27.8.08

Batplasta

Un violento atraco a mano armada a un banco propiedad de la mafia, forma parte del brillante prólogo con el que se abre El Caballero Oscuro, la segunda entrega sobre Batman dirigida por Christopher Nolan después del espléndido paréntesis mágico que supuso El Truco Final. Al igual que en Batman Begins, Christian Bale vuelve a repetir en el rol de Bruce Wayne, ese multimillonario excéntrico tras el que se esconde un superhéroe grisáceo; un héroe que, en esta ocasión, exhibe su rostro más deprimido y cansado. Un recurso, este último, que ya empieza a utilizarse de forma abusiva en el ámbito de las adaptaciones cinematográficas de cómics.


El Caballero Oscuro, en cuanto a cine de acción se refiere, posee pasajes fenomenales, como ese citado asalto bancario o, entre otros, una espectacular escena en la que todo tipo de vehículos se convierten en el principal centro de atención durante una vertiginosa persecución nocturna por las calles de Gotham City. Nolan, en este aspecto, sabe colocar la cámara (y utilizar los f/x) a la perfección. Sin embargo, no ocurre lo mismo cuando se aleja de la aventura y se centra en la historia personal de sus protagonistas. Es justo allí cuando se le escapa de las manos, y se muestra demasiado reiterativo al enfrascarse en el eterno dilema sobre la frágil línea que separa el bien del mal; concepto éste que, en el género, ha sido tratado en numerosas ocasiones y de manera similar.

Batman y El Joker de nuevo cara a cara y en un tour de force descomunal. El Bien y el Mal; el Mal y el Bien... e incluso hasta yuxtapuestos. El orden de los factores no altera el producto. El debate psicológico y gafapastas ya está servido. No hay nada, como darle unas cuantas pinceladas intelectualoides a una película puramente de entretenimiento, para dejar claro que, dirigiendo el cotarro, se encuentra un AUTOR... con mayúsculas. La pretensión no tiene límites, aunque sea a golpe de machacar hasta el agotamiento la misma idea; idea que, por cierto, anula el acierto de haber introducido, en la historia, a un grupo de malechores compuesto por capos de distintas familias mafiosas. No es de extrañar que, con tanta insistencia sobre la dualidad de sus principales protagonistas, la cinta acabe rebasando las dos horas y media de metraje.

Y por suerte, tras la cansina lucha psíquica se encuentra la lucha más divertida, la que ansía el espectador ávido de hazañas, la de los mamporrazos, explosiones y la del corre que te pillo. Un combate con dos rostros, el de Bale y el del recientemente desaparecido Heath Ledger quien, en su maravillosa recreación de un Joker perverso y desalmado, gana por puntos -interpretativamente hablando- a su (sosísimo) rival en la escena.

Morgan Freeman, Michael Caine y Gary Oldman repiten afrontando el mismo papel que en la anterior. Y lo hacen de manera correcta, sin despuntar y demostrando, al mismo tiempo, su gran solvencia: el primero a través de esa especie de Q al servicio de los gadgets de Batman; el segundo como fiel (y muy británico) mayordomo de Bruce Wayne y el tercero, sacándose de encima su habitual histrionismo, dando vida al detective James Gordon; un personaje, este último, que se ve ensombrecido debido a la aparición del ambiguo Harvey Dent (un controlado Aaron Eckhart), nuevo fiscal de Gotham, novio de la ex de Wayne y excusa idónea para plantear una posible tercera parte.

No es oro todo lo que reluce y este Batman, por muy buena prensa que le anteceda, no es precisamente la maravilla que algunos pretenden. Cuatro escenas de acción bien perfiladas y la sobriedad (enfermiza) de Ledger en el pellejo del Joker, son un par de buenos argumentos para darle un vistazo. El resto, a mi gusto, es aburrido, redundante, alargado en extremo y con demasiados finales antes de llegar al The End definitivo.

25.8.08

La sombra de Frankenheimer es alargada

Pierre Morel, un experimentado cameraman y director de fotografía francés, se inició en el 2004 en el mundo de la dirección con Banlieu 13, un film de ciencia-ficción, no estrenado en España, que fue apadrinado, en el guión y la producción, por el sobrevalorado Luc Besson. Ahora, cuatro años más tarde y de nuevo de la mano del artífice de El Quinto Elemento, se enfrenta a Venganza, un thriller de acción protagonizado por un justiciero urbano muy al estilo de los que dio vida, en los 70, el llorado Charles Bronson.

Un espía norteamericano retirado, la hija de éste, una red europea de trata de blancas y la ciudad de París como gran escenario, son los principales elementos con los que juega Morel para dar cuerpo al producto. La clave para unificarlos reside en el secuestro de jovencita Kim, la citada hija del ex agente, cuando ésta llega a tierras francesas en compañía de una amiga.

Para disfrutar de Venganza, es aconsejable no fijarse demasiado en su nímio y nada creíble guión. El truco estriba en dejarse llevar, durante la proyección, por cuanto ocurre en pantalla,aparcando en un rincón cualquier tipo de disquisición moral. Un prólogo largo y en nada prometedor (lleno de diálogos para besugos) da paso a una escena descabellado e inverosímil, aunque inexplicablemente magnética. En ella, Bryan, nuestro espía y héroe, vía teléfono móvil y desde su casa de Los Angeles, sufre en directo el rapto de su querida y virginal pequeña en un lujoso apartamento parisino. La escena en concreto, planificada y montada de forma tensa y vibrante, demuestra que lo que más les priva a Besson y a su protegido es la acción por la acción. Trepidante e inquietante, se convierte en el pistoletazo de salida para que el padre de la criatura inicie una desesperada búsqueda en la capital francesa, con un tiempo límite marcado y licencia para matar.

Liam Neeson está excelente en la piel de Bryan, ese encabronado progenitor que volverá a ejercer su olvidada profesión para lograr rescatar a su hija con vida; un papel, el suyo, que subraya la camaleónica capacidad del actor para cambiar de registro en cada una de sus interpretaciones. Entre su personaje y los del Jack Bauer de 24 o el del Jason Bourne de Matt Damon, no hay distancia alguna pues, la fiereza expeditiva y los pocos escrúpulos con los que tratan a sus enemigos, son exactamente idénticos.

Tiroteos, luchas cuerpo a cuerpo, torturas, persecuciones automovilísticas, políticos corruptos... un poco de todo, incluidas unas gotitas de morbo, al servicio de un claro entretenimiento poseedor de una indiscutible referencia cinéfila ya que, sin lugar a dudas, Venganza se proclama deudora, al cien por cien, del estilo con el que el desaparecido John Frankenheimer afrontaba sus títulos más acelerados.

De todos modos, y pese a resultar un film vertiginoso, al encenderse las luces de la sala es inevitable que el espectador más inquieto se plantee si, al fin y al cabo, no han sido demasiado demoledoras las múltiples acciones letales del justiciero para desembarazarse de los rufianes de turno. El ojo por ojo y diente por diente, ha sido conducido hasta extremos inusitados. Creo que, en su día, ni siquiera el destructivo Bronson se tomó la justicia por su mano de modo tan brutal... Pero ya se sabe: es casi inevitable que cualquier vengador justiciero que se precie desprenda un sospechoso tufillo fascistoide.

En su genero y, repito, dejando las connotaciones morales a un lado, resulta un producto correcto. Y más teniendo en cuenta la cantidad de bazofia actual que tal variedad genera. La función de entretener, aunque sea a golpe de puñetazos, patadas, balazos y un puntito de escabrosidad, la cumple a la perfección. Su guión ya es otro cantar pero, en el fondo, perdonable. Lo que no es tan perdonable es que, contando en el reparto con un pedazo de actriz como Famke Janssen, no se la haya sabido aprovechar en absoluto.

22.8.08

Happiness

Ayer, paseando por el barcelonés barrio de Gracia con motivo de su Fiesta Mayor, me di de bruces con ELLOS. Allí estaban los dos, Santo y Blue Demon, convertidos en motivo principal de una de las habituales calles engalanadas de ese pequeño y entrañable rincón del mundo. Ambos resucitados y a gran tamaño. Tanta majestuosidad me dejó desorientado, con la boca abierta y las piernas temblorosas. Ante ELLOS perdí el oremus e incluso, durante unos minutos, quedeme perplejo y sin la facultad del habla. Pasito a pasito, no sin cierto temor, me acerqué a Santo, y acariciándole suavemente le agradecí las innumerables horas de delirio que dejó filmadas para bien de la Humanidad. Acto seguido, hice lo mismo con Blue Demon, no fuera que se pusiera celoso.

¿Y saben lo más surrealista de todo ello? Mi santa esposa nació en la misma calle que durante varios días ha estado tomada por esos gigantones mejicanos. De ello hace ya muchos años... aunque ella, un poco molesta, insiste en que del evento de su nacimiento no hace tanto tiempo como el que pretendo insinuar. En el fondo, la buena mujer tiene toda la razón del mundo: tanto ella como yo aún somos unos críos.

19.8.08

Potaje sabroso

Hay películas que son una inmensa chorrada pero que, en el fondo, resultan un entretenimiento mayúsculo para el espectador. Eso es lo que le ocurre, sin ir más a lejos, a la muy poco valorada Doomsday: El Día del Juicio, el nuevo experimento cinematográfico de Neil Marshall, el mismo que nos sorprendiera anteriormente con dos piezas interesantes dentro del fantástico:Dog Soldiers y la muy sobria e inquietante El Descenso.

En Doomsday, el hombre sigue aferrado al género en cuestión y afincado igualmente en la serie B aunque, en este caso, se lo monta desde un prisma calcadito al de los títulos de antaño; de aquellos en los que primaba la acción por encima de todo. El guión es lo de menos; casi ni hay, pero no se le echa en falta. Y lo mejor es que en absoluto molesta esa falta tan descarada de coherencia que denota en muchos de sus pasajes. Neil Marshall, de manera consciente, ha orquestado su trabajo como si se tratara de un inmenso puzzle delirante y trepidante en el que, bastante a lo bruto, apila un montón de referencias cinéfilas. Y es que precisamente, en esa falta de delicadeza narrativa y técnica, radica lo más tentador del potaje.

Díganle referencias; díganle copias... Sea como sea, Domsday es un divertimento en estado puro, realizado sin pretensiones, sazonado con unas gotitas de gore light y destinado, en general, a la única y honorable función de hacer pasar al público un rato agradable, tal y como hizo John Carpenter, en su época, con el intachable 1997: Rescate en Nueva York, título con el que guarda multitud de puntos en común. Ese Serpiente de ojo parcheado, al que daba vida Kurt Russell, ha sido sustituido por una guapísima heroína de cuerpo espléndido y con ojo de cristal incluido. Ella es la aguerrida comandante Eden Sinclair, una mujer todoterreno que, en su infancia, en el 2008, logró cruzar la frontera a bordo de un helicóptero y refugiarse en Londres, al otro lado del mapa, justo cuando su tierra natal, Escocia, era aislada del mundo tras ser machacada por un virus letal. Criada en el seno de un Cuerpo Especial de la policía londinense, en su madurez será la elegida para adentrarse en su demolido país y, capitaneando un grupo de guerreros seleccionados, iniciar la búsqueda de un posible anticuerpo por las calles de un Glasgow plagado de tribus urbanas y caníbales.


En Doomsdey, aparte de la innegable belleza de Rhona Mitra (dando vida a la indestructible Eden), se pueden encontrar con un poco de todo... excepto seriedad. La seriedad no existe en la propuesta de Marshall. El truco se localiza en su espíritu aventurero y en dejar al espectador el tiempo justo para tomarse un respiro entre mamporros, explosiones y alguna que otra decapitación. La cinta pilla de aquí y de allá. A veces lo hace en forma de guiño cinéfilo; otras, la mayoría, calcando a la descarada aspectos de viejas (y modernas) cintas muy reconocibles, aunque dándole siempre un toque de ingenuidad que la hace altamente divertida y recomendable.

El citado Rescate en Nueva Yor; su (flojísima) secuela ambientada en Los Angeles; las connotaciones visuales y técnicas del primer Resident Evil; cierto aire a la reivindicable serie televisiva El Tunel del Tiempo, el inevitable toque a lo 007 y un mucho de Mad Max, componen un film que no brilla precisamente por su originalidad, pero sí por su modo de enfrentar un tipo de cine en nada sofisticado y creado con la única y sanísima intención de entretener.

... Y si de paso sale la Mitra, mejor que mejor.

12.8.08

EN RESUMIDAS CUENTAS: De robots y osos entrañables

Un robot y un oso panda son las estrellas de dos de los mejores films de animación que se han estrenado este año. El autómata atiende por el nombre de WALL-E, mientras que el plantígrado lo hace por el de Po. Ambos se pueden ver en la cartelera actual.

WALL-E se estrenó la semana pasada y, con él, ha llegado la madurez definitiva de la Pixar y, ante todo, la de su realizador y guionista, Andrew Stanton, un hombre que, entre otras delicatessens, nos obsequió hace un tiempo con la estimulante Buscando a Nemo. En su nuevo trabajo, sin abandonar a sus seguidores más pequeños, ha enfocado una buena parte de su contenido a un público más adulto.

La Tierra se ha convertido en un planeta inhóspito. El calentamiento global y otros factores determinantes han terminado con la posibilidad de vida humana en el planeta. Allí, en medio de un paisaje lleno de escombros y un poco como le ocurría al Will Smith de Soy Leyenda, reside y trabaja el pequeño WALL-E. Él es el único superviviente de una generación de robots creados para seleccionar y separar toda la mierda apelotonada sobre el globo terráqueo. Habita entre hierros oxidados y pequeños recuerdos materiales, los cuales ha ido coleccionando durante su labor como basurero, y sólo sabe de la existencia del hombre gracias a un viejo y deteriorado VHS de Hello, Dolly!.

La excelente banda sonora de Thomas Newman suple a la perfección, durante la primera parte, su falta de diálogos; una carencia consciente y magistral, al estilo de los primerizos cartoons. La conjunción de ese único androide con la música de Newman como apoyo fundamental, se convierte en el gran testimonio de la soledad en la que se ve inmerso el amigo WALL-E. El divertido e ingenioso modo de mostrar la relación de éste con los variopintos objetos que guarda en sus estanterías, es la mejor opción para definir la personalidad de una máquina programada que, en su aislamiento involuntario, sufre de un mal que se podría definir como anemia de cariño.

No entraré en más detalles sobre la vida y actos de WALL-E. Tan sólo les avanzaré que, con la llegada de una inesperada nave espacial a los dominios del autómata, éste deberá enfrentarse a sensaciones que nunca antes había conocido.

Un equilibrado canto ecológico y un controlado y nada abusivo desfile de guiños cinéfilos a clásicos de la sci-fi, acaban de perfilar uno de los productos más esperados y redondos de la temporada veraniega. La Pixar no deja de sorprenderme. El año pasado fue con la excelente Ratatouille, ahora con WALL-E. Espero con ansiedad la próxima propuesta de estos magos de la imagen digital quienes, con este film, se han colocado ellos solitos el listón muy alto. Y es que, la verdad, cuesta muchísimo dar con un personaje tan sensible, inocente, tierno y entrañable como el de este basurero metálico.


Kung Fu Panda es otro tipo de historia, pero no por ello despreciable, sino todo lo contrario. Dirigida principalmente al público infantil y dotada de un derroche de imaginación y sentido del humor envidiables, la película ha sido planteada por Dreamworks y realizada, al alimón, por Mark Osborne y John Stevenson.

En ella se narran las peripecias que vivirá el orondo Po, un oso panda bonachón y torpe, al planteársele la posibilidad de convertirse en todo un heroico maestro del kung fu, el sueño dorado que siempre había colocado por encima de los intereses más materialistas de su surrealista padre, un pato empeñado en que su hijo compartiera con él idéntica pasión por la cocina y el arte de los fideos chinos.

Un producto fresco y para toda la familia que, sin lugar a dudas, hará las delicias de los amantes del cine de artes marciales; un cine que tuvo su mayor eclosión a principios de los 70. Kung Fu Panda, en este aspecto, es un gigantesco homenaje humorístico a un género y a un estilo de ver y entender el Séptimo Arte que parece haberse desvanecido.

Una pequeña aldea china, situada en pleno Valle de la Paz y dominada, desde lo alto de un monte, por un templo en el que cohabitan cinco luchadores legendarios y su peculiar maestro, es el escenario ideal para transportar al espectador hasta el mismo ambiente en el que transcurrían algunos de los más populares (y ya añejos) títulos del género en cuestión. Todo ello muy satírico y, al mismo tiempo, altamente respetuoso. Es por ello que adquiere una relevancia especial esa filosofía oriental que, construida a golpe de frases y refranes rimbombantes, adornaba los argumentos de esas viejas cintas.


De La Furia del Tigre Amarillo a la pedantilla Tigre y Dragón (con un algo de Kárate Kid de propina), pasando por un fabuloso guiño, en forma de pluma, al polémico bolígrafo de El Silencio de los Corderos y terminando con un repaso, a modo de múltiples personajes, a los animales que conforman el calendario chino. Y allí, en primer plano, dominando todo el cotarro, el buenazo de Po, ese oso ensoñador que protagoniza la cinta, otra carismática y tierna figura más a añadir al fantástico mundo de la animación.

Ténganlo en cuenta, a él y, ante todo, a esa extraña relación de amor y odio que mantiene con las largas, empinadas e interminables escalinatas que conducen del valle al templo. Súbanlas ustedes también y disfrútenlas (o súfranlas) como si fueran el mismísmo Po.

11.8.08

El último Chef


Isaac Hayes, músico, compositor, cantante y actor ocasional. Desde principios de los 90, y durante nueve largas temporadas, prestó su voz al Chef de la serie de animación South Park. La pasada madrugada, a los 65 años de edad, nos ha abandonado.

Su nombre siempre irá asociado a una banda sonora inmensa, magistral; la que escribiera en 1971 para Shaft, una de las blaxpoitations más populares y que en España, siguiendo esas absurdas traducciones de títulos tan habituales en nuestro país, se la bautizó con la más castiza Las Noches Rojas de Harlem, epígrafe que, por suerte, muy pocos cinéfilos han utilizado a la hora de referirse a la ya mítica cinta de Gordon Parks.

No hay mejor homenaje para el hoy desaparecido Isaac Hayes que recordarle a través del tema principal de Shaft; un tema que, por cierto, obtuvo el Oscar a mejor canción y que, en el siguiente YouTube, igual que en el día de su estreno cinematográfico, acompaña a los créditos iniciales del film. Que lo disfruten.

6.8.08

Drinking Man


Por si no tuviéramos suficientes superhéroes mariposeando por los cines del mundo entero, van ahora y nos endilgan a uno de nuevo. Su nombre es John Hancock, y, aparte de estar enganchado a la botella, en poco se diferencia de los otros, a no ser porque éste no ha nacido en las páginas de ningún cómic, pues se trata de un parto natural debido a la cópula (se supone que mental) de sus dos guionistas, Vincent Ngo y Vince Gilligan. El carácter de Hancock es un pelín más áspero y ácido que el de sus predecesores. No soporta a los ciudadanos por los que debe velar y su trato con las fuerzas del orden público resulta de lo más lastimoso. Por lo demás, es idéntico en todo a los ya conocidos superhéroes de siempre ya que, en sus acciones contra el mal y a modo y semejanza de éstos, es propenso a inclinarse hacia una total indeferencia por lo que supone el mobiliario urbano.

El actor y director Peter Berg es el responsable más directo de Hancock, un film que junto a su anterior trabajo, La Sombra del Reino, le aleja definitivamente de sus más divertidos y corrosivos inicios. Los tiempos de la brillante y salvaje Very Bad Things ya han quedado muy atrás para un realizador que se ha rendido a los propósitos megacomerciales del Hollywood más hortera. Y es que Hancock, aparte de ser una película vulgar, se trata del típico producto vacío y sin nada nuevo que ofrecer al espectador. El truco estriba, sencillamente, en echar mano de una fórmula manida y de un par de estrellas que tienten a las taquillas . En general, jugar sobre seguro, suele funcionar bien, aunque en este caso ni tan siquiera se ha sabido aplicar el patrón debidamente.

Will Smith cumple medianamente con su papel, el de superhéroe borrachuzo y dispuesto a enmendar sus desmanes siguiendo los consejos de un nuevo amigo. De hecho, la cinta funciona bastante bien durante la presentación inicial de su personaje; una introducción que apunta hacia la comedia astracanada y en la que incluso se localizan un par o tres de gags bastante simples aunque efectivos.

Dicen que menos da una piedra, pero la (teórica) frescura de su inicio se desploma en menos que canta un gallo. La relación que se establece entre Hancock y un alto ejecutivo que ejerce de relaciones públicas en una gran empresa, apunta ya el principio del declive del film; film que se desmorona totalmente con la presencia de Mary, el personaje que interpreta una edulcorada y pésima Charlize Theron. La actriz, en esta ocasión, da vida a una mujer que esconde un preciado secreto que ni siquiera conoce su propio marido, el citado ejecutivo que, entre sus buenos propósitos, quiere lograr que Hancock vuelva a ser ese héroe aclamado y querido por las masas.

A medida que se desvela el misterio de Mary (una incógnita harto previsible), la comedia queda arrinconada y Hancock se transforma en una especie de fantamelodrama sentimental, llorón y cursilón de muchísimo cuidado. No hay guión por ninguna parte, y todo cuanto ocurre acontece porque sí. Y es que, aunque se trate de cine fantástico, al menos por respeto al espectador, siempre se ha de mantener algún mínimo de lógica (interna) para que el engranaje de la historia funcione.

Hancock, el superhéroe beodo; una idea inicial que, bien llevada, podría haber resultado divertida. O, al menos, así lo demuestran algunos de los chistes (que no todos) que conforman su prólogo; un prólogo que se minimiza hasta desaparecer; un visto y no visto que abandona a la platea en manos de un argumento imposible, ridículo y salpicado de tintes rosados. En definitiva: mucho ruido y pocas nueces.

5.8.08

Poner cara de burro

El reencuentro de dos hermanas distanciadas y la próxima boda de la más pequeña de ellas, es la excusa argumental para que Noah Baumbach diseccione, con la ayuda de su pluma y la cámara, las interioridades de una familia al límite. Margot y la Boda es su título; un claro exponente de las coordenadas por las que discurre el cine indie actual.

De hecho, Margot y la Boda, a pesar de sus innegables pretensiones de cine de autor, es una película pequeña; pequeñísima aunque atractiva, al igual que la excelente Nicole Kidman que da nombre a la joven del título. Baumbach demuestra cierta atracción por resaltar las partes más tensas de las relaciones familiares; el morbo por el mal rollo le va al realizador neoyorquino. No hurga mucho en las causas que mantienen enfrentadas a las dos hermanas; sólo deja claro que jamás se entendieron bien y que a la mayor, Margot, no le gusta en absoluto Malcolm, el prometido de su hermana, un progre de los de la vieja escuela, melenudo, sin trabajo ni beneficio alguno y aún colgado por su pasión por los clásicos rockeros de los 60 y 70.

Lo que más interesa al realizador es recrearse en la desintegración de una familia. La imagen clásica de un clan unido, en esta cinta se convierte en una figura tambaleante, frágil y a punto de resquebrajarse en mil pedazos. Baumbach, para llevar a cabo su misión de enderroque, aporta muchos datos y abre, entre todos sus miembros, un sinfín de episodios límites.

Viejos reproches, adulterios no confesados, celos extremos... Todo vale en el pequeño universo de Margot y Pauline; dos seres no muy cuerdos y con los nervios a flor de piel. Margot es escritora; lleva su fama con dificultad y se olvida por completo de criar a Claude, su hijo adolescente; Pauline vive en la playa (al igual que la heroina de Eric Rohmer), justo en la vieja casa propiedad de sus padres; lugar en el que piensa contraer matrimonio con el cuestionado Malcolm.

La perturbadora interpretación de Kidman contrasta, a la perfección, con la más moderada de Jennifer Jasón Leight (la otra hermana en cuestion) y con el correctísimo modo con el que un distinto Jack Black afronta el papel más mesurado de su carrera; un papel matizado que, sin embarga, tampoco dista mucho de aquellos descerebrados a los que suele dar vida.

Situaciones y diálogos de todo tipo se van sucediendo de la manera más natural posible, casi siempre captados por una cámara en mano que sólo se desequilibra en los instantes más tensos... todo ello muy en plan amateur, aunque en realidad meticulosamente estudiado y milimetrado para causar cierta sensación de poca profesionalidad; un (falso) formalismo que potencia con la ayuda de iluminación natural para su fotografía y cuatro toques cercanos al del manifiesto Dogma.

Es innegable que Margoy y la Boda, sin contar nada nuevo sobre familias al borde del abismo, posee su gancho. La peculiaridad de sus personajes, el ingenioso guión sobre el que se apoya y la alta complicidad entre sus actores, tienen parte de culpa. Lástima que, en su final y habiendo dejado un montón de temas por clausurar, al tal Baumbach le da por disfrazarse de minimalista y no cierra ninguna de las puertas que ha entreabierto. Y es que a veces, a los directores gafapastas, se les olvida aclarar quién coño es el asesino.

3.8.08

Gente de mala calidad

El Gran Jefe ha muerto. Sólo uno de los tres subordinados más cercanos podrá suplir su vacante. La dirección de Recursos Humanos de la farmacéutica Farewell-Gutmann es una plaza muy codiciada. La pugna por conseguirla sólo acaba de empezar. Ésta es la propuesta con la que el barcelonés Xavi Puebla abre su segundo largometraje, Bienvenido a Farewell-Gutmann, una nueva vuelta de tuerca sobre el complejo mundo de las relaciones laborales, un tema que se va afianzando en el cine español a marchas forzadas.

Smoking Room, El Método o más recientemente la esplendida Casual Day, son algunos de los títulos en los que inevitablemente se ampara el de Puebla y en el que, al contrario de algunos de éstos, opta por una puesta en escena mucho más teatral y claustrofóbica en la que el sentido del humor brilla por su ausencia. A pesar de parecerlo, y tanto a tenor de su dirección artística como interpretativa, no está basado en ninguna obra de teatro. El guión ha sido escrito, directamente para el cine, por el propio director en compañía de Jesús Gil Vilda; un guión que apuesta más por el (acertado) dibujo psicológico de sus protagonistas que por cualquier otro tipo de sorpresa que cambie el rumbo de la historia.

No hay muchos secretos que salvaguardar de su argumento, una lucha sin cuartel en donde todo vale. Bienvenido a Farewell-Gutmann está plagado de personajes cínicos; gente sin pudor a la que no le importa pasar sobre el cadáver de su compañero para alcanzar una situación mucho más elevada en la empresa. El truco estriba en meter la zancadilla al rival y blandir sus trapos sucios al viento: una estrategia carroñera que generalmente funciona en el mundo del ejecutivo agresivo. Y mucho más si el juez que ha de seleccionar el ganador se trata de un tipo de su misma calaña.

Un alcohólico que acaba de ser abandonado por su esposa, un machista calentorro y una mujer altiva que se siente menospreciada, son los tres aspirantes al título. Un cuadrilátero a tres bandas y con un árbitro muy especial. Tras los púgiles se localiza un grupo de actores de solvencia contrastada quienes, de todos modos y en esta ocasión, se muestran demasiado sobreactuados. El tono teatral que le imprimen a sus caracteres, sumado a la realización exageradamente plana por la que se ha tomado partido, dificulta la compenetración con el espectador quien, debido a la falta de naturalidad que denota, termina por distanciarse de la historia.

Es una lástima esa inflexión tan hermética con la que se ha planteado la función, pues todo cuanto expone resulta interesante y demuestra que, tras la cámara, se encuentra un tipo inquieto y comprometido. El problema es que, como ya he dicho en repetidas ocasiones, el cine no vive sólo de las buenas intenciones. Sin esa magia tan especial y única que logra la vinculación absoluta entre la platea y la pantalla, es difícil conseguir un trabajo redondo.

Aunque me aburrí como un cosaco con tanta impermeabilidad narrativa y visual, estoy convencido que el tal Xavi Puebla va a dar alguna que otra sorpresa en el futuro.