¿Nunca han tenido la sensación, al salir del cine, de no saber a ciencia cierta si la película que han visto les ha gustado o no? Yo, sí, en varias ocasiones. Y ayer me ocurrió de nuevo. Diría más. Al salir de la película tenía bastante claro que Olvídate de mí no me había gustado en absoluto. Sólo salvaba una cosa. Y, aunque parezca increíble, se trataba de Jim Carrey. Con el transcurrir de las horas he ido asimilándola en su totalidad; una digestión en toda regla. Al levantarme, tras el zumbido incordiante del despertador de las narices, mi segundo pensamiento me ha sorprendido incluso a mí. "¡Que buena es Olvídate de mí!". ¿El primer pensamiento?... "... me estoy meando..."
En primer lugar querría avisarles que la película de Michel Gondry no tiene nada de comedia. Es un drama en toda regla. Triste. Habla de amor, de desamor, del miedo a perder los momentos más preciados y, ante todo, de nuestra consciencia. O inconsciencia. Tanto da, una alimenta a la otra. Y el personaje de Jim Carrey quiere olvidar, para no torturarse. Y cuando empieza a olvidar, a borrar unos recuerdos muy concretos de su memoria, descubre que sigue torturándose aún más por ello.
No engaño a nadie. Es una película difícil. O entras o té quedas a medio camino. Personalmente, no acabé de entrar en ella hasta doce horas más tarde. Cuando mi memoria, curiosamente, había absorbido toda la información. Todo ese delirio visual y narrativo con el que su guionista, Charlie Kaufman, nos inunda durante sus 108 minutos de proyección. Y es que Kaufman y Gondry entran a saco en la cabecita de Carrey y nos sumergen, a golpe de cámara en mano, en un verdadero viaje alucinante, de continuos cambios estáticos y estéticos que le vapulean a uno como si de un puchin-ball se tratara. Un ácido en toda regla. Y eso, señores, necesita un buen digestivo a mano.
Y, tras este film, tengo my claro que el tal Charlie Kaufman no intenta tomar el pelo a nadie. Él juega la pelota a su manera. Con variaciones, pero con un estilo definido, con un toque personal. Vean algunos de sus libretos anteriores y descubrirán que el hombre va a más: Cómo ser John Malkovich, Adaptation o Confesiones de una Mente Peligrosa.
Lo que no dudé en momento alguno, ya en menos de quince minutos de proyección, es que Jim Carrey, definitivamente, se ha convertido en un gran actor, dejando a un lado (¿para siempre?) aquellas muecas de payaso a lo Jerry Lewis que tanto irritaban a muchos. En El Show de Truman, Man on the Moon (¡qué maravillosa película!) o en la fallida The Majestic, el cómico ya nos intentaba avisar. Por fin ha cambiado de registro.
Y que conste que incluso me gustaba en su época más idiota. ¡Qué buena era Dos Tontos Muy Tontos!
28.9.04
Tipex
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