservando una estimable sección en la que irá destacando aquellos blogs dedicados al cinematógrafo en todo su esplendor.

Si hoy se dan un garbeo por Noche de Cine podrán descubrir, entre otras cosas, los secretos más íntimos e inconfesables de quien esto escribe, Spaulding.

24.1.05

Almodóvar de 2 en 2 (III): De estocadas, crímenes y transexuales

Y aquí va la tercera entrega del largo post dedicado al análisis de la filmografía de Pedro Almodóvar. En este caso se trata de dos títulos que se caracterizan, ante todo, por la falta de ese peculiar sentido del humor que, hasta el momento, nos había ido ofreciendo el realizador manchego.

Matador (1985)

Una de las películas más atípicas de su realizador, a no ser por su propia y corta intervención, la de su propia madre (habitual en todas las cintas de su hijo, hasta su desaparición) y la de la sempiterna Chus Lampreave, así como por la aparición (siempre de agradecer) del desaparecido Luis Ciges.

En Matador demuestra un dominio total de la cámara, pero su rocambolesco y sobrecargado guión (alejado, en esta ocasión, del universo gay), su insana morbosidad y una pésima dirección de actores (algo atípico en su obra) hacen de ella uno de los films más ocuros, sombríos y aburridos de toda su filmografía, en el que no supo decantarse, en momento alguno, por la comedia o por el melodrama. a pesar de que él siguiera insistiendo en que se trataba de uno de tantos homenajes de su carrera hacia Douglas Sirk.

Por otra parte, Assumpta Serna y Eusebio Poncela rompían la monotonía de la repetición actoral, así como con la segunda aparición de Antonio Banderas tras Laberinto de Pasiones, quien luego repetiría con el manchego en alguna que otra ocasión. Bibiana Fernández (aka Bibí Andersen), que el año anterior había protagonizado un cortometraje de Almodóvar destinado a televisión (Trailer para Amantes de lo Prohibido), también pasó a engrosar la interminable lista de féminas reincidentes

Matador nos contaba la historia de una mujer resentida que acababa con la vida de sus amantes de una estocada en la nuca. Un joven aprendiz de torero con poderes parapsicológicos y una violación eran otros de los ingredientes a tener en cuenta de este indigesto cocktail, indiscutiblemente, uno de los peores tìtulos de su carrera.

La ley del deseo (1986)

Si en Matador ya buscó cierto escándalo en las plateas, seguiría los mismos derroteros provocativos en éste su siguiente trabajo, La Ley del Deseo. Contando de nuevo con Banderas, Eusebio Poncela y Bibiana Fernández, en esta ocasión fichó como nueva adquisición a Miguel Molina y a Fernando Guillén, retomando a Carmen Maura para convertirla en un creíble transexual, un personaje que optaba por esa transformación por culpa de los abusos de su padre durante la infancia.

En esta cinta asoma, al cien por cien, el lado más gay del universo almodovariano, mezclando una historia de pasiones, crímenes y celos con su particular punto de vista narrativo, en este caso cercano al más puro cine negro y a través de la historia de dos hermanos homosexuales residentes en Madrid -un director de cine y un travestí- que, por culpa del asesinato del amante de uno de ellos, verán cambiar peligrosamente su ritmo de vida.

Sin ser tan pedante y arcaica como Matador, Almodóvar urdió una trama en la que mezclaba de nuevo el melodrama con los crímenes, con más aciertos que en la anterior, pero que se perdía un tanto por culpa de sus descaradas ansias provocativas en detrimento de un guión bastante flojo, inestable y en exceso pasado de rosca.

Siempre quedará, de este título, su emblemática realización y una dirección de actores sublime y, en la memoriia de todos, la imagen de una travestida Carmen Maura mojada, de pies a cabeza, por la manguera de una brigada nocturna de la limpieza del Ayuntamiento de Madrid.

23.1.05

Policías de Nueva York

No es del todo una solicitud formal, pero el otro día Flux lanzó al aire la posibilidad de hablar de algún título cinematográfico que no fuera capaz de adormecerla en su visionado. Llevo varios días barruntando qué le debe agradar a esa buena mujer. Mayor, japonesa, ciega, amante del buen cine, impulsiva... ¡Eureka! Nada mejor que un clásico. Pero un clásico atípico. Algo original, poco visto en los últimos años. De esos que no tengan muchos pases televisivos en su haber. Y al final, esta mañana, he dado en el clavo. Y, aparte, he tenido la oportunidad de disfrutarla como en la primera ocasión en que la vi. Para usted, Flux, en su aniversario. Felicidades. Y, como es obvio, para todo el resto, pues es un título que bien vale la pena recuperar. Aunque dificultoso, pues por lo que he podido indagar no está editado ni en DVD ni en VHS. Por suerte, hace un tiempo, tuve la oportunidad de grabarla en vídeo durante una emisión televisiva. Se trata de Brigada 21.

Estoy hablando de una de los mejores trabajos de un hombre portentoso, William Wyler. Un cineasta mayúsculo. Muchos títulos en su haber y muy pocas decepciones. Todo un artesano al que se tendría que reivindicar más a menudo, pues cuando alguien hace alguna referencia suya, parece que sólo hubiera dirigido Ben-Hur. Y, en realidad, tras ese nombre, se esconde un montón de películas incuestionables, pequeñas joyas cinematográficas como la que ahora nos ocupa, la citada Brigada 21.

La película está fechada en 1951, dos años después de haber realizado La Heredera. Su título original es Detective Story. De nuevo, como en multitud de ocasiones, nuestros traductores siguieron yendo totalmente a su bola. Pero esto es lo de menos, son problemas al margen de la producción. Basada en una obra teatral de Sidney Kingsley, Wyler reflejó a las mil maravillas la vida diaria en una comisaria de policía de la ciudad de Nueva York. Una comisaría destartalada, en cuyo interior trabaja un grupo de detectives manejando varios casos al mismo tiempo. Son seres de carne y hueso que, sin darse capones en la cocorota entre ellos, arrastran sus problemas personales durante su labor policial. Gente dura, acostumbrada a tratar con lo más ruin, lo más bajo.

Uno de esos tipos curtidos es el detective Jim McLeod. O, lo que es lo mismo, Kirk Douglas. Un deslumbrante Kirk Douglas que, con su entereza, logró componer todas las claves habidas y por haber para que entendiéramos al cien por cien la oscura mentalidad de ese policía. Todo lo negativo se junta en él: obsesivo, intolerante, vengativo, irascible, impulsivo, violento... Pero Wyler es sabio y no se ceba en él. Al contrario. Con su metódico dibujo, consigue que el espectador acabe encariñándose de éste pues, a pesar de esos múltiples rasgos un tanto fachendas, tras lo más profundo de ese ser, del tal McLeod, se esconde un hombre marcado en su infancia por los mismos defectos que ahora ostenta ante sus compañeros y los delincuentes a los que persigue.

Brigada 21 no reniega, en momento alguno, de su procedencia teatral. Todo ocurre entre las cuatro paredes de esa mugrienta comisaría, lugar por el que van desfilando todo tipo de caracteres. La bondad y la maldad se mezclan a cada golpe de guión. Eterno tema cinematográfico al que el realizador saca el máximo provecho en cada una de sus escenas y en las que, al mismo tiempo, intenta delimitar con una mínima frontera. ¿Dónde empieza la verdadera maldad? Y, analizándolas aisladamente, cada una de éstas escenas tienen su propio significado. Nada está puesto porque sí. Todo tiene su razón de ser. Así, cuando nos golpea con su crudo final, todo cobra sentido.

Cine negro en estado puro. Seres solitarios, amargados. Seres enamorados, aunque incapaces de entender a sus parejas. No es sólo una historia de detectives, como su título original indica. Es una historia humana. De amor, de desamor. Con un guión maravilloso. Emotivo, cruel, sensible. Sabe jugar con nuestros sentimientos. Los exprime. Y nos duele. Y, siendo una película con tipos duros, nos hace llorar. Un maestro este Wyler. Y William Bendix (vaya pedazo de secundario) intercede entre nosotros y el obcecado personaje de Kirk Douglas. Su Pepito Grillo particular. El único capaz de comprender la tortura mental a la que a diario se somete el detective Jim McLeod.

Y ya en esa época, a principios de los 50, la película fue capaz de exponer ciertos temas que aún hoy en día siguen siendo motivo de debate y sobre los que poco se ha avanzado. El aborto y el maltrato doméstico (eso que ahora se ha dado en llamar la violencia de género). Sin tapujos. A bocajarro. En unos tiempos en que todo el mundo sabía pero nadie se atrevía a hablar de ello.

Un clásico a recuperar. Blanco y negro. Diálogos inteligentes. Sorprendentes. Cine en estado puro. No es de extrañar que una serie televisiva de culto, como es ya Policías de Nueva York, se inspirase directamente en esta obra para crear las coordenadas que sustentan su éxito

Si yo tuviera un sombrero me lo sacaría ante el colosal William Wyler.

Ustedes tienen la palabra

El otro día, uno de ustedes, desde los comments, me sugirió la posibilidad de montar una sección en la que puedan pedir alguna película para que un servidor la acabe diseccionando desde esta (su) página. No es una mala idea. Intentaré ponerla en práctica, siempre y cuando estén dispuestos a lanzar sus peticiones y a darme, como es natural, cierto tiempo para que pueda revisar (o, en algunos casos, descubrir) los títulos que vayan solicitando. Pues nada. Ya saben. A partir de ya queda inaugurada esta sección.

Cuando se les ocurra un tema, una película que tengan arrinconada en su memoria o, sencillamente, quieran saber mi particular parecer sobre ella, me cuelgan un comment comunicándome su inquietud. A no ser que sea extremadamente difícil conseguir alguna copia del título que propongan, en unos cuantos días tendrán en pantalla mi opinión.

22.1.05

Spaulding... ese tío raro

Hoy me he sentido como un bicho raro. Una rara avis. Y no por toda la polémica sobre el cine oriental. Que va. Eso lo tengo superado desde hace muchos años.

Les cuento. El otro día, tras estar charlando con una buena amiga a la que hacía tiempo no veía (y de la que me honra ser el padrino de su boda), salió en la conversación el tema de los DVD. Enterado de que poseían Spiderman, les pedí que me la dejaran para hacer una copia de seguridad, pues tenía la segunda entrega y me faltaba la primera. Y eso, aunque no lo crean, es de esas cosas que no me dejan dormir.

Aprovechando la coyuntura (y teniendo en cuenta lo buitre que es uno), les solicité, a ella y a su marido, que me dijeran que otras películas tenían en ese envidiable formato. Poquita cosa. Cuatro o cinco títulos, como la gente normal. Se habían comprado el reproductor de DVD recientemente y ellos, en realidad, no son tan aficionados al cine como el que esto escribe.

Aunque no lo parezca, soy una persona afable (a veces) y generosa (en menor grado), con lo que les brindé la posibilidad de que acudieran a mi videoteca particular (o, mejor dicho, deuvedeteca) si sentían la necesidad imperiosa de poder ver alguna película en concreto. Me pidieron, al azar, posibles títulos de memoria y, pensando en sus dos hijas, de 17 y 14 años, les cité los Shreks, Buscando a Nemo y los Toy Storys. Hicieron cara de extrañeza. "¿Esas películas para las niñas? ¡Qué va! Esas son las que le gustan a Manel, mi marido". Es verdad. Los niños no quieren ser niños y le restan importancia a las películas de animación. Creo que, en ese sentido, todos hemos pasado por el mismo trance. Yo mismo, durante varios años, me negué a ver una sola película de Disney. Entre eso y el fumarme algún que otro cigarrillo (a escondidas de todo el Universo) me sentía como más hombre. Años después me arrepentí y tuve que recuperar, a toda costa, algunas de las maravillas que por esa gilipollez infantil me había dejado escapar.

Volvamos al tema; a los DVD y a la posibilidad de dejarle algunos de éstos a esos buenos amigos. Les dije que les daría un listado impreso, que no tenía problema alguno en sacarlo, pues tenía todas las películas indexadas en una base de datos y que la imprimiría durante el fin de semana, pues ya eran más de 650 películas las que tenía en mi haber en ese formato. Y ellos, claro está, contentos, pues la posibilidad de un vídeo-club gratuito se les habría en su horizonte familiar.

Ni corto ni perezoso les imprimí la citada lista. Mis preciados tesoros en DVD, de la A a la Z estaban allí, uno detrás de otro (o, lo que es lo mismo, de A Sangre Fría a La Zona Muerta). El pasado lunes contacté con mi amiga, le devolví Spiderman y le di el listado. Le hizo gracia, aunque se quedó un tanto sorprendida ante tanta película acumulada. "Nos la miraremos con Manel y te pediremos que nos vayas dejando alguna, de vez en cuando".

Eso fue el lunes. Ayer me extrañó que aún no me hubieran dicho nada sobre el tema. Pensé que a lo mejor les daría cierto reparo lo de pedirme algunas películas, por lo que esta mañana la he llamado. "¿Qué, ya os habéis mirado las películas?". Lo habían mirado. Y, tras el primer vistazo, la lista desapareció de su casa. Pasó a estar en poder de su hija pequeña, la de 14 años. A la niña le gusta mucho el cine y fue tanto la sorpresa que se llevó ante esa larga retahíla de películas que decidió secuestrar el impreso y llevarlo a su colegio. Su madre me cuenta que allí tiene una amiga de su edad, también apasionada por el séptimo arte, a la que ha querido mostrar mi colección de deuvedés. Desde el pasado martes que está en estudio por parte de las dos niñas. Según me explican, a cada toque de campana para bajar al patio, en lugar de dedicarse a jugar, pillan la lista y, entre las dos, la analizan de cabo a rabo, película a película, debatiendo sobre cada uno de los títulos allí expuestos.

Me cuenta su madre que la niña está alucinada. Piensa que el propietario de tantos DVD no puede estar del todo bien de la olla. "Mamá, este señor, con tanta película, nunca podrá ver cada una de ellas más de una vez, ¿verdad?". Y es que, en su mentalidad (edad en la que acostumbran a devorar en múltiples ocasiones los pocos videos que tienen en casa), no le entra el concepto de un tío raro, viéndose varias veces cada una de las 650 películas que ostenta en su haber. Ni a ella ni a su amiga. Y es normal porque, en el fondo, las dos niñas tienen su razón. Spaulding es un tío raro. Una rara avis. O, al menos, yo he tenido esta impresión de mí mismo esta mañana, tras conocer ese escrutinio a fondo al que me veo sometido por parte de esas dos jovencitas. Y, repito, no están faltas de razón. ¿Para que tanto DVD?

Tras conocer las impresiones de las niñas, le he pedido fervientemente a mi amiga que nunca le diga a su hija que, en VHS, poseo más de 6000 títulos. "Por lo que más quieras, Anna, no se lo cuentes a tu hija, no les vaya a dar un síncope a estas dos criaturitas de Dios". Me imagino la estupefacción de la pequeña. "Y ese señor loco, aparte de no tener tiempo suficiente para verlas todas, ¿ya cabe en su casa?".

Estoy pensando en cambiar de hobby. Por mi mente se barruntan posibilidades para acabar con el vicio coleccionista. ¿Y si introduzco unas patatas fritas por la ranura de entrada del reproductor de VHS? ¿Convierto el DVD en mero soporte para salvaguardar vasos de plástico, aprovechando la redonda ranura sobre la que se apoyan los discos?

Vocecitas infantiles retumban en mi cabeza. "A ese señor gordo le falta un tornillo". "Está como una cabra y, además, no le gusta el cine oriental". "Vaya chalado, tiene hasta películas de Disney... está enfermo". Tengo que pensar alguna solución. Necesito un poco de cordura para tomar una decisión. Mientras, me pillaré el DVD de Desayuno con Diamantes y lo volveré a disfrutar por enésima vez.


21.1.05

Ellos también hicieron publicidad (VI): Paul

Paul McCartney. Una leyenda aún viva, arrugada, pero viva; indiscutiblemente con mejor suerte que sus colegas John y George. Al menos en lo que a salud se refiere. Musicalmente hablando habría mucho que discutir, aunque personalmente le sigo teniendo mucho respeto. Allí abajo lo tienen, bien pegadito al Rioja. El tío será vegetariano, pero tiene buen gusto a la hora de elegir vinos que promocionar. Aunque un buen vinacho siempre es más aconsejable con un buen chuletón que con una ristra de perejil, tres espárragos y un par de alcachofas.

Parece ser que el mundo del rock está ligado de por vida con nuestro Rioja. Bien es sabido que, durante una de tantas giras por nuestro país, los ancianos Stones se pulieron varias cajas de uno de estos vinos en espera de su salida a los escenarios.

20.1.05

Los polipayasos

Los que se pasean a menudo por este blog ya saben de mi poca pasión por el cine oriental. De vez en cuando, hurgando en esa filmografía, he acabado descubriendo alguna que otra joya, aunque la mayoría pertenecientes al mismo personaje, Akira Kurosawa, maestro de maestros (pero a éste se le acabó yendo la olla e hizo Los Sueños). En los últimos años, a pesar de mis esfuerzos (mínimos) por congrutularme con los nuevos modismos cinematográficos asiáticos y, por defecto, con los seguidores de los mismos, he de reconocer que he tenido dificultades en encontrar algún título que me llenara totalmente. Uno de ellos (o casi el único, podría aseverar) fue La Isla (Seom), de Kim Ki-duk.

Cansado de que varios conocidos y allegados, enganchados al fenómeno oriental, me fueran recomendado sistemáticamente varias películas que en nada me gustaron -a pesar de haberme asegurado de antemano que me deleitarían-, acabé asegurando que nunca jamás les haría caso.

Pero el ser humano es débil y siempre tropieza con la misma piedra. Insistentemente, me han recomendado la coreana Memories of Murder (Cronología de un Asesino en Serie). Ha sido tanto el agobio para que viera esa película que, finalmente, llegué a pensar que me estaba perdiendo el mejor título de una década. Casi de un siglo. Así que, idiota que es uno a veces, rompí mi promesa y, ayer mismo, me senté ante el televisor dispuesto a pasar una velada inolvidable. Una velada de esas únicas que después me sirviera para rotular, en esta página, un titular hermoso, con letras doradas y trompetas celestiales, al estilo de "el cine oriental ha encontrado un huequecito en mi corazón" o bien, en su lugar "que se jubile ya el Eastwood pues los coreanos pueden con él".

Con todo ese rollo anterior quiero que les quede claro que, a pesar de los pesares, me enfrenté a la película con una predisposición favorable única. Vaya, que tenía ganas de contentarles a todos ustedes y decirles que me había gustado mucho, que estaba henchido de gozo por haber descubierto una perla como ésta. Y más cuando cierta persona, a la cual no pienso señalar ahora (pues eso está feo), me había dejado bien claro que en nada me recordaría a las constantes del cine oriental (cosa difícil por otra parte, pues ya de entrada ellos son amarillos y con los ojos rasgados, y eso ya es una constante invariable).

Entremos en materia. Memories of Murder narra un caso verídico ocurrido en un pequeño pueblo de Corea del Sur, allá por 1986. La violación y el asesinato de varias chicas de la población alertaron a la policía del lugar quienes, lógicamente, iniciaron las pertinentes investigaciones para dar con el asesino. Ante la imposibilidad de avanzar en sus pesquisas, se contó con la presencia de un agente del cuerpo especial de homicidios de Seul, desplazado a la peculiar comisaria rural desde la que se centralizaron todos los movimientos. Pero, a pesar de la persistencia de estos hombres, bastante palurdos e incompetentes en su metodología, los crímenes siguieron sucediéndose.

Así, a grandes rasgos, visto su argumento, la cosa parece prometer. De hecho, muchos la han comparado (con toda la razón) con el maravilloso Ciudadano X, otro film inspirado en un hecho real ocurrido en la Rusia pre-Perestroika de los años 80, en el que se plasmaba la investigación llevada a cabo para desenmascarar a un desalmado asesino de niños y en el que la ineficacia policial, militar y política frenó todo tipo de avance en su posible captura. Aunque personalmente, por su estética y fotografía (prados, matos y lluvia), me recordó más a un título español, de Imanol Uribe, Plenilunio, en el que un serial-killer campaba a sus anchas por la entrañable ciudad de Palencia.

Pero vigilen. No me malinterpreten. Sólo me recuerda a estos títulos debido a unos aspectos muy concretos y, claro está, por ciertos paralelismo en su historia, pues el tratamiento narrativo que utiliza su realizador, Joon-ho Bong, está totalmente alejado (a años luz) de la seriedad con que, por ejemplo, Ciudadano X abordaba el tema. Mientras éste denunciaba la ineficacia de la policía rusa de una manera académica, seria y documentada, perfectamente explicado, el film coreano, de manera ridícula, apuesta por convertir a sus pueblerinos policías en unos émulos de Gaby, Fofó y Miliki, capaces de resolver sus divergencias personales a base de darse mamporrazos en la cabeza, como si fueran títeres de feria barata. ¿Se imaginan ustedes a Roldán dándole cuescos en la cocorota a sus subordinados? Patético. Aunque, supongo, que hecho a sabiendas, buscando una pincelada de humor en medio de esa historia tan tétrica y escalofriante, aunque a través de un humor tan burdo que, viéndola ayer, me acordé de las múltiples charlotadas de Santo el Enmascarado de Plata. Y eso, la verdad, no es serio.

Y ya por no hablar, largo y tendido, de los posibles culpables a los que van deteniendo los poli-payasos, a base de poner pruebas falsas en la misma escena del crimen, y a los que interrogan y torturan con nocturnidad y alevosía. Personajes extremos y caricaturizados, entre los que podemos encontrar, a modo de ejemplo, a un subnormal capaz de dormirse en los lugares más impensados o a un pajillero (que no pajero, no se me ofendan algunos), de cierta similitud física con Luis Aguilé, que, arropado con braguitas rojas de mujer, apuesta por pelársela en plena noche y en medio de un bosque frondoso, en presencia de un conjunto inmaculado de ropa interior femenina.

No negaré que su última parte, en la que se olvidan un tanto de ese toque de comedia pueblerina, la película tiene su pequeño puntito. Pequeñísimo, de todos modos. Más seria y con ganas de profundizar en la psicología de esos peculiares investigadores, se pierde, sin embargo, por culpa de la cantidad de despropósitos acumulados en su fragmento anterior.

Si con una pistola en la sien me obligasen a salvar algún trozo de este producto, apostaría (un tanto a regañadientes) por el momento en que el buscado criminal ha de elegir, antes de cometer uno de sus asesinatos, entre dos posibles víctimas que, en plena noche, se pasean ante su escondrijo, decidiéndose finalmente por la más jovencita de ellas.

Una mención aparte merece el pésimo doblaje utilizado para ser exhibida en su único pase por Canal +, (sin posibilidad, en esa ocasión, de poder elegir la banda original y los subtítulos en castellano), aunque dudo que hubiera ganado mucho más en su versión coreana.

Por favor, no me recomienden más películas orientales. En serio. Dejen que las descubra por mí mismo. A veces, cuando veo una película como ésta, tras haber sido inducido a su visionado por alguno de ustedes, pienso que se han confabulado para obligarme a ver verdaderos tostones. Me los veo allí juntitos, tramando la broma: "venga, digámosle a Spaulding que este peñazo es la hostia, que nos vamos a reír mucho cuando se ponga de los nervios". Y es que, a veces, viendo los resultados, me da a pensar que se trata de eso, pues no cabe en mi cabeza que un producto como éste les puede entusiasmar. En parte, prefiero pensar que se trata de una trastada para tomarme el pelo. Me quedo más tranquilo así.

19.1.05

En 3 palabras: Licencia Para Matar

Refrito: Poetas, maricones y militares

El próximo día 25 se conocerán las nominaciones al Oscar de este año. Puede suponer la segunda nominación como mejor actor para Javier Bardem. Es por ello que he rebuscado entre mis archivos y he repescado una crítica muy particular, un tanto provocativa (no lo voy a negar), que colgué hace unos años en Dreamers cuando se estrenó la película Antes Que Anochezca, el título por el cual fue lanzado internacionalmente el citado Bardem. Como podrán adivinar por lo que digo, entre esa amanerada interpretación y la controlada creación del tetrapléjico de Mar Adentro, hay un abismo.

Normalmente, cuando les pongo algún refrito antiguo, aparte de avisarles, acostumbro a actualizar un tanto la redacción, añadiendo nuevos datos o bien cambiando ciertos giros, expresiones o tiempos verbales. No será éste el caso. No voy a autocensurarme y menos cuando, releyéndola de nuevo, sigo estando totalmente de acuerdo con mi parecer de esa época. Es por ello que incluso dejaré intactas las consideraciones finales esas de "lo mejor" y "lo peor", un elemento que ya hace tiempo que no utilizo en mis críticas.


Ahí va. Sin retoques. Tal cual.


El poeta cubano Reinaldo Arenas ha reportado a Javier Bardem su salto internacional, consiguiendo incluso una codiciada nominación a los Oscar. Los problemas del escritor con el régimen cubano quedan reflejados en la cinta del neoyorquino Julian Schnabel.

ANTES QUE ANOCHEZCA
Poetas, maricones y militares

Resulta difícil creer, tras haber visto Antes que Anochezca, que la película esté basada en un hecho verídico, cosa que por otra parte resulta bastante normal en todos los productos que aseguran estar basados en casos reales. No será ésta la excepción a la regla.

Furibundamente fascista en sus planteamientos y radicalmente gay en su militancia, me dio la impresión de encontrarme ante un panfleto homosexual potenciado por un grupo de sarasas afiliados al PP, como mínimo, que en todo momento nos vende una Cuba férrea con ellos, aunque mostrándonos, de manera nada subliminal y un tanto contradictoria, que el 99,9% de su población (incluidos militares y líderes castristas) formaban parte del colectivo homosexual, un colectivo retratado, por otra parte, como la opción más clara y lógica para el ser humano y en el que el "posible" heterosexual tan sólo era la cínica máscara tras la que se escondían militares y gobernantes para disfrazar su verdadera condición. ¡Qué sandez tan poco creíble y tendenciosa! ¿Es de suponer que el 0,1% restante eran mujeres, debido al nulo protagonismo que adquieren en la cinta?

Al tal Schnabel (un tipo al que le encanta vestirse con falditas) parece que le patina un tanto la neurona y que a lo que a él le encanta es confundir la gimnasia con la magnesia. Yanqui hasta la médula y "loca" de profesión, desata todo su odio hacia el régimen castrista a través de un maniqueo relato en el que su maltratado protagonista se alza en mártir de mártires y que, a pesar de haber colaborado en su juventud con la revuelta, se ve repudiado y castigado por sus propios colegas, encontrando su paz y tranquilidad, durante los últimos años de su vida, al ser aceptado como un integrante más de la familia del demócrata Tío Sam. ¿Acaso Schnabel no recuerda que, en su querida Nueva York y el 22 de junio de 1969 (justo el mismo día en que murió Judy Garland, musa del mundo homosexual por excelencia), el colectivo gay fue tratado con extrema violencia por sus "liberales" compatriotas, en lo que se dio en llamar la revuelta de Stoneway?

Llena de segundas lecturas en su farragosa voz en off, tirando en todo momento y de manera abusiva de los poemas escritos por Reinaldo Arenas, la cinta divaga en oníricas escenas que intentan mezclar la realidad del protagonista con sus pensamientos más íntimos y alucinados, induciendo con ellos, en algún que otro pasaje, a la confusión del espectador.

El más beneficiado en esta historia ha sido Javier Bardem, un actor magnífico que, en nuestro país ha demostrado, en numerosas ocasiones, sus grandes dotes como actor y que en este caso, a pesar de la nominación al Oscar y de los distintos premios obtenidos por esta interpretación, particularmente me parece un trabajo histriónico al cien por cien, resuelto de la manera más facilona posible, basándose en andares exagerados y movimientos subrayadamente afeminados con sus manos. El desaparecido Simón Cabido, el que en tiempos se convirtiera en Doña Croqueta, nunca obtuvo tanto reconocimiento por su creación.

LO MEJOR: El descubrir, entre tanto tedio, algún que otro cameo curioso, como el de un desconocido y maquillado Sean Penn y una fugaz Najwa Nimri, así como la aparición de un travestido Johnny Depp.

LO PEOR: El maniqueísmo narrativo a la hora de plasmar la historia verídica de Reinaldo Arenas, así como ese tufo fascistoide que domina toda la proyección.

LA PREGUNTA: ¿En verdad toda la Cuba castrista está plagada de maricones, de cabo a rabo?


18.1.05

La rubia de la mirada extraña

Anteayer fue nuestro querido Agustín González. Hoy, otra neumonía, se ha llevado a Virginia Mayo a la edad de 81 años. Y es que estos fríos están haciendo mucho daño.

Nunca fue una de mis actrices preferidas, pero reconozco que esa rubia bizca siempre salía victoriosa de aquellos productos en los que formaba parte. La mujer, profesional ella, tanto servía para un barrido como para un fregado. Pareja de cómicos perennes, como Bob Hope (en la foto) o Danny Kaye, también fue musa de los aventureros más aguerridos. Así, films ya clásicos en ese género, como El Hidalgo de los Mares o El Halcón y la Flecha, la tuvieron a ella como encandiladora de héroes hollywoodianos. Aunque, de todas maneras, su trabajo más consistente fue su intervención en Los Mejores Años de Nuestra Vida, bajo las órdenes de William Wyler.

Descanse en paz. Y todos ustedes... ¡abríguense!

Un travelling, demasiadas vanidades y poca cosa más

Hace pocos días le di una segunda oportunidad a La Hoguera de las Vanidades, el film de Brian de Palma basado en la exitosa novela de Tom Wolfe. He de confesar que en la primera ocasión huí despavorido de la sala tras un hora de proyección, cansado de tanta sandez. No es que con la segunda intentona haya cambiado mi impresión. Me sigue pareciendo una mala película. Pésima, mejor dicho.

Muchos se preguntarán por qué me he vuelto a enfrentar a ella. Todo tiene una explicación. Mi mujer justo acababa de leer la novela y le entró el gusanillo por ver la película. Me propuso mirarla. Yo me hice el "longuis" y seguí a mi rollo, sentado ante el ordenador. Ella se encaminó hacia mi listado alfabético de (demasiadas) películas en VHS y seleccionó la cinta que contenía el título de De Palma. Yo indiferente, como el que no quiere la cosa. "Tranquila, mujer, míratela tu... yo sigo con mis cosas". Y sí, seguí con mis cosas, oyendo el reboninar de la cinta en busca del inicio del film. La voz de ella atronó desde el salón. "Es una buena copia, del satélite, en original y subtitulada". Yo, como si oyera llover, a lo mío. Y entonces, en mis oidos, retumbó su banda sonora. Dave Grusin, el siempre tentador Dave Grusin. Me levanté raudo y espeté un grito de "¡stop, voy pallá!".

Así empezó esa segunda oportunidad. Y la verdad es que la película, a pesar de su excelente música, me sigue pareciendo igual de espantosa que en su estreno. Posiblemente aún peor que en esa ocasión, pues ahora la he soportado entera, de pies a cabeza. Y después de verla de nuevo, da la impresión de que De Palma, en pleno ataque de ansiedad por volver a sus incorregibles excesos, rodó esta película con la única intención de realizar el travelling más espatarrante de la historia del cine. Y así lo hizo, de buenas a primeras, en sus primeros seis minutos. No es, a pesar de sus pretensiones, el mejor de la historia del cine, ni mucho menos, pero tiene su cosa. Filmado en el interior de uno de los edificios del World Trade Center de Nueva York (¡vaya morbo visto ahora!), la cámara sigue al personaje interpretado por Bruce Willis, desde su llegada al parking del edificio hasta que se presenta ante una numerosa audiencia en lo alto de unas escalinatas, situadas unos cuantos pisos por encima del aparcamiento. Numerosos pasadizos, amplias salas, claustrofóbicos ascensores y vericuetos varios cruzarán Wilis y su séquito antes de que De Palma acabe su virguería. Para sacarse el sombrero, señores, pero, en el fondo, totalmente innecesario, pues lo que sigue a esa proeza fílmica no merece la pena en absoluto.

La película es una especie de fábula cínica que intenta demostrar que nuestra sociedad está desquiciada, que somos todos unos hipócritas y que, del primero al último, vamos a nuestra bola, intentando sacar tajada de cualquier asunto escabroso que caiga en nuestras manos, utilizándolo para beneficio propio y sin preocuparnos del dolor ajeno o de las molestias que podamos ocasionar con ello a terceros. Vaya, que los efectos colaterales de nuestras acciones nos los pasamos por el culo; que en realidad somos unos mal nacidos de mucho cuidado.

Como idea no está mal (pero ésta pertenece a Wolfe). La intención de plasmarla en imágenes podría haber estado bien, siempre y cuando el responsable de Carrie hubiera sabido sacar partido de sus protagonistas y de las situaciones en las que los envuelve. Pero no es asi. El hombre, ante esa propuesta coral, prefirió abusar de una excesiva caricaturización de los personajes. Quiso narrarnos un melodrama pero, por culpa de esa extrema parodia en que se convirtió, acabó negándole (involuntariamente) veracidad al asunto, ofreciendo tan sólo una falsa y ridícula comedia en la que todos se encuentran perdidos en medio de la nada. Y digo la nada porque que la película poco guión tiene. Todo se apoya en una anécdota mínima (la que protagonizan Tom Hanks y Melanie Griffith) sobre la que giran diversos y numerosos personajes astracanados, aportando, cada uno de ellos, sus particulares y distorsionadas historias.

Un exceso en todos los sentidos y, como tal, consiguió incluso que sus actores principales se emborracharan igualmente de esa desmesura, haciendo que, por ejemplo, F. Murray Abraham construyera a un alcalde de Nueva York vergonzosamente pamplinesco o que Bruce Willis explotara hasta límites insospechados a su alcohólico reportero.

A La Hoguera de las Vanidades no le faltan buenas intenciones, pero todas ellas se ven ahogadas por la misma vanidad intrínseca que se esconde en las tripas de la propia película. Y es que, a veces, como en este caso, el histrionismo visual sale carísimo.

De Palma, buen hombre, afloje un tanto en sus desmanes, que cuando usted quiere sabe hacer muy buen cine.

17.1.05

Almodóvar de 2 en 2 (II): Monjas, yonquis y Marujas

Aquí tienen la prometida entrega semanal sobre la filmografía de Pedro Almodóvar. De dos en dos, ordenadas cronológicamente. Hoy van la tercera y cuarta películas de su carrera. Dos títulos que, cinematográficamente hablando, empezaban a estar bastante más pulidos que los dos primeros, sobre todo en lo que respecta a ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Vayamos pues a repasarlos, uno a uno.

Entre tinieblas (1983)

Almodóvar siempre ha querido escandalizar y, en este caso concreto, consiguió sacar de quicio a la España más conservadora y carca. Lo hizo a través de la irreverencia religiosa más folklórica y desde un convento muy peculiar, regentado por una monja desviada y enganchada al jaco, en el que se redimía una bolerista toxicómana.

Religión, lesbianismo y drogas son el eje central de Entre Tinieblas. Un atisbo de surrealismo envuelve toda la historia, y más si tienen en cuenta que una de las monjas, Sor Perdida, la interpetada por Maura, disfrutaba cuidando de una especial mascota, un feroz tigre encerrado en una jaula.

El realizador nos la vendió como un melodrama a lo Douglas Sirk, en el que sólo faltaría Sara Montiel. En realidad solo se acercaba al género al tratar el oscuro pasado de la cabaretera protagonista. La película funcionaba perfectamente en su primera parte, aunque acababa aburriendo una vez entraba en sus habituales reiteraciones, mientras que su puesta en escena y realización mejoraban respecto a sus dos trabajos anteriores.

Julieta Serrano, Carmen Maura, Chus Lampreave (aka Sor Rata de Callejón) y Cecilia Roth repetían, aunque ésta última en una breve intervención. Marisa Paredes, en el papel de Sor Estiércol, se sumaba en esta ocasión al grupo de chicas Almodóvar, al tiempo que el propio realizador tenía su pequeño cameo en el interior de un autobús.

¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984)

Con este film, Almodóvar demostró a todos que acababa de convertirse en todo un artesano tras la cámara. Su dirección de actores deslumbraba, al igual que su manera de filmar. Su guión era más compacto que en sus tres películas anteriores y atinaba al máximo a la hora de mezclar la comedia con el melodrama.

Aparcando un tanto a toda esa peculiar fauna distorsionada que poblaba su filmografía hasta ese momento, no renunció, sin embargo, a caricaturizar en extremo (y con cierta gracia, por su desmelene) a personajes mucho más cercanos y estándares. O sea, a aquellos vecinos con los que todos nos podemos cruzar al ir a buscar el pan o a comprar bobinas de DVD vírgenes al bazar chino de la esquina.

Carmen Maura, gracias al papel de su marujona protagonista, se alzaba como una de las mejores actrices españolas del momento, añadiendo en su nómina particular de chicas Almodóvar a Verónica Forqué, la cual interpretaba a una prostituta inocente y de buen corazón. Lampreave, el agua de Vichy (con muchas burbujas), el lagarto Dinero y un magistral guiño a Alfred Hitchcok (en concreto a su episodio televisivo Cordero Para Cenar), se llevaban el gato al agua en un trabajo más serio y controlado que los anteriores, aunque siempre dentro de unos límites muy almodovarianos.

En cierto modo cercana al neorrealismo italiano (por su tratamiento visual y temático), hacía gala de una primera parte modélica en muchos aspectos, aunque sus vicios repetitivos volvieron a asomar de manera metódica. Un final seco y duro, aunque esperanzador, compensaba en parte su desnivel narrativo.