En La Noche Es Nuestra se introduce de lleno en lo que se podría denominar un thriller de connotaciones familiares ya que, ante todo, su cámara busca las tensas relaciones que se crean entre algunos de los miembros de los Grusinsky, una estirpe cuya mayor parte de integrantes ha formado (o forma) parte del cuerpo de policía de la ciudad de Nueva York. Concretamente se interesa por Albert Grusinsky, jefe de policía y al mismo tiempo padre de Joe y Bobby. El primero de los hermanos ha seguido la vocación y la carrera de su progenitor, mientras que el segundo, además de adoptar como primer apellido el de la madre, Green, ha desviados sus intereses hacia facetas laborales que, en muchas ocasiones, pueden derivar hacia asuntos al margen de toda legalidad.
El retrato inicial de los tres personajes resulta meticuloso y perfectamente escrito. Papá, su niño del alma y la oveja negra (excelente y moderadísimo Joaquin Phoenix). Una oveja negra a la que, sin embargo, intentarán llamar de nuevo al redil para que colabore, al lado de la ley, en un oscuro asunto que se interfiere en su trabajo como mánager de El Caribe, una macrodiscoteca de moda en Brooklyn... y es que un posible narcotraficante ruso, de altos vuelos, puede estar pasando su mercancía en el recinto que controla Bobby.
La descripción del ambiente nocturno y marchoso de las calles y centros de ocio del Nueva York de finales de los 80 es, sin lugar a dudas, uno de los puntos sobresalientes de La Noche Es Nuestra y que, en parte, recuerdan al estilo empleado por Spike Lee en Summer of Sam, una de sus mejores y menos reconocidas cintas. Una época que estuvo marcada por el boom de la música disco en los 70 y por la consecuente aparición de numerosos locales al estilo del ya mítico Studio 54.
La historia que se establece entre los dos hermanos y el padre, entra de pleno en las claves del thriller policiaco; historia a la que se acerca desde un prisma muy cercano al que hubiera utilizado Sidney Lumet de haber caído en sus manos la realización de este film. La sobriedad y la gélida calma con la que muestra las idas y venidas de la familia Grusinsky y el dibujo del íntimo círculo policial que les rodea, hacen pensar en ciertos aspectos ya esgrimidos por el director de Serpico en La Noche Cae Sobre Manhattan. Incluso, al igual que ocurre durante los primeros minutos de éste, James Gray orquesta, hacia media película, un brutal tiroteo que lo emparienta directamente con él.
Sólo hasta aquí llegan las coincidencias y paralelismos con el cine de Lumet ya que, al contrario que éste (el cual habría optado por una resolución más fría y cínica), da un giro radical en su posicionamiento ideológico inicial y se tuerce, inevitablemente, hacia posturas más moralistas y un tanto fachendas. En el epicentro del cambio se encuentra una de las decisiones de Bobby, el hermano descarriado; una decisión forzada, no muy comprensible y pésimamente plasmada en pantalla. De hecho, el único personaje del que se entienden a la perfección sus acciones es el de Amada, la novia latina de Bobby, interpretada de manara compacta y creíble por una sorprendente y guapísima Eva Mendes (¡quién la pillara!).
En definitiva, y a pesar de su intachable e interesante hora inicial, La Noche Es Nuestra abriga una peligrosa línea moralista y religiosa de elevada envergadura. Tan elevada se me antoja que, personalmente, su parte final me llegó incluso a ofender. Y es que, esa furibunda redención a través de la expiación de los pecados que propone, me transporta a mis años de juventud en un colegio de salesianos. Es una pena que los buenos conocimientos cinematográficos que denota James Gray, los aplique a un producto tan ultraconservador y, al mismo tiempo, defensor a ultranza, de los métodos policiales más expeditivos. De hecho, su título original es sacado textualmente del lema propagandístico que, en los 80, utilizaba la policía de Nueva York para imponer su imagen al ciudadano.
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