Desde hace un par de semanas, Antena 3 está emitiendo, los lunes de madrugada, la tercera entrega de 24, una serie creada para el lucimiento (casi único y exclusivo) de Kiefer Sutherland. Una serie de acción, ambientada en el seno de una unidad antiterrorista de Los Angeles, la UAT, cuyo principal agente, Jack Bauer (el pequeño Sutherland), ve peligrar su vida y la de todos los que lo rodean en cada una de sus entregas.
La principal peculiaridad de 24 estriba en que su narración transcurre en tiempo real. O sea, cada episodio (de los 24 que contiene una temporada) dura una hora (en realidad, y debido al metraje estándar de las series, 45 minutos), lo cual da como resultado que, al final de cada entrega, haya transcurrido tan sólo un día entero. Esta es una fórmula que, en alguna que otra ocasión, ya había sido utilizada en la pantalla grande (a mi memoria llega la fallida A la Hora Señalada, con Johnny Depp) y que los responsables de 24 explotan de manera ciertamente aleatoria. Y digo aleatoria porque, sin proponérselo, los guionistas han convertido a Jack Bauer en un nuevo (y aún no oficial) superhéroe, ya que el hombre es capaz de cruzar, de punta a punta, la ciudad de Los Angeles en automóvil, en diversas ocasiones y en menos de una hora. Y, créanme, eso no es moco de pavo.
He de reconocer que los primeros 12 episodios del primer ciclo me engancharon de manera irrecuperable a la propuesta. Droga dura. Tenían un guión sorprendente, lleno de giros inesperados, eran trepidantes y creíbles (dentro de unos límites) y resultaban de una estética visual ciertamente moderna, a pesar de recuperar una forma de narrar muy frecuente en el cine de los 60 y 70 al partir la pantalla en diferentes frentes de acción.
Pero todo quedó allí, en sus 12 capítulos iniciales, sus primeras doce horas. A partir de ese punto, la serie cayó en picado. Su originalidad pasó a convertirse en basura en estado puro. Daba la impresión de que, en un principio, 24 estaba pensada para tener sólo una docena de episodios y que su inesperado éxito obligase a sus responsables a alargarla hasta límites insospechados. En el tramo final de la misma y con la aparición inesperada de Lou Diamond Philips (un actor capaz de descalabrar cualquier proyecto), tuve la confirmación definitiva de que me encontraba ante los basureros mayores del mundo. Y en mi propia tele, en la sala de estar. Aquello ya no tenía remedio. Para remate, el malo (malísimo) de la función resultó ser un desmelenado Dennis Hopper.
No contentos con ello, al año siguiente, nos dieron una segunda entrega, totalmente exagerada que, de todas maneras (y al igual que la anterior) me resultó extremadamente divertida. Y digo divertida amparándome en los parámetros más amplios que tenemos aquellos que disfrutamos con el cine basura, dándonos, al mismo tiempo, suficientes alicientes y múltiples claves para volvernos a reenganchar de nuevo a esta tercera temporada recién estrenada. Una temporada en la que, para más morbo, han convertido a nuestro héroe (superhéroe, perdón), Jack Bauer, en un yonqui de tomo y lomo en medio de un mono que ni el Sinatra de El Hombre del Brazo de Oro (fenomenal película, por cierto).
Ya los saben. Si lo suyo es disfrutar con un James Bond atormentado, Jack Bauer es su hombre.
Si la telefonía móvil le vuelve loco, la serie es un canto mayúsculo a las telefónicas (no paran con el telefonillo de los cojones).
Si le mola la ciencia-ficción, aquí tiene a todo un Presidente de los EE.UU. de color (negro), tontorrón y buenazo como el pan.
Si le ponen las niñitas jovencitas, con dos deditos de frente y capaces de liarse cada vez más a cada paso que dan, la hijita rubita de Bauer es su chica (además, tiene una nariz en forma de polla ciertamente estrambótica).
Si usted es de los que creen que en una unidad antiterrorista de elite puede haber topos a punta pala (una media de tres por temporada), 24 es su serie.
Si lo que le va es el diseño, sepa que la sede de la UAT es un almacén modernillo más apto como local de copas nocturno que como oficina gubernamental.
Si una hora para usted son cuarenta y cinco minutos, ¡hágaselo mirar! Como consuelo, sepa que tiene un lugar al que recurrir los lunes por la noche.
A pesar de los pesares, yo la seguiré viendo. Me lo paso pipa con tanta estupidez.
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