31.3.11

El internado

En Hailsham, un internado inglés situado en plena naturaleza, se cría y educa a varios niños destinados a una meta muy concreta en su adolescencia. La ausencia de sentimientos o la frialdad en sus relaciones personales, son sólo algunas de las prioridades del método de enseñanza al que son sometidos. Dos chicas y un chico, entre los que se establece un fuerte lazo de unión, empezarán a plantearse serias dudas sobre su “verdad” y su posible destino final. Este es, a grandes rasgos, el planteamiento inicial de Nunca Me Abandones, la nueva cinta de Mark Romanek tras la inquietante Retratos de una Obsesión.

Basada en la novela homónima de Kazuo Ishiguro, la película, a pesar de estar ambientada a finales de los 50, plantea una serie de cuestiones que la acercan de un modo muy sutil a la ciencia-ficción, convirtiéndola en una especie de mezcla cinéfila entre los universos literarios de Charles Dickens y George Orwell. Siempre en la frontera entre el melodrama y el fantástico, aunque sin traspasar la puerta y sin entrar de lleno en uno u otro género.

Su vaporosa indefinición es, claramente, uno de los principales defectos de un producto que se queda a medio camino de cuanto propone. Su halo de misterio nunca acaba de ser turbador, mientras que tampoco logra emocionar a pesar del toque de romanticismo con el que envuelve la relación triangular de sus principales protagonistas.

La frialdad con la que se acerca a sus personajes, las no muy convincentes (y distantes) interpretaciones de un casting a priori interesante (Carey Mulligan, Keira Knightley y Andrew Garfield) y su lenta (¡lentísima!) puesta en escena -seccionada por demasiadas elipsis narrativas-, hacen de Nunca Me Abandones una cinta fallida que resulta mucho más interesante por sus (buenísimas) intenciones que no por sus resultados finales.

Y no les cuento nada más, pues no querría destriparles las dos únicas e interesantes sorpresas que abriga su proyección y que, por otra parte, ya se han encargado de desvelar otros medios con menos escrúpulos. Y es que, en el fondo, la película se sustenta de ese par de materias incógnitas.

30.3.11

El último peñazo

Jacques Rivette, uno de los reputados de la Nouvelle Vague, a sus 83 años regresa a las pantallas de todo el mundo con El Último Verano (imposible traducción española de 36 Vues du Pic Saint Loup), un título que fue presentado en la última edición del Festival de Venecia. Los gafapastas están de enhorabuena; el resto de mortales, no tanto. El hombre, a su edad, ya podría ir pensando en la jubilación.

No se dejen engañar por las palabras de uno de los gurús de la crítica en Catalunya que, en su espacio televisivo semanal, aseguraba que, con El Último Verano, estábamos ante una “pequeña joya cinematográfica”. Falacias. Nada más alejado de la realidad. Luego, la gente ve el peñazo que en realidad nos endilga el Rivette y pierde todo el respeto por la mínima credibilidad que ofrece cierto sector de la crítica.

A Jacques Rivette nunca le perdonaré las soporíferas cuatro horas de La Bella Mentirosa, uno de sus films (inexplicablemente) mejor valorados y en el que un pintor, interpretado por Michel Piccoli, se pasaba la mayor parte de su abigarrado metraje retratando a una aún tentadora Jane Birkin en pelota picada. Ahora, para su último experimento y veinte años después de tal suplicio cinematográfico, recupera a la Birkin (bastante ajada, la pobrecilla), la cubre con unos harapos (que ya no está para ir enseñando miserias) y la convierte en una mujer solitaria, de parcas palabras y traumatizada por un hecho del pasado.

Como telón de fondo a los devaneos “intelectualoides” del Rivette y de las angustias del personaje de la Birkin, un pequeño circo ambulante y sus pocos integrantes: un par de equilibristas y tres payasos reconcomidos que se pasan el puto día representando y ensayando el mismo número. Como decorado paisajístico, la envolvente naturaleza del Pic Saint Loup en el Languedoc-Roussillon. Añádanle a la troupe circense a un italiano (también solitario) que, con el careto de Sergio Castellitto, queda prendado de las arrugas y del misterio que rodea a la femme tronada.

Una película en la que no pasa nada de nada, aunque todo en ella es de lo más bucólico y silvestre. Lenta a matar. Escenas que se repiten una y otra vez, como el sketch de los payasos depresivos o las absurdas conversaciones (o no conversaciones) de Castellitto con el resto de los integrantes del circo. Miradas, silencios y cantidad de situaciones y de diálogos para besugos. La naturalidad en los actores es nula: ¡Viva la teatralidad! El sonido de los grillos, de fondo, que no falte. Cuatro encuadres básicos y un mucho de experimentación al servicio de una gran tomadura de pelo. A todo le llaman cine... e incluso poesía.

No hay como ser una vaca sagrada para hacer un bodrio y que le tilden a uno de maestro. Que no les pase “”. Suerte que, en lugar de cuatro horas, dura 80 minutejos. Y aún así, sigue siendo interminable.

Como siga metiéndome con las "eminencias", me excomulgarán del mundo de la crítica. Pues mira: ¡Me cago en la Nouvelle Vague!

29.3.11

La gran comilona

Amparándose en el éxito conseguido por el Tiburón de Steven Spielberg, tres años después, en 1978, Joe Dante estrenaba Piraña, una serie B tan modélica como entretenida, producida por Roger Corman, que tuvo su secuela, en el 81, de la mano de un debutante y hoy reputado James Cameron con la más que olvidable Piraña II: Los Vampiros del Mar. Ahora, Alexander Aja retoma el material original del film de Dante y, de forma muy libre, lo adapta a los nuevos tiempos con la ayuda de la tecnología que ofrece el 3D. El resultado es Piraña 3D: con ella el desmadre ya está servido.

El guiño inicial a Tiburón mediante la presencia de un visto y no visto Richard Dreyfuss, la recuperación de una madura Elisabeth Shue (Karate Kid, Regreso al Futuro II y III) para interpretar uno de los papeles principales (el de la sheriff Julie Forester) o la emblemática presencia de Christopher Lloyd (Regreso al Fruturo again), son claros síntomas de la vocación ochentera de Aja en su nueva (y diferente) visión sobre Piraña.

La fiesta de la primavera acerca a una multitud de jóvenes descerebrados y con ganas de jolgorio hasta el municipio en el que está enclavado el Lago Victoria. Música a tope, alcohol, bikinis y top less... mucho top less. Un inesperado movimiento sísmico, capaz de abrir una gran grieta bajo las aguas del lago, cambiará el rumbo de la celebración ya que despertará a un hambriento ejército de pirañas prehistóricas dispuestas a darse un suculento almuerzo.

La historia parece no esconder secretos. Pero sólo lo parece en apariencia, pues su proyección alberga varias sorpresas (y algunas de ellas jocosamente escatológicas). Su primera media hora hasta puede llegar a crispar debido al cúmulo de tópicos que amontona y al sinfín de personajes vacíos (e insufribles) que presenta. Pero no hay que desfallecer y cometer el error de abandonar antes de tiempo. El amigo Aja sabe lo que se hace y, una vez empieza la acción, compensa con creces esa (repito, en apariencia) rutinaria parte inicial. Es más: sin esos treinta minutos de introducción al más puro estilo de las películas con teenagers repelentes, no tendría mucho sentido el festival gore, sangriento, cachondo y sin tregua (incluso diría que irreverente) en el que se embarca.

Una película trepidante y sin complejos. Una gamberrada divertida y totalmente fiel a las coordenadas del cine de los 80. Yo me lo pasé pipa. Hasta estuve a punto de cometer pecado e ir a por una bolsa de palomitas.

23.3.11

La dama que no temió a Virginia Woolf

Unos decían de ella que era una Mujer Indomable, otros que se trataba de una Mujer Maldita; la verdad es que era Salvaje y Peligrosa. Su Fuego de Juventud y sus numerosos Recursos de Mujer la hicieron destacar entre todas las Mujercitas que poblaron el Hollywood de los años dorados. A pesar de haber bebido del Árbol de la Vida durante una Ceremonia Secreta tras un Pacto Con El Diablo, hoy nos ha abandonado. Su nombre, Elizabeth Taylor: para ella siempre existirá Un Lugar en el Sol.

Conoció en persona a Los Picapiedra, aunque nunca llegó a deambular por La Senda de los Elefantes. Incluso su voz se dejó oir en el domicilio de los Simpson. Toda una Gigante de la interpretación que, por culpa de llevar una vida sentimental más ajetreada que la de Cleopatra, se convirtió en Una Mujer Marcada. Durante muchos años, El Único Juego de la Ciudad consistió en adivinar cual sería su próximo marido. Sus múltiples bodas se asimilaron a una Cadena Invisible que jamás gustó al Padre de la Novia.

Sus películas ya han pasado a formar parte de la memoria colectiva, como si se trataran de brillantes Reflejos En Un Ojo Dorado. Los Comediantes que la acompañaron durante su carrera la despedirán esta noche con una Rapsodia, un Pájaro Azul alzará el vuelo y maullará entristecida una Gata Sobre el Tejado de Zinc.

Con su muerte, De Repente, El Último Verano ha vuelto a mi mente y he recordado La Última Vez Que Vi París. No más Castillos En La Arena: Liz Taylor Forever.

21.3.11

Caca, culo, pedo

Con Torrente 4: Lethal Crisis, José Luis Torrente vuelve a dar la vara desde la gran pantalla. Ahora en 3D, como si se tratara de una gran producción made in Hollywood. Santiago Segura, como siempre, escribe el guión, se coloca tras la cámara y se mete en la piel del personaje más guarro que ha parido el cine patrio. Con él, el cutrerío íbero vuelve a arrasar en taquilla.

Al igual que en entregas anteriores, lo mejor de la cinta se localiza en el personaje de Torrente. Fascista, racista, homófobo, putero, cobarde y mugriento: la bajeza total. Su speech ante la tumba de El Fary (el gran ídolo de su vida) no es más que la declaración de principios. de un tipo sin oficio ni beneficio que, en plena crisis económica, subsiste a base de explotar a un numeroso grupo de inmigrantes a los que alquila su pequeño e inmundo apartamento.

La sátira, aunque burda, ya está servida. El efecto sorpresa sobre la mezquindad del personaje ya se ha perdido pero por suerte, aunque sólo sea durante 90 escasos minutos, el reino de lo políticamente incorrecto entrará en nuestras vidas. Y Santiago Segura, en este aspecto, es todo un as. Al eterno “caca, culo, pedo” que tanta gracia les hace a los niños pequeños, le otorga una dimensión especial y, puesto en boca de sus frikis habituales, aún sigue provocando carcajas. Hace alta comedia de unos calzoncillos cagados o del primerísimo primer plano de un culo desnudo y en pompa. La sofisticación no existe en su casa. Y me parece perfecto. Y mucho más si con ello aún nos hace reír.

El secreto humorístico de las ventosidades y bajezas varias de Torrente estriba en que, tras él, vemos retratados a un montón de personajes innombrables que, bajo su españolismo retrógrado, nos amargaron (y continúan amargándonos) la existencia. Mientras televisiones en la línea de Intereconomía y similares entren a diario en nuestros hogares, Torrente seguirá existiendo. Y con él, toda esa cohorte de criaturas deformes nacidas al amparo de la telebasura y a las que, en muchos casos, querríamos defenestrar (o, si es menester, soltar por el hueco de la escalera).

La parada de los monstruos mediáticos ha vuelto a funcionar. El minutito de gloria al lado del franquista de Torrente está tan buscado como oro en paño. Defecar ante los desorbitados ojos de Ana Obregón, meter entre rejas a Kiko Matamoros (¿en honor a su gemelo?), dejar a Belén Esteban que todo le siga saliendo del coño o provocar que Kiko Rivera (el hijo de la Pantoja) despotrique de la música folklórica, es todo un lujo que sólo se puede pagar Santiago Segura. Y a quien no le guste, que no la vea.

Asesinos a sueldo, traidores, bufones, quinquis, inmigrantes, sexo, guarrerías españolas y, de propina, media horita de cine carcelario, con guiño incluido a Evasión o Victoria. ¿Quién da más? Además, contra toda previsión, sin abusar en demasía del 3D (por cierto, perfectamente aplicado) para resaltar efectos escatológicos varios. Yo me lo pasé pipa... aunque la película se vaya deshinchando en su parte final.

18.3.11

La brigada del sombrero

Adaptar a la gran pantalla el particularísimo universo de Philip K. Dick no debe ser cosa fácil. Ridley Scoot (Blade Runner), Steven Spielberg (Minority Report) y Paul Verhoeven (Desafío Total) son de los pocos cineastas que han salido airosos del intento. A ellos ha intentado sumarse el debutante George Nolfi con Destino Oculto (el inexplicable título español de The Adjustement Bureau), aunque en su tentativa se ha quedado a medio camino.

Basada muy libremente en el cuento corto Adjustment Team del escritor de Chicago, la cinta narra los avatares de un congresista norteamericano, con altas aspiraciones políticas, cuando un grupo misterioso que vela por el destino de las personas le obligue a alejarse de la mujer a la que ama, una bailarina de danza contemporánea. Una historia de amor fou (e imposible) que mezcla aspectos románticos con el cine fantástico y más puramente de acción.

Un love story a golpe de ciencia-ficción y envuelto de ese alto grado conspiranoico que tanto le gustaba al desaparecido K. Dick. Todo, a priori, resulta de lo más prometedor, incluida la estética, con sombrero encasquetado como parte de su uniforme, de los hombres que componen la llamada Oficina de Ajustes. El problema, sin embargo, estriba en la poca fuerza que le imprime Nolfi a la intriga que propone, decantando más la balanza hacia una historia repleta de pasajes ciertamente ridículos y optando por copiar descaradamente, durante sus escenas teóricamente más trepidantes, la estética del Origen de Nolan.

Añádanle, a todo ello, la poca química que se genera entre Emily Blunt (muy guapa ella, eso sí) y un Matt Damon más desaborido de lo habitual, un elemento éste imprescindible para hacer creíble la relación (de amor a primera vista) que se establece entre los dos personajes a los que se les niega un futuro en común para salvaguardar el destino político de él.

Destino Oculto goza de una premisa tentadora, pero va deshinchándose a medida que avanza su trama, plagada de inconsistencias, pasajes pésimamente resueltos y con un final de lo más blandengue y poco inspirado. Mucho ruido y pocas nueces. La culpa de todo ello podría ser achacable a Terence Stamp, un actor que desde hace años gafa la mayoría de productos en los que colabora.

15.3.11

El momio de Guanajuato

Un hombre de 70 años, casado y con dos hijas mayores de edad, decide matricularse en la Universidad de Guanajuato, su ciudad residencial, con la finalidad de estudiar Literatura. Amante de la obra de Cervantes y en particular de su Don Quijote de la Mancha, salvará la distancia generacional con sus compañeros de clase para convertirse en su líder espiritual. Ésta es, a breves rasgos, la sinopsis de El Estudiante, un film del que aseguran haber causado furor en su país de origen, México, y que ahora (para bien o para mal) llega a nuestras pantallas. Por suerte para su salud mental, se ha estrenado en poquísimas salas.

Lo que engañosamente, en un principio, promete ser una comedia afable y entretenida, no es más que un cocktail explosivo compuesto de unas gotas de moralina y un mucho de cristianismo exacerbado. Una crítica desaforada sobre la (exageradísima) perdida de valores de la juventud actual que, por su tono reaccionario, parece haber sido escrita por integrantes de la derecha más radical.

Su postura antiabortista o la negación rotunda a las relaciones sexuales prematrimoniales, son sólo un par de los múltiples temas polémicos que plantea. Alcohol, drogas y demás vicios, por descontado que empezarán a ser erradicados del campus de Guanajuato gracias a los sabios consejos evangelizadores de Chano, el anciano que decide regresar a la facultad. Vergonzosamente, su director y guionista, el debutante Roberto Girault, osa esgrimir múltiples pasajes de Don Quijote de la Mancha (personaje con el que se identifica el tal Chano) como arma defensiva ante las materias que considera insanas.

El Estudiante es un film de esos que personalmente me molestan. Un título que considero ofensivo. Me revuelve las entrañas que se disfrace al conservadurismo de bondad. El “buenismo” que desprende el Chano atufa. Más que una película se me antoja todo un panfleto envenenado; un manual de buenos modales de aquellos que, durante el franquismo, eran de aprendizaje obligatorio en las escuelas.

Recomendada altamente a las juventudes pepistas. Seguro que babearán con la propuesta.

14.3.11

La canción de Ctuhlhu (Chulú, Chulú, Chulú) - Una crónica de El Señor Lechero

Hace poco más de un año, el bueno del señor Spaulding me cedió su privilegiada tribuna para que hiciera la crónica de una película que, casi de rondón, se había colado en la cartelera: La Herencia Valdemar. La opera prima del director, guionista y productor José Luis Alemán había llegado a mi conocimiento a través de la visita de esas amistades tan poco recomendables que devoran con pasión todo lo relativo al séptimo arte (algo así como el Crítico Maldito y el señor Calígula, para entendernos) y que me habló bastante bien del proyecto de un cineasta novato que había tomado la decisión de empezar su periplo por esto del cinematógrafo adaptando a H. P. Lovecraft.

La Herencia Valdemar contaba una historia mediante el socorrido (y complejo) sistema de cambiar la cronología del relato explicando el pasado dentro del presente. En ella, Luisa Lorente (Silvia Abascal) ejercía el clásico papel de urbanita metida en caserón abandonado con bicho dentro y desaparecía sin dejar rastro, lo que motivaba que sus jefes pusieran sobre su pista al detective Nicolás Trémell (un cada vez más acantinflado Óscar Jaenada) al cual la misteriosa Doctora Cerviá (Ana Risueño) ponía en antecedentes en torno al misterio de la mansión Valdemar y a la historia de sus dueños, Leonor y Lázaro Valdemar (Laia Marull y Daniele Liotti). Los bruscos saltos espacio-temporales jugaron en contra de una cinta cuyo final anunciaba, por sorpresa y con premeditación, que el desenlace de la historia se narraría en una segunda parte que se estrenó a finales del pasado mes de enero y que lleva por título La Sombra Prohibida.

La película en cuestión cumple, consecuentemente, con la misión establecida de dar un fin a la historia que narra el legado de la familia Valdemar. Sensiblemente más corta que su predecesora, arranca justo donde ésta se había quedado. Así, si un año antes habíamos visto cómo Ana y Eduardo (Norma Ruiz y Rodolfo Sancho), compañeros de inmobiliaria de Luisa, habían partido en su busca, ahora los encontramos transitando por una carretera secundaria en plena noche, camino de la mansión. Todavía hay tiempo para poder disfrutar de otro salto temporal, pues Trémell y Risueño siguen aún disfrutando de los placeres del Transcantábrico, ocasión perfecta para que la segunda siga aleccionando al primero sobre el pasado de la familia Valdemar. Aquí vuelve a quedar patente el primoroso cuidado que se ha dado a la ambientación de las escenas de época y vuelve a brillar con luz propia un actor secundario, en esta ocasión Luis Zahera, que demuestra que lo mismo vale para chorizo drogadicto en Celda 211 que para ser (oportunamente doblado) H. P. Lovecraft. Su diálogo con Daniele Liotti es de lo mejor de una cinta donde vuelve a darse la paradoja de que los protagonistas no parecen estar a la altura de sus compañeros de escena. El actor italiano es físicamente una buena elección para dar vida al atormentado Lázaro Valdemar, pero su acento evoca con demasiada facilidad a otros intérpretes en otros papeles. Siendo honestos, es un problema que aqueja a casi toda la producción española y que hace que Jorge Sanz sea uruguayo con acento peninsular en El regreso de Curro Jiménez o que Juanjo Ballesta sea un íbero con acento de Vallecas en Hispania, la leyenda… aunque me estoy saliendo del camino.

Después del último salto temporal volvemos a un presente, donde los distintos personajes se reúnen por fin en la mansión. Allí se sucede una atropellada lista de revelaciones que intentan aclarar buena parte de los misterios que han ido trufando el desarrollo de las dos cintas. Sin embargo, el torrente de información es tal que requiere del uso de nuevas rememoraciones ubicadas temporalmente al inicio de la primera parte. Con todo, la intriga no solamente no queda resuelta, sino que se abren demasiadas preguntas, casi todas vinculadas a la misteriosa Fundación Valdemar y a sus dirigentes.

José Luis Alemán ha comentado que La Sombra Prohibida iba a tener un ritmo distinto, aproximándose a las películas de acción de los años ochenta. Prueba de ello es que una parte importante del metraje tiene a los personajes de Ruiz, Sancho, Jaenada y Abascal huyendo del lovecraftiano engendro que aparecía al final de la primera parte, para desembocar en un clímax donde hace su aparición ni más ni menos que Ctulhu, que ha decidido parar su milenaria siestecita en R´yleh y darse un garbeo por la España profunda. El epílogo queda para remarcar que don José Luis nos ha tomado un poco el pelo, pues La Herencia Valdemar tiene poco de terror gótico y mucho de historia romántica de amor.

Personalmente, creo que La Sombra Prohibida tiene las mismas virtudes y los mismos defectos que su predecesora. Así, creo que hay un defecto importante a la hora de trabajar con la estructura narrativa de la película: hay demasiados saltos hacia atrás y demasiada recreación en detalles muy bonitos pero poco importantes para el desarrollo de la historia. Luego se produce un “corre corre” para que todo quede más o menos cerrado, pero acaba cerrado en falso. Por otra parte, la cuidada ambientación de las partes de la película que se desarrollan en el pasado choca y chirría al encajarse con la trama central, ambientada en la actualidad. El tono de realismo mágico-fantasmagórico resulta demasiado exagerado, como lo demuestra el hecho de que nos encontremos en pleno siglo dieci… veinte… veintiuno con una zíngara y un carromato más propios de cualquier adaptación hammeriana de Drácula. Homenaje o no, la película (las dos en su conjunto) deja con esa comezón de querer saber más acerca de la Fundación Valdemar, de los inquietantes cuidadores del viejuno caserón que pertenece a aquélla, de los manejos que los personajes de Poncela, Risueño y Jaenada se traían entre manos, de las aventuras de Lázaro Valdemar a lo largo y ancho del mundo… Alemán ha sabido hacer interesantes, atractivos y hasta entrañables a unos personajes que merecerían mucho más metraje, pero que por la escasez de éste acaban tropezando unos con otros.

En el aspecto técnico, la cinta vuelve a puntuar con nota sobresaliente, habiendo que llamar la atención sobre la espectacular aparición de Cthulhu. Detalles como éste demuestran que el cine español puede, sabe y debe sacudirse los tópicos que le han caído encima por obra y gracia de su sector más institucionalizado.

Hace un año concluía mi crítica indicando que La Herencia Valdemar no era, en definitiva, una buena película, pero sí un producto digno. Hoy repito mi conclusión, haciendo además el necesario hincapié en el hecho de que se trata del primer trabajo de José Luis Alemán, al que hay que reconocerle el valor (rayano en la temeridad) de haberse lanzado con un proyecto tan ambicioso, el detalle de reivindicar a un ilustre olvidado como Paul Naschy y la osada honradez de haber hecho su trabajo sin echar mano de las socorridas subvenciones. Su ejemplo es necesario en un ámbito del entretenimiento como es el cine español, donde buena parte de sus integrantes parecen más ocupados en perpetrar leyes de corte fascista jaleados en la sombra por la todopoderosa industria hollywoodiense que en intentar ganarse a un público que cada vez es más hostil por sistema a todo lo que huela a cinematógrafo celtibérico. La Herencia Valdemar es una historia curiosa, que combina romance y misterio, terror y drama, con más agujeros en su trama que un queso suizo, pero bien acabada, ambientada y con una banda sonora apropiada. Ahora que La Cruzada Entertainment anuncia la salida de una edición especial en DVD con más metraje y las dos cintas como una sola, hay una buena ocasión para ver qué ha ofrecido y qué puede ofrecer José Luis Alemán al cine español. Como dije en su momento, habrá que seguirle la pista.

11.3.11

EN RESUMIDAS CUENTAS: Mamíferos peludos

Disney recurre al universo de los hermanos Grimm para adaptar muy a su estilo a Rapunzel, uno de los cuentos más populares de los dos escritores. Con Enredados y tras la buena acogida de Tiana y el Sapo, la mítica productora sigue decidida a recuperar el espíritu de sus clásicos films de animación. Y es que la historia de Rapunzel le viene a pelo (y nunca mejor dicho). Una niña de larga pelambrera es secuestrada en su más tierna infancia por una malvada hechicera, y encerrada de por vida en una hermética torre en medio del bosque. Al cumplir los 18, conocerá a un aguerrido muchacho que le abrirá una puerta a su pasado y le descubrirá el amor. La magia y un cierto toque de cursilería (aquí por suerte bastante suavizado) regresan de la mano de Disney.

Nathan Greno y Byron Howard, sus dos directores, han optado por intercambiar el género y el origen social de sus dos protagonistas principales con respecto al original literario. Si en éste la secuestrada era una plebeya, en el film se convierte en la hija del Rey, mientras que el príncipe que la descubría pasa a ser un forajido cargado de buenas intenciones.

La mezcla es típica y tópica, pero funciona a la perfección: una historia de amor entre una princesa y un ladronzuelo de buen corazón, un mucho de aventuras y un par de animalillos muy humanizados (en este caso, un caballo y una salamandra) para que el departamento de marketing empiece a frotarse las manos con las ventas de los muñecos de éstos. La fórmula es vieja, pero a las nuevas generaciones les sigue molando. Y más si se la enchufan con eso del 3D para resaltar el poder sobrenatural de la larga y sinuosa cabellera rubia de Rapunzel o para darle más vivacidad a sus numerosas y bien trazadas escenas de acción.

Un entretenimiento apto (y recomendable) para todos los públicos, del que cabe destacar un momento memorable, justo aquel en el que Rapunzel y su compañero, Flynn Rider, hacen un alto en el camino para adentrarse en una posada concurrida por un público de lo más vikingo y quincorro.


En el otro extremo de la cuerda, en cuanto a cine de animación se refiere, se sitúa El Oso Yogui, la ilógica e innecesaria adaptación a la pantalla grande de los míticos dibujos creados en 1958 por William Hanna y Joseph Barbera, en donde la (poco sorprendente) mixtura entre la animación informática y la acción real ha permitido que los muñecotes de Yogui y el pequeño Boo Boo se codeen de tú a tú con un Ranger Smith de carne y hueso.

Para aquellos que crecimos con las películas del oso Yogui, el parque de Jellystone ya ha dejado de ser lo que era. En el traspaso, sus entrañables personajes originales han perdido toda la inocencia y candidez, convirtiendo a la propuesta en una solemne gilipollada sin pies ni cabeza. Eric Brevig, su director, se ha dedicado a rescatar, por todo lo alto y sin garra, las gansadas que los dos osos realizaban en su afán por conseguir las cestas de comida de los turistas. Repetitiva y sin gracia. Una cosa es un episodio de 6 minutos de duración; la otra, es alargar lo que sucedía en cualquiera de esos capítulos hasta cubrir el estándar de 80 minutos. La historia es lo de menos. Es más: directamente, no hay historia: sólo una mínimo esbozo argumental, con alcalde corrupto incluido, para excusar su metraje (corto pero interminable) .

La cosa no da para mucho. Más bien no da para nada. Total, que en menos que canta un gallo, El Oso Yogui, él solito, le ha barrido un montón de recuerdos a la memoria de un par de generaciones. Cualquier día nos pillan a La Pantera Rosa, la transforman en un animatronic, y la ponen a perseguir a un tipo bajito, narigudo y desnudo, de carne y hueso, por las calles de Nueva York.

8.3.11

EN RESUMIDAS CUENTAS: Gente atrapada

Basada remotamente en un caso real, El Santuario (Sanctum) transporta al espectador hasta el interior de una red de cuevas subacuáticas en Nueva Guinea, lugar en el que un grupo de espeleólogos y submarinistas exploran el complejo entramado de cavernas que la componen. Una inesperada y torrencial tormenta tropical dejará a algunos miembros del equipo atrapados en el interior de la gigantesca gruta, entre ellos el jefe de la expedición, su hijo, el mecenas que la financia y la inexperta novia de éste. Tras la cámara, el australiano Alister Grierson; en la producción (e ideólogo de la cinta), James Cameron.

El cine claustrofóbico y con situaciones límites se ha puesto de moda. Y El Santuario, en este aspecto, explota inteligentemente todos los recursos que le ofrece el género. La angustia, el suspense y el sacrificio se alternan a lo largo del sinfín de trabas –muy en la línea de La Aventura del Poseidón- que deberán superar los personajes protagonistas en el intento por descubrir una salida antes de perecer ahogados.

El tal Griester maneja bien la historia. En el aspecto físico, las escenas de acción están perfectamente filmadas: en ellas, no faltan ni tensión ni crudeza. En el aspecto psicológico también se muestra igualmente cruel, plantea acertadamente varias dudas morales y se acerca minuciosa y descarnadamente a los numerosos enfrentamientos creados entre los pocos miembros supervivientes de un equipo desmembrado, de entre los que cabe destacar la tirante relación entre un padre exigente y un hijo que nunca se sintió arropado.

Dos horas de entretenimiento de alto nivel, muy en la línea del cine que siempre ha defendido James Cameron, su productor. Siempre yendo al grano y sin ahorrar en escenas ciertamente desgarradoras.


La Trampa del Mal es otra cinta que se apuntan a la vertiente más claustrofóbica del cine actual. En este caso, el escenario principal se sitúa en uno de los ascensores de un gigantesco edificio de oficinas de la ciudad de Filadelfia, dentro del cual han quedado atrapados cinco desconocidos. M. Night Shyamalan produce el cotarro, cediéndole la batuta a John Erick Dowdle quien, en esta ocasión, sale mejor parado que en su film anterior, Quarantine, el remake norteamericano de [Rec] .

De hecho, este es el primero de una serie de cinco títulos que, concebidos por el propio Shyamalan para ser dirigidos por otros cineastas, se englobarán bajo el título genérico de The Night Chronicle. Muy en la línea del televisivo Twilight Zone, La Trampa del Mal plantea una situación terrorífica y de alta tensión al anunciar la posibilidad de que uno de los cinco personajes inmovilizados dentro del ascensor sea el mismísimo Diablo en persona.

No es la primera vez que el cine se acerca a la claustrofobia que produce quedarse encerrado en un elevador. La alemana Vacío y la holandesa El Ascensor son dos claros precedentes, aunque La Trampa del Mal lo hace desde un punto de vista más cercano al del segundo film, en donde el fantástico tiene un papel preferente.

Un título pequeño pero efectivo. Serie B pura y dura. Poco más de 75 minutos le son necesarios a Dowdle para atrapar a la platea en medio de un espiral de horror, suspense y humor negro. No hay que buscarle tres pies al gato: sólo dejarse llevar y disfrutar de un producto cuya única pretensión es la de entretener.

3.3.11

Enseñando a matar

En 1976 y bajo las órdenes de Michael Winner, Charles Bronson dio vida a un asesino profesional en The Mechanic (estrenada en España con el alucinante título de Fríamente... Sin Motivos Personales), un film de serie B ciertamente interesante en el que interpretaba a Arthur Bishop, un meticuloso sicario que afrontaba el reto de enseñarle el oficio al hijo de una de sus víctimas. La cinta poseía 15 minutos iniciales espléndidos, sin casi diálogos, durante los que se mostraba la minuciosidad de Bishop a la hora de planear sus asesinatos. Del resto, ya más acorde con los thrillers de la época, destacaba el sutil toque de perversidad con el que su director planteó el dibujo psicológico (y existencialista) de sus dos personajes principales: maestro y pupilo.

35 años más tarde, con The Mechanic, Simon West recupera la misma historia con la finalidad de modernizarla. Jasón Stratham -el héroe de acción por excelencia del género en los últimos años- se pone en la piel de asesino al que diera vida Charles Bronson, mientras que el rol de su joven protegido recae en un intachable Ben Foster quien, con su perfecta creación, termina por comerse (literalmente hablando) a su compañero.

Por el camino, la película pierde esa malicia enfermiza de la que hacía gala la del 76, mientras que el metódico y sobresaliente inicio de ésta se transmuta en una corta escena a modo y manera de las aventuras que abren los films de la serie James Bond. De hecho, con tal entrada, Simon West deja claro al espectador que su apuesta estriba en sustituir el lado más oscuro del original por algo más superfluo y banal, aunque decantándose por potenciar un tipo de filmación enérgica y endiablada mucho más acorde con el cine de acción actual.

Lo que podría haber resultado un verdadero pastiche, se convierte en un trabajo trepidante y narrado con garra. Un entretenimiento sin más, de aquellos que no dejan respiro al espectador. Vacío, pero resultón. La historia está bien perfilada pero, en el fondo, es lo que menos importa en una cinta de estas características: viene a ser la misma de la de Winner, aunque sin los matices morbosos que la hacían interesante. Lo que ahora priva es no aburrir y enganchar a las plateas a través de un imparable remolino de acción y violencia. Y en este aspecto, Simon West lo consigue con nota alta: respeta, a su manera, el hilo argumental del film protagonizado por Bronson, lima eróneamente esas "asperezas" que ahora algunos tacharían de políticamente incorrectas, le imprime mucho nervio y le otorga un look visual y narrativo a la cosa totalmente actual.

Un film de consumo inmediato, del de aquí te pillo aquí te mato, de dieta baja en calorías. No satisface al cien por cien, pero tampoco se indigesta. De propina, aunque de forma fugaz, hasta sale Donald Shuterland. Y ese hombre siempre compensa.

Lástima de esa chicha enfermiza que se ha volatizado durante el traspaso.

2.3.11

¿Los caballeros las prefieren rubias?

¡¿Seguro que las prefieren rubias?!



Jane Russell (1921-2011)

1.3.11

OSCAR 2011: Sin sorpresas y con olvidos imperdonables

La 83 edición de la gala de los Oscar ya pasó. Una noche más. Una de las más plúmbeas de los últimos años. Sus dos maestros de ceremonia no dieron el pego. James Franco y Anne Hathaway quedaron a años luz de muchos de sus predecesores. Él, vacilando de niño rebelde; ella, de princesita ñoña alejada totalmente de su rol más terrenal en la interesante Amor y Otras Drogas. Con ellos, el bostezo estuvo garantizado desde el primer minuto.

Suerte que, para la entrega del Oscar a Mejor Actriz Secundaria, apareció una leyenda viva del Hollywood dorado y, a pesar de sus más de 90 años, arregló solito el cotarro por unos minutos. Kirk Douglas estaba allí, en el centro del escenario del teatro Kodak, demostrando que aún seguía vivito, coleando y con ganas de guerra. Todo un pimpollo (hecho unos zorros) que montó su particular numerito ante una Academia que, a pesar de haberlo nominado en tres ocasiones, jamás le premió con la estatuilla dorada y tuvo que conformares, en 1996, con un Honorífico.

Los premios fueron cayendo, sin apenas un apunte que rompiera las previsiones. El rey tartamudo se alzó como el gran triunfador de la noche: película, director, actor principal y guión original. El canto del cisne (negro) ya nos había adelantado, entre otros, el Oscar para Natalie Portman, el de mejor película de animación para Toy Story 3, el de guión adaptado para el gran Aaron Sorkin (La Red Social) y los premios técnicos de Origen. Christian Bale y Melissa Leo, su madre en The Fighter, se vieron recompensados por su esfuerzo como secundarios, mientras que los Coen, Bardem e Iñárritu se volvían de vacío a casa. Sorpresas 0. Aburrimiento 10.

A lo largo de las tres interminables horas de ceremonia, nos enteramos de la muerte de nuestra Reina del Mate, Amparo Muñoz, y al día siguiente de la de Annie Girardot, una de las musas del cine francés.

Y, para más INRI, durante el habitual transcurso del homenaje a los desaparecidos, se olvidaron de que en casa se nos fue Berlanga y en Francia María Schneider. ¿Qué se puede esperar de una Academia que en las nominaciones se dejó en el tintero a El Escritor, uno de los títulos punteros de la temporada? ¡Qué les den!