Éste es el interesante arranque de Expediente Anwar (Redention en su original), un producto incisivo que dispara con bala contra los oscuros intereses de la administración Bush y su política antiterrorista; un gobierno que usa cualquier tipo recurso con tal de sacar elementos subversivos hasta debajo de las piedras y que, en este caso, está representado, en su máximo esplendor, por una contundente Meryl Streep, una temible Dama de Hierro al servicio de la “legalidad” establecida.
Dirigida por el sudafricano Gavin Hood -el mismo que en el 2006 obtuviera el Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa por Tsotsi-, la cinta, amparada en las coordenadas del thriller político, profundiza, ante todo, en la dual figura de Douglas Freeman, un analista de la CIA (interpretado de forma sobria por Jake Gillenhaal) que, habiendo visto morir a su compañero en el lugar del atentado, asistirá, en calidad de delegado de su país, al interrogatorio del "presunto" culpable.
Un trabajo conciso y milimétrico que, aparte del personaje citado, se adentra en una densa y bien dibujada mirada sobre unos cuantos más, tomándose un interés muy especial por el obsesivo director de la prisión en la que se mantiene encerrado a Anwar mientras que, desde otra dimensión y en tierra norteamericana, la cámara sigue los pasos que da Isabella Fields Ibrahimi, la esposa del detenido, por conocer el verdadero paradero de su marido. A través de este papel, una admirable Reese Witherspoon (con barriga kilométrica incluida), recupera el espíritu combativo del que hicieran gala, en títulos anteriores, mujeres como Sissy Spacek (Missing) o, más recientemente, Angelina Jolie (Un Corazón Invencible).
Clara deudora del comprometido cine de Costa Gravras, no sólo se dedica a colocar los puntos sobre las íes pues, a través de su particular narrativa y jugando con la ecuación espacio / tiempo, ofrece uno de los pasajes más sorprendentes e inesperados de la temporada: una giro de guión, planificado al detalle, que situará el espectador en un contexto y una textura totalmente distintas de lo que estaba viendo hasta ese momento. Un cambio inteligente que alimenta de nuevos datos a su ya de por sí sólido argumento y que, por su brillantez visual, nos descubre la total validez de su realizador.
Torturas, falsos culpables y la corruptela y desfachatez del poder, barajados en una misma partida. La carta más elevada se la guarda en la manga Gavin Hood, un cineasta dotado de una enorme capacidad para dejar boquiabierto al patio de butacas. En su laberíntica narración nada se le escapa de las manos y, ante todo, sitúa al terrorismo de estado y al ideológico en un mismo plano... si es que al terrorismo se le puede aplicar el calificativo de ideológico, cosa que, a mi edad, ya empiezo a dudar seriamente.
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