En 1962, John Frankenheimer realizó una extraña aunque contundente película, hoy convertida, por derecho propio, en cult movie. Llevaba por título The Manchurian Candidate, aquí mal traducida como El mensajero del Miedo. En los EE.UU., durante una larga temporada, fue retirada de la circulación por tener demasiados puntos de contacto con el asesinato de JFK. De este film, dentro de poco, se estrenará un remake dirigido por Jonathan Demme y protagonizado por Denzel Washington, avalado por su buena acogida en Venecia.
En The Manchurian Candidate se narraba la historia de un oficial norteamericano que, traumatizado tras su intervención en la guerra de Corea, iniciaba una serie de asesinatos que tenían que culminar con la muerte de un alto cargo político. Esos crímenes eran inducidos, a través de la hipnosis, por unos malvados agentes amarillos...
¿No les suena nada eso de la inducción hipnótica para asesinar a un político de alto rango? ¿No recuerdan a un sobreactuado Ben Stiller instigado a cargarse, durante una pasarela, al presidente de Malasia? Pues bien, señores, ese es el gran guiño que el propio Stiller, como realizador, ha urdido en Zoolander: Un Loco Descerebrado. Y, para serles sincero, junto con la ácida crítica hacia el mundo de la moda y la divertida aparición de David Duchovny (satirizando a su alter ego Fox Mulder), es lo único aprovechable de un producto tan apayasado como cargante.
La verdad es que algunos de ustedes me picaron la curiosidad. Llevo más de una semana leyendo excelencias de Zoolander. Era un tema pendiente para mí (como tantos otros títulos) y, francamente, era la ocasión propicia para sacar el VHS de la estantería y darle una oportunidad. Ayer noche, ni corto ni perezoso (es más, con cierta ilusión), me enfrenté a las aventuras y desventuras del modelo más tonto del mundo, Derek Zoolander e intenté encontrar ese aire de gran comedia que alguien comentó, no hace mucho, desde este mismo blog. Y ni atisbo de ella. Sólo recursos fácilones (el guiño a 2001 es digno de Los Morancos) y cuatro bromas chabacanas y grotescas, más la presencia -siempre irritante- de Owen Wilson (¡pero que mal me cae este hombre!).
Lo que sí descubrí es que Zoolander es a los 80 lo que Austin Powers a los 60, incluso a la hora de meter (aunque sea con calzador) ciento y un cameos de rostros populares. Aunque ambientada en la actualidad, la estética y su banda sonora recurre a estándares de esos años. Es más, sus interminables y múltiples escenas a ritmo de vídeo-clip apelan, incluso, a la forma que estos tenían en plena fiebre videoclipera, un tanto diferentes a los que se filman hoy en día. No hay que olvidar que, a principios de esa década, se inició esa moda con la única excusa de promocionar los lanzamientos musicales.
Voy a curarme en salud. Hoy miraré, por enésima vez, La Fiera de mi Niña, o Arsénico Por Compasión, o La Pantera Rosa, o...
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