31.3.15

Hasta que llegó su hora (y media)


Dirigida por Phil Alden Robinson (un hombre que llevaba desaparecido desde el 2002 tras estrenar Pánico Nuclear), llega ahora a nuestras pantallas su último trabajo, El Hombre Más Enfadado de Brooklyn, un film cuyo único aliciente es la presencia en él del desaparecido Robin Williams, protagonista, casi absoluto, de este despropósito de connotaciones claramente televisivas.


A no ser por la figura del llorado Robin Williams y de la siempre efectiva Mila Kunis (una chica a la que recientemente la encontramos hasta en la sopa), este sería un producto que, a buen seguro, nunca se habría estrenado en España, ya que es el típico título que, en general, se edita directamente en formato casero.

De hecho, se trata de un remake de The 92 Minutes of Mr. Baum, un viejo film israelí de 1977 que no conocíamos por estos lares y que, al igual que éste, narra los 90 minutos de pánico total que vive un tal Henry Altmann cuando la joven doctora que sustituye a su médico de cabecera, le comunica airada, ante la mala educación de su paciente y para sacárselo de encima, que tan sólo le queda una hora y media de vida, motivo por el cual el amigo Altmann, un tipo enfadado con el mundo y consigo mismo, emprenderá un largo recorrido por las calles de Nueva York intentando localizar a sus familiares y amigos con la intención de despedirse de ellos.


A medio camino entre la comedia más estúpida y simplona y el melodrama lacrimógeno y sentimentaloide, la cosa va avanzando de manera rutinaria y sin ningún tipo de ángel. Ahora un chistecito tontorrón, luego un poco de intensidad dramática de lo más resbaladizo y, de nuevo, otra bromita inaguantable. Para rematar el sublime ejercicio, súmenle un cansino festival de aspavientos y muecas de un Robin Williams totalmente pasado de rosca, amparando, en todo momento, la simplicidad de un producto que, en su recta final, apuesta por una sobredosis de almíbar de lo más previsible. Suerte de los ojazos de la Kunis, que esos si valen un potosí.


No pierdan el tiempo y dedíquenlo a otros menesteres más provechosos. No están los tiempos como para tirar sus euracos en banalidades como esta.

23.3.15

El espía jubilado


Más de una década después de dejar de dar vida a James Bond, Pierce Brosnan vuelve a meterse en la piel de un espía, aunque aparcando a un lado sus labores como empleado del MI6 y optando por encarnar a un ex agente de la CIA retirado que, bajo mano, vuelve a ser llamado a filas por un antiguo superior suyo que le encarga la misión de dar caza y proteger a una testigo chechena que podría hacer tambalear la carrera del futuro presidente ruso, un tipo sin escrúpulos y con un pasado ciertamente turbulento. El título del invento es La Conspiración de Noviembre (pésima adaptación española del original The November Man) y dirige un viejo conocido del actor, Roger Donaldson, con el que ya trabajó en Un Pueblo Llamado Dante’s Peak.

La Conspiración de Noviembre es un film totalmente estándar, de esos de espías un tanto  a las antípodas de los sofisticados artilugios de 007, aunque eso sí, con mucho ritmo y con una estética muy de esas coproducciones de los años 80 y 90 en donde los paisajes de distintas capitales europeas se convertían en uno más de los protagonistas, mientras que sus efectos especiales, un tanto rupestres, resultaban ás o menos efectivos.

La historia es mínima, por no decir de lo más simple. Infiltrados, políticos con pinta de mafiosos, tráfico de blancas, un considerable número de persecuciones, explosiones variadas y, cómo no, los conflictos personales y de relación del espía protagonista, ese reciclado Peter Devereux -al que un sobreactuado (y arrugadillo) Pierce Brosnan parece no haberle pillado el tranquillo- que se debate entre su enfrentamiento con un joven agente que en tiempos fue su protegido en la CIA y el deber de proteger a una asistente social que le puede conducir hasta la buscada testigo por las calles de Belgrado.


La película, a pesar de sus defectos y de un endeble guión con más de una laguna en su haber, entretiene. Y punto. Sin más, de las que se olvidan a los dos días de haberla visto. No hay que buscarle peras al olmo. Es lo que hay y, en su trama, no se anda por las ramas. Va directo al grano, a veces de manera demasiado pueril, pero resulta. Y de propina, cuenta con la presencia, siempre estimulante, de una guapísima Olga Kurylenko, lo mejor (estéticamente hablando) de la función. Y ésta si que no es de las que se olvidan en un par de días.

17.3.15

Sadomaso light para marujonas


La directora británica Sam Taylor-Johnson, la misma que hace unos años (con el nombre de Sam Taylor-Wood) nos sorprendiera con un curioso biopic sobre los años mozos de John Lennon (Nowhere Boy), se ha trasladado a Vancouver (Canadá)  para, desde allí y disfrazándola para que cumple las funciones de la ciudad norteamericana de Seattle, hacerse cargo de la traslación cinematográfica del millonario best seller de la escritora E.L. James Cincuenta Sombras de Gray.

En la cinta se cuenta la extraña relación que se establece entre Anastasia, una joven estudiante de literatura que compagina sus estudios con su trabajo de dependienta en una ferretería, con Christian Grey, el potentado propietario de un inmenso imperio empresarial. Una relación que nace cuando la chica, por encargo, le ha de realizar una entrevista al apuesto multimillonario; una entrevista que, para ella, significará enamorarse automáticamente del galán, un controvertido personaje que no busca ningún tipo de relación sentimental con las mujeres, ya que sus tendencias sexuales son algo más oscuras y peligrosas de lo que la virginal muchacha esperaba.


En Cincuenta Sombras de Grey, por mucho morbo que quiera desprender a través de sus imágenes y siguiendo la misma estética videoclipera de la ochentera Nueve Semanas y Media a la hora de afrontar sus escenas (en teoría) más subidas de tono, se queda en un banal ejercicio de cine erótico totalmente light que tan sólo contentará a ese público adolescente (ante todo femenino) que busca historias romanticonas con dos protagonistas guapetones y, al mismo tiempo, a un montón de marujonas, de las de misa cada domingo, que creerán haber sobrepasado los límites de sus creencias religiosas al aceptar, en silencio,  un montón de escenas de sadomasoquismo de lo más inocente y santurrón.


El trabajo de Sam Taylor-Johnson, a años luz de su interesante Nowhere Boy, se apoya en un endeble guión (debido a Kelly Marcel, la misma de la más conseguida Al Encuentro de Mr. Banks) que se muestra totalmente incapaz de desarrollar mínimamente a sus dos protagonistas principales y que se olvida, por completo, de darle un poco de presencia a unos secundarios que tan sólo sirven para hacer bulto en medio de tanto desatino argumental. Qué pena da, por ejemplo, ver pululando, perdida por ahí, a una mujer de la talla de Marcia Gay Harden que acomete, con su mejor voluntad, el rol de la madre del sadomaso de Grey.

La insulsez de Dakota Johnson dando vida a esa Anastasia Steele que pretende reconvertir la oscuridad que rodea a su pareja en una apasionante historia de amor o la endeblez interpretativa de un Jamie Dorman metido con calzador en la piel del peculiar Christian Grey, en nada ayudan a mejorar un producto con  muy poca “trempera” en su haber, a pesar de los endebles esfuerzos de su realizadora por conseguir la calentura del patio de butacas.


125 minutos imposibles de digerir, incapaces de poner a tono al espectador y que, en más de una ocasión, aparte de rozar el mayor de los ridículos, caen en los mismos tópicos de las más cursis historias de amor con las que el cine nos ha castigado. Y, por desgracia, teniendo en cuenta su última escena, ya podemos empezar a temer una más que previsible secuela.

11.3.15

Yo confieso


El realizador John Michael McDonagh y Brendan Gleeson ya habían colaborado juntos en la ópera prima del primero, el muy peculiar thriller El Irlandés. Ahora, tres años después, vuelven a unir sus fuerzas para atreverse con Calvary, una historia más hermética, aunque igualmente pastoral, en donde la religión y los malos rollos campan a sus aires y que le ofrece un nuevo papel de lucimiento y elevadísima contención al actor dublinés: el de un sacerdote rural que, amenazado de muerte durante una confesión, deberá sobrellevar la semana que le otorga de plazo el presunto asesino, afrontando los diversos problemas que se acumulan entre los parroquianos de su pequeña aldea.


Calvary posee un inicio ciertamente contundente, el de una confesión en la que se mezclan todo tipo de conceptos, desde la bondad más infinita hasta el resentimiento y los casos de pederastia en el seno de la iglesia católica. A partir de ahí, la cámara de McDonagh, se dedica a seguir los pasos del padre James, un inmenso e imperturbable Brendan Gleeson metido en el interior de una larga y negrísima sotana; pasos que le acercarán al resto de feligreses e, inclusive, a su propia y frágil hija, una hija que tuvo en su matrimonio antes de optar por el celibato.

La cinta, de trama totalmente distinta a su anterior trabajo, conserva, sin embargo, ese aire, a veces socarrón y surrealista que destilaba El Irlandés, aunque, en esta ocasión, sustenta el mayor peso de su trama en el personaje de un genial Gleeson, alma y motor innegable del film, y se pierde un tanto en el énfasis discursivo con el que afronta la mayoría de sus pasajes, sobre todo en su tramo final, en donde se desvelará el rostro del hombre que, en confesión, amenazó al religioso protagonista; un hombre del que el sacerdote es consciente desde un principio, pero cuya identidad se esconde al espectador hasta el último momento. Una manera como otra de dotar de cierta intriga a un film bastante aburrido y en cierto modo previsible.


De hecho, Calvary parece una sucesión de pequeñas historias ensartadas, una detrás de otra, por el personaje conductor del padre James ya que, entre los moradores de la pequeña aldea, existen todo tipo de individuos y conductas: escritores seniles en el ocaso de su carrera (magnífico M. Emmet Walsh), médicos ateos y fiesteros, adúlteras con ganas de provocar al resto de la parroquia, maridos cornudos, jovencitas suicidas y millonarios cínicos y especuladores. Una fauna de personajes milimetrada a los que el curilla en cuestión se irá acercando, uno por uno, con discursito incluido para cada encuentro.


Un film fallido, con un atractivo sentido del humor que, por desgracia, sale a flote en muy pocas ocasiones ya que, en general, se deja arrastrar por su gruesa pincelada religiosa y, lo que es peor, por ese afán discursivo que adorna la mayor parte de su metraje. Una pena.

9.3.15

Sin musa


Entre el guión de Million Dollar Baby y la dirección(y también la escritura de la oscarizada Crash, el canadiense Paul Haggis consiguió el crédito suficiente para que le abrieran las puertas de Hollywood. Después de dirigir un par de thrillers más o menos potables (En el Valle de Elah y Los Próximos Tres Días), vuelve a colocarse tras la cámara para castigarnos y aburrirnos soberanamente con el peor film de su filmografía, En Tercera Persona, un trabajo anodino que recupera, en parte, el estilo narrativo que empleara diez años antes para la confección de la mencionada Crash.

En Tercera Persona cuenta tres historias de amor, resentimiento y malos rollos que transcurren en tres escenarios geográficos distintos: París, Roma y Nueva York. Tres historias que, aparentemente, no tienen ninguna relación entre ellas pero que, a golpe de truculencias y desvaríos de su guión (igualmente debido al propio Haggis), acabarán confluyendo en más de un punto.


Tomando como partida el personaje de un escritor norteamericano que intenta escribir su nueva novela en una lujosa suite de un hotel parisino (un Liam Neeson totalmente perdido en un papel que se le escapa de las manos), la cámara de Haggis irá saltando de una punta a otra del mundo para plasmar, sin mucha convicción, lo que al mismo tiempo le sucede a una joven neoyorquina que acaba de perder la custodia de su hijo pequeño (una esforzada Mila Kunis) o las aventuras que vivirá un americano en tierras italianas (un descafeinado y a veces ridículo Adrien Brody) cuando se sienta atraído por una gitana rumana a la que le han secuestrado su hija.


Muerte, soledad, tristeza, adulterio y muchos, muchos, corazones rotos. La propuesta de Paul Haggis, en un principio, puede parecer atractiva, pero su tratamiento es tan desolador y tramposo que resulta muy fácil desengancharse de cuanto ocurre en pantalla. Y es que el material con el que cuenta es tan básico y manido que, por mucho que se esfuerce en manipular su argumento a golpe de piruetas de guión para hacerlo parecer muy profundo, el castillo de naipes que construye se le desmorona en un santiamén.


Aparte de los actores ya nombrados, En Tercera Persona cuenta también con gente como Olivia Wilde, Maria Bello, James Franco o la mismísima Kim Basinger, entre otros. Pero de nada sirve que arrope su película con un casting más o menos atractivo si la oferta es tan vacía de contenido como ésta, sustentando toda su teórica fuerza en un par de giros argumentales presuntamente sorprendentes pero que, en realidad, no son más que la obra de un fullero de mucho cuidado. En esta ocasión, Haggis parece haber perdido su musa, al igual que le sucede al personaje de Liam Neeson.

3.3.15

Luz, color y extravagancia


Cuatro años después de Another Year, el realizador británico Mike Leigh vuelve a la carga con una nueva cinta, Mr. Turner, en la que da un repaso a los últimos 25 años de J.M.W. Turner, un prestigioso pintor inglés del siglo XIX, explorando, ante todo, su extraño y un tanto anárquico carácter, al tiempo que expone la fascinación de éste por la luz y los colores.

Ambientada de forma espléndida en la Inglaterra de la primera mitad de 1800, el cineasta se acerca a la controvertida personalidad del pintor de forma intima y contando, para ello, con la maravillosa colaboración de un Timothy Spall en estado de gracia quien, con su savoir faire, hace una magistral recreación de la figura de J.M.W. Turner jugando con sus tics (curiosos sus bramidos guturales) y dejando al descubierto la cínica y al mismo tiempo desconcertante forma de comportarse del artista. Una interpretación llena de matices  que fue galardonada, merecidamente, en el último festival de Cannes.


Mr. Turner habla del fanatismo de éste por el paisajismo, centrándose, de manera muy especial, en su gran especialidad: los temas marinos y su entusiasmo por captar todo cuanto le llamaba la atención en un pequeño cuaderno que siempre llevaba consigo; notas pictóricas que después utilizaba a la hora de plasmar sus impresiones sobre el lienzo.

La película de Leigh tiene un ritmo pausado, dedicándose a narrar distintos episodios de la vida del pintor de forma detallista, con cierta sorma y sin escatimar, en momento alguno, los detalles más morbosos de su biografía, tal y como sucede con la oscura relación que mantiene con su doncella, una mujer por la que no siente ninguna estima pero a la que utiliza para calmar su apetito sexual.


Hace hincapié en el dolor que le causó la muerte de su padre, sus visitas (al parecer, bastante incontroladas) a burdeles de todo tipo y condición, sus devaneos con la aristocracia británica y el tenso mal rollo que mantuvo durante mucho tiempo con sus compañeros de profesión, con los que se enfrentó en más de una ocasión en el seno de la Real Academia de las Artes, así como su afición a viajar en barco, lugar en el que su inspiración volaba hasta límites insospechados. Y sin olvidar, ante todo, la relación sentimental que mantuvo en secreto con una viuda con la que convivió, durante los últimos cuatro años de su vida, en una pequeña casita de Chelsea, a las orillas del Támesis.


A pesar de su fuerza melodramática para dibujar el carácter de un genio atípico y un tanto conflictivo, Mr. Turner no sería lo mismo sin la brillante y luminosa fotografía de Dick Pope, la cual, por momentos, parece sacada directamente de algunos de los cuadros del célebre pintor: todo un canto a la luz  y al color; un claro guiño a una de las obsesiones principales del artista.


Un biopic muy recomendable que, en parte, se aleja un tanto de la filmografía anterior de Mike Leigh, ya sea por su tratamiento como por la época en la que discurre la acción.