31.10.13

SITGES 2013: Jornadas 8 y 9 (de montañeros puteados y maestros psicópatas) + el Top-Five de Spaulding

Durante la recta final del festival, por cuestiones que no vienen al caso, sólo tuve la posibilidad de asistir a la proyección de dos de los títulos programados.

El viernes 18, le tocó el turno al nuevo film de Renny Harlin, el director finlandés afincado en los EE.UU. desde los años 80 con títulos como La Jungla 2 (Alerta Roja) o el muy trepidante Máximo Riesgo. Ahora es el turno de The Dyatlow Pass Incident, una cinta ambientada en las nevadas montañas de los Urales y que, recurriendo a la técnica del found foutage, narra las aventuras de un grupo de jóvenes estudiantes que, contando con una cámara de vídeo profesional, viajan  hasta el lugar en donde los nueves integrantes de una expedición murieron en extrañas circunstancias en 1959. Dispuestos a descubrir las claves del enigma, se verán envueltos en un historia en donde el horror no se hará esperar.

Harlin, en su primera hora, demuestra su firme pulso narrativo y su curioso y efectivo manejo del found foutage. Después, a medida que los montañeros protagonistas se acercan a la obtención de posibles respuestas, al realizador se le va un poco la olla, llegando a momentos de desatino total cuando la acción pasa a centrarse al interior de un gigantesco búnker excavado en la montaña. Allí, en pleno delirio visual y narrativo, se olvida de que juega a ser un falso documental y, pensando con la mente de un fabricante de mainstreams, entro de lleno en una postproducción plagada de retoques digitales y efectos especiales, rompiendo con ello el toque realista que en un principio buscaba. Y ello sin hablar (por no entrar en spoilers) del imposible zoom final. Un film fallido por culpa de sus excesivos desmanes artificiales.


El sábado 19 de octubre, último día del Sitges 2013, tan sólo puse asistir al pase de Lesson Of The Evil, cinta de horror del nipón Takashi Miikem, uno de los directores homenajeados este año por el festival. En ella, asistimos al retrato de un profesor de instituto tras el que se esconde un psicópata en potencia y que verá potenciada su mala leche por los numerosos desatinos, a todos los niveles (ante todo hormonales), que se suceden entre alumnos y maestros de la escuela en las que imparte clases de inglés.

Marcada por un tema musical estrella (el Die Moritat von Mackie Messer de la ópera de Bertolt Brecht y sus numerosas variaciones jazzísticas bajo el nombre de Mack The Knife), a la película le cuesta bastante arrancar, aunque una vez superados sus primeros treinta minutos, la cosa da un vuelco y tras varios flash-backs macabros que acaban por definir la personalidad y el oscuro pasado del mentor protagonista, entra de lleno en una imparable espiral de violencia que termina en una larga orgía de sangre al más puro estilo de la matanza de Columbine y similares. Un film tenso y contundente que, junto con 13 Asesinos y a pesar de su clara diferencia temática, se convierte en uno de los mejores trabajos de un realizador caracterizado por sus excesos; excesos a los que tampoco renuncia en esta ocasión.


Y ya, para terminar con la crónica de esta 46ª. edición del Festival Internacional de Cinema de Cataluna – Sitges 2013, les dejo con mi top-five particular:

4. Enemy

30.10.13

SITGES 2013: Jornada 7 (de moteles lúgubres y sótanos israelitas)

La séptima jornada del Sitges 2013 fue, para mí, bastante tranquila. Ese cuerpo serrano que me lleva a todas partes ya empezaba a estar agotado. Con el visionado de dos películas, cumplí de sobras con mi presencia en el certamen.

A primera hora de la mañana me enfrenté con Gallows Hill, una producción norteamericana, filmada íntegramente en Bogotá (Colombia) y dirigida por el barcelonés Víctor García. La historia es la de siempre: un grupo compuesto por un viudo, su prometida, la hija del primero y el compañero de éste, durante un viaje por Colombia, sufrirán un percance que les llevara hasta un destartalado y solitario motel ubicado en medio de un bosque. Allí, además de ser mal recibidos por un viejo hosco, tropezarán con una serie de fenómenos terroríficos directamente relacionados con un acto de brujería que afectó, años atrás, a los propietarios del local. De factura impecable, aunque copiando demasiados detalles de otros títulos de similares características, la cinta transcurre entre susto y susto (a cual más previsible) y un batiburrillo idiomático que mezcla el ingles con el español de Colombia. Un film correcto, con actores de tres al cuarto, que peca de darle más importancia a su look visual y a su apartado técnico que en centrarse en esbozar un guión más coherente y atractivo. Muchos sobresaltos (previsibles) pero poca chicha.


Como remate, asistí a la proyección de Big Bad Wolves, la esperada película israelita de la que Quentin Tarantino aseguraba ser el mejor producto del año. Dirigida al alimón por Aharon Keshales y Navot Papushado, se trata de la crónica de una venganza; la de un padre que, tras ver como su hija es secuestrada por un maníaco y ante la impotencia de ver el nulo avance de la investigación policial, decide raptar al psicópata para hacerlo cantar mediante métodos muy poco ortodoxos. Deudora de una primera escena magistral que transcurre durante sus brillantes títulos de crédito (la del rapto de la niña), la cinta navega entre el thriller, la comedia negra y el melodrama, contando para ello con un elaborado guión que destaca, ante todo, por sus diálogos y por la atmósfera claustrofóbica que se desprende de la mayor parte de su metraje ya que, buena parte de él, transcurre en el interior del sótano de la cabaña en donde el padre tiene retenido al presunto criminal. A pesar de que su última media hora resulta un tanto pesarosa por reiterativa, acaba siendo un film inquietante y sorpresivo.


Las dos últimas jornadas del festival juntitas en un próximo post.

29.10.13

SITGES 2013: Jornada 6 (de actrices escaneadas, amnésicos en un bosque, astronautas perplejos, juegos perversos y asesinas cuadruplicadas)

Aparte de algunos incidentes técnicos durante la mañana con las proyecciones del Auditorio, la jornada del miércoles 16 de octubre, en el aspecto cinematográfico, funcionó de modo más o menos correcto. Vaya, que no fue uno de los peores días.

Ari Folman, el aclamado realizador israelita de la sobrevalorada Vals con Bashir, presentó The Congress, una fábula de ciencia-ficción que navega entre la imagen real y la animación y que se hizo con el premio de la crítica. En ella se plantea la posibilidad de escanear el cuerpo de los actores para, una vez conseguida una copia de ellos, utilizarlos en películas de la forma que le apetezca a la productora propietaria de los derechos. Un supuesto que, de entrada, le da muchas posibilidades al film de Folman, y más cuando el conejito de indias elegido es una dama tan tentadora como Robin Wright interpretándose a sí misma. Un inicio prometedor, lleno de diálogos ingeniosos y en donde, aparte de disfrutar con la memorable interpretación de la susodicha, tenemos también la magnética presencia de dos tipos tan solventes como Harvey Keitel (en el rol del representante de la actriz) y Danny Huston, dando vida este último al cínico dueño de los estudios cinematográficos con los que se tendrá que negociar el posible contrato.

La primera media hora es hipnótica y milimetrada en todos los aspectos. El problema empieza cuando deja a un lado la imagen real y entra de lleno en el apartado de animación. Allí, a pesar de la curiosa estética vintage de sus dibujos, a Folman empieza a escapársele la bola y a perder la atención que había conseguido del público hasta ese momento. Su tratamiento futurista poco acertado, mezclado con cierto halo lacrimógeno y tristón, rompe totalmente con el magnético enfoque inicial de la cinta. La propuesta, a partir de entonces, se convierte en algo aburrido y reiterativo, por mucho que regrese a la imagen real en varias ocasiones. Por momentos, hasta da la impresión de que busca descaradamente la lágrima fácil del espectador quedando, finalmente y en su apreciación global, como un trabajo irregular cuyos principales alicientes se encuentran en la estimable presencia de una insuperable Robin Wright y en la distracción que supone para el espectador ir descubriendo, entre sus dibujos, caricaturas de personajes famosos del mundo de la cultura, el espectáculo, la política y la historia.


La mañana siguió con Open Grave, una cinta de producción norteamericana y dirigida por el madrileño Gonzalo López-Gallego, el mismo que dirigiera la trepidante El Rey de la Montaña. En ella, un hombre despierta en medio de numerosos cadáveres en lo más profundo de una tumba abierta en pleno bosque. No recuerda nada de lo sucedido antes de ir a parar a tan macabro rincón. Ni siquiera sus rescatadores, un pequeño grupo de personajes igualmente amnésicos, saben qué narices les ha pasado. A partir de este punto, el rompecabezas se irá construyendo poco a poco. López-Gallego sabe imprimirle un ritmo bastante frenético a la historia, pero todo lo que expone resulta de lo más previsible. De hecho, su habilidad a la hora de colocar y manejar la cámara se ve totalmente descompensada por su pobre guión (no muy bien escrito y mal explicado en muchos pasajes) y, ante todo, por un cuadro de actores en nada tentadores.


Europa Report, película norteamericana del ecuatoriano Sebastián Cordero, vuelve a utilizar la técnica del found footage para contar los problemas vividos por los integrantes de una nave espacial durante una expedición a una de las lunas de Júpiter. De hecho, se trata de la reconstrucción de lo sucedido en el interior de la nave valiéndose, en teoría, del montaje de todas las imágenes captadas por las cámaras de la misma. A pesar de resultar truculenta en ciertos aspectos (empezando por la inserción de una entrevista documental en concreto), la cinta tiene su gancho. Su progresión melodramática es excelente, así como el suspense y dureza emotiva con la que trata algunas de sus escenas (como, por ejemplo, la pérdida del primer integrante del equipo). Tensa, claustrofóbica y totalmente capaz de contagiar la angustia de sus astronautas protagonistas al espectador. Un producto sencillo pero efectivo.


Con Cheap Thrills llegó la que, para mí, ha sido la mejor película del Sitges 2013 y que supone el debut en la dirección del neoyorquino E.L. Katz. La historia que plantea obtiene una especial relevancia en tiempos de crisis como los que estamos sufriendo. En ella, un hombre casado y con un hijo pequeño, a punto de ver embargada su casa y tras perder su empleo, durante una noche de copas en compañía de un amigo un tanto crápula, se dejará llevar por una extraña pareja de lo más snob y perversa que les propondrán un juego de lo más retorcido capaz de reportarles una buena cantidad de dinero en metálico. Todo por la pasta. La mala leche que rezuma la propuesta es ciertamente supina. Dura, contundente, vibrante, tensa, sorprendente y plagada de diálogos y momentos ingeniosos. Bañada de un arrebatado humor negro y apoyada por unas magníficas interpretaciones, da a pensar que, tras el tal Katz, se esconde un realizador capaz de ofrecernos pequeñas joyas en un futuro no muy lejano. Rotunda y mordaz. Repito: de lo mejorcito del certamen.


La jornada termino con Mala, una producción argentina que, tal y como indica su título, es una mala película. Firmada por el argentino Israel Adrián Caetano, nos traslada al mundo violento de Rosario, una asesina profesional que sólo acepta encargos en los que la víctima sea un maltratador de mujeres. Su primera escena, aparte de trepidante y violenta, parece prometer mucho, pero luego la cosa deriva hacia derroteros minimalistas y aburridos, aparte de estar pésimamente explicada. La alucinada elección de cuatro actrices distintas para dar vida a la sicaria protagonista, aparte de ilógica, denota que su director va de AUTOR en mayúsculas, embarcándose en una narrativa falsamente rocambolesca y de lo más pretencioso, cuando en realidad, por su pobre puesta en escena y caótica realización, se trata de un film zetoso disfrazado de cine gafapastoso. Una paja mental que queda totalmente reflejada en la interminable masturbación de una de las Rosarios ante un espejo doble. Para mear y no echar gota.


En menos que canta un gallo, la séptima jornada.

28.10.13

SITGES 2013: Jornada 5 (de policías gilipollas, imitadores de David Lynch, setas alucinógenas, turistas desbordados e individuos duplicados)

La mañana del martes 15 de octubre ya empezó torcida. De entrada se proyectó Wrong Cops, la nueva película de Quentin Dupieux, el mismo de las estimulantes y raras Rubber y Wrong. Su premisa argumental prometía: en una pequeña localidad norteamericana, en donde los actos delictivos casi ya no existen, los hastiados integrantes del cuerpo de policía del lugar buscan maneras un tanto atípicas y amorales de matar su larga jornada laboral. Una absurdidad estúpida, dirigida sin nervio, de la que se podría haber sacado mejor provecho con un buen guión y unos actores mínimamente decentes. Pero el invento, aparte de resultar reiterativo en muchos (demasiados) aspectos, se queda en un aburrimiento soporífero, sin pies ni cabeza. Un desfile pésimamente interpretado de freakis descerebrados al servicio de una comedia burda, sin gracia alguna y con escenas de un mal gusto supino, tal y como ocurre con las que hacen referencia a un agente que trafica con droga escondida en el interior de ratas muertas. El aspecto de cine amateur que destila, tumba de espaldas al más pintado.


A continuación, Nicolas Winding Refn, el director de la sólida Drive, presentaba su nueva cinta: Only God Forgives (a punto de estreno, el próximo 1 de noviembre, bajo el título de Sólo Dios Perdona). Ryan Gosling repite protagonismo, aunque esta vez su interpretación (en consonancia con la película) resulta de lo más cargante e inexpresiva. De hecho, se trata de una película con muchísimas reminiscencias del cine de David Lynch. Ambientada en los bajos fondos de un Bangkok crepuscular, nos plasma la venganza que planean una madre y su hijo para limpiar la memoria de un hermano que ha sido asesinado tras terminar con la vida de una prostituta menor de edad.

De cuidadísima y rojiza fotografía, el film, salpicado con pasajes de una violencia extrema, está narrado con una lentitud extrema y, a pesar de las intenciones de su realizador por urdir un producto complejo, se trata de un trabajo de los más simple: no es más que el reflejo de una venganza (de las de toda la vida) complicada con retazos pretenciosos de gran cine de autor. Ni siquiera la presencia de una sobreactuadísima Kristin Scott Thomas (la madre de las dos criaturas) logra hacer olvidar la pedantería que destila. Sexo, violencia, impotencia y cobardía: las cuatro claves básicas de un film que, a pesar de su opulencia visual y descriptiva, dejan claro la petulancia que se esconde tras su creador. Y es que no hay nada peor que querer ser David Lynch sin ser David Lynch. Un film que indiscutiblemente dividió las opiniones del público y la crítica: o se le ama o se le odia. Personalmente, me apunto a la segunda opción. Hace sospechar que Drive se la hizo otro.


Con A Field In England, la nueva película de Ben Wheatley (el mismo de Kill List y la estimulante y negra Turistas), quedaba claro que la jornada iba de mal en peor. De nuevo, al igual que con Only God Forgives, la pretenciosidad de un director dejaba cao a buena parte de la platea. Ambientada en plena Guerra Civil inglesa, filmada en blanco y negro y contando con sólo cinco actores (a cual más perdido), narra la relación de un quinteto de personajes desarrapados en medio de un paréntesis en la contienda; una correspondencia que se verá marcada por la ingestión de setas alucinógenas, una excusa ideal para que la película derive hacia derroteros de lo más cafre. Psicodelia sin sentido alguno. Los cinco tipos caminan sin destino por la campiña inglesa; sueltan sandeces una detrás de otra; se atiborran de setas; cavan agujeros en el suelo; se enfrentan entre ellos y, de propina, escupen frases ilógicas que no llevan a ninguna parte. Bueno, sí, al tedio del espectador. Sencillamente, caca de la vaca.


Por la tarde llegó Hooked Up, una producción española, apadrinada por Jaume Collet-Serra y dirigida por el debutante Pablo Larcuen. De hecho, se trata de un nuevo found footage que abriga la curiosidad de estar filmado íntegramente con un teléfono móvil, el pretexto ideal para exponer la terrorífica noche vivida por un par de turistas americanos en Barcelona dispuestos a dejar registrados, en el celular de uno de ellos, sus escarceos sexuales nocturnos por la ciudad. Lo que ignoran es que uno de sus dos ligues es una chica dispuesta a vengar unos violentos sucesos de su pasado. Sangre, violencia, terror y cuatro ramalazos de humor negro. De nuevo el espíritu de El Proyecto de la Bruja de Blair  volvió a estar presente en Sitges. La cosa no empieza nada bien (la descripción de los dos protagonistas recién llegados a la capital catalana, amén de larga, es de lo más ridícula), pero luego se arregla un tanto tras el aterrizaje de ambos y sus dos ligues femeninos en la casa de una de ellas. A partir de ahí, la orgía de sangre y horror será un sin parar. Tanto abusa de gritos y escenas teóricamente tensas que, siguiendo la tónica del festival de este año, la propuesta acaba aburriendo. Y ello sin tener en cuenta su mal planificado final. Siempre queda la curiosidad y el mérito de haber sido rodada con un iPhone.


Por fin el día se arregló con Enemy, film canadiense basado en la novela El Hombre Duplicado de Saramago que, dirigido por Denis Villeneuve (el mismo que ahora tiene en cartel el más comercial Prisioneros), entra de lleno en una historia marcada por el surrealismo total y en la que un excelente Jake Gyllenhaal desarrolla dos papeles distintos: por el un lado el de Adam, un profesor depresivo y, por el otro, el de Anthony, un actor al que acaba de descubrir viendo una película en DVD y que resulta ser un tipo totalmente calcado a él. Un duplicado al que intentará acercarse, provocando con ello un desorden físico, mental y emotivo de lo más descarnado. Film extraño, enigmático, dotado de un plano final totalmente desconcertante (aunque sorpresivo), perfectamente dirigido y capaz de crear una atmósfera opresiva tan enfermiza como turbadora. Una de las mejores propuestas del certamen, a la que hay que añadir las interesantes aportaciones interpretativas de sus dos partenaires femeninas, Mélanie Laurent y Sarah Gadon, así como la corta pero densa colaboración de Isabella Rossellini. El mal rollo psicológico está asegurado.


En breve, la sexta jornada.

27.10.13

Not a perfect day


SITGES 2013: Jornada 4 (de polis novatos y lluvias torrenciales, mejicanos cutrones, carne humana sabrosona, soldados nazis tullidos y vampirismo quirúrgico)

El lunes 14 la jornada se inició con Moonsoon Shotout, un violento thriller de factura india que, a las antípodas del estilo Bollywood, se adentra en un Bombay deprimido, sucio y azotado por las continuas lluvias del monzón. La cinta, dotada de un registro visual cuidado y atractivo, plantea tres formas distintas de solucionar una acción policial en la que, entre otros, interviene un policía novato recién licenciado y un asesino al que persigue bajo un fuerte aguacero. Vaya: eso tan tópico de que hubiera pasado si en lugar de una suceso en concreto la balanza su hubiese decantado hacia otro lado. Al principio, con la primera opción planteada, la cosa parece prometer. Luego, cuando se mete de lleno en el bucle de los déjà vu y su director, el debutante Amit Kumar, se empeña en repetir escenas e imágenes similares, el invento empieza ir de baja. Un trabajo irregular, no exento de buenas intenciones y pasajes brillantes, cuya mejor baza se encuentra en la atmósfera enfermiza de los bajos fondos de una gran capital por donde, entre luces de neón y bajo intensos chaparrones, pululan delincuentes, maderos corruptos y prostitutas. El mal rollo urbano está servido.


Después, el Auditorio del Meliá se vistió de gala para recibir a un personaje tan cutre como ese Machete nacido de la imaginación gamberra de Robert Rodríguez. Si en su primera entrega, Machete, apuntaba por una gansada en clave de homenaje al cine zetoso de los años 70, en su nuevo film, Machete Kills, se decanta por un guiño al universo del 007, en su vertiente más hortera a lo Roger Mooore. Aquí, el ex agente federal mejicano al que da vida un genial Danny Trejo (totalmente cómodo en la piel del freaki protagonista), tras ver morir a su novia (Jessica Alba) en manos de un malvado enmascarado, será llamado en presencia del mismísimo presidente de los EE.UU. para encomendarle la misión de terminar con la vida de un revolucionario dispuesto a mandar al mundo a tomar por culo.

Su primera media hora es clara deudora del título original. Su humor sigue siendo burdo y sus chicas igual de jamonas. Sus golpes de efecto, a cual más bastorro, y sus frases antológicamente delirantes, le sientan de maravilla a la animalada propuesta por Rodríguez. La aparición de Charlie Sheen (aquí con la coña añadida de estar acreditado como Carlos Estévez) dando vida al presidente norteamericano (en claro homenaje a su padre Martin Sheen y al Ala Oeste de la Casa Blanca) significa un buen y divertido puntazo, así como el cachondeo con el que Mel Gibson afronta el rol de villano. Pero la cinta, superado el impacto y las genialidades iniciales, entra en un bucle del que no sabe escapar. Los chistes, ya en nada originales, son redundantes y cada vez más exagerados. El frescor del primer Machete desaparece por completo, pasando a ser una mala caricatura, en exceso pasada de rosca, del personaje y sus acciones. Una secuela decepcionante de la que Robert Rodríguez no quiere renunciar, pues deja un final abierto y, de propina, tanto al principio como al final de la misma, nos endilga un tráiler de lo que será su continuación: Machete Kills Again, ambientada en el espacio al más puro estilo Moonraker.


Mucho más compacto resultó We Are What We Are, el remake del olvidable Somos Lo Que Hay, un film mejicano presentado igualmente en Sitges hace unas pocas ediciones. Su revisitación, realizada por el norteamericano Jim Mickle, es de lo más sobria y concisa. Ambientado en el seno de una familia que acaba de perder a la madre y mezclando canibalismo con ritos religiosos ancestrales, se trata de un producto contundente y aterrador, tanto por la crueldad realista con la que expone ciertos pasajes (magnífico el toque gore de su feroz escena final) como por el impúdico acercamiento (un tanto repulsivo y elegante a la vez) hacia los guisos cocinados con carne humana, así como a su posterior ingesta. Un retrato espeluznante y dramático de una estirpe marcada y dominada por un culto enfermizo. Es indiscutible que los caníbales vuelven a estar de moda en el cine. Y el tal Mickle, de modo inteligente, le ha sabido sacar todo el jugo a la propuesta. Para mojar pan y chuparse los dedos.


De los Paises Bajos y de la mano del debutante Richard Raaphorst aterrizó Frankenstein’s Army, una historia que transcurre a finales de la Segunda Guerra Mundial, justo cuando una patrulla militar soviética tropieza con una fábrica en cuyo interior el ejército nazi ha experimentado con cuerpos muertos y armamento diverso. Con la excusa de tratarse de un documental encargado por el gobierno ruso a uno de los miembros del destacamento, está filmada cámara en mano, al más puro estilo El Proyecto de la Bruja de Blair, el llamado found footage. La cosa, a pesar de poseer una primera media hora de lo más aburrido y sin salsa, acaba por tener su gracia. La aparición de un mad doctor, perteneciente al linaje de los Frankenstein y padre de una tropa de cadáveres tullidos, resucitados y cosidos a armas de todo tipo, destila coña marinera. Es tan exagerado el número de aberraciones visuales y narrativas que se suceden en pantalla, que por exceso hasta se me antoja una burrada divertida, empezando por la forma de hablar de los integrantes del escuadrón soviético: inglés con acento ruso.


El particular humor del holandés Alex van Warmerdam inundó el Auditorio con la presentación de su nuevo film, Borgman, uno de los mejores trabajos de este certamen y merecido ganador del mejor film fantástico en competición. Se trata de un producto muy en la línea del surrealismo habitual en el cine del realizador; un surrealismo con el que disecciona y desmantela a la clase media europea a través de una familia estándar que acepta, en su chalet, a un nuevo jardinero tras el que se esconde un miembro de una extraña secta de tintes vampíricos. Un toque de comedia negra (dominada totalmente por el absurdo), un mucho de misterio y unos cuantos enigmas que deberán resolverse en la mente del espectador, conforman la chicha de este peculiar Borgman. La pequeña intervención quirúrgica que sustituye a las dos dentelladas típicas del chupasangres de toda la vida y, visualmente hablando, el curioso modo de enterrar a sus víctimas bajo el agua, son dos de los toques más destacables (por su ingeniosa rareza) de una obra que no dejará indiferente a nadie.


La quinta jornada caerá en el próximo post.

26.10.13

Vamos a contar mentiras

Con la muerte ayer, a los 80 años de edad, de Amparo Soler Leal, perdemos una parte de nuestro patrimonio nacional. La gran familia del cine y el teatro español se ha quedado sin una parte indispensable de su retrato de familia; de esa familia y uno más cuyos miembros irían todos a la cárcel si dependiera del gobierno actual, el fascista, la beata y su hija desvirgada, gente sin escrúpulos muy dada a jugar a eso de “vamos a contar mentiras”.

Alegando que las bicicletas son para el verano, un mes de agosto se montó en una de ellas para realizar la ruta París Tombuctú en compañía de la adúltera de mi hija Hildegart y de sus fieles sirvientes. Después, decidieron perderse en el bosque del lobo y dar caza a una vaquilla de tamaño natural, en medio de una becerrada, con una escopeta nacional.


Los nuevos españoles decían de ella que emanaba el discreto encanto de la burguesía, mientras que las que tienen que servir aseguraban que, tras haber sido testigo del crimen de Cuenca, dormía con un diablo bajo la almohada al tiempo que le rezaba a Gary Cooper, que estás en los cielos.

Según confidencias de un marido, fue el amor del capitán Brando y de un tipo, con cara de acelga, que atendía por Plácido, con el que vivió durante una larga temporada en un estudio amueblado 2.P. de Casa Flora, una pensión regentada por una mujer prohibida que hacía llamarse Marianela.


A pesar de que la vida es magnífica, nosotros que fuimos tan felices, en dos días hemos visto partir a Manolo Escobar y a la gran Amparo Soler Leal. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Descanse en paz.

25.10.13

Se fue sin recuperar el carro

Abro un pequeño paréntesis en los crónicas de Sitges 2013 para recordar la figura de Manolo Escobar que ayer, a los 82 años de edad, nos dejaba desde el Porrompompero, su finca de Benidorm. Todo un símbolo de una España esperpéntica que le convirtió en una de las voces más populares del país.

De cartero en Barcelona a cantante y, por extensión, al igual que otras voces nacidas durante el franquismo, a actor. Más de veinte títulos le avalan como tal, siendo tres de ellos algunos de los más taquilleros del país. Con sus patillas y su peinado, logró que más de una chica le confesara eso de “me has hecho perder el juicio”.


En un lugar de la Manga cuentan que, con su voz, el padre Manolo entonaba el “Y Viva España” (canción compuesta alucinantemente por dos belgas), mientras que con el corazón esgrimía su gran pasión culé: una contradicción que llevaba con total orgullo. En sus relaciones casi públicas, asistía a las corridas de toros, aunque no le gustaba en absoluto que su chica “a los toros, se pusiera la ‘minifarda’”. Un contundente juicio de faldas para alguien que opinaba que la mujer es un buen negocio. Y es que todo es posible en Granada.

Ayer, el cantante Francisco, de forma un tanto exagerada, aseguraba que “si los americanos tenían a Sinatra, nosotros teníamos a Manolo”, mientras que el ABC, en su titular, afirmaba que se trataba de "nuestro Elvis". Pero… ¿en que país vivimos?.

Hace muchos años, al inicio de su estrellato, allá por los años 60, mientras dormía le robaron su carro. Y se nos fue sin recuperarlo. Nosotros seguiremos buscándolo.

Descanse en paz.

24.10.13

SITGES 2013: Jornada 3 (de invasiones alienígenas y borracheras, telefonistas en apuros, crisis existenciales cinéfilas, relaciones enfermizas rocambolescas, maderos contra narcos y zombies indies)

A las 10.30 de la mañana del domingo 13 de octubre, en el Auditorio del Meliá se proyectaba uno de los productos más esperados del Sitges 2013, The World’s End (pendiente de estreno en España, a finales de noviembre, bajo el título de Bienvenidos al Fin del Mundo), el nuevo film del británico Edgar Wright y que cierra la trilogía iniciada por Zombies Party y Arma Fatal. Protagonizada de nuevo por la pareja fetiche del realizador, el  muy en boga Simon Pegg y Nick Frost, en esta ocasión se adentra en el mundo de las invasiones extraterrestres y, siguiendo la tónica habitual de su cine, localizando la acción en una pequeña y tranquila localidad de la campiña inglesa.

La película empieza de forma atractiva. Los gags, controlados, se suceden uno detrás de otro. La trama parte del reencuentro, un tanto forzado, de un grupo de amigos dispuestos a terminar una acción, que de jóvenes, dejaron a medias: hacer un recorrido alcohólico por las tabernas de su pueblo natal durante una noche de locura total. A pesar de las reticencias de la mayor parte del grupo, la cosa se pone en marcha. Hasta ahí, todo funciona bien. El puntito de acidez que marca las relaciones de los integrantes de la camarilla le viene como anillo al dedo a las intenciones de Wright. La crisis de los cuarenta ha marcado a sus protagonistas y, de ahí, saca sus mejores chistes, aunque la historia empieza a decaer, cuando la confabulación alienígena empieza a mostrarse. La película, que aún mantiene algunos momentos delirantemente graciosos, acaba desmoronándose en sus nada seductores veinte minutos finales. Entre lo aburridos que resultan y la cargante sobreactuación de Simon Pegg, el invento se estrella definitivamente. Un gran guiño a la magistral La Invasión de los Ladrones de Cuerpos que, por desgracia, sólo quedará en la memoria del espectador por las buenas intenciones iniciales que desprende.


La mañana continuó con The Call, un thriller típico y tópico, del montón, para lucimiento de una Halle Berry en horas bajas y totalmente pasada de rosca. Dirigida de forma descafeinada por Brad Anderson (el mismo de la olvidable Transsiberian, cinta que abrió el Sitges 2008), la película posee el aspecto de un telefilme de sobremesa de poco presupuesto. Un cargante festival de la actriz de color al servicio de una trama manida: una operadora de un teléfono de emergencias de la policía, tras una fracaso en una de sus acciones, se obsesiona por salvar la vida de una chica que ha sido raptada por un psicópata y que mantiene la comunicación abierta con ella, a través de un móvil, desde el interior del maletero del automóvil del secuestrador. A pesar del brío que intenta imprimir a su historia, la cosa se le escapa totalmente de las manos y se convierte en un producto de lo más previsible. Una especie de revisitación de la entretenida y acelerada Cellular, de David R. Ellis y con Kim Basinger de protagonista.


En nada fantástica pero mucho más conseguida resultó A Glimpse Inside the Mind of Charles Swan III, una comedia, muy del estilo de las de los setenta, dirigida por Roman Coppola (hijo de Francis Ford Coppola) y que cuenta, en sus papeles principales, con Charlie Sheen, Jason Schwartzman, Patricia Arquette y Bill Murray. Ambientada en Los Angeles de los años 70 y llena de divertidos homenajes al mundo del cine (genial la parodia de John Wayne protagonizada por Bill Murray), la película repasa las elucubraciones mentales de Charles Swan III (un Charlie Sheen reconvertido, físicamente, en una especie de Michael Douglas), un exitoso diseñador gráfico que, al perder su pareja actual, cae en una grave crisis existencial, planteándose sus relaciones sentimentales y con su entorno. Curiosa y juguetona. Una rara avis que merecería mayor atención y que quizás no fue apreciada del todo por la crítica y el público del festival por no pertenecer en absoluto al género habitual del certamen.


Passion, el nuevo Brian De Palma tras cinco años de inactividad desde Redacted, significó uno de los más sonados fiascos del Sitges 2013. De hecho, se trata de un remake del film francés de Alain Corneau Crime d'Amour; en principio, un material excelente para la retorcida mente del cineasta. En él se barajan constantes muy típicas del realizador: sexo, crímenes y, ante todo, la posibilidad de jugar con distintos puntos de vista (inevitable que, en un momento dado, llegue a partir truculentamente la pantalla en dos para mostrar un par de actos teóricamente paralelos en el tiempo). Pero los años no han pasado en balde y De Palma, más rocambolesco y extremo de lo habitual, se queda sólo en las intenciones. Se le va la bola en demasiadas ocasiones (empezando por su delirante final) y lleva sus excesos hasta límites vergonzosos para narrar la enfermiza relación entre la directora de una agencia publicitaria y una de sus empleadas. En nada ayuda a su buena digestión las olvidables interpretaciones de sus actrices principales, Rachel McAdams y Noomi Rapace, dos mujeres que, en otros productos, han demostrado mayor solvencia que en éste. Una pena.


La jornada se cerró con Drug War, un contunde thriller policiaco de Johnnie Too a años luz de su otro film presentado en el certamen, el nefasto Blind Detective. En Drug War va directamente a lo que mejor domina: el cine de acción, de buenos y malos, en donde las ensaladas de tiros no se hacen esperar. Una historia típica y tópica, enmarcada en el seno de una operación policial de resultados bastante chungos contra el narcotráfico, que funciona gracias al ritmo que le ha imprimido y al cuidadísimo y frenético montaje con el que ha afrontado sus numerosas escenas de acción (ante todo en sus trepidantes escenas finales). No ofrece nada nuevo, pero lo que propone le funciona al cien por cien.


Por el camino quedó The Battery, una curiosidad, bastante aburrida e insustancial, que mostraba una invasión zombi desde el punto de vista de un film independiente: los zombis indies. Dirigida por Jeremy Gardner y prácticamente protagonizada por dos únicos actores, el propio realizador y Adam Cronheim, se acerca a las avatares de dos supervivientes que, cargados con sus mochilas respectivas, recorrerán los bosques de su país, en un viaje hacia la nada y armados de una pistola y un bate de beisbol. Una aventura fantástica, de tintes minimalistas y soporíferos (por ejemplo, le dedica un plano inacabable e innecesario a la higiene dental de ambos), cuyo mejor acierto se encuentra en sus últimos minutos de proyección, en la que los dos colegas se encuentran sitiados en el interior de un automóvil acosados por una caterva de muertos vivientes.


En el siguiente post, la cuarta jornada.