21.9.04

En la puta calle

Esto se está poniendo feo. Que no hay manera, que si le apetece fumarse un cigarrillo le persiguen por todas partes. "Fumar mata"... Joder y el coche también y circulan por todas partes. "Fumar te deja impotente"... y un gobierno represor, como el que teníamos hace unos meses, también. Venga, ¡todos contra el tabaco! Que cobremos unos sueldos miserables y que el nivel de vida suba de manera imparable, no importa.. eso sí... lo del tabaco, en primer lugar. En menos que canta un gallo, según cuentan por ahí, ni en los restaurantes se podrá fumar; beber, beba todo lo que quiera, pero fumar no, que asesina y joroba al de al lado... Como decía, al de al lado no le preocupa llevar un pésimo nivel de vida económico, ni la contaminación del planeta, ni que su hija se ponga un piercing en la vagina. Al de al lado sólo le fastidia que usted fume.

En mi trabajo, por ejemplo, no han dejado ni un maldito agujero en el que esconderse y poder fumar el cigarrillo tranquilamente. A la intemperie. A la puta calle. En verano, incluso, resulta divertido, pero en invierno... toca los cojones, la verdad. O, mejor dicho, te los congela.

Tendremos que tomar cartas en el asunto, igual que intentó Ramírez en su oficina tras la prohibición de fumar durante las horas laborales en el interior de su empresa. Y ustedes dirán... ¿quién es Ramírez? Pues Ramírez era el personaje interpretado por Eduard Fernández en una de las películas españolas más originales que he visto en los últimos años. Se trata de Smoking Room, un título filmado casi, casi, entre amigos que, utilizando como telón de fondo lo de la burda normativa sobre el tabaco, hacía un retrato ciertamente hábil y singular de un corrillo de compañeros de trabajo ante un presumible conflicto laboral. ¡Cuantos conocidos (que no amigos, por suerte) se ven reflejados ahí!

Su mínimo presupuesto se veía suplido por un sentido del humor tan surrealista que, a momentos, sus diálogos parecían escritos por los mismísimos Faemino y Cansado (¡qué grandes humoristas, por cierto!), apoyado por un toque cínico y negro que ni Billy Wilder en sus mejores tiempos. Una lección interpretativa en el que todos, desde el primero al último, aprovechaban para improvisar sus largos monólogos (porque, además, es una película de monólogos, a cual mejor). Si no la han visto, apúntense el nombre de sus dos responsables directos, Roger Gual y Julio Wallovits, píllenla en el vídeo-club más cercano y disfruten de Eduard Fernández y Antonio Dechent en el terrado de la oficina (maravillosa la historia de la separación matrimonial del segundo), de un perverso Juan Diego (el jefazo capaz de fumarse espléndidos puros en el interior de su despacho) o de las alucinaciones -casi paranormales- de Francesc Garrido ante Francesc Orella (dos grandes actores catalanes, de amplia trayectoria teatral y expertos en culebrones televisivos).

Siguiendo los consejos de Ramírez, intentaré conseguir un huequecito en la oficina para lo del humo porque yo, en un principio, no pienso dejar de fumar. Y menos si desde arriba se ponen tan tozudos, aunque sea sólo por llevar la contraria... y estorbar un poco al de al lado.

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