29.9.04

La ciudad no es para mí

Pues nada, que ya tenemos entre nosotros la nueva película del Shyamalan, El Bosque. Poco voy a entrar en comentarios sobre su filmografía y sus tics, aunque me gustaría recalcar su compulsiva manía de sorprender, a la mínima de cambio, al espectador. Y esa técnica se le está escapando de las manos y, más que un estilo propio (que lo es, para que ponerlo en duda), se está convirtiendo en una patética obsesión que, a la larga, acabará arruinando todos sus futuros productos.

Para muestra un botón. Una aldea, vaya. Una aldea habitada por gente puritana, temerosa y religiosa. A su vera, un bosque. Un bosque maldito, oscuro, poblado por seres infernales a los que ellos apodan "los que no se pueden nombrar". Y, al otro lado del bosque, la ciudad. Una ciudad prohibida a la que nunca podrán llegar por la imposibilidad de franquear la terrorífica espesura. Pues bien, Shyalaman coge todos estos ingredientes, los mete en una coctelera, los zarandea unas cuantas veces, arriba y abajo y, como un mago (de feria barata), empieza a jugar con sus sorpresas... Una, dos, tres... varias, a cuál más ridícula y risible. Su chistera ya no nos pilla desprevenidos y las palomas le salen desplumadas. Desplumadas y cojitrancas.

Y lo que es peor, personalmente no me creí nada de lo que me contaba. Suena todo a fábula simplista. Inluso moralista, pero de un moralismo falso y peligroso. Es más, su sorpresa final, a parte de resultar difícil de tragar, hizo replantearme todo lo expuesto hasta el momento, llenándose mi mente de un montón de preguntas imposibles de resolver. E intentando ligar cabos (que haberlos, haylos, y en tropel), tras ver su resolución final, rebobiné y descubrí dos o tres momentos vergonzosamente truculentos, de esos que demuestran que toda la película, del primer al último minuto, es un gran bluf montado sólo para eso, para epatarnos y asombrarnos con su maquinadísimo golpe de efecto.

Además, en esta ocasión, ha perdido ese particular don para crear atmósferas inquietantes que tan bien dominaba en títulos como El Sexto Sentido o El Protegido. Mucho apoyarse en los colores, los sonidos y en la música de James Newton Howard (interesante, aunque reciclada de Señales), pero poca fuerza para angustiarnos, demostrando, al mismo tiempo, el no saber decantarse -en momento alguno- por el melodrama o el suspense, aunque, eso sí, con un poder absoluto para convertir a una cieguecita aldeana rústica en toda una aventajada alumna del Profesor Xavier.

Tan forzada y precocinada se ve toda la historia que incluso su indiscutible egocentrismo le juega alguna que otra mala pasada, llegando a olvidar el suspense y la credibilidad de una escena en concreto por volcar toda su atención en un detalle al margen de la misma: salir él mismo, bien reflejadito, en el cristal de una puerta.

De todas maneras, es innegable que su puesta en escena es técnicamente perfecta. Engañosa (sin más consideraciones, para no caer en el spoiler) pero perfecta. Eso es fácil, pues Shyamalan no deja de ser el niño mimado del Hollywood actual, y presupuesto no le falta para conseguir un look mínimamente atractivo. Un look que, desgraciadamente, se desmorona por sus trampas, truculencias y ridiculeces. Y todo esto sin entrar a saco en la insulsa interpretación de Joaquin Phoenix (¿qué le han visto a este chico?), ni en el desmelenado histrionismo de Adrien Brody, ese que ganó un Oscar por comerse una lata de melocotón en almíbar en El Pianista (¿o la conserva era de melón?).

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