27.8.12

Dos tontos muy tontos contra las criaturas de la Universal

Para celebrar el centenario de la Universal, la major ha estrenado, en alta definición y totalmente restaurado, uno de sus títulos clásicos de finales de los años 40, Bud Abbott y Lou Costello Contra los Fantasmas, una comedia para el total lucimiento de la pareja de cómicos que, al mismo tiempo, se trata de un atípico homenaje a la fauna de criaturas diabólicas que poblaron las cintas de la productora. Así, el conde Drácula, el monstruo de Frankenstein y el Hombre Lobo se aúnan para darles más de un susto a los sobrevaloradísimos Abbott y Costello.

La película, de hecho, no es más que una gran fantochada que, a buen seguro, alcanzó la categoría de “clásico” debido a la originalidad de fundir el humor del dúo protagónico con la imagen de los monstruos habituales de la Universal, así como por la impagable colaboración -en sus roles habituales de Drácula y Hombre Lobo-, de Bela Lugosi y Lon Chaney. Solo faltó Boris Karloff para redondear la broma, por lo cual Glenn Strange, quien ya había interpretado a la criatura del Dr. Frankenstein en un par de ocasiones anteriores, se metió en la piel del terrorífico monstruo.

Abbott y Costello, en su lucha contra los temidos engendros, usan su humor de siempre; un humor totalmente blanco (y bastante estúpido) que se amparaba en la clásica tradición del payaso listo y el payaso tonto. Abbott (Chick en la película) opta por su acostumbrado papel de “listillo” con un mucho de tontolabas, mientras que Costello (el más divertido de los dos debido a su desparpajo) asume a la perfección el rol de Wilbur, un borderline de muchísimo cuidado.

Siete años antes de su estreno, en 1941, los humoristas protagonizaron una película de características parecidas, Agárrame Ese Fantasma, aunque sin la presencia de estrellas de la casa de la talla de Lugosi y Chaney; título que a buen seguro propició el rodaje de Abbott y Costello Contras los Fantasmas, un film que visto hoy en día queda como un trabajo cuyos únicos atractivos residen en ese indiscutible toque kitsch que rezuma y en la seriedad impertérrita con la cual Bela Lugosi encarnó por enésima vez al Conde Drácula: un actor este sobre el que ya se iba perfilando la sombra destructiva de Ed Wood, director con el que en 1953 filmaría Glen Or Glenda?, el primer título de una larga y “fructífera” colaboración.

Un producto sencillo, lleno de tópicos sobre los films fantásticos de la productora, al que hay que acercase con cautela y con la misma inocencia con la que lo hicieron los espectadores de 1949, año de su primer estreno. Aburrir, lo que se dice aburrir, no aburre; pero resulta de una simplicidad atroz. Una rareza por la que han pasado muy mal los años.

23.8.12

La España berlanguiana

La España esperpéntica y cutre que tan bien retrató Berlanga en sus películas, aún existe. La historia de esa ancianita octogenaria de localidad zaragozana de Borja metida a restauradora, no tiene desperdicio. Todo lo que rodea a ese Ecce Homo de un siglo de antigüedad reconvertido en “Ecce Mono”, es digno del cine del maestro.

Rafael Azcona, ante tamaña crónica, ahora mismo estaría sacando punta a su lápiz para embarcarse en un guión cercano a las intenciones del magistral Plácido. Una mujer mayor, pintora de vocación; un párroco cascarrabias y un alcalde trepa capaz de las mayores felonías. Los personajes principales están listos. Detrás, una cohorte de secundarios a cual más grotesco y, para darle aún más vidilla a la cosa, un grupo selecto de monaguillos siempre atareados siguiéndole los pasos a la polvorienta sotana de un cura enfebrecido por el descubrimiento del lavaje de la pintura y por el interminable desfile de periodistas y cámaras de televisión que ello conlleva.

Una guinda del esperpento de la que Berlanga sacaría un gran film. Una caricatura de un país que, en pleno siglo XXI, sigue encallado en las desgracias y chorradas provocada por la miseria de los años 50. Sólo falta el casting. Chus Lampreave bien podría encargarse de dar vida a doña Celia, esa viejecita que, de forma espontánea, decidió restregarle un paño humedecido de Spontex a la cara de un Cristo de un siglo de antigüedad para dejarlo hecho un Cristo. A falta de Agustín González o Fernando Fernán Gómez, y en un acto de bravuconería populachera, personalmente optaría por Santiago Segura para encarnar al mosén de la parroquía… Y es que me lo imagino achuchando a la buena mujer al grito de “¡usted pinte y calle, señora, pinte y calle!”.

Antonio Resines da el tipo ideal para encarnar al alcalde, un hombre de tendencias fascistoides enfrascado en la lectura de un libro sobre la grandeza del imperio austrohúngaro. Y allí, siempre incordiando, a pequeñas dosis y otorgándole al film un suavecito aunque necesario toque de humor negro, muy en la línea de la grandiosa El Cochecito, Enrique San Francisco en la piel del hijo de la restauradora accidental.

¿Alguien se apunta a empezar ya con el guión?

10.8.12

Bandolero

Cambio pack de Artur Mas y Mariano Rajoy por bandolero tipo Curro Jiménez... Al menos, los bandoleros de antes eran gente mucha más honrada que los chorizos que ahora nos gobiernan (o, mejor dicho, nos roban).

Descanse en paz, Sancho Gracia. Con tanto mangante suelto, le echaremos en falta.

3.8.12

La pesca del hombre

Terraferma supone una buena muestra del cine italiano actual; un cine al que le cuesta llegar a nuestras pantallas y que, sin embargo, como en este caso, es capaz de proponer un producto crítico y de emociones calibradas. Ambientado en una pequeña isla siciliana que ni siquiera sale en los mapamundis, se acerca a una familia de pescadores que, por cuestiones económicas, se han visto obligados a cambiar su oficio de toda la vida por el del negocio del turismo, alquilando su pequeña casa durante los meses de verano y ofreciendo su vieja barca para paseos marítimos guiados.

No conformándose sólo con eso, su director, el romano Emanuele Crialese, borda una contundente crítica contra la ley implantada por Berlusconi acotando demasiados márgenes en cuanto a la entrada de pateras procedentes del Norte de África se refiere, uno de los mayores problemas de la Sicilia actual; una ley fascista y castrante que incluso llega a prohibir a los marineros la posibilidad de socorrer a los inmigrantes ilegales, una norma que, por otra parte, siempre ha sido sagrada para la gente del mar.

A punto de ver desaparecer a la mítica Cinecittà con la excusa de la crisis, el neorrealismo quiere imponerse de nuevo en la cinematografía italiana. Terraferma es una buena prueba de ello: un film vibrante y comprometido, lleno de momentos emotivos y, al mismo tiempo, capaz de ofrecer, con un mucho de sorna, pasajes cercanos a los de la mejor comedia mediterránea. Un buen modo, éste, de suavizar escenas que, por su verismo, llegan a poner la piel de gallina.

Y hay más, mucho más, tras este brillante trabajo de Crialese, tal y como sucede con el interesante retrato de dos madres totalmente distintas en cuanto a raza y cultura, y que sin embargo son capaces de luchar contra viento y marea para sacar adelante a su familia. Por un lado Giulietta (excelente Donatella Finocchiaro), una mujer viuda y dispuesta a darle una vida mejor a su hijo adolescente alejándole de la dureza del mar y, por el otro, el de una etiope embarazada que, tras los pasos de su marido, ha entrado ilegalmente en Italia en compañía de un hijo pequeño. Dos mujeres en principio antagónicas y que, sin embargo, poseen más de un punto en común.

Un film humanista, sensible y altamente recomendable que, al menos en Barcelona, se ha estrenado de la peor manera posible: en poquísimas salas y con un mínimo de publicidad. Y es que, a veces, mostrar la realidad tal cual molesta a más de uno.

1.8.12

El murciélago trilero

Con El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace, Christopher Nolan pone punto final a la trilogía que, sobre el personaje de Batman, iniciara en el 2008. De nuevo, vuelve a plantear esa eterna dualidad entre el Bien y el Mal, y lo hace a través de un Bruce Wayne (alter ego de Batman) hastiado de su rol como justiciero de Gotham City; un Bruce Wayne cojitranco y sobre el que recaen buena parte de las críticas de políticos y ciudadanos por su posible implicación en la muerte de Harvey Dent, el que fuera fiscal general de la ciudad.

De nuevo, Gotham volverá a estar amenazada. Ahora se trata de un malvado, de nombre Bane y de rostro escondido tras una máscara ortopédica, quien decide borrarla del mapamundi. Y Batman, azuzado por sus propios fantasmas, se tendrá que poner de nuevo las pilas y plantar cara a la desesperada situación.

De Nolan siempre se ha dicho que se trata de un mago del cine, de un prestidigitador de la imagen y de la narración. Personalmente, viendo los numerosos agujeros negros e inmensas lagunas que se acumulan a lo largo de su abusivo metraje, me atrevería a afirmar que más que un ilusionista es un trilero de mucho cuidado. Engaña y manipula al público a su antojo y éste, desbordado por su brillante realización (que de eso sabe un mucho), aplaude a rabiar sus trucos (o mejor dicho, engaños) de feriante.

En El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace las cosas ocurren porque sí. La lógica poco le importa a un Nolan que se ha crecido hasta límites imparables. A él le encanta engañar, tomarle el pelo a las plateas y sentirse un AUTOR (así, con mayúsculas) capaz de entrar a saco en el cine comercial y palomitero. Así, con la cabeza bien alta, el tipo se monta uno de los finales más épicos de la última década y, al mismo tiempo, uno de los más truculentos en la historia del cine. Y es que (y a mí que me perdonen, pero alguien tenía que decirlo), esa escenita final con un espléndido Michael Caine en una terraza italiana, tiene delito.

Una cinta interminable, falsamente emotiva y en la que incluso, vistos los tiempos que corren, su realizador aprovecha para hacer una alusión al momento que estamos viviendo a través del vibrante asalto del villano Bane al edificio de la Bolsa de Gotham. Hay que explotarlo todo aunque, en el camino, se olvide de sacarle más provecho a una sorprendente y sensual Anne Hathaway en el papel de Selina Kyle, esa Catwoman a la que nunca se le llama por tal nombre a lo largo del metraje.

A pesar del acelerado ritmo, me aburrí como una ostra. De todos modos disfruté con la inteligente planificación de sus escenas de acción y, ante todo, con la presencia tentadora de la Hathaway y con las cuatro escenas contadas de un Michael Caine insuperable. El resto, pues eso: maniqueísmo, lagunas y engaños a mansalva. Ahora toca esperar a que se saque de la maga ese as que lleva marcado el nombre de Robin.

“¿Dónde está la bolita?”, susurra Christopher Nolan al respetable mientras mueve con agilidad tres vasos puestos boca abajo…