20.3.13

Baile de máscaras


Los hermanos Wachowski (Andy y la reconvertida Lana) junto a Tom Tykwer, han urdido una empanada mental que, con el título de El Atlas de las Nubes, explora en las causas y efectos futuros para toda la Humanidad de las acciones individuales. Casi tres horas de duración al servicio de un producto fragmentado, pretencioso y aburrido.

Seis son las historias por las que se mueven los tres directores; seis fabulas que van alternándose de manera aleatoria a lo largo de su dilatado metraje, un tanto sin orden ni concierto y con mínimos puntos confluentes. La faraónica propuesta de los Wachowski & Tykwer abarca la friolera de seis siglos, desde el XIX al XXIV. El pasado, el presente y el futuro a golpe de actos que irán influyendo en el devenir de la historia del mundo, desde el esclavismo hasta un futuro desolador, pasando  por un presente marcado por las fuentes energéticas. Un collage cansino, tanto de personajes como de relatos, que demuestra con claridad eso del que quien mucho abarca, poco aprieta.


Para el espectador, lo más distraído de la función estriba en descubrir que actor se esconde tras el maquillaje y los disfraces de la mayoría de los personajes, pues todos interpretan distintos roles. Así, por ejemplo, Tom Hanks, Halle Berry o Jim Broadbent, dan vida, cada uno de ellos, a más de media docena de personajes distintos, a veces a través de un trabajo de maquillaje modélico y otras de forma bastante ridícula y acartonada. Sea como sea, una vez transcurrida la primera hora de proyección, uno acaba hasta las narices del inacabable baile de máscaras.


Pasajes que recuerdan en exceso a Matrix, como los que transcurren en la futurista Neo-Seoul (con una estética muy a lo Blade Runner), o su falta de nervio narrativo (a pesar de su cansino empeño en orquestar un frenético montaje barajando todos los episodios), denotan la falta de inspiración de un terceto de directores dispuestos a epatar (engañosamente) con un film nacido con ganas de convertirse en película de culto.


Largo, presuntuoso y, con tanto disfraz, jodidamente ridículo. Y lo peor de todo es que, en muchos casos, la (buscada) relación entre historietas es francamente imperceptible.

14.3.13

Habemus Papam

Luis Barbero, uno de los secundarios por excelencia del cine español, logra introducirse en el Vaticano y suplantar al nuevo Papa.


12.3.13

Mámamela como puedas

Con Los Amantes Pasajeros, Pedro Almodóvar ha intentado un retorno a la comedia “loca” y “popera” que tan bien le funcionó en los 80 con Pepi, Luci y Bom. Pero los tiempos han cambiado. La irreverencia del realizador ya ni es fresca ni inspirada y ni siquiera sorprende a su público más fiel, cansado de presenciar siempre los mismos chistes.

Con su nuevo film -una sátira amariconada sobre esa saga de catástrofes aéreas que promovió el Aeropuerto de George Seaton en 1970 y del que se cachondeó de forma brillante el colectivo ZAZ con Aterriza ComoPuedas-, Almodóvar urde una forzadísima trama para presentar a sus pasajeros y las historias que les rodean. Un asesino a sueldo, una prostituta de lujo, una visionaria solterona o un tipo corrupto que huye de la justicia, son sólo algunos de los personajes que forman parte del pasaje de un avión con destino a Méjico que tiene claros problemas para aterrizar.


Sobre cada uno de ellos, el director manchego traza cuatro líneas para describir sus pormenores. Cuatro líneas innecesarias y escritas con desgana, pues lo que en realidad le interesa es potenciar en todo momento a ese trío de azafatos “locuelos” encargado de la clase VIP; tres mariconas que parecen escapadas de esas comedias cutronas con las que Ozores y similares nos castigaban en los 70, aunque muy pasados de rosca, hablando sin parar de nabos y pollas y cuya cumbre escénica se localiza en la insoportable coreografía del tema I’m So Excited de las Pointers Sisters. De juzgado de guardia. Y eso ya sin hablar de las conversaciones que se establecen entre el piloto y el copiloto: una defensa a ultranza de la homosexualidad como mejor opción sexual.


Ese desmadre obsceno que en Pepi, Luci y Bom tenía gracia debido a su carácter transgresor, repetido treinta años después resulta patético, extremadamente falso y decadente. Tanto por la facilona apología que hace de alcohol y drogas como por sus cansinos gags pretendidamente desvergonzados. Sus chistes única y exclusivamente se apoyan en el sexo, aunque de forma tan simplona como la de confundir la palabra “llamada” por “mamada”. De vergüenza ajena. Fácil, fácil, fácil.
Los Amantes Pasajeros denota una falta de inspiración alarmante. Es aburrida, monótona, sin (puta) gracia y sin un guión mínimamente coherente. Una burla total, sin sentido, construida a golpe de nabos, rabos y culos. Y lo peor de todo es que incluso, una gran actriz como Cecilia Roth, hace gala de una de sus peores interpretaciones. Dicen que, para un actor, no hay nada más desalentador que no creer en el producto en el que está metido. Y, créanme, la cosa esta de Almodóvar es para salir pitando.

5.3.13

Polis y ladrones de opereta


La creatividad de un director como Ruben Fleisher (el artífice de Bienvenidos a Zombieland) ha sido anulada totalmente por los designios de una Warner Bros en busca de un producto de cine negro en donde los tópicos se acumulen de forma descontrolada. Gangster Squad es su resultado: un producto endeble, con protagonistas fabricados en serie y una historia mínima (por no decir inexistente) que contar.

Su imperceptible hilo argumental es toda una perogrullada; lo nunca visto. Cójanme a John O’Mara, un poli duro, leal y legal, acostumbrado a soltar mamporros a diestro y siniestro y dispuesto a todo por hacer prevalecer la justicia. Dótenle de poderes especiales para crear un grupo de expertos detectives que luchen por conseguir la captura de Mickey Cohen, un mafioso sin escrúpulos dispuesto a erigirse en el amo de la ciudad de Los Ángeles. Y enfréntelos en una batalla sin cuartel, no sin antes sacarse de la manga el personaje de una putilla de buen corazón que, siendo la amante del gángster, iniciará una historia de amor con uno de los hombres de O’Mara.


La cosa que propone la Warner a través de su intermediario (¿o muñecote?) Ruben Fleischer es como lo de Los Intocables de Brian De Palma, pero en cutrón e insostenible. El Josh Brolin que da vida al irlandés O’Mara parece escapado directamente de las viñetas de Roberto Alcázar y Pedrín, mientras que Sean Penn, en la piel del malvado Mickey Cohen, se desmadra a sus anchas sin nadie que controle sus excesos histriónicos.


La desproporción es la clave del film. Todo cuanto ocurre es de lo más exagerado. Casi cada diez minutos hay un pasaje violento con más de una ejecución incluida. A veces, tales momentos, parecen robados de los célebres cartoons de la propia Warner. Los diálogos andan escasos; todo lo contrario de lo que sucede con sus numerosas (y muy vacías) escenas de acción. Tortazos, explosiones y tiroteos. Y, de nuevo, por si no hubiera suficiente, más tortazos, explosiones y tiroteos.

La historia (aunque sea minúscula) parece no interesarles en absoluto a los responsables de tal chorrada. La cuestión es que tenga ritmo y se acribillen sin parar (y, a ser posible, sin mediar palabra), mientras que en pantalla vayan asomando los caretos de Brolin y Penn secundados por gente guapa como Ryan Gosling (sin mondadientes) o Emma Stone. Lo demás no importa. Lo bonito es epatar al precio que sea.


¡Con lo majo que estaba el cine negro de la Warner cuando era en blanco y negro!