30.4.08

La cocina del Bullying

Después de los excelentes resultados obtenidos con la prometedora Tapas, sin ser una mala película me esperaba algo más de Cobardes, el nuevo trabajo del binomio compuesto por José Corbacho y Juan Cruz: una historia ambientada igualmente en L'Hospitalet aunque más lineal y menos coral que la anterior. La pena es que, en el camino, han dejado atrás una buena parte de ese sano sentido del humor con el que revestían el drama de los distintos personajes que conformaban su ópera prima aunque, en compensación, nos han obsequiado con un personaje adulto y secundario que, en forma de ángel de la guarda, propietario de una pequeña pizzería y admirador impenitente de Maradona, parece escapado de entre la peculiar fauna que poblaba tal trabajo; un punto de contacto mínimo entre ambos productos pero que, sin lugar a dudas, forma parte del bestiario que da identidad a sus directores.

Es evidente que, por su temática, la cinta está cargada de muy buenas intenciones. En ella se nos habla del bullying, el nuevo modismo con el que se denomina en la actualidad al acoso escolar. Ese acoso que, realizado por compañeros del mismo colegio, deja anulado el carácter del que lo sufre en carne propia. Una persecución que tanto puede ser física, psicológica o verbal; tres connotaciones que convergen claramente en el caso plasmado en el film.

En Cobardes, el joven acorralado es Gary, un chaval de 14 años, hijo de una conductora de informativos de una televisión local y de un asalariado que presta sus servicios en una empresa dedicada a la restauración de grandes edificios. Guille, el hostigador, es otro chico de edad similar e hijo de un regidor del Ayuntamiento y de una ama de casa, la cual mantiene una buena posición social gracias al cargo y al considerable salario de su esposo. Mientras los respectivos padres de ambas criaturas ignoran la realidad, entre Gary y Guille saltan chispas cada vez que cruzan sus miradas en el aula, en el patio o en la calle. El primero, es un niño asustado que cada día, al despertar, teme regresar al colegio pues cree que siempre tendrá las de perder, manteniendo en silencio sus problemas en el seno familiar; el segundo, al contrario, se guía por sus bajos instintos y sabe hurgar perfectamente en donde más le duele al que ha elegido como víctima propiciatoria pero, al igual que éste, evita cualquier comentario de sus fechorias ante sus progenitores.

Con un tema tan interesante y prometedor entre manos -pocas veces tratado en el cine-, es una lástima que se haya construido a partir de una amalgama de tópicos, de entre los que no podía faltar ese tan cacareado (y por regla general bastante falso) del “de tal palo tal astilla”. Al padre duro y trepa, le ha tocado un hijo de similares características, mientras que al otro, un tipo más bonachón que se deja avasallar en su lugar de trabajo, le ha salido un niño cobardica. Unos personajes tipificados y, en el fondo, no muy creíbles ya que, curiosamente y siendo vecinos de una ciudad como la de L'Hospitalet, se desmarcan como la excepción que confirma la regla al poseer, todos ellos, un statuts ciertamente elevado en comparación con la gran mayoría de sus habitantes, en general gente trabajadora y con mínimos recursos económicos. Posiblemente, esta sea una elección consciente (aunque no muy convincente) para distanciarse un tanto de los personajes más autenticos y terrunos que dieron pié a Tapas.

La fórmula del vídeo-clip es la mejor solución encontrada por Corbacho/Madrid para disimular su ostensible falta de guión. Con la ayuda de los temas que integran la funcional banda sonora original compuesta por Pablo Sala, adornan un sinfín de escenas sincopadas en las que la palabra brilla por su ausencia. En su inicio, con sólo cinco minutos, ya se le ha planteado al espectador el camino -y los consiguientes conflictos- por los que transcurrirá la película. A pesar de la aparente dureza del tema a tratar, hay demasiada ornamentación gratuita, repetitiva y sin salsa como para dar cuerpo al grueso de su argumento.

Aparte de la bienintencionada crítica al bullying y a la reacción que demuestran los mayores ante él, Cobardes se alza como un estoico canto en contra de la glorificación de la telefonía celular, y de los avances de la tecnología digital, debido al continuo uso que hacen sus protagonistas de todo tipo de móviles. Un canto cargado de cianuro pues, entre otras cosas buenas del film, alerta sin cesar de los peligros que devienen de la mala utilización de tales medios; un mal uso que, a la larga, puede convertirse en una peligrosísima arma de doble filo. El puto entretenimiento de grabar palizas a otros seres humanos, mediante la cámara de vídeo incorporada a la mayoría de modelos celulares, es una cuestión candente que los dos realizadores reflejan a la perfección.

También vale la pena destacar la magnífica interpretación que de todos sus personajes hacen los integrantes del brillante elenco elegido, resaltando ante todo la labor de una sorprendente Paz Padilla que, en el rol de la esposa del regidor municipal y madre de Guille, se adentra, por primera vez y con resultados excelentes, en un papel dramático y totalmente distinto a lo que nos tenía acostumbrados gracias a las teleseries y a un par de breves intervenciones cinematográficas. Es innegable que, en el caso de la dirección de actores, Corbacho y Madrid superan la prueba con nota elevada.

Como ven, no todo es negativo en Cobardes, una cinta difícil de juzgar por culpa de las fuertes expectativas levantadas por su primer film dirigido en comandita. Limando asperezas, mucho menos esteriotipada y con cuerpo argumental central más compacto, este sería un digno trabajo a tener en cuenta pues, el dueto de realizadores, sabe colocar la cámara (cuando quiere) a las mil maravillas. Pocos, hoy en día, como han hecho ellos, utilizan al cien por cien la majestuosidad del formato scope aprovechando todos sus ángulos posibles.

29.4.08

Los Angeles de James Ellroy


Dueños de la Calle significa una grata sorpresa para los amantes del cine negro y por extensión del cine de acción, ya que su realizador, David Ayer, en éste su segundo film tras el interesante Harsh Times (Vidas al Límite), combina con total seguridad las constantes de ambos géneros. Los Angeles como escenario geográfico, una trama sobre corrupción policial a altos niveles y un personaje acabado como protagonista principal, conforman el eje central de un producto en cuyo guión, aparte de Kurt Wimmer y Jamie Moss, figura como acreditado el prestigioso escritor James Ellroy, el autor de novelas como L.A. Confidential y La Dalia Negra; todo un experto en la materia que, en esta ocasión y por primera vez, se ha encargado de la confección del argumento directamente para la pantalla grande.

La cinta de David Ayer, aparte de contar con la colaboración inestimable de Ellroy, tiene a un Keanu Reeves distinto e impresionante como actor principal; un Reeves mucho más maduro y un tanto envejecido que, por fin, apuntala a un buen personaje a través de una interpretación sobria y cargada de matices pues, el policía al que da vida, un detective de la brigada antivicio de Los Angeles que atiende por el nombre de Tom Ludlow, es un tipo acabado y marcado por la muerte accidental de su esposa y por su desmesurada afición a la bebida. Un hombre que se toma su trabajo de forma expeditiva, saltándose las normas y actuando siempre de modo visceral. Entre sus camaradas se le conoce como “el chico del listín”, ya que los interrogatorios que lleva a cabo son famosos debido a los mamporros que suelta a los sospechosos con la ayuda de una gruesa guía telefónica.

Ni que decir tiene que el tal Ludlow se verá involucrado en el brutal asesinato de un viejo colega de profesión; un detective que estaba en contacto con la gente de Asuntos Internos para declarar ciertos aspectos turbios del trabajo de Ludlow y de sus compañeros de unidad. En un principio, Dueños de la Calle da la impresión de tratarse de una película más sobre polis buenos y polis malos; pero sólo es una impresión errónea con la que juegan, durante todo el metraje, su realizador y la inteligente pluma de James Ellroy. De hecho, la trama es previsible... , mejor dicho: sólo parece previsible ya que, en su consistente final, da un giro que va más allá de toda previsibilidad, otorgándole una nueva dimensión que la distancia de otros títulos anteriores en los que la corrupción policial se constituía, tan sólo, como un factor mínimo entre la “bondad” general del cuerpo de policía y altos estamentos políticos y judiciales.

Un producto brillante y trepidante, en el que la carga melodramática que lleva consigo el personaje de Keanu Reeves y todo cuanto le rodea, se ve amplificada gracias a un buen número de escenas de acción dignas del mejor cine de género. Un par de tiroteos escalofriantes y furibundos –ambientados ambos en localizaciones interiores-, el contundente ajusticiamiento de un agente fuera de servicio o una vibrante persecución, a pié, por las calles más desangeladas de Los Angeles, son una buena muestra de la fuerza narrativa que le ha otorgado su director.

En Dueños de la Calle no queda ni un solo cabo suelto en su historia. Todo está perfectamente coordinado a través de un guión sencillo pero altamente conciso. Tal y como demuestra esta cinta, no es necesario complicar en exceso un argumento para que éste resulte efectivo. El poder de síntesis llevado al máximo. En muchas ocasiones, con una sola línea de diálogo, aclara varios de los puntos oscuros que han ido saliendo durante su desarrollo; una genialidad que se manifiesta, ante todo, en la milimétrica escena en que el agente Tom Ludlow comparte mesa en un restaurante, cara a cara, con Hugh Laurie, el televisivo doctor House dando vida, de manera imponente, a un capitán de la brigada de Asuntos Internos.

Un thriller de los de visión obligatoria, tanto por su planteamiento como por su sorpresiva resolución final. Lástima, de todos modos, de un Forrest Whitaker un pelín desmesurado y que, por culpa del desmelene con el que construye a su personaje, acaba regalando demasiadas pistas al espectador sobre las intenciones de su papel; un “pero” que, sin embargo, no rompe en absoluto el juego a lo déjà vu mantenido por los responsables del film; al contrario, pues aseguraría que aún potencia más las coordenadas narrativas elegidas, al tiempo que distancia a la platea del verdadero e inesperado the end.

28.4.08

Ustedes lo han querido: YO HICE A ROQUE III

España, 1980. Justo un año antes, se había estrenado Rocky II. La fiebre provocada por el boxeador cinematográfico por excelencia iba en aumento en nuestro país; el momento ideal para que Mariano Ozores orquestara una de las parodias más populares de los films protagonizados por Sly Stallone. Anticipándose un par de años a la tercera entrega sobre Rocky Balboa, el realizador madrileño, contando con la inigualable presencia de Andrés Pajares y Fernando Esteso, puso en marcha su muy particular Yo Hice a Roque III.

Pajares se amoldó al personaje de Roque González, un tipo que había boxeado en una sola ocasión durante su juventud y al que, entre Esteso y un inconmensurable Antonio Ozores, metían bastante engañado en una trampa de mucho cuidado, pues le obligaban a subir a un cuadrilátero para enfrentarse a una bestia feroz con los puños del mismísimo “Dum Dum” Pacheco, un famoso pugilista tocado de aquellos tiempos que, en el film y satirizándose a sí mismo, atendía por el muy castizo nombre de Kid Botija. El spanish show asomaba hasta en el bautizo de sus personajes. En realidad, el amañado montaje formaba parte de una estrategia de tres al cuarto para que el amigo Esteso (Federico Castro en la película), achuchado por su esposa Petra (la siempre interesante Mirta Miller), pudiera echar de casa al pobre de Roque, un amigo de toda la vida, sin oficio ni beneficio, que llevaba una larga temporada viviendo de gorra en el domicilio de los Castro.

Yo Hice a Roque III es uno más de los 100 productos dirigidos por Mariano Ozores, ¡qué no es ná!, una máquina imparable de hacer cine casposo que, con el paso del tiempo y aunque parezca imposible, aprendió a colocar la cámara en sus películas la mar de bien. De hecho, en ésta y teniendo en cuenta su visible falta de presupuesto, parece un verdadero milagro su más que correcta filmación; una filmación que, junto a la estelar presencia de Antonio Ozores, su propio hermano, se convertía en lo mejor de la propuesta. Y es que Antonio, en el papel de Paco -el propietario de un gimnasio y devorador compulsivo de pipas-, con su atropellada y única verborrea, daba un pequeño toque surrealista al film que hacía incluso olvidar la vertiente más chabacana y hortera de la pareja compuesta por Esteso y Pajares.

Un título claramente deudor de esa etapa destapista por la que pasó el cine patrio en la década de los 70. Una docena de pezones bien lustrosos, unos cuantos culitos respingones y alguna que otra pelambrera vaginal en forma de triángulo, fueron las aportaciones de ciertas féminas de buen ver (de cuyo nombre ni se sabe) que, a base de mostrar al personal su cuerpo serrano, pretendían abrirse camino en la producción nacional. Como estandarte de tales jamonas y en un papel más lucido que ellas, allí estaba la ya citada Mirta Miller, la santa y sufrida esposa del tal Federico y que, en esta ocasión, se mostró bastante más recatada de lo normal ante la cámara. Una escenita de cama con Esteso y un achuchón con éste en la bañera es a lo máximo que se atrevió una mujer que, cuatro años antes y por su intervención en un film de Antonio Giménez Rico (Retrato de Familia), se convirtió injustamente en víctima expiatoria de los más moralistas del lugar al haber protagonizado, en el mismo, una escena de sexo con un menor de edad. Pederasta fue lo más flojo que se le llegó a decir a esta tentadora argentina de adopción española que, según cuentan malas lenguas, terminó siendo la amante de Alfonso de Borbón y Dampierre, el mismo que en 1989 acabara degollado, durante una trágica jornada de esquí, en la estación de Beaver Creek en Colorado.

La caspa al máximo nivel. Todos los tópicos del cine de Ozores vertidos en un mismo título. Visto uno, vistos todos. Malo, malo, malo... pero (aunque pueda parecer una contradicción) ingenuamente divertido. El otro día, revisándolo (o, mejor dicho, enfrentándome a él por vez primera), me reí con ganas en varias ocasiones. Es tal el delirio de algunas de sus escenas que resulta imposible quedarse indiferente ante ellas (magnífica la inacabable subida de escaleras, a lo Rocky. por parte de Pajares y Esteso, o la aparición, en el gimnasio de Paco, de un grupo de boxeadores deformes, delgados y ancianos).

Lo más curioso de todo es que, si se volviera a estrenar ahora mismo, seguramente se la tildaría, en muchos aspectos, de políticamente incorrecta e incluso ofensiva. Y es que, con el paso del tiempo, este país ha perdido la facultad de reirse de sí mismo, incluidos en ese saco a la actualmente penosa pareja protagonista quienes, individualmente y por separado, van llorando sus miserias por cuantas cadenas televisivas tienen a su alcance... Justo alí, en esa auto parodia cochambrosa (pero sana), se encontraba precisamente el truco del cine de Ozores.

¡No son maneras!

El jueves pasado, día 24 de abril, y en el apartado de los comments pertenecientes a 8 Citas, apareció un descarado spot publicitario sobre la película española La Crisis Carnívora. Como es norma en esta página no borré tal intrusión comercial, aunque sí les recordé a los propietarios y responsables del film y a su distribuidor oficial, Abrakam Studio y Aurum, respectivamente, que se abstuvieran de tal agresión y que, en todo caso, procedieran a solicitar el número de mi cuenta corriente para echarme unos euritos en concepto de publicidad en el blog.

Sin ningún tipo de reparo, ayer por la tarde y a pesar de haber sido avisados en su momento, volvieron a entrometerse en los comments del artículo sobre Cashback para recordar, de nuevo, la fecha de estreno de su producto. Personalmente y ante tal machacona insistencia, ya le he pillado una manía inmensa al título que pretenden colar de manera tan intrusista y maleducada. La publicidad se paga; aquí y en todas partes... ¿o es qué, acaso, los blogs vamos a ser los únicos en tolerar un avasalle de este tamaño?

Tengan por seguro, señores de Abrakam Studio y de Aurum, que cuando se estrene su película, en esta humilde bitácora no aparecerá ni una mínima mención sobre ella. Si les apetece, sigan insistiendo en artimañas publicitarias amparadas en el subterfugio y en el nulo respeto hacia quienes se curran su página en Internet. Hasta ahora, nunca he anulado un solo comentario, ni siquiera aquellos que han proferido todo tipo de insultos. Siempre hay una primera vez y, en caso de volver a colarse de un patadón por la puerta grande, su Crisis Carnívora de las narices inaugurará el marcador de entradas ajenas desaparecidas. Para empezar, su posible reseña o crítica en Spaulding's blog ya ha desaparecido antes de ser proyectada en nuestras salas.

Y es que... ¡no son maneras!

25.4.08

Alargando, que es gerundio

En el 2004, Sean Ellis, un joven británico natural de Brighton, se despuntó con un original cortometraje, de 18 minutos de duración, que llevaba por título Cashback; un trabajo que arrasó por todos los festivales por los que pasó, debido a su cuidada técnica, a la originalidad de su propuesta y, ante todo, a su atractivo tratamiento visual. Dos años después, en el 2006, decidió ampliarlo y filmarlo de nuevo para su debut en el campo del largometraje. Ahora, con mucho retraso respecto a su estreno en Inglaterra, llega a España el Cashback de 102 minutos; o lo que es lo mismo, la versión que los americanos hubieran bautizado, a bombo y platillo, como Cashback, The Movie.

La cinta narra las peripecias que realiza Ben Willis, un estudiante de arte, para paliar las largas noches de insomnio nacidas a raíz de la ruptura con su compañera sentimental. Para ello, su primer objetivo será el de apuntarse en el turno de noche de un gran supermercado, lugar en el que, igualmente, las horas transcurrirán lentas y con nulos alicientes. Buscando posibles soluciones a su hastío, dará con un fantástico truco para evadirse de la realidad: parar el tiempo en su mente y recrearse en la clientela femenina del lugar, paseando entre mujeres inmóviles y observando, en silencio, unos cuerpos que, durante su ensoñación, ha ido desnudando poco a poco.

Como idea para hilvanar un cortometraje no está nada mal pero, además de explotar hasta el cansancio su único recurso visual (el del efecto de inmovilidad general), adorna el resto del metraje añadido con un montón de historias paralelas tan vacías como insignificantes. Y ello lo hace a través de los otros empleados del local, entre los que no podían faltar los dos descerebrados de turno, un jefe insolente y una dulce y pizpireta cajera por la que empezará a sentir ciertos deseos irrefrenables.


Ante la vacuidad de cuanto expone, no es de extrañar que, tal y como el propio director ha declarado, el guión lo escribiera en siete días. Siete días de nula inspiración, metiendo paja a granel y abusando del efecto por el cual fue altamente valorado el corto original. Si a ello le sumamos un elevado número de caóticas interpretaciones y una falta de estilo alarmante en su puesta en escena, tan sólo nos queda el citado efecto de marras; reiterativo y cansino, aunque en el fondo eficaz y, durante una dilatada escena en concreto, adornado con un sinfín de bellas féminas, en porretas y perfectamente elegidas que, sin lugar a dudas, harán las delicias de los espectadores masculinos más calentorros.

No hay mucho más detrás de Cashback. Un film pequeño; diminuto... dejémoslo en microscópico. Una partícula de ínfimas proporciones en medio del gigantesco universo que compone el Séptimo Arte; una partícula que, para más desgracia, resulta difícil de digerir por dos claras razones: el sopor que provoca y, ante todo, por su ridículo, rosado y cursi episodio final. Nunca debería haber ido más allá de los escasos 18 minutos del original. Todo lo añadido, o bien resulta repetitivo o extremadamente innecesario.

A modo de curiosidad observen, a su izquierda, la sutilidad puritana del cartel publicitario inglés (en el que brotan, por arte de birlibirloque, unos sujetadores sobre los pechos de la modelo) y compárenlo con el que abre el post, mucho más explícito y destinado a la explotación comercial del film en nuestro país. ¡Viva el arte de lo castizo y de los manjares sin adulterar!

Les dejo. Me voy al Carrefour a detener el tiempo y a darme un garbeo entre las cajeras y la clientela.

23.4.08

Manuale d'Amore a la española

Dos directores, ¡dos!, han sido necesarios para urdir una película tan arcaica y vacía como 8 Citas, un producto que copia descaradamente la fórmula utilizada por el par de entregas de la italiana Manuale d’Amore. Por si ello no fuera suficiente, le han añadido unas cuantas cucharadas soperas del tipo de humor destilado en Escenas de Matrimonio, esa rancia serie televisiva que aún emite, en la actualidad, una de nuestras cadenas privadas. Los responsables de tal despropósito atienden por Peris Romano y Rodrigo Sorogoyen, un dúo de jóvenes y debutantes realizadores que con este título, su ópera prima en conjunto, no prometen demasiadas esperanzas para el futuro.

Al igual que las citadas Manuale d’Amore, 8 Citas se compone de 8 episodios. Bueno, mejor dicho, 7 y un bonus track el cual, a modo de epílogo, reúne de manera forzada a cuantos personajes han intervenido a lo largo de los capítulos precedentes. Y lo hace aprovechando el entierro de uno de ellos y que, en realidad, poseía una nula importancia dentro de las diversas tramas planteadas. Un truco barato para que, al final, Romano y Sorogoyen puedan alardear de que todas sus historias se hallaban ligadas por un nexo en común. ¡Pamplinas! Además, por lo que pude oir en una entrevista con ellos en televisión, no tienen vergüenza alguna en afirmar que les ha quedado un largometraje "redondo". Ciertamente, algunos no tienen abuela.

Cada uno de sus episodios se centra en alguna que otra pareja afectada por el sentimiento del amor, ya sea de forma positiva o negativa. La intención de los cineastas (¡qué duro es tildar de cineastas a este par de debutantes!) es plasmar los efectos del amor en sus diversas variantes. O sea: el amor que está a punto de surgir; el recién iniciado; el que está en pleno declive; el que ya se ha quemado del todo; la monotonía de la pareja; los celos; el adulterio... Todo un compendio de estándares que nada nuevo ofrece al espectador. Todo cuanto cuentan se ha visto, en centenares de ocasiones anteriores y perfilado de manera mucho mejor.

Para narrar las distintas historias que componen el largo, Sorogoyen y Romano (el orden de los factores no altera el producto), han optado por adentrarse en el género de la comedia. Una comedia muy de revista picante de los 70, cargada de gags burdos y en exceso teatrales, lo cual da lugar a que sus actores (del primero al último) opten por una interpretación desmesurada, plagada de gesticulaciones innecesarias y entonaciones vociferantes (y casi canturreadas) al más puro estilo de los viejos cómicos de feria. Un muestrario escalofriante de lo que jamás debería ser una buena actuación; un muestrario palpable que sería de obligación proyectar en todas las escuelas de arte dramáticas habidas y por haber y del que, ante todo, se debería prestar especial atención al trabajo de José Luis García Pérez, el protagonista del film Cachorro y que aquí se desmarca (con nota alta) como el más pésimo de todo su casting.

8 Citas es una cinta tan sólo apta para masoquistas que quieran sufrir en silencio en la oscuridad de una sala. Los Romagoyen (léase como la contracción del apellido de ambos realizadores) han viajado a través del túnel del tiempo para devolvernos un cine obsoleto y rancio que ya empezábamos a olvidar. Y es que, la estética y las intenciones de Lo Verde Empieza en los Pirineos y similares, queda ya muy lejos. La memoria histórica es altamente necesaria pero, en algunos casos, sería mejor no menearla demasiado. Ya está suficientemente mal el cine español para que ahora nos pongamos a dar marcha atrás.

22.4.08

Lost (Perdidos)

De Israel nos llega La Banda Nos Visita, la ópera prima de Eran Kolirin, un hombre formado en la televisión de su país natal y que, en su debut, monta un curioso encuentro entre un grupo de egipcios y los habitantes de un pequeño pueblo israelita. Dos culturas cercanas aunque distintas que, durante una noche, limarán diferencias, al tiempo que ofrecen al espectador un inmenso canto a la hermandad.

Un retrato fresco, atípico y sensible del que vale la pena destacar su amplio sentido del humor; un claro referente al concepto que del cine tenía el gran Jacques Tati y que planea, claramente, sobre los veinte minutos iniciales de proyección. Un aeropuerto israelí casi desierto, y los ocho desamparados miembros de una banda de música de la policía egipcia, se aúnan para orquestar (y nunca mejor dicho) algunos de los mejores momentos de comedia que ha dado el cine de esta década. Casi sin palabras, y apoyándose tan sólo en las alucinadas miradas de los integrantes del grupo y en la composición fotográfica y escénica de sus planos, logra captar la carcajada de la platea a través de situaciones que, de tan kafkianas, terminan aliándose con la vida real de cada día.

No suele ser habitual que una banda musical, compuesta por policías de Egipto, sea invitada a realizar un concierto en una población de Israel; aunque aún es menos normal que dicho grupo, tras aterrizar en el país, se equivoque de lugar y aparezca en otra localidad totalmente diferente y equidistante de aquella a la que tenía que acudir. El punto geográfico erróneo está enmarcado por una villa vacía, silenciosa, enclavada en pleno desierto y cuyos pocos vecinos, a pesar de su aparente pobreza, muestran gratos signos de amabilidad con los turistas accidentales.

Lástima que La banda Nos Visita no conserve, durante el resto del metraje, esa garra humorística con la que abre su historia. Ese sublime toque Tati se diluye y, aunque sin desaparecer del todo, da paso a una vertiente más tierna durante la cual el hombre, como ser individual y desmarcándose de rivalidades y antagonismos históricos y políticos, alcanza un gran protagonismo. Y todo ello lo desvelan los bien perfilados personajes que pululan por las solitarias calles nocturnas de una población triste y con mínimos recursos económicos.

Atención a la excelente interpretación de Sasson Gabai, uno de los actores más populares de Israel y que en el film encarna al teniente coronel Tawfiq Zacharya, el jefe refunfuñón, aunque muy digno, que gobierna la zozobrante y perdida nave musical; un tipo cargado de claros rasgos militaristas que, por otra parte y a pesar de su avanzada edad, destila una química impresionante con Ronit Elkabetz, una bella actriz, nacida en Beersheba, que da vida a la misteriosa Dina, una mujer dura que ofrece hospitalidad y simpatía a un grupo de seres desorientados, uniformados y un tanto desesperados.

Las ataduras emotivas de los habitantes de ambos paises, resultan más numerosas y coincidentes que lo que ellos mismos pudieran presuponer. En el fondo, la inteligente propuesta de Eran Kolirin indica que, por suerte, existe algo mucho más natural que la religión y la política a la hora de establecer verdaderos lazos de fraternidad. Y a ello se le llama sensibilidad y comprensión; dos cualidades que sus protagonistas van demostrándose a lo largo del film, aunque sea chapurreando un divertido inglés macarrónico y a través de los recuerdos de un rancio cine egipcio que, antaño, los israelitas disfrutaban a través de la televisión... hasta que sus gobernantes decidieron eliminarlo de la programación diaria.

21.4.08

Falso culpable

Un brutal atentado, perpetrado mediante un artefacto explosivo, tiene lugar en una céntrica y concurrida plaza de Ciudad del Cabo. Entre las numerosas víctimas se cuenta con un norteamericano; un agente perteneciente a la CIA. El gobierno de los EE.UU. no piensa dejar impune a su autor y, en cuestión de minutos, pone en marcha su mecanismo. ¿Se imaginan lo que, en un momento de confusión y nerviosismo a altos niveles, le puede ocurrir a un inocente egipcio que, con nacionalidad americana y residente en Washington D.C., regresa a su domicilio después de un viaje de negocios, procedente de un vuelo de Ciudad del Cabo y pocos minutos después del atentado? Eso es lo que le ocurre a Anwar El-Ibrahimi, un ingeniero químico que, tras bajar del avión, será retenido y enviado de vuelta a una cárcel secreta del Norte de África para ser sometido a un interrogatorio inhumano, mientras su esposa, embarazada, aún espera impaciente su llegada en el mismo aeropuerto.


Éste es el interesante arranque de Expediente Anwar (Redention en su original), un producto incisivo que dispara con bala contra los oscuros intereses de la administración Bush y su política antiterrorista; un gobierno que usa cualquier tipo recurso con tal de sacar elementos subversivos hasta debajo de las piedras y que, en este caso, está representado, en su máximo esplendor, por una contundente Meryl Streep, una temible Dama de Hierro al servicio de la “legalidad” establecida.

Dirigida por el sudafricano Gavin Hood -el mismo que en el 2006 obtuviera el Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa por Tsotsi-, la cinta, amparada en las coordenadas del thriller político, profundiza, ante todo, en la dual figura de Douglas Freeman, un analista de la CIA (interpretado de forma sobria por Jake Gillenhaal) que, habiendo visto morir a su compañero en el lugar del atentado, asistirá, en calidad de delegado de su país, al interrogatorio del "presunto" culpable.

Un trabajo conciso y milimétrico que, aparte del personaje citado, se adentra en una densa y bien dibujada mirada sobre unos cuantos más, tomándose un interés muy especial por el obsesivo director de la prisión en la que se mantiene encerrado a Anwar mientras que, desde otra dimensión y en tierra norteamericana, la cámara sigue los pasos que da Isabella Fields Ibrahimi, la esposa del detenido, por conocer el verdadero paradero de su marido. A través de este papel, una admirable Reese Witherspoon (con barriga kilométrica incluida), recupera el espíritu combativo del que hicieran gala, en títulos anteriores, mujeres como Sissy Spacek (Missing) o, más recientemente, Angelina Jolie (Un Corazón Invencible).

Clara deudora del comprometido cine de Costa Gravras, no sólo se dedica a colocar los puntos sobre las íes pues, a través de su particular narrativa y jugando con la ecuación espacio / tiempo, ofrece uno de los pasajes más sorprendentes e inesperados de la temporada: una giro de guión, planificado al detalle, que situará el espectador en un contexto y una textura totalmente distintas de lo que estaba viendo hasta ese momento. Un cambio inteligente que alimenta de nuevos datos a su ya de por sí sólido argumento y que, por su brillantez visual, nos descubre la total validez de su realizador.

Torturas, falsos culpables y la corruptela y desfachatez del poder, barajados en una misma partida. La carta más elevada se la guarda en la manga Gavin Hood, un cineasta dotado de una enorme capacidad para dejar boquiabierto al patio de butacas. En su laberíntica narración nada se le escapa de las manos y, ante todo, sitúa al terrorismo de estado y al ideológico en un mismo plano... si es que al terrorismo se le puede aplicar el calificativo de ideológico, cosa que, a mi edad, ya empiezo a dudar seriamente.

18.4.08

Mundos paralelos


Si usted, lector, es de los que tiene algún que otro pequeño en casa, una buena propuesta para el fin de semana es llevarles a ver Horton, una deliciosa película de animación en la que se funden universos paralelos y un par de personajes dignos de antología: un elefante bonachón que atiende por el nombre de Horton y el peculiar alcalde de la microscópica ciudad de Quién (Who en su versión original), un hombre, entre cuyas máximas proezas, figura la de ser padre de 96 niñas y un solo niño. La idea está sacada de uno de los cuentos del Dr. Seuss, un escritor y caricaturista de Massachusets, especializado en literatura infantil que, entre otros libros, escribiera el que dio origen a The Grinch.

Los debutantes Jimmy Hayward y Steve Martino han sido los responsables de dirigir el producto; una comedia afable, divertida y tierna que, a buen seguro, hará las delicias tanto de los pequeños como de los mayores. La fantasía y el sentido del humor vertidos en Horton son ciertamente envidiables y, comparado con otros títulos animatrónicos actuales, hasta incluso posee su elogiable puntito de originalidad. Y especifico lo de "puntito" porque, en los 70 y en forma de cortometraje, el reputado Chuck Jones ya hizo una adaptación de la misma obra de Seuss para la pequeña pantalla.

La historia que nos plantea, aparte de sugerente, se encamina hacia vertientes fantásticas en las que la imaginación y una pequeña gran dosis de fábula obran el milagro de la magia en el cine, pues el trabajo de Hayward y Martino, por suerte y dentro de su género, evita recurrir a los ya tan manidos guiños a cintas emblemáticas del Séptimo Arte, de aquellas que por su popularidad son reconocibles a simple vista por el gran público. Su guión es suficientemente interesante como para no tener que alimentarse en demasía de la (cansina) parodia cinematográfica. Tan sólo arremete (y con bastante mala saña, cosa que es de celebrar) contra la ridiculez de algunas series de animación nipona altamente sobrevaloradas.

La verdad es que, colocar a un elefante en medio de un dilema moral y casi metafísico, tiene su gracia pues, al pobre e incomprendido Horton, por culpa de una minúscula mota que cae en sus manos (o, mejor dicho, en su trompa), se le plantea uno de los mayores problemas de su selvática existencia al descubrir que, en su interior, existe una diminuta ciudad que ve peligrar su ecosistema por haberse desplazado accidentalmente de su hábitat natural. El destructivo y peligrosísimo cambio climatológico que empiezan a sufrir los habitantes de Quién, conforma el pistoletazo de salido que obligará a Horton a buscar un nuevo emplezamiento que cobije, de forma apacible y segura, a la desorientada partícula.

Dos mundos distintos: el del elefante y el de los quienquenses. Dos visualizaciones diferentes para cada uno de ellos: la primera, más tópica y muy cercana a la idealización selvática made in Disney, y la segunda -amparada en las láminas originales del Dr. Seuss-, gótica y estilizada; un planeta distinto al nuestro, aunque con una pincelada social que los hermana. Sólo por la estética y la imaginaria de los habitantes y edificaciones de Quién, Horton debería ingresar en la lista de cuantos films de animación merecen tenerse en cuenta.

Dos personajes únicos e irrepetibles: Horton y el alcalde; un par de seres de buen corazón que establecerán una relación íntima a través de sus voces; voces que, en inglés, han sido dobladas, respectivamente, por dos de los mejores cómicos norteamericanos actuales: Jim Carrey y Steve Carell. La suya es una afinidad tan kafkiana que resultará imposible de creer por todos aquellos que les rodean. Ningún animal en la selva dará crédito a las surrealistas explicaciones de un elefante al que consideran un tarado mental, mientras que, en el interior de la mota y debido a su fama de tontainas, su alcalde intentará guardar el secreto de su amistad con un mastodóntico bicho que le habla desde un lugar recóndito y desconocido.

Un cuento singular y simpático que abriga, al mismo tiempo, un hermoso y divertido canto a la hermandad y a la cooperación, sin caer, por ello, en esa cursilería que desgranan otras producciones de similares características, tal y como le ocurría a la parte final de Bee Movie.

Les aseguro que, por sus constantes y a pesar de la luminosidad que domina sobre sus tierras, a Tim Burton le hubiera encantado nacer en ese remoto país descubierto por un elefante.

16.4.08

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La carrera de Gregory Hoblit va de mal en peor. Formado en la dirección gracias a series televisivas como Canción Triste de Hill Street, La Ley de Los Angeles o Policías de Nueva York, en 1996 dio un esperanzador salto a la gran pantalla con Las Dos Caras de la Verdad, un sorprendente thriller judicial al que siguió el escalofriante Fallen. A partir de ahí, sus films fueron perdiendo gancho, hasta llegar al que ahora nos ocupa, el reciente Rastro Oculto, otra intriga policiaca cuyo antecesor, el reciente e imposible Fracture, no predecía nada bueno. Con su nueva película, acaba de verter la gota que colma el vaso.

Es cierto que su premisa argumental promete. La historia de meter a un equipo del FBI de la ciudad de Portlan, especializado en la detección de delitos a través de Internet, en busca y captura de un tipo que realiza sus crímenes on-line desde su página web, tiene su gracia. Y más cuando el muy perverso, para proceder a sus asesinatos, se trabaja, en cada uno de ellos, un escenario y una forma distinta para terminar con la vida de sus víctimas. Es más, según el número de visitas que indique su contador, acelerará la muerte de los agraciados. Cuanto más personal entre, más rápido se producirá el deceso. Inicia sus maldades con un lindo gatito para, acto seguido, recurrir a seres humanos. Ni que decir tiene que su página, www.killwithme.com, pronto pasa a ser una de las más frecuentadas de la red.

El gran problema de Rastro Oculto es que se queda anclado en su excelente punto de partida, sin avanzar hacia ningún lado. En realidad, se trata de un thriller más, del montón, en donde la previsibilidad se convierte en su peor enemigo. Un trabajo rutinario en el que resulta facilísimo dar con todos los pasos que realizará el asesino y la forma (cantadísima) en la que el FBI procederá a su captura.

He de reconocer que Diane Lane, una actriz por la que siento una especial debilidad, en su rol de la llorica agente del FBI encargada del caso, no se vuelca al cien por cien en su interpretación como en otras ocasiones. Aparte de haber envejecido repentinamente (aunque conservando aún un puntito de su belleza), no es capaz de otorgar el suficiente empaque a su personaje como para resultar atractivo; un personaje que, por otra parte y debido a su irregular guión, no está bien desglosado, tal y como ocurre con el resto de las descripciones de sus protagonistas. Muy básico, vacío y extramadamente tópico.

Todo queda como muy pillado al vuelo. IP’s mutantes, servidores espejo y cuatro referencias más al abecedario propio de Internet, están metidos a saco para intentar complicar (sin conseguirlo) su simple y poco efectivo guión, al igual que queda un tanto forzada la inclusión en la trama del círculo familiar de la detective encarnada por Diane Lane. Una inserción que, en el fondo, pretende disfrazar la nula definición de una heroína que, tal y como demuestra en su (ridícula) escena final, denota un gran apego por su reluciente placa de agente federal.

Sin lugar a dudas, lo único atractivo y bien resulto de la cinta, se localiza en el macabro montaje teatral que el psicópata organiza para deshacerse de sus rehenes: un claro guiño a cuantos artefactos de tortura aparecen a lo largo de las cuatro entregas de Saw. Atención, ante todo, al innovador sistema de someter a una de las víctimas a un fresco baño de agua en un recipiente transparente; baño al que se le añade, al ritmo de visitas en la página, una solución de ácido sulfúrico. Un despelleje de lo más salvaje que, por su bestialidad, suma algunos puntos a tan irregular producto.